viernes, 10 de mayo de 2024

DIOS ES, Y SIEMPRE FUE UNA SOLA PERSONA, NO UNA TRINIDAD DE PERSONAS


E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:

Dios fue manifestado en carne,

Justificado en el Espíritu,

Visto de los ángeles,

Predicado a los gentiles,

Creído en el mundo,

Recibido arriba en gloria.

1 Timoteo 3.16

E

n esta porción de la primera carta del apóstol Pablo a Timoteo, el apóstol, refiriéndose a Dios, declara que Él fue manifestado en carne, y esto concuerda con lo que el evangelista Juan registró en su Evangelio, en Juan 1.14:

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.

Comúnmente, cuando se lee el contexto en que esta cita bíblica está, se entiende que aquí se dice de, por lo menos, dos personas divinas: Dios, el Padre, y el Verbo Quien, comúnmente, sería el Hijo, Jesús. Pero, cuando leemos lo más quietamente esta porción, lo que sería la introducción a este Evangelio (entre los versículos 1 y 18), lo que el evangelista comparte aquí es una síntesis de cómo, el Dios que creó los cielos y la tierra (porque él se remonta al “principio” cuando, como lo leemos en Génesis 1.1, comenzó la creación de nuestro universo), y de cómo Él hizo este universo mediante Su Palabra; que es, justamente, lo que el apóstol Pablo también reconoce en Hebreos 11.3:

Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.

El problema se presenta cuando, por un lado, la expresión “Verbo” que aquí, y también en el libro del Apocalipsis, se lee, no es la traducción correcta de lo que el evangelista Juan redactó originalmente. Este Evangelio fue escrito -originalmente- en el idioma griego y, allí, la expresión que se usa es “Logos” que, traducido, más comúnmente se debió traducir como “Palabra”, y no “Verbo” como aparece en la mayoría de las versiones y revisiones de la Biblia en el español. ¿Por qué esta inexactitud? Algunos teólogos aducen que, porque la Palabra de Dios es activa que, como tal, bien podríamos considerarla como Verbo que, como todo verbo, implica acción. Consideremos que, para cuando se procedió a la traducción del Nuevo Testamento, del griego al español y otras lenguas, muchos teólogos estaban imbuidos de conceptos filosóficos; y que hoy, justamente, es una de las ciencias con que la mayoría o totalidad de ministros son envenenados, con filosofía cuando, en Colosenses 2.8, el apóstol nos previene para no ser engañados por medio de filosofías y huecas sutilezas; y, hasta donde sabemos, muchos de los mal llamados “Padres de la Iglesia”, como Agustín de Hipona, lo que hicieron fue contaminar la fe y las iglesias conforme el apóstol lo había ya profetizado en Hechos 20.29-30; porque, contrarios a la advertencia del apóstol, usando de filosofía, y no buscando a Dios en oración, ruego y súplica para entender perfectamente el Evangelio, fallaron para ir fundamentando, desde entonces, doctrinas de demonios, como el apóstol lo profetizó sucedería.

Por otro lado, debemos entender que, cuando se tradujo el Evangelio de Juan al español y otras lenguas, los teólogos de entonces (por lo menos la mayoría) fueron tan impiadosos que cambiaron el orden de la última parte del primer versículo para, de esta manera, permitirse que éste sostuviera una doctrina de la trinidad inexistente, espuria, blasfema y herética. El versículo 1.1 se lee así en nuestras biblias de la Reina Valera 1960:

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

Pero, cuando lo leemos en el original griego, allí el orden de la última o tercera frase es distinto:

Y Dios era el Verbo (Palabra).

Así, y cuando leemos el v. 14, donde se declara que el Verbo fue hecho carne, justamente lo que el apóstol enseñó en 1 Timoteo 3.16; para entender Quién es este “Verbo” a Quién el evangelista se refiere, nos bastaría con -sencillamente- irnos y leer bien el primer versículo de Juan 1, pero tal y como éste fue escrito en el griego, en ese orden, para entender que “Dios era el Verbo” o, más claramente, “Dios era la Palabra”. Así, cuando los teólogos fuerzan al lector para entender que, cuando se dice en este primer versículo “y el Verbo (Palabra) era con Dios”, que esa frase nos estaría indicando la existencia de -por lo menos- dos personas de una divinidad; con la última o tercera frase de este primer versículo esa idea quedaría insostenible porque, como lo leemos en el orden en que está en la fiel traducción del griego original, “Dios era la Palabra” y, si reemplazamos este entendimiento en la segunda porción de este versículo, entenderíamos con total claridad que, allí, no se está indicando la existencia de -por lo menos- dos personas, a saber: el Hijo y el Padre; sino, únicamente, que el Verbo o Palabra, que era Dios (según la última parte de este primer versículo, en el orden en que aparece en el griego original), era o estaba con Dios.

¿Por qué este cambio en nuestras traducciones al español? No lo sé con exactitud pero, habida cuenta que desde la partida del apóstol Pablo entraron en la iglesia lobos rapaces y, aún de entre el pueblo, se levantaron hombres que han hablado perversidades (y eso está sucediendo -inclusive- hoy mismo, en muchísimas iglesias con espíritu nicolaíta, donde el hombre es el que las gobierna, y no Dios), los piadosos seguramente cuidaron porque estos malos ministros no corrompieran la fe y la sana doctrina de un remanente que, por gracia de Yehováh Dios, hoy se mantiene en pie, esperando el retorno del Señor Jesús o Yeshúa conforme lo prometió.

Así, cuando el evangelista Juan hace esta introducción en su Evangelio, él se remonta al “principio”, a Génesis 1.1, cuando el escriba escribió “En el principio creó Dios los cielos y la tierra.” Y que, conforme se dice en el Salmo 33.6-9 y 2 Pedro 3.5, que Dios consumó esta creación por Su Palabra (no Su verbo, eso nunca lo veremos en el Antiguo Testamento). Leamos:

Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos,

Y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca.

Él junta como montón las aguas del mar;

Él pone en depósitos los abismos.

Tema a Jehová toda la tierra;

Teman delante de él todos los habitantes del mundo.

Porque él dijo, y fue hecho;

Él mandó, y existió.

Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste,

Y, cuando llegamos al versículo 14, el evangelista -sencillamente- concluye y dice: “Y aquel Verbo [Palabra] fue hecho carne, y habitó [fijó tabernáculo] entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.

Sencillamente, el Dios que en el Antiguo Testamento acordó con Israel habitar entre ellos, en el lugar Santísimo del tabernáculo y, después, en el templo que Salomón edificó; en días de nuestro Señor Jesús, Él habitó en un cuerpo Humano que Él mismo hizo para, y como lo había dicho a José, desposado con María, ser llamado Emanuel que, traducido es “Dios con nosotros”. No una segunda persona de una trinidad pero, sencillamente, Dios, el mismo Yehováh de los Ejércitos Humanándose para, como el Cordero de Dios, obrar nuestra redención.

¿Es extraño que Yehováh Dios se manifieste como Hombre? No, porque, en días de Abraham, Él se manifestó como Hombre; y, tiempo después, en días de Moisés, también se manifestó como un Hombre aunque, en aquella ocasión, Moisés solo vio Sus espaldas. Pero, en días de nuestro Señor Jesús, Él se manifestó en carne aún desde Su concepción en el vientre de María; ¿por qué? Creo que se lo oí decir al Dr. R.C. Sproul que, de esta manera, Él, Yehováh Dios, se identificó plenamente con nosotros, con Su creación, haciéndose Hombre aún desde la concepción misma para, de principio a fin, ser el Cordero de Dios que, a semejanza de los corderos que se sacrificaban continuamente, todos los días a las 9 am y 3 pm y, en el Día de la Expiación o Yom Kippur, representarnos en Su calvario, muerte, sepultura y resurrección; y, ahora mismo, en gloria, en el Cielo, como fiel Sumo Sacerdote del pueblo de Dios, la Iglesia del Dios viviente.

El Hijo no existe en el Antiguo Testamento sino como profecía. Los teólogos trinitarios se esfuerzan por interpretar el misterio de la piedad (1 Timoteo 3.16) y, porque leen sin la unción debida del Espíritu Santo porque, sencillamente, no lo quieren, porque se creen capaces de entender a Dios sin Su ayuda, sin Su gracia, ellos fallan en esta doctrina como, también, en otras; por ejemplo, cuando enseñan mal acerca del bautismo en agua, enseñando un bautismo -igualmente- trinitario cuando, a lo largo del libro de Hechos, hay harto testimonio para reconocer que el bautismo en agua fue -siempre- en el nombre de Jesús, Señor Jesús o Jesucristo; y nunca, nunca en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

En Isaías 9.6, el profeta escribió inspirado:

Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.

Este Hijo que nació de María (Mateo 1, y Lucas 1), el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesús, es Dios Fuerte, y Padre Eterno; y que, si Él fue Padre Eterno, entonces siempre lo fue, Él estuvo en la eternidad como Padre, Yehováh Dios, nuestro Padre, no un Hijo lo que, como lo leemos, llegó a suceder tan pronto Él nació, el Hijo unigénito del Padre. ¿Otra persona? No, pero la misma y única persona en la Divinidad.

El hermano Branham, profeta y evangelista en los EEUUA, compartió este testimonio con un rabí judío, en su libro Una Exposición a las Siete Edades de la Iglesia, capítulo La Revelación de Jesucristo:

91 No hace mucho yo estaba hablando con un Rabí judío. Él me dijo: “Uds. los gentiles no pueden dividir a Dios en tres partes y dárselo así a un judío. Nosotros tenemos mejor conocimiento que eso”.

92 Le dije: “Rabí, esa es la cosa, nosotros no dividimos a Dios en tres partes. Ud. cree a los profetas, ¿verdad?”

Él dijo: “Seguro que sí”.

Le pregunté: “¿Cree Ud. Isaías 9:6?”

Respondió: “Sí”.

Pregunté: “¿De quién estaba hablando el profeta?”

Dijo: “Del Mesías”.

Dije: “¿Qué relación tendrá el Mesías con Dios?”

Él dijo: “Será Dios mismo”.

Dije: “Eso es correcto”. Amén.

Un judío sabe que, cuando el Mesías venga, será Yehováh Dios mismo, Humanado, y no otra persona, pero Él mismo Humanándose como en días de Abraham y Moisés; pero, en esta ocasión, cuando Dios les envíe a los dos profetas que profetizarán en Israel, dentro de muy poco (Apocalipsis 11), Él les reprenderá que Él ya había venido en días de Su primera visitación como Jesús o Yeshúa, y no le recibieron. El profeta escribió en Zacarías 12.10-11:

10 Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito. 11 En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén, como el llanto de Hadadrimón en el valle de Meguido. 

Aquí se está hablando de Yehováh, no de una segunda persona, pero de Yehováh mismo que, Humanándose, se dio a conocer a Israel como Hijo Unigénito y Primogénito; pero que, entonces, no le recibieron. Pero, felizmente, en el tiempo del fin, durante la Gran Tribulación, Él se dará a conocer a través de estos dos profetas de Apocalipsis 11 y, entonces, solo 144,000, el remanente elegido (restante o faltante por llamar, según Romanos 11) creerá el Evangelio (de una población actual cerca a los 10 millones de habitantes); y, después, vendrá el fin.