3 Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. 4 Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; 5 y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo:
Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor,
Ni desmayes cuando eres reprendido por él;
6 Porque el Señor al que ama, disciplina,
Y azota a todo el que recibe por hijo.
7 Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a
hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? 8 Pero si se os deja sin
disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y
no hijos. 9 Por otra parte, tuvimos a
nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué
no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? 10 Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban
como a ellos les parecía, pero este para lo que nos es provechoso, para que
participemos de su santidad. 11 Es verdad que
ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero
después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.
Hebreos 12:3-11
Hoy es Día del Padre; y, como todos los años, tan igual como con el Día de
la Madre, los medios publicitarios solo hacen énfasis en aquello que, fundamentalmente,
estimula el consumismo; para, entre otras cosas, hacer de este día un día
comercial; aun si se intentan resaltar las virtudes –en esta oportunidad- del
padre, para el reconocimiento que este día festivo debería darle con toda
justicia.
En esta cita bíblica, el apóstol Pablo hace el énfasis en la disciplina (lo que implica instrucción y
corrección); y, cuando se trata de la disciplina que deberíamos estar
impartiendo nosotros –como padres- a nuestros hijos, el apóstol hace esta realista
aseveración: “Y aquellos [se refiere a los padres], ciertamente por pocos días
nos disciplinaban como a ellos les parecía…” (v. 10); para, de nuestra parte,
reconocer que –ciertamente- disciplinamos a nuestros hijos como nos parece,
según nuestro parecer o la mejor instrucción que hayamos recibido a lo largo de
los años, de nuestra natural formación. ¿Recuerda usted aquello de “¡Yo educo a
mis hijos como a mí me parece!”? Es común oírlo entre las gentes, entre los
padres y madres. Sin embargo, porque los hijos son el fruto de nuestro mejor o
peor accionar como padres, de nuestros aciertos o desaciertos, debemos
reconocer –por ellos, nuestros hijos- si realmente hemos obrado correcta o
incorrectamente en nuestro importante rol como padres.
En una sociedad que nos alarma reconocer una juventud totalmente
desorientada, sin un norte inteligente a seguir, sin instrucción para la vida;
y, lo que es dramáticamente peor, muchos de ellos involucrados en vicios y la
delincuencia; solo nos queda aceptar, por ello, que muchos de nosotros los
padres no hemos obrado correctamente como padres (y lo mismo las madres); y
que, reconociéndolo humildemente, bien haríamos en buscar ayuda para ser buenos
y excelentes padres; porque, en la medida que lo seamos, igualmente dejaremos
un legado de buenos y excelentes hijos.
El Señor Yeshúa (Jesús en hebreo) dijo: “… la sabiduría se justifica por
sus hijos.” (Mateo 11:19)
Cierto, no hay una escuela o institución que, con mediana u óptima cordura,
capacite a los padres en tan importante oficio; porque, y como bien reza el
dicho: “De tal palo, tal astilla”; precisamos ser tal de buenos padres que, en
consecuencia, esperemos ver –igualmente- buenos a nuestros hijos; y, como
quiera que Dios ha determinado que esta capacitación, esta responsabilidad se
de al interior de nuestros hogares, entre padres e hijos; en la medida que
vayamos prosperando en sabiduría para, a nuestra vez, dejar este legado de
sabiduría en nuestros hijos, el Proverbios capítulo 4 nos confronta con la
responsable postura de un padre para con sus hijos. Leamos:
1 Oíd, hijos,
la enseñanza de un padre,
Y estad atentos, para que conozcáis cordura.
2 Porque os doy
buena enseñanza;
No desamparéis mi ley.
3 Porque yo
también fui hijo de mi padre,
Delicado y único delante de mi madre.
4 Y él me
enseñaba, y me decía:
Retenga tu corazón mis razones,
Guarda mis mandamientos, y vivirás.
5 Adquiere
sabiduría, adquiere inteligencia;
No te olvides ni te apartes de las razones de
mi boca;
6 No la dejes,
y ella te guardará;
Ámala, y te conservará.
7 Sabiduría
ante todo; adquiere sabiduría;
Y sobre todas tus posesiones adquiere
inteligencia.
8 Engrandécela,
y ella te engrandecerá;
Ella te honrará, cuando tú la hayas abrazado.
9 Adorno de
gracia dará a tu cabeza;
Corona de hermosura te entregará.
10 Oye, hijo
mío, y recibe mis razones,
Y se te multiplicarán años de vida.
11 Por el camino
de la sabiduría te he encaminado,
Y por veredas derechas te he hecho andar.
12 Cuando
anduvieres, no se estrecharán tus pasos,
Y si corrieres, no tropezarás.
13 Retén el
consejo, no lo dejes;
Guárdalo, porque eso es tu vida.
14 No entres por
la vereda de los impíos,
Ni vayas por el camino de los malos.
15 Déjala, no
pases por ella;
Apártate de ella, pasa.
16 Porque no
duermen ellos si no han hecho mal,
Y pierden el sueño si no han hecho caer a
alguno.
17 Porque comen
pan de maldad, y beben vino de robos;
18 Mas la senda
de los justos es como la luz de la aurora,
Que va en aumento hasta que el día es
perfecto.
19 El camino de
los impíos es como la oscuridad;
No saben en qué tropiezan.
20 Hijo mío,
está atento a mis palabras;
Inclina tu oído a mis razones.
21 No se aparten
de tus ojos;
Guárdalas en medio de tu corazón;
22 Porque son
vida a los que las hallan,
Y medicina a todo su cuerpo.
23 Sobre toda
cosa guardada, guarda tu corazón;
Porque de él mana la vida.
24 Aparta de ti
la perversidad de la boca,
Y aleja de ti la iniquidad de los labios.
25 Tus ojos
miren lo recto,
Y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes
delante.
26 Examina la
senda de tus pies,
Y todos tus caminos sean rectos.
27 No te desvíes
a la derecha ni a la izquierda;
Aparta tu pie del mal.
Naturalmente, aquí se dice de la dirección de un padre que conoce a Dios,
no uno que lo ignora; pero uno que, conociendo a Dios, luego aplica el mismo proceder
de Dios para con nosotros para, ahora, de nuestra parte aplicarlo con nuestros
hijos; porque, como bien lo leemos en esta porción bíblica de Hebreos 12,
Yehováh Dios es el Padre de los espíritus, Él trata con nuestros espíritus (con
nuestro ser interior); para, desde allí, ir formando el carácter noble y justo
que Él espera en todos nosotros. Así, si usted, padre, no tiene la gracia de
ser un padre exitoso (lo puede constatar por el fruto de sus hijos); y, como
bien reza la cita bíblica de inicios de este artículo, disciplina a sus hijos
como a usted le parece (y eso pueda que sea correcto o no), le animo a invocar
a Yehováh Dios, al Padre de los espíritus; Quién, amorosamente, responderá al
clamor de todo el que lo invoque (Jeremías 33:3); y, como Su más vital promesa
y don de vida, reclame y ansíe la promesa de Su bendito Espíritu Santo; que,
como bien lo dijo el Señor Yeshúa, nos guiará a toda verdad (Juan 16:13), para
vidas fructíferas, y que glorifiquen y bendigan Su nombre.
Hoy tenemos en casa toda suerte de padres y madres sustitutos en los
programas de televisión; donde, por lo general, se imparten temas vanos;
¿divertidos? Oh, sí, pero vanos, intrascendentes; y, luego, no nos cause
admiración por qué nuestros hijos viven vidas igualmente vanas, copia de o que
ven en la televisión; y, por último, a través del Smartphone, del internet e
innumerables aplicativos; y, muchos de estos, impartiendo violencia; y, luego,
nos preguntamos ¡¿por qué hay bullying en los colegios?! ¡Por qué de conductas
sexuales pervertidas, a causa de la pornografía al alcance de adolescentes,
jóvenes y aún mayores de edad!
Es tal la irresponsabilidad de muchos padres que, desentendidos de sus
hijos; porque, claro, es más importante el partido de fulbito con los amigotes
y, después, las reuniones donde se consume tiempo libando licor; y, casi
siempre, mal gastando el poco dinero que se gana en el trabajo; cuando,
nuestros hijos anhelan mayor tiempo interactuando con sus padres, cruzando
información, recibiendo consejo; y, por lo mismo, por esta desatención luego
los hijos optan por salir a la calle; donde, por lo general, se involucran con
otros amigos igualmente desorientados; y, al rato, ya los vemos incursionando
en el cigarrillo, el licor y las drogas; y, luego, nos preguntamos ¡¿por qué
estos reveses de la vida?!
Saben, las Escrituras nos advierten que el mundo entero está bajo o
gobernado por satanás (1 Juan 5:19); que, si realmente lo creyéramos, nos
esforzaríamos por redoblar nuestro cuidado por nuestros hijos y, como en mi
caso, aún de nuestros nietos. No debemos ser indiferentes, sino interesados por
la formación cada vez más integral de nuestros hijos y nietos; cuidando que,
cada área mental, emocional y espiritual estén debidamente atendidos. ¿Se necesita
ser sabios para cumplir con este importante rol de padres? Sí; y, ¿qué hay si
no lo soy? Podemos recurrir a aquellos padres que, siéndolos, comprobamos su
éxito con hijos igualmente sabios e inteligentes, preparados para una vida cada
vez más difícil y peligrosa; donde, el pecado (errar al blanco) es causa de decepción, desaliento y amargura. Podemos,
fundamentalmente, recurrir a Yehováh, el Padre de los espíritus; Quién, como lo
hizo con Salomón (2 Crónicas 1:7-12), nos dará sabiduría para ser padres y
madres competentes en un mundo inclinado al pecado y sus consecuencias.
5 Y si alguno de vosotros tiene falta de
sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y
le será dada. 6 Pero pida con fe, no
dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es
arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. 7 No piense, pues, quien tal haga, que
recibirá cosa alguna del Señor. 8 El hombre de doble ánimo
es inconstante en todos sus caminos.
Santiago 1:5-8
¡Feliz día, papá!