martes, 14 de diciembre de 2021

UN NIÑO NOS ES NACIDO...

 


6 Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. 7 Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.

Isaías 9:6-7

 

P

róximos a la celebración del nacimiento del Señor de gloria, Jesucristo, conviene nos informemos más acerca del significado e importancia de Su nacimiento que, de esta manera, esta celebración sea realmente una fiesta, una algarabía santa, como “la consolación de Israel” (Lucas 2:25); y, tanto así que, realmente, santifique nuestras almas, apartándonos de todo aquello que no lo reconoce como Tal, de todo vestigio de mundanalidad; porque, con Su nacimiento, nos fue provisto salvación de nuestras iniquidades, de nuestros pecados y transgresiones.

En principio, recordemos que TODOS somos pecadores; y esto, sencillamente lo podemos constatar o reconocer por el solo hecho de que, día a día, pecamos; de alguna manera, sea de forma solapada o evidente y hasta escandalosamente, TODOS PECAMOS; siendo conviene entender el significado de pecado; que, y no con el ánimo de juzgar y condenar a nadie, nadie se sienta mal cuando es reprendido –por otro- en su pecado. En efecto, cuando, por ejemplo, condenamos las prácticas homosexuales como pecado; al rato vemos cómo, estas personas o colectivo de personas que practican tales prácticas (en tanto han elaborado argumento para justificar tales actos como “naturales” o “normales”), estos protestan, reniegan de este juicio y, tras defender tales prácticas perversas, proceden a juzgarnos, a quienes juzgamos y condenamos tales prácticas como pecaminosas, de anticuados, prejuiciosos, retrógrados, incultos, intolerantes, etc. Pero, cuando ellos vean –por sí mismos, en las Escrituras-, que esto es pecado; entonces, pueda que allí ellos sean convencidos de pecado; que, lo que están haciendo está mal a los ojos de Dios.

Pero, ¿qué es pecado?

La palabra pecado proviene de la raíz hebrea kjatá que significa “errar”; y que, cuando Dios dio Su ley o instrucción a Su pueblo, Israel, esto tuvo por objeto declarar todo lo que, a los ojos santos de Dios, es pecaminoso (Gálatas 3:19; Romanos 3:20); y que, con este conocimiento, el pueblo se esforzara en obrar justicia o rectitud, no pecando, no errando, no voluntariamente.

Cuando Jesús cumplía ocho días de nacido, conforme a la ley, Él fue llevado al templo para ser dedicado; y, estando allí, Simeón, un justo, lo tomó entre sus brazos y dijo a Dios:

 

29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,

Conforme a tu palabra;

30 Porque han visto mis ojos tu salvación,

31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;

32 Luz para revelación a los gentiles,

Y gloria de tu pueblo Israel.

Lucas 2:29-32

 

En efecto, cuando el Señor fue concebido en el vientre de María, Su madre (ella fue madre del cuerpo con que Yehováh Dios se vistió y llegó a ser Hombre; pero, en ninguna manera, fue madre de Dios, como la iglesia romana lo enseña), le fue dicho a ella que el nombre del concebido sería Jesús. Para nosotros, los de habla hispana, no parece tener ningún sentido o significado este nombre; y, cuando usamos este nombre para nombrar –por ejemplo- a nuestros hijos, lo hacemos –quizá- en honor a Quién, 2000 años atrás, llevó este nombre; o, porque –sencillamente- nos parece un nombre “bonito” o “agradable” al nombrarlo para poner a nuestros hijos; pero, en días de este bendito acontecimiento (y aún hoy es habitual entre los judíos o hebreos), en un pueblo de habla o idioma hebreo, el nombre que se le puso al Señor de gloria fue y es Yeshúa; que, traducido, significa “Yehováh yoshía” ó “Yehováh salva”; así, cuando todos llamaban a Jesús por Su nombre hebreo, Yeshúa, todos entendían que este nombre daba a entender que la salvación es de Yehováh (Jehová en la versión de la Biblia RV 1960). En definitiva, el nombre de Yeshúa daba testimonio o testificaba, declaraba o proclamaba que Yehováh era el Salvador, así como lo hallamos en varios versículos de la profecía según Isaías:

 

He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí. (Isaías 12:2)

No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor. (Isaías 41:14)

Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador; a Egipto he dado por tu rescate, a Etiopía y a Seba por ti. (Isaías 43:3)

Así dice Jehová, Redentor vuestro, el Santo de Israel: Por vosotros envié a Babilonia, e hice descender como fugitivos a todos ellos, aun a los caldeos en las naves de que se gloriaban. (Isaías 43:14)

Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios. (Isaías 44:6)

Así dice Jehová, tu Redentor, que te formó desde el vientre: Yo Jehová, que lo hago todo, que extiendo solo los cielos, que extiendo la tierra por mí mismo; (Isaías 44:24)

Israel será salvo en Jehová con salvación eterna; no os avergonzaréis ni os afrentaréis, por todos los siglos. (Isaías 45:17)

Proclamad, y hacedlos acercarse, y entren todos en consulta; ¿quién hizo oír esto desde el principio, y lo tiene dicho desde entonces, sino yo Jehová? Y no hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí. (Isaías 45:21)

Nuestro Redentor, Jehová de los ejércitos es su nombre, el Santo de Israel. (Isaías 47:4)

Y a los que te despojaron haré comer sus propias carnes, y con su sangre serán embriagados como con vino; y conocerá todo hombre que yo Jehová soy Salvador tuyo y Redentor tuyo, el Fuerte de Jacob. (Isaías 49:26)

Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová. (Isaías 54:17)

Y mamarás la leche de las naciones, el pecho de los reyes mamarás; y conocerás que yo Jehová soy el Salvador tuyo y Redentor tuyo, el Fuerte de Jacob. (Isaías 60:16)

 

Todos leemos en el evangelio según Mateo, capítulo 1 y versículo 21, de la Biblia revisión RV1960, cómo el ángel instruyó a José a llamar el nombre del Salvador, próximo a nacer, como “Jesús”:

 

Y [María] dará a luz un niño, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.

 

Sin embargo, cuando leemos la versión hebrea en que originalmente fue escrito este evangelio, la parte final de este versículo se lee:

 

“… porque él [JESÚS] salvará a mi [Yehováh] pueblo de sus iniquidades.”

 

En el Antiguo Testamento hay ocasiones en que Yehováh Dios habla, aparentemente, a través de Su ángel o mensajero; pero, momentos después, reconocemos que este ángel es Yehováh mismo; y que la apariencia humana que Él usó para comunicarse, es lo que los estudiosos llaman teofanía o manifestación de Dios a través de un cuerpo humano; por lo que, muy probablemente, el ángel o mensajero que apareció en sueños a José no fue otro sino Dios mismo, Yehováh mismo; y que esta afirmación se desprende de cómo el ángel dice: “mi pueblo”, y no “su pueblo”, como lo leemos en la RV1960; lo que, en definitiva, demuestra que el Salvador es Yehováh (es más, el nombre “Yeshúa” lo declara), y que Él usó de este Niño por nacer para cumplir con este vital propósito de salvarnos de nuestras iniquidades, transgresiones o pecados.

El misterio, como el apóstol lo reconoce en Colosenses 2:2: “el misterio de Dios el Padre, y de Cristo”, se esclarece cuando leemos la versión de Juan 1:1-14; pero, cuando leemos la versión no modificaba o alterada –especialmente- del versículo 1 de esta porción; porque, cuando leemos el versículo 1 según la RV1960, éste se lee así:

 

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

 

Pero, cuando lo leemos en la versión del manuscrito hebreo, tal como ha sido preservada hasta nuestros tiempos, éste se lee así:

 

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y Dios era el Verbo.

 

Miren, por favor, cómo la última parte de este versículo cambia en la versión RV1960; porque, en el manuscrito en hebreo el orden final es: “y Dios era el Verbo”; mientras que, en la RV1960, el orden está alterado; el predicado de la segunda parte, que es “Dios”, debería iniciar la última parte de este versículo 1, porque así parece ser la técnica que usó el apóstol; y que, tal como está en la versión RV1960, es lo que permite a los “Testigos de Jehová” para afirmar, y mal usando la RV1960, para concluir que el Verbo es un dios (con minúsculas), y no Dios mismo, Yehováh, la misma y única Persona todo el tiempo.

Y que, cuando llegamos al versículo 14, donde se dice “Y aquel Verbo fue hecho carne”; siendo que, según el manuscrito hebreo, Dios es el Verbo o Palabra; sustituyendo Verbo por Dios, bien podemos concluir que este versículo 14 nos está declarando que Dios mismo, Yehováh mismo fue hecho carne, y no otro; motivo por lo cual, en Mateo 1:23, Su nombre, Yeshúa o Yehováh yoshía o Yehováh salva, se traduce también “Emanuel”, “Dios con nosotros.”

Pero, ¿cómo es posible que este Niño pudiera salvarnos de nuestras iniquidades?

En el Salmo 51, versículo 5, el rey David, luego que su pecado le fue descubierto, dijo lo siguiente:

 

He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.

 

Él reconoció que, cuando fue concebido en el vientre de su madre, y allí fue formado hasta que nació, que él era –por naturaleza- pecado o error; que, en tales condiciones, él jamás podría manifestar la gloria de Dios (Romanos 3:23); y que, por lo mismo, eso determinaría que, tras nacer, obraría pecado o error. Y, en la carta a los romanos, capítulo 5 y versículos 17 al 19, el apóstol declara que esta condición la heredamos desde Adán:

 

17 Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.

18 Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. 19 Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.

 

Sí, necesitábamos Alguien nacido de lo Alto, de Dios mismo y que, como el unigénito del Padre, pudiera ser capaz de salvarnos, y éste fue Jesús o Yeshúa; porque, a diferencia de David que reconocía su condición pecaminosa aún en el vientre de su madre, y de todo mortal desde Adán, según nos lo permite entender el apóstol Pablo en la cita anterior, Jesús no fue concebido ni formado en pecado y, cuando Él dio Su vida en sacrificio por todos nosotros, Él llegó a ser el Cordero de Dios que quitó el pecado del mundo (Juan 1:29 y 36).

Ahora, la interrogante que podría surgir sería: “¿Cómo puedes afirmar que Jesús fue concebido y formado sin pecado, y que Él no fue otro pecador como nosotros?

La respuesta es sencilla, por un lado porque así lo afirma la Biblia. Leamos:

 

Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.

Lucas 1:35

 

Y Él mismo, en una ocasión, respondió a los judíos: “¿quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Juan 8:46); y, por cuanto Él resucitó de entre los muertos, y la muerte ya no se enseñorea de Él (Romanos 6:9); esto es, Él ahora mismo está vivo, y vive por siempre (Hebreos 7:25), eso demostró que la muerte no tenía autoridad para retenerlo (Hechos 2:24), porque la paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23); demostrando, con Su resurrección y vida por siempre, que Él nunca pecó.

Entonces, cuando Jesús vino al mundo, tan pronto Él fue concebido y formado en el vientre de María y, nueve meses después, nació, Él fue nuestro Cordero del sacrificio que, en fe, debemos llevar ante Yehováh Dios, nuestro Padre, por nuestros pecados, transgresiones y toda injusticia que hayamos cometido. ¿Ven lo especial de este nacimiento, natividad o navidad? Y que, por lo mismo es que el ángel, en Lucas 2:8-20, dijo a los pastores:

 

No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: 11 que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.

Lucas 2:10-11

 

Es interesante reconocer que, todos nosotros, tenemos por costumbre celebrar nuestro cumpleaños; que yo sepa, no es común que celebremos nuestro nacimiento, sino nuestro cumpleaños; como si, con ello, estuviéramos declarando, y con un evidente sentido de angustia, que hemos llegado a esa “meta” de cumplir un año más de vida; y, con relativa y hasta incierta esperanza, vuelta nos deseamos “un año más de vida”, como temiendo a la muerte; pero, en el caso de nuestro bendito Señor Jesús no es así, no tanto celebramos un año más de vida; que, si esto fuera así, tendríamos la necesidad de colocar unas 2021 velitas sobre una inmensa torta de cumpleaños; pero, cuando celebramos Su navidad, natividad o nacimiento, si lo pueden reconocer estamos celebrando la algarabía, gozo, júbilo y alborozo que nos causa que Él, una noche oscura (aunque no necesariamente del mes de diciembre), resplandeció con Su nacimiento para declararnos Su salvación en marcha, en camino; y que, 30 años después, esto se materializó cuando ofrendó Su propia vida, el justo por los injustos; para, de esta manera, llevarnos a Dios, a Yehováh Dios, contra Quién habíamos pecado; por cuanto, cuando Él llevó nuestros pecados sobre Sus benditos hombros (esto es, se hizo responsable por ello), eso nos limpió de nuestros pecados, estableciendo paz por causa de la sangre de Su cruz. ¡Bendito y alabado seas Tú, oh Yeshúa, Yehováh dándonos salvación mediante Su carne! ¡Aleluya!

 

Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad.

1 Corintios 5:8

 

¡Feliz Navidad, y una próspera eternidad, en Cristo Yeshúa! ¡Amén!

 

miércoles, 17 de noviembre de 2021

NO EN PASIÓN DE CONCUPISCENCIA


          4 que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor;

5 no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios;

1 Tesalonicenses 4:4-5

C

uando el apóstol Pablo llevó el evangelio o “buena nueva” a (lo que hoy es) Asia Menor y Europa, él sabía que las gentes que habitaban esas regiones habían degradado el uso de su sexualidad al punto de practicar actos contra natura; y, en ese contexto, él exhorta o anima a los santos o creyentes de la iglesia que estaba en Tesalónica (al norte de Grecia) a, en sus relaciones como esposos, actuar con santidad y honor; y no como cuando, antes de venir al conocimiento del evangelio de Jesucristo, practicaban toda forma de perversión sexual; entre los cuales, estaba el sexo contra natura, tanto entre hombres como entre mujeres.

En su carta a los Romanos, el mismo apóstol reconoce esta práctica entre los romanos inconversos:

26 Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza,

27 y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron [exitaron] en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío.

Romanos 1:26-27

En efecto, quienes practican esta perversión del sexo están propensos a contraer enfermedades y daños irreversibles que hoy son conocidos y reconocidos por la ciencia médica, específicamente por contraer sexo contra natura; uno de éstos, el VIH, común en la comunidad gay; y, porque esta perversión se ha tornado compleja en su manifestación, con innumerables formas que el hombre sensual ha hurgado con el objeto de satisfacer una pasión o adicción al sexo,  esto está desencadenando numerosas formas de enfermedad venéreas y daños a las partes comprometidas en actos perversos.

El consejo del apóstol a “tener su propia esposa en santidad y honor; no en pasión de concupiscencia (deseos perversos)” fue pertinente en tiempos del apóstol; cuando, aun cuando tales creyentes eran tenedores de fe para creer en vivir santos (apartados del pecado), por causa de la debilidad podían ceder a estas prácticas; y, al final, recibir en ellos mismos la retribución debida a ese extravío, lo que el apóstol quería evitarles.

El evangelio de Jesucristo ha logrado esta posibilidad factible o palpable en el creyente de ayer y hoy, debido a la obra del Espíritu Santo en lo hondo del ser humano para, haciéndonos reconocer nuestras debilidades, motivarnos en fe para optar por las herramientas que Dios da para vivir por encima del pecado; y, entre estas herramientas, juntamente con la fe que –desde ya- es un don o regalo de Dios, que nos ayuda creer Su consejo y demás Palabra revelada (doctrina, exhortación y reprensión, profecía, etc.), Él nos da de Su Espíritu, Su Presencia para morar dentro de nosotros; para, desde adentro, ayudarnos a lidiar con los perversos apetitos de nuestra carne; hasta que, en la medida que nos ejercitamos en Su santidad, esto nos irá ayudando a optar –en adelante- por la manera de vivir que Él espera de nosotros: SANTOS.

19 Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia.

20 Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia.

21 ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte.

22 Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.

23 Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

Romanos 6:19-23

 

2 Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús;

3 pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación;

1 Tesalonicenses 4:2-3

¡Paz!

jueves, 30 de septiembre de 2021

ARREPIÉNTANSE, Y SEAN BAUTIZADOS...

37 Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?

38 Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.

39 Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.

Hechos 2:37-39

A

quella mañana de Pentecostés, tras descender la promesa del Espíritu Santo sobre 120 discípulos, el apóstol Pedro dio su primer discurso a una multitud de judíos que, provenientes de diversas regiones del mundo greco-romano de entonces, presenciaban atónicos el cumplimiento de la profecía dada a través del profeta Yoel, acerca del derramamiento del Espíritu Santo; viendo, a ignorantes galileos, hablar en los idiomas o lenguas en los que ellos, estos judíos prosélitos, habían nacido.

El apóstol Pedro, en su discurso explicó; que, por causa de Jesús o Yeshúa (en el idioma hebreo) el Cristo, habiendo Él sido exaltado por la diestra de Yehováh Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, es que había “derramado esto que vosotros veis y oís”; una manifestación del Espíritu Santo, dando testimonio que, por la fe en Jesús o Yeshúa, es que se recibe el don o regalo del Espíritu Santo.

En efecto, el Señor Yeshúa ya lo había anticipado en San Juan 7:37-39:

37 En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.

38 El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.

39 Esto dijo del Espíritu [Santo] que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.

Y, a lo largo de Su ministerio, éste fue Su objetivo, santificar o apartar (mediante la fe en Su parlamento o evangelio) para Sí un pueblo para recibir la promesa del Espíritu Santo; y que, para que esta promesa fuera efectiva, Él tuvo que ser sacrificado por nosotros, llevando nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero (la cruz), no sin antes purificar una Iglesia mediante el lavamiento del agua por la Palabra (1 Pedro 2:24; Efesios 5:25-27).

Y, a la pregunta de los presentes, de “varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37); sabiendo el apóstol que, por la fe en Yeshúa era otorgado el prometido don del Espíritu Santo (San Juan 7:37-39), les respondió:

38 Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.

Hechos 2:38

Siendo el bautismo un ritual que representa una sepultura (Romanos 6:3-4; Colosenses 2:12), es evidente que, quién va a ser sepultado, que él no deba bautizarse o sepultarse a sí mismo; por lo que la traducción en nuestra revisión de la Biblia RV1960, y porque así lo hallamos en el registro del Nuevo Testamento en el idioma griego, el mandamiento más bien debería leerse como: “Arrepiéntanse, y sean bautizados”; que otro, el bautizador o sepulturero sea quién bautice o sepulte al candidato al bautismo o sepultura.

Seguro, muchos hemos tenido que arrepentirnos de pecados concretos, como fornicación, adulterio, la mentira y el robo, prostitución y sodomía, etc.; pero, cuando analizamos el por qué es que pecamos o cometimos estos pecados, la respuesta es por causa de nuestra religión o fe que, al no ajustarse a la verdad de Dios, nos da licencia para toda forma de pecado.

El apóstol Pablo escribió:

28 Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen;

29 estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades;

30 murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres,

31 necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia;

32 quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican.

Romanos 1:28-32

Una fe que no se ajusta a la verdad de Yehováh Dios es idolatría; y los ídolos, siendo mudos (no hablan), jamás podrán tratar con nuestras almas donde, por el pecado, nos angustiamos toda vez que pecamos. La fe en el Dios Vivo, Yehováh, es la única forma de hallar gracia y misericordia de un Dios misericordioso o compasivo, para vivir guardados de todo pecado.

Luego el apóstol instruyó a que fueran bautizados en agua en el nombre de Jesús o Yeshúa [el] Cristo (Hechos 2:38); ¿por qué?, ¿para qué?; seguidamente, el apóstol lo declaró: “PARA PERDÓN DE LOS PECADOS”.

Cuando Juan el bautista vio a Yeshúa, dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (San Juan 1:29 y 36); y, durante la “última” cena; el Señor, compartiendo la copa, dijo: “… esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.” (San Mateo 26:28).

El apóstol Pablo nos enseña que Yeshúa murió por todos nosotros (2 Corintios 5:14-15); y, cuando somos bautizados en las aguas, invocando el nombre de Jesús o Yeshúa (yo les animo a usar el nombre que se traduce del hebreo: Yeshúa), Yehováh Dios nos imputa o atribuye la muerte de Su Hijo, Yeshúa, como si fuera nuestra muerte (2 Corintios 5:14-15); por lo que, en Cristo Yeshúa, realmente fuimos juzgados, sentenciados y ajusticiados; realmente, Yehováh juzgó nuestro pecado en Él, Yeshúa; y, de esta manera, ahora Él, Yehováh, nos declara justos a Sus ojos, somos justificados; y, por cuanto nos declara justos, la promesa del Espíritu Santo nos es dada, como un testimonio de que, ahora, y por causa de la justicia imputada o atribuida a nosotros por creer en Yeshúa, identificándonos con Él mediante el bautismo, podemos tener comunión con Yehováh Dios, el Padre, lo que sucede mediante la recepción de la promesa del Espíritu Santo.

¿Cómo es que debemos ser bautizados en el nombre de Yeshúa o Jesús?

Primeramente, además del testimonio registrado a lo largo de todo el libro de Hechos (Hechos 2:38; 8:16; 10:48 y 19:5), donde podemos ver que, cada vez que un nuevo convertido fue bautizado, éste fue bautizado invocando el nombre del Señor Yeshúa o Jesús, ¡NUNCA, EN EL NOMBRE DE UNA TRINIDAD! Y, lo que es igual de erróneo, NUNCA FUE BAUTIZADO UN BEBÉ O NIÑO, “bautismo de párvulos”; porque, como lo podemos reconocer, no podríamos esperar que los tales se arrepientan, no siendo conscientes de lo que es –realmente- pecado. El bautismo en agua siempre fue propuesto a personas conscientes de su pecado: adolescentes, jóvenes y adultos; y hay doctrina que respalda el uso del nombre de nuestro Señor Yeshúa o Jesús [el] Cristo para ser invocado durante el bautismo. Por ejemplo:

17 Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Colosenses 3:17

También, en el libro de Hechos, leemos cómo el apóstol Pablo echó fuera un espíritu de adivinación invocando el nombre del Señor Jesús [el] Cristo o Jesucristo:

16 Aconteció que mientras íbamos a la oración, nos salió al encuentro una muchacha que tenía espíritu de adivinación, la cual daba gran ganancia a sus amos, adivinando.

17 Esta, siguiendo a Pablo y a nosotros, daba voces, diciendo: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación.

18 Y esto lo hacía por muchos días; mas desagradando a Pablo, éste se volvió y dijo al espíritu [de adivinación]: Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella. Y salió en aquella misma hora.

Hechos 16:16-18

Y, como lo podemos reconocer, esto fue en razón del mandamiento y autoridad que el Señor Yeshúa dio para, usando la autoridad en Su nombre, pudiéramos echar fuera demonios:

17 Y estas señales seguirán a los que creen: EN MI NOMBRE ECHARÁN FUERA DEMONIOS; hablarán nuevas lenguas;

18 tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.

San Marcos 16:17-18

Pues, igualmente, así como vemos la manera cómo el apóstol echó este demonio en Hechos 16:16-18; igualmente, podemos tener una clara idea de cómo, para el bautismo en agua, es que podemos usar el nombre del Señor Yeshúa o Jesús, invocar Su bendito nombre; que, como lo dice el apóstol en Romanos 6:3-4, nos identifica con Su muerte, sepultura y resurrección:

3 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?

4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.

 

En el versículo 11 de este capítulo 6 de Romanos, el apóstol dice: “Así también vosotros consideraos [en el griego se dice: “haced cuenta que vosotros mismos estáis”] muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.”

El Rev. Branham, en la sección La Revelación de Jesucristo, de su libro Una Exposición de las Siete Edades de la Iglesia, comparte el registro de un bautismo que sucedió en el año 100 d.C.; donde, y conforme a lo enseñado hasta aquí, se invocó el nombre del Señor Jesús durante el bautismo. Leámoslo:

80 Lo siguiente es el registro verídico de un bautismo que tuvo lugar en Roma en el año 100 d.C., y fue publicado en la revista Time, el 5 de diciembre de 1955:

81 “El diácono alzó su mano, y Publios Decius entró por la puerta del bautisterio. Parado en el bautisterio, con el agua hasta la cintura, estaba Marcos Vasca, el vendedor de madera. El tenía una sonrisa mientras Publios llegó a su lado en el bautisterio. ‘¿Credis?’ le preguntó. ‘Credo,’ respondió Publios. ‘Yo creo que mi salvación viene de Jesús el Cristo, Quien fue crucificado bajo Poncio Pilato. Con El he muerto para que con El pueda tener Vida Eterna.’ Entonces él sintió los brazos que le sostenían mientras él se dejaba caer hacia atrás en el bautisterio, y oyó la voz de Marcos en su oído: ‘Yo te bautizo en el Nombre del Señor Jesús,’ — mientras el agua fría se cerró sobre él”.

En definitiva, el bautismo en agua en el nombre del Señor Jesús (o Yeshúa en hebreo) es la manera más clara, evidente y factible para declarar nuestra fe en Él; y, por esta fe, ser justificados o declarados justos a ojos del bendito Yehováh Dios. Sí, somos justificados por la fe (Génesis 15:6; Romanos 1:17; Romanos 3:30-31; Romanos 3:28; Romanos 4:2; Romanos 4:5; Romanos 5:1; Gálatas 2:16; Gálatas 3:24); pero, en palabras del apóstol Santiago, la fe sin obras es muerta (Santiago 2:14); y, en palabras del apóstol Pablo, la práctica del bautismo no sería sino obedecer a la fe que decimos tener para justicia (Romanos 1:5; 16:26).

Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen.

Hechos 5:32

Si tú no has sido bautizado en el nombre de Jesús o Yeshúa (en el hebreo), que es el nombre en que somos justificados o declarados justos, y nos autoriza para recibir la promesa del Espíritu Santo, que da testimonio de nuestra justificación (Romanos 4:9-11; Gálatas 3:14 y 22; Efesios 1:13), y declara que somos Suyos (Romanos 8:9); te animo que pidas a tu pastor o ministro te imparta este bautismo en las aguas, invocando el nombre de Jesús o Yeshúa, para el perdón de tus pecados, identificándote con Él en Su muerte y sepultura; y que, seguidamente, y porque también somos identificados con Su resurrección, impongan manos sobre ti y oren para que recibas el prometido don del Espíritu Santo, para novedad de vida, tal y como los apóstoles lo hicieron con cada creyente que fue bautizado (Hechos 8.14-16; 19.5-6).

La gracia de Jesucristo [Yeshúa Ha Mashía] sea contigo. Amén.


viernes, 19 de marzo de 2021

¿EN QUÉ NOMBRE FUISTEIS BAUTIZADOS?

1 Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones superiores, vino a Éfeso, y hallando a ciertos discípulos,

2 les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo.

3 Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan.

4 Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo.

5 Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.

6 Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban.

7 Eran por todos unos doce hombres.

Hechos 19:1-7


E

l tema del bautismo es relevante, muy importante porque, además que fue un mandamiento imprescindible durante la Iglesia primitiva, éste tiene el significado que, de ser debidamente entendido, no habría nadie que, previamente arrepentido de sus pecados, no reciba la promesa del Espíritu Santo.

En el pasaje que nos sirve de referencia para esta breve meditación, se nos dice que el Apóstol Pablo llegó a la ciudad de Éfeso, una ciudad portuaria al oeste de lo que hoy es Turquía; y, platicando con unos discípulos (12), tuvo la inquietud por preguntarles si habían recibido la promesa del Espíritu Santo, a lo que éstos respondieron que no; y añadieron algo más, que ni si quiera habían escuchado que había tal promesa del Espíritu Santo; lo que, como es de esperar de un fiel siervo de Dios, preocupó al apóstol.

El Espíritu Santo es la promesa a que todo creyente en Jesús (el nombre de Jesús se escribe en el hebreo como Yeshúa) tiene derecho. En la ocasión que el Apóstol Pedro predicó –por primera vez- al pueblo judío que, a la sazón, estaba congregado alrededor del Templo en Jerusalén por motivo de la celebración de la fiesta santa de Pentecostés o Las Primicias, respondiendo al clamor de los presentes: “…Varones hermanos, ¿qué haremos?”, él les dijo:

38 … Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.

39 Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.

Hechos 2:38-39

Y, ya al término del ministerio de nuestro Señor Jesús o Yeshúa, Él declaró el advenimiento de esta importante promesa para la vida de la Iglesia, para la vida de cualesquier miembro del Cuerpo de Cristo, por causa de la fe en Él:

37 En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.

38 El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.

39 Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.

Juan 7:37-39

Si, el Espíritu Santo, la Vida de Dios que habrían de recibir todos los que creyesen en Él, en el Señor Jesús; y, a lo largo del libro de Hechos, leemos cómo los apóstoles se preocuparon porque la Iglesia, el más pequeño de los miembros de este Cuerpo Místico de Jesucristo, fuera empoderado con la Presencia de Dios, Yehováh Dios mismo en nuestras vidas, única manera para vivir en victoria la vida cristiana (Romanos 8); y, finalmente, la única garantía “para el día de la redención”; cuando, en palabras del Apóstol Pablo, nuestros cuerpos serán igualmente redimidos o libertos de la esclavitud al pecado o ley del pecado (Romanos 8:23).

Y, a lo largo del Evangelio según Juan y, específicamente, en los capítulos 14 al 16, el Señor Jesús nos habló de la importancia del Espíritu Santo, lo que Su Presencia significaría en la vida de la Iglesia, de un creyente en Cristo Jesús. Por ejemplo:

15 Si me amáis, guardad mis mandamientos.

16 Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:

17 el Espíritu de verdad [el Espíritu Santo], al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.

18 No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros [en la forma del Espíritu Santo].

21 El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.

22 Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?

23 Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él [en la forma del Espíritu Santo].

24 El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió.

25 Os he dicho estas cosas estando con vosotros.

26 Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.

 Juan 14:15-26

 26 Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí.

Juan 15:26

4 Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. Esto no os lo dije al principio, porque yo estaba con vosotros.

7 Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.

8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.

9 De pecado, por cuanto no creen en mí;

10 de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más;

11 y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.

12 Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar.

13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.

14 El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.

Juan 16:4, 7-14

Y, en la carta del Apóstol Pablo a los romanos, capítulo 8, él nos da a entender que la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia, en un creyente (él lo llama “la ley del Espíritu de Vida en Cristo Jesús”, v. 2), nos libra del poder “de la ley del pecado y de la muerte”.

Y, por cierto, el Espíritu Santo tiene toda la dotación de poder, inspiración y revelación para manifestar entre los creyentes, “para edificación, exhortación y consolación” (1 Corintios 14:3).

Por esto mismo, el Apóstol Pablo preguntó a los efesios si habían o no recibido el Espíritu Santo, la promesa de Dios para los creyentes en Jesucristo o Cristo Jesús. La triste respuesta de los efesios, como bien lo leemos en el v. 2 de Hechos 19, fue: “Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo”.

El Espíritu Santo no solo es importante en la Iglesia, en un creyente, por las razones expuestas por el Señor Jesús en las citas del Evangelio según Juan; sino que, si no llegáramos a tener Su Espíritu dentro de nosotros, es probable que, por el contrario, sigamos atestados de la presencia de espíritus malos o demonios. En Juan 14:17; 15:26; y 16:13, el Señor se refiere a este Espíritu como “el Espíritu de Verdad”; y que, si Él hizo énfasis en la existencia de un Espíritu de Verdad es porque, definitivamente (y así es), HAY UN ESPÍRITU DE MENTIRA O ERROR; que, contrario al propósito del Espíritu Santo o Espíritu de Verdad, nos guiará a la frustración del error; y, ¡POR FAVOR, RECONOZCAN QUE YA ESTAMOS EN TIEMPOS DE APOSTASÍA, DEL APARTARSE DE LA FE QUE NOS FUE DADA A LOS SANTOS! (Judas 1:3).

Y, recuerden, la palabra “pecado” y “pecar” se traduce del griego jamartía y jamartáno que se traducen como “errar al blanco”, desacierto o desacertado, error; y eso es lo que muchas, la gran mayoría de iglesias tienen como fundamento, el error; ¿por qué? Porque nunca recibieron el Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad. El Señor dijo respecto el Espíritu Santo:

17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.

Juan 14:17

Sí, hay muchos que, por cuanto no han visto al Espíritu Santo obrar, sea en manifestación de poder, una profecía o a través del santo testimonio de un cristiano; y no Le conocen, por cuanto no han estado interesados en saber acerca de Él, de esta vital promesa de Dios para vivir vidas justas delante de Dios, por consiguiente nunca recibirán este don prometido, el Espíritu Santo. Oh, están solo complacidos con pertenecer a una iglesia (el Profeta Branham los llamó “logias”) de “prestigio”; y, como los judíos de antaño que, por amar más la tradición de los hombres, rechazan –prácticamente- a Dios y Sus promesas en Cristo Jesús.

En la parte final de Juan 14:17, entendemos que el Espíritu Santo estaba CON los discípulos del Señor; esto es, al lado de ellos, en la persona del Señor Jesús, el Cristo o Ungido con el Espíritu Santo; pero, acto seguido, el Señor les declaró la consoladora promesa de “y estará en [o “dentro de”] vosotros”.

En 1 Corintios 3:16 y 17, el Apóstol Pablo escribió a los discípulos de Corinto, de aquel entonces, y hoy:

16 ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?

17 Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.

En Apocalipsis 18:2, se habla acerca de la “Gran Babilonia”, que ésta ha caído “y se ha hecho habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible”. Así, todo ser humano, hoy, bien puede ser templo o habitación para Dios, el Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad o, por el contrario, templo o habitación de demonios, de espíritus malos.

Ahora, la pregunta sería: “¿Quieres el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, o quieres el espíritu de error, un demonio, un espíritu malo e inmundo? Todos nacemos y vivimos, en mayor o menor proporción, endemoniados. Si, algunos nacen en hogares cristianos, consagrados; en tales casos, los hijos son santificados por causa de la fe y vidas rectas de sus padres, ellos son una fuerte influencia para sus hijos; quienes, por su entendimiento de la voluntad de Dios, cuidan que sus hijos no sean influenciados por demonios a través -por ejemplo- la televisión, la música mundana, la moda inmoral que cada vez impera sin conciencia en nuestro mundo de hoy, las riñas, y el pecado en sus diversas formas. El Apóstol Pablo dijo algo al respecto:

14 Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer [creyente], y la mujer incrédula en el marido [creyente]; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos.

1 Corintios 7:14

Y, en Efesios 2:1-3, el mismo apóstol nos dice:

1  Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,

2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia,

3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.

Sí, ésta es la condición de un incrédulo al Evangelio de Jesucristo, de uno que no tiene el Espíritu Santo o Espíritu de Verdad: Muertos en delitos y pecados, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia; en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y son, por naturaleza, “hijos de ira”.

Pero, cuando venimos al conocimiento del Evangelio o Buena Nueva o Mensaje de Dios, juntamente con la justificación concedida por razón de nuestra fe o confianza en la obra vicaria de nuestro bendito Señor Jesús (Él recibió el juicio que merecíamos en nuestro lugar, en la cruz); y, por Su causa, Dios nos da el Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad. Leamos la instrucción que el Apóstol Pablo da a los efesios para recibir la promesa del Espíritu Santo:

3 Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan.

4 Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo.

5 Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.

6 Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban.

Hechos 19:3-6

En su libro Una Exposición de las Edades de la Iglesia, sección La Revelación de Jesucristo, el Hermano Branham dice lo siguiente:

74 Allí está. Esta buena gente de Éfeso había oído de un Mesías venidero, Juan se lo había predicado. Ellos fueron bautizados en el bautismo del arrepentimiento para remisión de pecados, mirando hacia ADELANTE, hacia la creencia en Jesús. Pero ahora era tiempo de mirar para ATRAS hacia Jesús, y ser bautizados para PERDON de los pecados. Era tiempo de recibir el Espíritu Santo. Y cuando fueron bautizados en el Nombre del Señor Jesucristo, Pablo impuso sus manos sobre ellos y el Espíritu Santo cayó sobre ellos.

Sí, cada vez que un creyente fue bautizado en el nombre del Señor Jesús o Jesucristo (la forma compuesta de Jesús y [el] Cristo), éste recibió el Espíritu Santo. Seguidamente, dos ejemplos cuando, por creer en el nombre del Señor Jesús (Juan 7:39), el Espíritu Santo cayó sobre los creyentes:

14 Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan;

15 los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo;

16 porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús.

17 Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo.

Hechos 8:14-17

43 De éste [el Cristo, Jesús] dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.

44 Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso.

45 Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo.

Hechos 10:43-45

Y aquí, en el pasaje de Hechos 19:1-7, sucedió lo mismo, conforme a la instrucción que, por boca del Apóstol Pedro, se dio aquel Día de Pentecostés, en Hechos 2:38-39:

38 Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.

39 Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.

¿Pero, por qué el Espíritu Santo es dado por la fe en Jesucristo y, precisamente, tras ser bautizado o sumergido en las aguas invocando el nombre del Señor Jesús o Jesucristo? Romanos 6:3-4 nos lo declara:

3 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?

4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.

El apóstol nos dice que, cuando somos  bautizados en el nombre del Señor Jesús, estamos declarando que hemos participado de Su muerte, sepultura y resurrección; que, cuando Él fue a la cruz, Él lo hizo por nosotros; por consiguiente, y a los ojos de Dios, el Juez, nosotros fuimos los que estuvimos allí, crucificados, siendo juzgados por nuestros delitos y pecados; y, con esta misma regla de representación y deducción que, cuando Él resucitó, Él resucitó para nuestra justificación (Romanos 4:25), para ser declarados justos; y, en consecuencia, siendo que no hay mancha ni culpa alguna en nosotros, por razón de la obra vicaria del bendito Señor Jesús en nuestro lugar, el Espíritu Santo viene a morar en nosotros; el Espíritu Santo –ahora- morando en hombres y mujeres santos, santificados por Su sangre (1 Corintios 6:11; Hebreos 10:14).

Oh, alguno dirá, y con algo de acierto, que solo basta en creer en el Señor Jesús, y eso es correcto; pero, por un lado, el bautismo es uno de los tres mandamientos que, a manera de rituales, nos han sido encomendados para obedecerlos (el bautismo, la cena del Señor y el lavamiento de pies); y, por otro lado, cuando somos bautizados –sencillamente- estamos confesando, con esta práctica, que –justamente- estamos creyendo en el nombre de Jesús.

Si tú has sido bautizado en el nombre de los títulos o atributos de Dios de “Padre, Hijo y Espíritu Santo”, tú no estás confesando que Jesús murió, fue sepultado y resucitó por ti; y, si tú eres católico, peor; porque, según la doctrina católica, uno tiene que ser bautizado aun desde un bebé o niño, práctica que no se condice con la práctica y doctrina apostólica o días de la Iglesia primitiva; porque, si el Apóstol Pedro ordenó arrepentimiento antes de ser bautizado, en Hechos 2, está claro que él nunca se dirigió a bebés o niños quienes, por su condición inocente, aún no tienen conciencia de lo que es pecado o error en conducta o doctrina. Yo te animo a renegar de todo lo que es anti-Escritural o anti-Bíblico y, en fe sencilla y creyendo el nombre de Jesús (Jesús en el idioma hebreo se escribe y pronuncia como Yeshúa que, traducido, significa Yehováh yoshía o Yehováh salva, según la versión hebrea de Mateo 1:21), pide a tu sacerdote, anciano o pastor, misionero, evangelista o a un sencillo hermano en la fe, que te vuelva a bautizar; pero, ahora, invocando durante este bautismo el nombre que es sobre TODO nombre que se nombra (Filipenses 2:9; Efesios 1:21), sea en la tierra o en el cielo, el nombre de Jesús o, si lo crees con todo tu corazón, en el nombre de Yeshúa, en el idioma hebreo. Y luego, pide a los ancianos o el hermano que te bautizó, que ore por ti imponiendo manos para recibir el Espíritu Santo; o, por último, ora tú mismo, como principal interesado, para recibir la promesa del Espíritu Santo.

13 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

Lucas 11:13

39 Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.

Hechos 2:39

Sí, nosotros los gentiles estábamos lejos (Efesios 2:13 y 17); pero, por Su gracia, Él nos llamó e hizo cercanos ante Yehováh Dios en Cristo Jesús o Yeshúa [el] Cristo, el Mesías, el Ungido. Y, la manera que Él manifiesta Su proximidad a nosotros, es habitando dentro de nosotros en la forma del bendito Espíritu Santo, que no es otro que Jehová o Yehováh mismo, el Espíritu de Yehováh (Jueces 3.10; 1 Samuel 10.6; 2 Samuel 23.2; 1 Reyes 18.12; 2 Reyes 2.16; 2 Crónicas 18.23; Isaías 11.2; Ezequiel 11.5; y Miqueas 2.7. ¡Aleluya!

Y te aseguro que tu vida será distinta a los dictados de este mundo pecaminoso, distinta a los dictados de la iglesia apóstata de hoy, pero agradable para Dios, creyendo y viviendo Su Palabra, hasta que Él nos llame a Su bendita Presencia.

La gracia de Jesucristo [Yeshúa Ha Mashía] sea con todos ustedes. Amén.