miércoles, 17 de noviembre de 2021

NO EN PASIÓN DE CONCUPISCENCIA


          4 que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor;

5 no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios;

1 Tesalonicenses 4:4-5

C

uando el apóstol Pablo llevó el evangelio o “buena nueva” a (lo que hoy es) Asia Menor y Europa, él sabía que las gentes que habitaban esas regiones habían degradado el uso de su sexualidad al punto de practicar actos contra natura; y, en ese contexto, él exhorta o anima a los santos o creyentes de la iglesia que estaba en Tesalónica (al norte de Grecia) a, en sus relaciones como esposos, actuar con santidad y honor; y no como cuando, antes de venir al conocimiento del evangelio de Jesucristo, practicaban toda forma de perversión sexual; entre los cuales, estaba el sexo contra natura, tanto entre hombres como entre mujeres.

En su carta a los Romanos, el mismo apóstol reconoce esta práctica entre los romanos inconversos:

26 Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza,

27 y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron [exitaron] en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío.

Romanos 1:26-27

En efecto, quienes practican esta perversión del sexo están propensos a contraer enfermedades y daños irreversibles que hoy son conocidos y reconocidos por la ciencia médica, específicamente por contraer sexo contra natura; uno de éstos, el VIH, común en la comunidad gay; y, porque esta perversión se ha tornado compleja en su manifestación, con innumerables formas que el hombre sensual ha hurgado con el objeto de satisfacer una pasión o adicción al sexo,  esto está desencadenando numerosas formas de enfermedad venéreas y daños a las partes comprometidas en actos perversos.

El consejo del apóstol a “tener su propia esposa en santidad y honor; no en pasión de concupiscencia (deseos perversos)” fue pertinente en tiempos del apóstol; cuando, aun cuando tales creyentes eran tenedores de fe para creer en vivir santos (apartados del pecado), por causa de la debilidad podían ceder a estas prácticas; y, al final, recibir en ellos mismos la retribución debida a ese extravío, lo que el apóstol quería evitarles.

El evangelio de Jesucristo ha logrado esta posibilidad factible o palpable en el creyente de ayer y hoy, debido a la obra del Espíritu Santo en lo hondo del ser humano para, haciéndonos reconocer nuestras debilidades, motivarnos en fe para optar por las herramientas que Dios da para vivir por encima del pecado; y, entre estas herramientas, juntamente con la fe que –desde ya- es un don o regalo de Dios, que nos ayuda creer Su consejo y demás Palabra revelada (doctrina, exhortación y reprensión, profecía, etc.), Él nos da de Su Espíritu, Su Presencia para morar dentro de nosotros; para, desde adentro, ayudarnos a lidiar con los perversos apetitos de nuestra carne; hasta que, en la medida que nos ejercitamos en Su santidad, esto nos irá ayudando a optar –en adelante- por la manera de vivir que Él espera de nosotros: SANTOS.

19 Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia.

20 Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia.

21 ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte.

22 Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.

23 Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

Romanos 6:19-23

 

2 Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús;

3 pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación;

1 Tesalonicenses 4:2-3

¡Paz!