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stamos próximos a celebrar la navidad; y, como en
años pasados, ya se respira una fuerte expectativa por cómo hemos de llegar a
esta celebración; en tanto, por los medios de comunicación, somos
–prácticamente- bombardeados para hacer de esta festividad motivo de consumo,
más que una festividad o algarabía espiritual.
De hecho, y como ya muchos lo han publicado a través de la web y el youtube, la navidad que hoy celebramos resulta de la mezcla de dos eventos anuales; donde, definitivamente, la iglesia romana tiene mucha responsabilidad; cuando, al no poder santificar al pueblo cristiano bajo su administración o ministerio, esto dio origen a una festividad que une o mezcla la fiesta del Solsticio de Invierno o “el Nacimiento del Sol Invicto”, del 22 al 25 de diciembre, y un supuesto nacimiento del Señor Jesús (Yeshúa en el idioma hebreo), también un 25 de diciembre de cada año.
En efecto, tras la “oficialización” del
cristianismo en todo el imperio romano, por Constantino (Siglo IV), éste
declaró que todo súbdito romano sería reconocido como cristiano; sin siquiera
creer éste en el Dios de la Biblia y, por consecuencia, tampoco en el Autor y
Consumador de la fe cristiana, Jesús. Esto hizo que, no habiendo fe en muchos (en
la mayoría) de los súbditos del imperio romano; que, tras el edicto de
Constantino que los declaraba a todos como cristianos, muchos (la mayoría) continuaran
practicando pecado, idolatría, fornicación (sodomía) y tradiciones como las
Saturnales (del 17 al 23 de diciembre) y el Solsticio de Invierno (entre el 22
al 25 de diciembre); que, como entonces se celebraba, eran fiestas en honor a
Saturno, dios de la agricultura, y al sol; que, según lo profesaban, celebraban
el nacimiento de un nuevo sol que vencía a la oscuridad y que, a partir del
final del solsticio
de invierno (21
de diciembre), los días iban a hacerse más largos. Es probable que, ante la
presión de estas tradiciones, y porque Constantino y los subsiguientes
emperadores; y, más exactamente, la mayoría de los obispos (supervisores) de la
iglesia de entonces, al no pretender contrariar a un pueblo “cristiano” que
abrazaba estas tradiciones; finalmente, cedieron para que, desde entonces,
quedara establecido que el nacimiento o navidad (la palabra navidad proviene
del latín natividad que significa nacimiento) del Señor Jesús fue un 25 de
diciembre, tan igual que “el nacimiento” del sol; pretendiendo establecer que,
como Jesús representa “el sol de justicia” (Malaquías 4:2), el "nacimiento
del sol", en el solsticio de invierno, sería la temporada en la que el
Salvador nació.
Sin embargo, y como lo podemos sostener tal
conclusión por las Escrituras, no hay nada que nos indique que el Señor Jesús
nació un 25 de diciembre; y, es más, el registro Escritural nos permite
concluir que, definitivamente, el Señor Jesús no habría nacido en diciembre;
porque, cuando leemos el relato de Su nacimiento en el Evangelio según Lucas,
capítulo 2, versículos 8 al 20, vemos que el Señor fue visitado y adorado por
pastores de la región; y que, estos pastores estaban, en aquellos instantes,
guardando o vigilando sus rebaños en horas de la noche; que, si esto es así, siendo
el mes de diciembre temporada de invierno y nieve en Belén, los pastores jamás
habrían tenido sus rebaños en el campo, en la intemperie frígida, sino dentro
del corral, aprisco o redil, para proteger los rebaños del rudo frío invernal
del mes de diciembre.
Es más, a principios del capítulo 2 de este
Evangelio escrito por Lucas (versículos 1 al 7), se nos informa que, próximo
María a dar a luz al Niño, que esto sucedió cuando el emperador, Augusto César,
había promulgado un edicto, que todo mundo (bajo el imperio romano) fuera empadronado;
y, más aún, que este censo tuvo lugar siendo Cirenio gobernador de Siria. El
punto a considerar es; que, si el emperador decretó un censo en todo el
imperio, justo es que éste de todas las facilidades para que este
empadronamiento o censo se dé sin dificultad alguna; y que, si hubiera sido en
diciembre, durante un invierno muy frío en toda la región, este evento que
ordenó el emperador romano no se hubiera dado con éxito; por lo que, en
definitiva, el nacimiento o navidad o natividad del Señor no pudo haber sido en
diciembre, un 25 de diciembre.
Sin embargo, y porque la tradición prevaleció,
juntamente con la irresponsabilidad o negligencia de la mayoría de los obispos
de entonces; esto dio lugar a que, desde entonces, se fusionara la festividad
en honor al sol y el nacimiento del Señor Jesús un 25 de diciembre; por lo que,
en definitiva, la gran mayoría del mundo cristiano estaría celebrando, hoy, una
festividad pagana, “el nacimiento del sol”; y no, no precisamente, el
nacimiento del Salvador del mundo, Jesús.
Es más, es tan fuerte la tradición en desmedro de
la fe que debería prevalecer (la fe en el testimonio de las Escrituras, solas);
que, por último, se han incorporado nuevas figuras tradicionales como “Campanas, velas, coronas de
muérdago, piñas, belenes, flores de Pascua, estrellas o luces de colores” (https://www.guiainfantil.com/navidad/adornos-navidenos.htm)
y, por último, la leyenda de un Papá
Noel o Santa Claus; que, no teniendo nada en relación con el bendito nacimiento
de nuestro Salvador, en la práctica –tristemente- son elementos que más
notoriedad tienen en la celebración de esta navidad, juntamente con el sentido
comercial que esto despierta para hacer, de este mes de diciembre, un mes de
fuerte consumo en el mercado.
En definitiva, la navidad es un producto comercial,
una mercancía que da buenos réditos en el mercado; y, sin que muchos se den
cuenta, poco y nada hay en todo esto que relacione esta festividad con la
alegría que, 2000 años atrás, despertó o provocó este bendito nacimiento del
Salvador, este evangelio o buena noticia, en aquellos pastores de Lucas 2:8-20.
Sí, aún hay lo que llamamos “nacimiento”, hechos de fibra de cartón o
cartulina, asemejando un cerro o un establo; al pie del cual, casi como una
gruta, se acostumbra colocar las pequeñas esculturas que representan a José,
María y el Niño, el Bebé Jesús, rodeado de animales domésticos propios de un
establo; pero, en comparación con años atrás; cuando, como todo niño (de esto
ya más de 60 años atrás), disfrutaba del mensaje que, en mi pequeña mente,
parecía reconocer por el nacimiento de aquel Bebé, Jesús; en medio, muchas
veces, de lágrimas que, por alguna razón, parecían impeler para vivir, con tal
emoción, una navidad; hoy, el mensaje es distinto, casi inexistente; y, en
definitiva, es una navidad que en nada celebra el nacimiento del Salvador, Jersús.
Finalmente, ¿qué celebrarás tú este 25 de
diciembre: que Jesús nació o, vanagloriado o embelesado por un hermoso árbol de
navidad, un Papá Noel monachón y los juguetes para los niños, que “el sol
nació”; con todo el beneficio que, inclusive, aquí en Perú nuestros antepasados
incas reconocieron al sol, como a su dios sol? Que, aun cuando nuestro Señor
Jesús no nació en diciembre (Dios, por alguna razón, y en Su soberanía, decidió
ocultarnos la fecha exacta de este nacimiento; y, según somos exhortados por Él
mismo en Su Palabra, nadie tiene el derecho para interpretarla privadamente (2
Pedro 1:20); usemos de esta fecha para, ultimadamente (así se expresaban mis
abuelos), meditar con corazones agradecidos acerca del relato de la navidad,
nacimiento o natividad de nuestro bendito Señor Jesús, mientras leemos al
respecto en los Evangelios de Mateo 1:18-25 y Lucas capítulos 1 y 2. ¿Lo harás?
Bien; y que, mientras lo lees, en fe sencilla y humildes, juntamente con toda
tu familia (igual si estás solo), eleves una oración de gratitud al bendito
Padre de nuestro Señor y Salvador Jesús, Yehováh (así es el nombre del Padre en
el idioma hebreo), porque un día nos envió Su salvación en forma de un Bebé;
Quién, años después, sería nuestro vicario o representante en Su muerte,
sepultura y resurrección; y hoy, ahora mismo, Él está en el cielo,
representándonos (Hebreos 6:20). ¡Aleluya!
La gracia de Yeshúa sea con todos ustedes. Amén.