martes, 14 de diciembre de 2021

UN NIÑO NOS ES NACIDO...

 


6 Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. 7 Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.

Isaías 9:6-7

 

P

róximos a la celebración del nacimiento del Señor de gloria, Jesucristo, conviene nos informemos más acerca del significado e importancia de Su nacimiento que, de esta manera, esta celebración sea realmente una fiesta, una algarabía santa, como “la consolación de Israel” (Lucas 2:25); y, tanto así que, realmente, santifique nuestras almas, apartándonos de todo aquello que no lo reconoce como Tal, de todo vestigio de mundanalidad; porque, con Su nacimiento, nos fue provisto salvación de nuestras iniquidades, de nuestros pecados y transgresiones.

En principio, recordemos que TODOS somos pecadores; y esto, sencillamente lo podemos constatar o reconocer por el solo hecho de que, día a día, pecamos; de alguna manera, sea de forma solapada o evidente y hasta escandalosamente, TODOS PECAMOS; siendo conviene entender el significado de pecado; que, y no con el ánimo de juzgar y condenar a nadie, nadie se sienta mal cuando es reprendido –por otro- en su pecado. En efecto, cuando, por ejemplo, condenamos las prácticas homosexuales como pecado; al rato vemos cómo, estas personas o colectivo de personas que practican tales prácticas (en tanto han elaborado argumento para justificar tales actos como “naturales” o “normales”), estos protestan, reniegan de este juicio y, tras defender tales prácticas perversas, proceden a juzgarnos, a quienes juzgamos y condenamos tales prácticas como pecaminosas, de anticuados, prejuiciosos, retrógrados, incultos, intolerantes, etc. Pero, cuando ellos vean –por sí mismos, en las Escrituras-, que esto es pecado; entonces, pueda que allí ellos sean convencidos de pecado; que, lo que están haciendo está mal a los ojos de Dios.

Pero, ¿qué es pecado?

La palabra pecado proviene de la raíz hebrea kjatá que significa “errar”; y que, cuando Dios dio Su ley o instrucción a Su pueblo, Israel, esto tuvo por objeto declarar todo lo que, a los ojos santos de Dios, es pecaminoso (Gálatas 3:19; Romanos 3:20); y que, con este conocimiento, el pueblo se esforzara en obrar justicia o rectitud, no pecando, no errando, no voluntariamente.

Cuando Jesús cumplía ocho días de nacido, conforme a la ley, Él fue llevado al templo para ser dedicado; y, estando allí, Simeón, un justo, lo tomó entre sus brazos y dijo a Dios:

 

29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,

Conforme a tu palabra;

30 Porque han visto mis ojos tu salvación,

31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;

32 Luz para revelación a los gentiles,

Y gloria de tu pueblo Israel.

Lucas 2:29-32

 

En efecto, cuando el Señor fue concebido en el vientre de María, Su madre (ella fue madre del cuerpo con que Yehováh Dios se vistió y llegó a ser Hombre; pero, en ninguna manera, fue madre de Dios, como la iglesia romana lo enseña), le fue dicho a ella que el nombre del concebido sería Jesús. Para nosotros, los de habla hispana, no parece tener ningún sentido o significado este nombre; y, cuando usamos este nombre para nombrar –por ejemplo- a nuestros hijos, lo hacemos –quizá- en honor a Quién, 2000 años atrás, llevó este nombre; o, porque –sencillamente- nos parece un nombre “bonito” o “agradable” al nombrarlo para poner a nuestros hijos; pero, en días de este bendito acontecimiento (y aún hoy es habitual entre los judíos o hebreos), en un pueblo de habla o idioma hebreo, el nombre que se le puso al Señor de gloria fue y es Yeshúa; que, traducido, significa “Yehováh yoshía” ó “Yehováh salva”; así, cuando todos llamaban a Jesús por Su nombre hebreo, Yeshúa, todos entendían que este nombre daba a entender que la salvación es de Yehováh (Jehová en la versión de la Biblia RV 1960). En definitiva, el nombre de Yeshúa daba testimonio o testificaba, declaraba o proclamaba que Yehováh era el Salvador, así como lo hallamos en varios versículos de la profecía según Isaías:

 

He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí. (Isaías 12:2)

No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor. (Isaías 41:14)

Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador; a Egipto he dado por tu rescate, a Etiopía y a Seba por ti. (Isaías 43:3)

Así dice Jehová, Redentor vuestro, el Santo de Israel: Por vosotros envié a Babilonia, e hice descender como fugitivos a todos ellos, aun a los caldeos en las naves de que se gloriaban. (Isaías 43:14)

Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios. (Isaías 44:6)

Así dice Jehová, tu Redentor, que te formó desde el vientre: Yo Jehová, que lo hago todo, que extiendo solo los cielos, que extiendo la tierra por mí mismo; (Isaías 44:24)

Israel será salvo en Jehová con salvación eterna; no os avergonzaréis ni os afrentaréis, por todos los siglos. (Isaías 45:17)

Proclamad, y hacedlos acercarse, y entren todos en consulta; ¿quién hizo oír esto desde el principio, y lo tiene dicho desde entonces, sino yo Jehová? Y no hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí. (Isaías 45:21)

Nuestro Redentor, Jehová de los ejércitos es su nombre, el Santo de Israel. (Isaías 47:4)

Y a los que te despojaron haré comer sus propias carnes, y con su sangre serán embriagados como con vino; y conocerá todo hombre que yo Jehová soy Salvador tuyo y Redentor tuyo, el Fuerte de Jacob. (Isaías 49:26)

Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová. (Isaías 54:17)

Y mamarás la leche de las naciones, el pecho de los reyes mamarás; y conocerás que yo Jehová soy el Salvador tuyo y Redentor tuyo, el Fuerte de Jacob. (Isaías 60:16)

 

Todos leemos en el evangelio según Mateo, capítulo 1 y versículo 21, de la Biblia revisión RV1960, cómo el ángel instruyó a José a llamar el nombre del Salvador, próximo a nacer, como “Jesús”:

 

Y [María] dará a luz un niño, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.

 

Sin embargo, cuando leemos la versión hebrea en que originalmente fue escrito este evangelio, la parte final de este versículo se lee:

 

“… porque él [JESÚS] salvará a mi [Yehováh] pueblo de sus iniquidades.”

 

En el Antiguo Testamento hay ocasiones en que Yehováh Dios habla, aparentemente, a través de Su ángel o mensajero; pero, momentos después, reconocemos que este ángel es Yehováh mismo; y que la apariencia humana que Él usó para comunicarse, es lo que los estudiosos llaman teofanía o manifestación de Dios a través de un cuerpo humano; por lo que, muy probablemente, el ángel o mensajero que apareció en sueños a José no fue otro sino Dios mismo, Yehováh mismo; y que esta afirmación se desprende de cómo el ángel dice: “mi pueblo”, y no “su pueblo”, como lo leemos en la RV1960; lo que, en definitiva, demuestra que el Salvador es Yehováh (es más, el nombre “Yeshúa” lo declara), y que Él usó de este Niño por nacer para cumplir con este vital propósito de salvarnos de nuestras iniquidades, transgresiones o pecados.

El misterio, como el apóstol lo reconoce en Colosenses 2:2: “el misterio de Dios el Padre, y de Cristo”, se esclarece cuando leemos la versión de Juan 1:1-14; pero, cuando leemos la versión no modificaba o alterada –especialmente- del versículo 1 de esta porción; porque, cuando leemos el versículo 1 según la RV1960, éste se lee así:

 

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

 

Pero, cuando lo leemos en la versión del manuscrito hebreo, tal como ha sido preservada hasta nuestros tiempos, éste se lee así:

 

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y Dios era el Verbo.

 

Miren, por favor, cómo la última parte de este versículo cambia en la versión RV1960; porque, en el manuscrito en hebreo el orden final es: “y Dios era el Verbo”; mientras que, en la RV1960, el orden está alterado; el predicado de la segunda parte, que es “Dios”, debería iniciar la última parte de este versículo 1, porque así parece ser la técnica que usó el apóstol; y que, tal como está en la versión RV1960, es lo que permite a los “Testigos de Jehová” para afirmar, y mal usando la RV1960, para concluir que el Verbo es un dios (con minúsculas), y no Dios mismo, Yehováh, la misma y única Persona todo el tiempo.

Y que, cuando llegamos al versículo 14, donde se dice “Y aquel Verbo fue hecho carne”; siendo que, según el manuscrito hebreo, Dios es el Verbo o Palabra; sustituyendo Verbo por Dios, bien podemos concluir que este versículo 14 nos está declarando que Dios mismo, Yehováh mismo fue hecho carne, y no otro; motivo por lo cual, en Mateo 1:23, Su nombre, Yeshúa o Yehováh yoshía o Yehováh salva, se traduce también “Emanuel”, “Dios con nosotros.”

Pero, ¿cómo es posible que este Niño pudiera salvarnos de nuestras iniquidades?

En el Salmo 51, versículo 5, el rey David, luego que su pecado le fue descubierto, dijo lo siguiente:

 

He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.

 

Él reconoció que, cuando fue concebido en el vientre de su madre, y allí fue formado hasta que nació, que él era –por naturaleza- pecado o error; que, en tales condiciones, él jamás podría manifestar la gloria de Dios (Romanos 3:23); y que, por lo mismo, eso determinaría que, tras nacer, obraría pecado o error. Y, en la carta a los romanos, capítulo 5 y versículos 17 al 19, el apóstol declara que esta condición la heredamos desde Adán:

 

17 Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.

18 Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. 19 Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.

 

Sí, necesitábamos Alguien nacido de lo Alto, de Dios mismo y que, como el unigénito del Padre, pudiera ser capaz de salvarnos, y éste fue Jesús o Yeshúa; porque, a diferencia de David que reconocía su condición pecaminosa aún en el vientre de su madre, y de todo mortal desde Adán, según nos lo permite entender el apóstol Pablo en la cita anterior, Jesús no fue concebido ni formado en pecado y, cuando Él dio Su vida en sacrificio por todos nosotros, Él llegó a ser el Cordero de Dios que quitó el pecado del mundo (Juan 1:29 y 36).

Ahora, la interrogante que podría surgir sería: “¿Cómo puedes afirmar que Jesús fue concebido y formado sin pecado, y que Él no fue otro pecador como nosotros?

La respuesta es sencilla, por un lado porque así lo afirma la Biblia. Leamos:

 

Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.

Lucas 1:35

 

Y Él mismo, en una ocasión, respondió a los judíos: “¿quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Juan 8:46); y, por cuanto Él resucitó de entre los muertos, y la muerte ya no se enseñorea de Él (Romanos 6:9); esto es, Él ahora mismo está vivo, y vive por siempre (Hebreos 7:25), eso demostró que la muerte no tenía autoridad para retenerlo (Hechos 2:24), porque la paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23); demostrando, con Su resurrección y vida por siempre, que Él nunca pecó.

Entonces, cuando Jesús vino al mundo, tan pronto Él fue concebido y formado en el vientre de María y, nueve meses después, nació, Él fue nuestro Cordero del sacrificio que, en fe, debemos llevar ante Yehováh Dios, nuestro Padre, por nuestros pecados, transgresiones y toda injusticia que hayamos cometido. ¿Ven lo especial de este nacimiento, natividad o navidad? Y que, por lo mismo es que el ángel, en Lucas 2:8-20, dijo a los pastores:

 

No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: 11 que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.

Lucas 2:10-11

 

Es interesante reconocer que, todos nosotros, tenemos por costumbre celebrar nuestro cumpleaños; que yo sepa, no es común que celebremos nuestro nacimiento, sino nuestro cumpleaños; como si, con ello, estuviéramos declarando, y con un evidente sentido de angustia, que hemos llegado a esa “meta” de cumplir un año más de vida; y, con relativa y hasta incierta esperanza, vuelta nos deseamos “un año más de vida”, como temiendo a la muerte; pero, en el caso de nuestro bendito Señor Jesús no es así, no tanto celebramos un año más de vida; que, si esto fuera así, tendríamos la necesidad de colocar unas 2021 velitas sobre una inmensa torta de cumpleaños; pero, cuando celebramos Su navidad, natividad o nacimiento, si lo pueden reconocer estamos celebrando la algarabía, gozo, júbilo y alborozo que nos causa que Él, una noche oscura (aunque no necesariamente del mes de diciembre), resplandeció con Su nacimiento para declararnos Su salvación en marcha, en camino; y que, 30 años después, esto se materializó cuando ofrendó Su propia vida, el justo por los injustos; para, de esta manera, llevarnos a Dios, a Yehováh Dios, contra Quién habíamos pecado; por cuanto, cuando Él llevó nuestros pecados sobre Sus benditos hombros (esto es, se hizo responsable por ello), eso nos limpió de nuestros pecados, estableciendo paz por causa de la sangre de Su cruz. ¡Bendito y alabado seas Tú, oh Yeshúa, Yehováh dándonos salvación mediante Su carne! ¡Aleluya!

 

Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad.

1 Corintios 5:8

 

¡Feliz Navidad, y una próspera eternidad, en Cristo Yeshúa! ¡Amén!