E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:
Dios fue manifestado en
carne,
Justificado en el
Espíritu,
Visto de los ángeles,
Predicado a los gentiles,
Creído en el mundo,
Recibido arriba en
gloria.
1 Timoteo 3.16
E |
n esta porción de la primera carta
del apóstol Pablo a Timoteo, el apóstol, refiriéndose a Dios, declara que Él
fue manifestado en carne, y esto concuerda con lo que el evangelista Juan
registró en su Evangelio, en Juan 1.14:
Y aquel Verbo fue hecho carne, y
habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre),
lleno de gracia y de verdad.
Comúnmente, cuando se lee el
contexto en que esta cita bíblica está, se entiende que aquí se dice de, por lo
menos, dos personas divinas: Dios, el Padre, y el Verbo Quien, comúnmente,
sería el Hijo, Jesús. Pero, cuando leemos lo más quietamente esta porción, lo
que sería la introducción a este Evangelio (entre los versículos 1 y 18), lo
que el evangelista comparte aquí es una síntesis de cómo, el Dios que creó los
cielos y la tierra (porque él se remonta al “principio” cuando, como lo leemos
en Génesis 1.1, comenzó la creación de nuestro universo), y de cómo Él hizo
este universo mediante Su Palabra; que es, justamente, lo que el apóstol Pablo
también reconoce en Hebreos 11.3:
Por la fe entendemos haber sido
constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve
fue hecho de lo que no se veía.
El problema se presenta cuando, por
un lado, la expresión “Verbo” que aquí, y también en el libro del Apocalipsis,
se lee, no es la traducción correcta de lo que el evangelista Juan redactó
originalmente. Este Evangelio fue escrito -originalmente- en el idioma griego
y, allí, la expresión que se usa es “Logos” que, traducido, más comúnmente se debió
traducir como “Palabra”, y no “Verbo” como aparece en la mayoría de las
versiones y revisiones de la Biblia en el español. ¿Por qué esta inexactitud?
Algunos teólogos aducen que, porque la Palabra de Dios es activa que, como tal,
bien podríamos considerarla como Verbo que, como todo verbo, implica acción.
Consideremos que, para cuando se procedió a la traducción del Nuevo Testamento,
del griego al español y otras lenguas, muchos teólogos estaban imbuidos de
conceptos filosóficos; y que hoy, justamente, es una de las ciencias con que la
mayoría o totalidad de ministros son envenenados, con filosofía cuando, en
Colosenses 2.8, el apóstol nos previene para no ser engañados por medio de
filosofías y huecas sutilezas; y, hasta donde sabemos, muchos de los mal
llamados “Padres de la Iglesia”, como Agustín de Hipona, lo que hicieron fue
contaminar la fe y las iglesias conforme el apóstol lo había ya profetizado en
Hechos 20.29-30; porque, contrarios a la advertencia del apóstol, usando de
filosofía, y no buscando a Dios en oración, ruego y súplica para entender
perfectamente el Evangelio, fallaron para ir fundamentando, desde entonces,
doctrinas de demonios, como el apóstol lo profetizó sucedería.
Por otro lado, debemos entender que,
cuando se tradujo el Evangelio de Juan al español y otras lenguas, los teólogos
de entonces (por lo menos la mayoría) fueron tan impiadosos que cambiaron el
orden de la última parte del primer versículo para, de esta manera, permitirse
que éste sostuviera una doctrina de la trinidad inexistente, espuria, blasfema
y herética. El versículo 1.1 se lee así en nuestras biblias de la Reina Valera
1960:
En el principio era el Verbo, y el
Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Pero, cuando lo leemos en el
original griego, allí el orden de la última o tercera frase es distinto:
Y Dios era el Verbo (Palabra).
Así, y cuando leemos el v. 14, donde
se declara que el Verbo fue hecho carne, justamente lo que el apóstol enseñó en
1 Timoteo 3.16; para entender Quién es este “Verbo” a Quién el evangelista se
refiere, nos bastaría con -sencillamente- irnos y leer bien el primer versículo
de Juan 1, pero tal y como éste fue escrito en el griego, en ese orden, para entender
que “Dios era el Verbo” o, más claramente, “Dios era la Palabra”. Así, cuando
los teólogos fuerzan al lector para entender que, cuando se dice en este primer
versículo “y el Verbo (Palabra) era con Dios”, que esa frase nos estaría
indicando la existencia de -por lo menos- dos personas de una divinidad; con la
última o tercera frase de este primer versículo esa idea quedaría insostenible
porque, como lo leemos en el orden en que está en la fiel traducción del griego
original, “Dios era la Palabra” y, si reemplazamos este entendimiento en la
segunda porción de este versículo, entenderíamos con total claridad que, allí,
no se está indicando la existencia de -por lo menos- dos personas, a saber: el
Hijo y el Padre; sino, únicamente, que el Verbo o Palabra, que era Dios (según
la última parte de este primer versículo, en el orden en que aparece en el
griego original), era o estaba con Dios.
¿Por qué este cambio en nuestras
traducciones al español? No lo sé con exactitud pero, habida cuenta que desde
la partida del apóstol Pablo entraron en la iglesia lobos rapaces y, aún de
entre el pueblo, se levantaron hombres que han hablado perversidades (y eso
está sucediendo -inclusive- hoy mismo, en muchísimas iglesias con espíritu
nicolaíta, donde el hombre es el que las gobierna, y no Dios), los piadosos
seguramente cuidaron porque estos malos ministros no corrompieran la fe y la
sana doctrina de un remanente que, por gracia de Yehováh Dios, hoy se mantiene
en pie, esperando el retorno del Señor Jesús o Yeshúa conforme lo prometió.
Así, cuando el evangelista Juan hace
esta introducción en su Evangelio, él se remonta al “principio”, a Génesis 1.1,
cuando el escriba escribió “En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”
Y que, conforme se dice en el Salmo 33.6-9 y 2 Pedro 3.5, que Dios consumó esta
creación por Su Palabra (no Su verbo, eso nunca lo veremos en el Antiguo
Testamento). Leamos:
6 Por la
palabra de Jehová fueron hechos los cielos,
Y todo el ejército de
ellos por el aliento de su boca.
7 Él junta
como montón las aguas del mar;
Él pone en depósitos los
abismos.
8 Tema a
Jehová toda la tierra;
Teman delante de él todos
los habitantes del mundo.
9 Porque
él dijo, y fue hecho;
Él mandó, y existió.
5 Estos ignoran
voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios
los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste,
Y, cuando llegamos al versículo 14,
el evangelista -sencillamente- concluye y dice: “Y aquel Verbo [Palabra] fue
hecho carne, y habitó [fijó tabernáculo] entre nosotros (y vimos su gloria,
gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.
Sencillamente, el Dios que en el
Antiguo Testamento acordó con Israel habitar entre ellos, en el lugar Santísimo
del tabernáculo y, después, en el templo que Salomón edificó; en días de
nuestro Señor Jesús, Él habitó en un cuerpo Humano que Él mismo hizo para, y
como lo había dicho a José, desposado con María, ser llamado Emanuel que,
traducido es “Dios con nosotros”. No una segunda persona de una trinidad pero,
sencillamente, Dios, el mismo Yehováh de los Ejércitos Humanándose para, como
el Cordero de Dios, obrar nuestra redención.
¿Es extraño que Yehováh Dios se
manifieste como Hombre? No, porque, en días de Abraham, Él se manifestó como Hombre;
y, tiempo después, en días de Moisés, también se manifestó como un Hombre aunque,
en aquella ocasión, Moisés solo vio Sus espaldas. Pero, en días de nuestro
Señor Jesús, Él se manifestó en carne aún desde Su concepción en el vientre de
María; ¿por qué? Creo que se lo oí decir al Dr. R.C. Sproul que, de esta
manera, Él, Yehováh Dios, se identificó plenamente con nosotros, con Su
creación, haciéndose Hombre aún desde la concepción misma para, de principio a
fin, ser el Cordero de Dios que, a semejanza de los corderos que se
sacrificaban continuamente, todos los días a las 9 am y 3 pm y, en el Día de la
Expiación o Yom Kippur, representarnos en Su calvario,
muerte, sepultura y resurrección; y, ahora mismo, en gloria, en el Cielo, como
fiel Sumo Sacerdote del pueblo de Dios, la Iglesia del Dios viviente.
El Hijo no
existe en el Antiguo Testamento sino como profecía. Los teólogos trinitarios se
esfuerzan por interpretar el misterio de la piedad (1 Timoteo 3.16) y, porque
leen sin la unción debida del Espíritu Santo porque, sencillamente, no lo
quieren, porque se creen capaces de entender a Dios sin Su ayuda, sin Su gracia,
ellos fallan en esta doctrina como, también, en otras; por ejemplo, cuando
enseñan mal acerca del bautismo en agua, enseñando un bautismo -igualmente-
trinitario cuando, a lo largo del libro de Hechos, hay harto testimonio para
reconocer que el bautismo en agua fue -siempre- en el nombre de Jesús, Señor
Jesús o Jesucristo; y nunca, nunca en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo.
En Isaías 9.6,
el profeta escribió inspirado:
Porque un niño nos es nacido, hijo
nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable,
Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.
Este Hijo que nació de María (Mateo
1, y Lucas 1), el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesús, es Dios Fuerte, y Padre
Eterno; y que, si Él fue Padre Eterno, entonces siempre lo fue, Él estuvo en la
eternidad como Padre, Yehováh Dios, nuestro Padre, no un Hijo lo que, como lo
leemos, llegó a suceder tan pronto Él nació, el Hijo unigénito del Padre. ¿Otra
persona? No, pero la misma y única persona en la Divinidad.
El hermano Branham, profeta y
evangelista en los EEUUA, compartió este testimonio con un rabí judío, en su
libro Una Exposición a las Siete Edades de la Iglesia, capítulo La Revelación
de Jesucristo:
91 No hace mucho yo estaba hablando con un Rabí judío. Él me dijo: “Uds. los gentiles no pueden dividir a Dios en tres partes
y dárselo así a un judío. Nosotros tenemos mejor conocimiento que eso”.
92 Le dije: “Rabí, esa es la cosa, nosotros no dividimos a Dios en
tres partes. Ud. cree a los profetas, ¿verdad?”
Él dijo:
“Seguro que sí”.
Le pregunté:
“¿Cree Ud. Isaías 9:6?”
Respondió:
“Sí”.
Pregunté: “¿De
quién estaba hablando el profeta?”
Dijo: “Del
Mesías”.
Dije: “¿Qué
relación tendrá el Mesías con Dios?”
Él dijo: “Será
Dios mismo”.
Dije: “Eso es
correcto”. Amén.
Un judío sabe que, cuando el Mesías
venga, será Yehováh Dios mismo, Humanado, y no otra persona, pero Él mismo Humanándose
como en días de Abraham y Moisés; pero, en esta ocasión, cuando Dios les envíe
a los dos profetas que profetizarán en Israel, dentro de muy poco (Apocalipsis
11), Él les reprenderá que Él ya había venido en días de Su primera visitación
como Jesús o Yeshúa, y no le recibieron. El profeta escribió en Zacarías
12.10-11:
10 Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de
Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien
traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por
él como quien se aflige por el primogénito. 11 En aquel
día habrá gran llanto en Jerusalén, como el llanto de Hadadrimón en el valle de
Meguido.
Aquí se está hablando de Yehováh, no
de una segunda persona, pero de Yehováh mismo que, Humanándose, se dio a
conocer a Israel como Hijo Unigénito y Primogénito; pero que, entonces, no le
recibieron. Pero, felizmente, en el tiempo del fin, durante la Gran Tribulación,
Él se dará a conocer a través de estos dos profetas de Apocalipsis 11 y,
entonces, solo 144,000, el remanente elegido (restante o faltante por llamar,
según Romanos 11) creerá el Evangelio (de una población actual cerca a los 10
millones de habitantes); y, después, vendrá el fin.