martes, 13 de febrero de 2018

Llamado al arrepentimiento


T
ras haber examinado cómo trataba Jesús a los individuos, y las parábolas que narró para ilustrar su verdad ante los discípulos, nos centramos ahora en el rico contenido doctrinal del mensaje que proclamaba a las multitudes. Aquí consideraremos los temas principales de sus discursos y compararemos el evangelio popularizado en nuestros días con las propias enseñanzas del Salvador. En el proceso, trataremos de obtener un entendimiento más claro de la terminología empleada por Jesús. La mayor parte de la controversia actual respecto al evangelio gira alrededor de unas pocas palabras clave, que incluyen arrepentimiento, fe, discipulado y Señor. En esta sección final, estudiaremos estos términos y veremos el uso que hizo Jesús de ellos.
Empezamos con un capítulo sobre el arrepentimiento, porque ahí es donde empezó el Salvador. Mateo 4:17 registra el principio del ministerio público de Jesús: “Desde entonces (después del encarcelamiento de Juan el Bautista) Jesús comenzó a predicar y a decir: “¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado!” Indiqué en el capítulo 4 que las palabras iniciales de su primer sermón caracterizaron todo el ministerio terrenal de Jesús. También hemos observado que él definió su objetivo como llamamiento a pecadores al arrepentimiento (Lúe. 5:32). El arrepentimiento es un tema reiterativo en todos los sermones públicos del Señor. Se enfrentaba con firmeza a las multitudes obstinadas y proclamaba: “Si no os arrepentís, todos pereceréis” (Lúe. 13:3, 5). 

¿Cuándo fue la última vez que escuchó presentar el evangelio en estos términos? No está de moda en el siglo veinte [hoy XXI] predicar un evangelio que exige arrepentimiento. ¿Cómo llegó a ser tan diferente el mensaje de hoy del evangelio según Jesucristo? Ya en 1937 el doctor H. A. Ironside señaló que la doctrina bíblica del arrepentimiento estaba siendo diluida por quienes deseaban excluirla del mensaje del evangelio. Escribió: “Hoy día, la doctrina del arrepentimiento es la nota perdida en círculos que, en muchos otros aspectos, son ortodoxos y fundamentalmente sanos.”1 Habló de “predicadores profesos de la gracia que, como los antiguos 'antinomianos', menosprecian la necesidad del arrepentimiento porque parece invalidar la libertad de la gracia”.2 El doctor Ironside, siendo él mismo un dispensacionalista, denunció la enseñanza de dispensacionalistas extremos en el sentido de que el arrepentimiento era para otros tiempos. También escribió: “Las solemnes palabras de nuestro Señor 'si no os arrepentís, todos pereceréis', son tan importantes hoy como cuando fueron pronunciadas por primera vez. Ningunas distinciones dispensacionales, aunque sean importantes para la comprensión e interpretación del trato de Dios con el nombre, pueden alterar esta verdad.”3
Ya en su día, Ironside reconoció los peligros de un credulismo fácil incipiente cuando dijo: “La predicación superficial que no se enfrenta con el hecho terrible de la pecaminosidad y culpabilidad del hombre 'mandando a todos los hombres, en todos los lugares, que se arrepientan', da por resultado conversiones superficiales; y por eso tenemos una gran cantidad de profesores de fácil palabra que no dan ninguna señal de regeneración. Charlan de salvación por gracia y no manifiestan ninguna gracia en sus vidas. Declaran a voces que son justificados por fe solamente y no recuerdan que 'la fe sin obras está muerta'; y que la justificación por obras ante los hombres no debe pasarse por alto como si estuviera en contradicción con la justificación por fe ante Dios.”4
No obstante, algunos dispensacionalistas continuaron promoviendo la idea de que predicar el arrepentimiento a los perdidos viola el espíritu y el contenido del mensaje del evangelio. Chafer, en su Teología sistemática, presenta el arrepentimiento como una de “las facetas más comunes de la responsabilidad humana que se añaden erróneamente con demasiada frecuencia al requerimiento único de fe o creencia”.5 Chafer señaló que la palabra arrepentimiento no se encuentra en el Evangelio de Juan y aparece en Romanos una sola vez. Hizo notar también que en Hechos 16:31 Pablo no dijo al carcelero de Filipos que se arrepintiera. Chafer consideró ese silencio como un “abrumador cuerpo de evidencia (aparentemente) clara de que el Nuevo Testamento no impone el arrepentimiento a los perdidos como condición para la salvación”.6

La eliminación del arrepentimiento

Hoy hay voces que continúan proclamando las mismas ideas. La Biblia de estudio Ryrie contiene una sinopsis de doctrina que incluye el arrepentimiento como “una adición falsa a la fe” cuando se hace de él una condición para la salvación, “excepto cuando (el arrepentimiento) se considera un sinónimo de fe”.7 Otro maestro influyente dice esencialmente lo mismo: “La Biblia requiere arrepentimiento para la salvación, pero arrepentimiento no significa apartarse del pecado, ni un cambio de conducta. . . El arrepentimiento bíblico es un cambio de mente o actitud respecto a Dios, a Cristo, a las obras muertas o al pecado.”8 Incluso un profesor de seminario escribe: “Arrepentimiento significa cambiar la propia mente, no la propia vida.”9
Estos escritores y otros han redefinido así el arrepentimiento en una forma que elimina sus ramificaciones morales. Lo consideran como un simple cambio de pensamiento sobre quién es Cristo.10 Esta clase de arrepentimiento no tiene nada que ver con alejarse del pecado ni con la renuncia al yo. Está totalmente exento de cualquier admisión de la culpa personal, cualquier intento de obedecer a Dios o cualquier deseo de verdadera rectitud.
Esa no es la clase de arrepentimiento que predicaba Jesús. Como hemos visto repetidamente, el evangelio según Jesucristo es tanto un llamamiento a abandonar el pecado como una invitación a la fe. Desde su primer mensaje hasta el último, el tema del Salvador era un llamado a los pecadores al arrepentimiento, y esto no quería decir sólo que cambiaran de pensamiento respecto a quién era él, sino también que se apartaran del pecado y de su yo para seguirle. Él nos manda predicar el mismo mensaje: “el arrepentimiento y la remisión de pecados” (Lucas 24:47).»

¿Qué es arrepentimiento?

El arrepentimiento es un elemento decisivo de la fe que salva,12 pero no debemos considerarlo simplemente como otra palabra para creer. La palabra griega para arrepentimiento es metanoia, de meta, “después” y noeo, “entender”. Literalmente significa “reflexión” o “cambio de mente”. Pero su significado bíblico no acaba ahí.13 El uso de metanoia en el Nuevo Testamento siempre alude a un cambio de propósito y, específicamente, a un abandono del pecado.14 En el sentido en que Jesús lo usaba, arrepentimiento requiere el repudio de la vieja forma de vida [“la pasada manera de vivir” de Efesios 4:22] y acudir a Dios en busca de salvación.15 
Un cambio de propósito así es lo que Pablo tenía en mente cuando explicaba el arrepentimiento a los tesalonicenses. “Os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tes. 1:9). Nótense los tres componentes del arrepentimiento: volverse a Dios; apartarse del pecado; intento de servir a Dios. Ningún cambio de mente puede llamarse verdadero arrepentimiento sin incluir los tres elementos. El hecho simple, pero demasiadas veces pasado por alto, es que un verdadero cambio de mente [o arrepentimiento] da necesariamente por resultado un cambio de conducta.
Arrepentimiento no es simplemente avergonzarse o sentir tristeza por el pecado, aunque el auténtico arrepentimiento incluye siempre el elemento de remordimiento.16 Es un cambio de dirección de la voluntad humana, una decisión encaminada a abandonar toda injusticia y procurar en su lugar la rectitud.
El arrepentimiento tampoco es una obra meramente humana. Como cualquier elemento de la redención, es un don otorgado por Dios en su soberanía. La iglesia primitiva, al reconocer la autenticidad de la conversión de Cornelio concluyó: “¡Así que también a los gentiles Dios ha dado arrepentimiento para vida!” (Hech. 11:18; ver Hech. 5:31). Pablo escribió a Timoteo que corrigiera con mansedumbre a los que se oponían a la verdad, “por si quizás Dios les conceda que se arrepientan para comprender la verdad” (2 Tim. 2:25). Si Dios es quien otorga el arrepentimiento, éste no puede ser considerado una obra humana.
Sobre todo, el arrepentimiento no es un intento previo a la salvación destinado a poner en orden nuestra vida. El llamado al arrepentimiento no es un mandato a poner en orden los pecados antes de acudir a Cristo en fe. Es más bien un mandamiento a reconocer la pecaminosidad propia y odiarla, volverle la espalda, acudir a Cristo y abrazarle con plena devoción. Como escribió J. I. Packer: “El arrepentimiento que Cristo requiere de su pueblo consiste en renunciar definitivamente a ponerle límites a los reclamos que él pueda hacer a sus vidas.”17
El arrepentimiento tampoco es simplemente una actividad mental; el verdadero arrepentimiento comprende el intelecto, las emociones y la voluntad.18 Geerhardus Vos escribió: “La idea de nuestro Señor en cuanto al arrepentimiento es tan profunda e integral como su concepto de la justicia. De las tres palabras usadas en los Evangelios (en griego) para describir el proceso, una enfatiza el elemento emocional de pesar, tristeza por la forma pecaminosa de vivir en el pasado, metamélomai, Mateo 21:29-32; otra expresa el cambio total de actitud mental, metanoéo, Mateo 12:41; Lucas 11:32; 15:7, 10; la tercera denota un cambio de dirección en la vida, una meta sustituida por otra, epistréfomai, Mateo 13:15 (y paralelos); Lucas 17:4; 22:32. El arrepentimiento no está limitado a ninguna facultad particular de la mente. Abarca todo el hombre: intelecto, voluntad y afectos. . . Además, en la vida nueva que sigue al arrepentimiento, el principio de control es la absoluta supremacía de Dios. El que se arrepiente se vuelve del servicio a las riquezas y del yo al servicio a Dios.”19
Intelectualmente, el arrepentimiento empieza con el reconocimiento del pecado y la conciencia de que somos pecadores, de que nuestro pecado es una afrenta al Dios santo y, más concretamente, de que somos responsables personalmente de nuestras propias culpas. El arrepentimiento que lleva a salvación debe incluir asimismo el reconocimiento de quién es Cristo juntamente con la aceptación de que tiene el derecho de gobernar nuestras vidas.
Emocionalmente, el auténtico arrepentimiento va frecuentemente acompañado de un sentimiento abrumador de pesar. Este pesar o tristeza no es en sí arrepentimiento; se puede estar apesadumbrado o avergonzado sin estar verdaderamente arrepentido. Judas, por ejemplo, sintió remordimiento (Mat. 27:3), pero no estaba arrepentido. El joven rico se fue triste (Mat. 19:22), pero no estaba arrepentido. No obstante, la pesadumbre puede conducir a un verdadero arrepentimiento. En 2 Corintios 7:10 dice: “la tristeza que es según Dios genera arrepentimiento para salvación, de que no hay que lamentarse”. Es difícil imaginar un verdadero arrepentimiento que no incluya un elemento de tristeza, no una tristeza por haber sido descubierto, ni a causa de las consecuencias; sino un sentido de angustia por haber pecado contra Dios. En el Antiguo Testamento el arrepentimiento se mostraba con vestido de cilicio y cenizas, los símbolos de luto (ver Job. 42:6; Jonás 3:5, 6).
Volitivamente, el arrepentimiento incluye un cambio de dirección, una transformación de la voluntad. Lejos de ser solamente un cambio mental, constituye un deseo, más bien determinación, de abandonar la desobediencia obstinada y rendir la voluntad a Cristo. Como tal, el arrepentimiento genuino inevitablemente da por resultado un cambio de conducta. El cambio de conducta no es arrepentimiento de por sí, pero es el fruto que por seguro producirá el arrepentimiento [“Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:8; Lucas 3:8)]. Donde no hay diferencia observable de conducta, no se puede confiar en que haya habido arrepentimiento (Mat. 3:8; ver 1 Jn. 2:3-6; 3:17).
El verdadero arrepentimiento cambia el carácter del hombre total. Como dice D. Martyn Lloyd-Jones: “Arrepentimiento significa que uno se da cuenta de que es culpable, un vil pecador en la presencia de Dios, que merece la ira y el castigo de Dios; que se dirige hacia el infierno. Significa empezar a darse cuenta de que eso que se llama pecado está en uno, que uno anhela verse libre de él y le da la espalda en todas sus formas. Uno renuncia al mundo cualquiera que sea el costo, el mundo en su mentalidad y perspectiva tanto como en la práctica; y se niega a sí mismo, toma su cruz y sigue a Cristo. Sus más allegados e íntimos, y el mundo entero, pueden considerarle a uno necio, o decir que tiene una manía religiosa [fanático, cucufato, etc.]. Puede ser que uno tenga que sufrir pérdidas financieras, pero no importa. Eso es arrepentimiento.”20
El arrepentimiento no es un acto de una sola vez. El arrepentimiento que tiene lugar en la conversión inicia un proceso de confesión progresivo de por vida (1 Jn. 1:9). Esta actitud activa y continua de arrepentimiento produce la pobreza de espíritu, el llanto y la mansedumbre de que habla Jesús en las bienaventuranzas (Mat. 5:3-5). Es una señal de un verdadero cristiano.

El fruto de arrepentimiento

Cuando Jesús predicaba: “¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado!” (Mat. 4:17), aquellos que le oían entendían el mensaje. Con su rica herencia en las enseñanzas del Antiguo Testamento y las rabínicas, sus oyentes no tendrían duda sobre el significado de arrepentimiento. Sabían que estaba llamando a mucho más que a un simple cambio de manera de pensar o a un nuevo concepto de quién era él [El único concepto que se esperaba que los judíos tuvieran acerca de Jesús, era que creyeran que Él era el profeta prometido para ellos; lo que los acondicionaría para oír atentamente al Señor]. Para ellos arrepentimiento significaba una completa rendición de su voluntad y un cambio de conducta total: una nueva forma de vida, no sólo una opinión diferente. Se daban cuenta de que les estaba llamando a admitir sus pecados y apartarse de ellos, para ser convertidos, para dar la vuelta, abandonar el pecado y el egoísmo y seguirle.
Después de todo, el concepto judío de arrepentimiento estaba bien desarrollado. Los rabinos sostenían que Isaías 1:16, 17 describe nueve actividades relacionadas con el arrepentimiento: “Lavaos, limpiaos, quitad la maldad de vuestras acciones de delante de mis ojos. Dejad de hacer el mal. Aprended a hacer el bien, buscad el derecho, reprended al opresor, defended al huérfano, amparad a la viuda.” Fijémonos con cuidado en la progresión: Empezando con una limpieza interna, el arrepentimiento se manifiesta a continuación en actitudes y acciones.
El Antiguo Testamento está lleno de verdades sobre el arrepentimiento. Ezequiel 33:18, 19 dice por ejemplo: “Si el justo se aparta de su justicia y hace injusticia, por ello morirá. Y si el impío se aparta de su impiedad y practica el derecho y la justicia, por ello vivirá.” En 2 Crónicas 7:14 encontramos una descripción familiar de arrepentimiento: “si se humilla mi pueblo sobre el cual es invocado mi nombre, si oran y buscan mi rostro y se vuelven de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra”. Isaías 55:6, 7 presenta la invitación del Antiguo Testamento a la salvación; y el arrepentimiento es un elemento clave: “¡Buscad a Jehovah mientras puede ser hallado! ¡Llamadle en tanto que está cercano! Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos. Vuélvase a Jehovah, quien tendrá de él misericordia; y a nuestro Dios, quien será amplio en perdonar.” Jonás 3:10 dice: “Dios vio lo que hicieron, QUE SE VOLVIERON DE SU MAL CAMINO, y desistió del mal que había determinado hacerles, y no lo hizo.”
Veamos con atención este versículo de Jonás. ¿Cómo valoró Dios el arrepentimiento de los ninivitas? Por sus hechos. No fue porque él leyera sus pensamientos o escuchara sus oraciones, pese a que un Dios omnisciente pudo sin duda ver la sinceridad de su arrepentimiento. Pero él buscaba obras de justicia.
Juan el Bautista exigió también ver buenas obras como prueba de arrepentimiento. Predicó el mensaje de arrepentimiento aun antes de que Jesús iniciara su ministerio (ver Mat. 3:1, 2). La Biblia dice que cuando los religiosos hipócritas acudieron a Juan el Bautista para ser bautizados, “les decía: '¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Producid, pues, frutos dignos de arrepentimiento'” (Mat. 3:7, 8). ¡Vaya saludo! Era muy distinto a decir: “Señoras y caballeros, aquí están nuestros queridos líderes.” No sabemos por qué fueron para ser bautizados, pero evidentemente sus motivos no eran correctos. Tal vez trataban de ganar el favor del pueblo o asociarse a la popularidad de Juan. Cualesquiera que fueran sus razones, no estaban realmente arrepentidos y Juan se negó a aceptar sus propósitos. Por el contrario les condenó como falsos religiosos.
¿Por qué fue Juan tan brusco? Porque aquellos hipócritas estaban envenenando a toda una nación con su engaño fatal. Nada, a juzgar por su conducta, indicaba que estuvieran realmente arrepentidos. La lección crítica aquí es que si el arrepentimiento es auténtico, podemos esperar que produzca resultados visibles.
¿Cuáles son los frutos del arrepentimiento? Esta es la pregunta que hicieron los publícanos a Juan el Bautista (Lucas 3:12). La respuesta de Juan fue: “No cobréis más de lo que os está ordenado” (v. 13). A unos soldados que le hicieron la misma pregunta les contestó: “No hagáis extorsión ni denunciéis falsamente a nadie, y contentaos con vuestros salarios” (v. 14). En otras palabras, ha de haber un cambio sincero en la propia forma de vida. Uno que está auténticamente arrepentido dejará de hacer lo malo y empezará a vivir rectamente. Además de un cambio de mente y actitud, el verdadero arrepentimiento inicia un cambio de conducta.
El apóstol Pablo consideraba también las buenas obras como prueba de arrepentimiento. Nótese la descripción de su ministerio al rey Agripa: “no fui desobediente a la visión celestial. . . a los gentiles, les he proclamado que se arrepientan y se conviertan a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hech. 26:19, 20). El que los verdaderos creyentes han de mostrar su arrepentimiento mediante una conducta adecuada era evidentemente un elemento crucial en el mensaje de Pablo.21

El evangelio y el arrepentimiento

El arrepentimiento ha sido siempre el fundamento del llamamiento bíblico a salvación. Cuando Pedro hizo la invitación evangélica en Pentecostés, en la primera evangelización pública de la era de la iglesia, el arrepentimiento estaba en el centro de su mensaje: “Arrepentíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados” (Hech. 2:38). Ninguna evangelización que omita el mensaje de arrepentimiento puede llamarse con propiedad evangelio, porque los pecadores no pueden acudir a Jesucristo sin un cambio radical de corazón, mente y voluntad [una crisis por razón del pecado a renunciar, aborrecer, abandonar]. Esto requiere una crisis espiritual que lleve a un giro total y, finalmente, a una transformación completa. Esta es la única clase de conversión reconocida por la Biblia.22
En Mateo 21:28-31 Jesús utilizó una parábola para ilustrar la hipocresía de una profesión de fe sin arrepentimiento: “¿Pero, qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: 'Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.' Él contestó y dijo: 'No quiero.' Pero después, cambió de parecer y fue. Al acercarse al otro, le dijo lo mismo; y él respondió diciendo: '¡Sí, señor, yo voy!' Y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?”
Podemos preguntarnos por qué este relato no incluye un tercer hijo que dijera: “yo voy”, y cumpliera su palabra. Tal vez sea porque el relato representa a la humanidad, y todos nos quedamos cortos (ver Rom. 3:23). Por ello Jesús sólo pudo describir dos clases de personas religiosas: las que dicen ser obedientes pero en realidad son rebeldes, y las que empiezan como rebeldes pero se arrepienten [o cambian de parecer respecto el mandamiento o instrucción dada].
Jesús pronunció la parábola para beneficio de los fariseos, que no se veían a sí mismos como pecadores y desobedientes. Cuando les preguntó cuál de los hijos hizo la voluntad de su padre, contestaron correctamente: “El primero” (Mat. 21:31). Al admitir esto, se condenaron a sí mismos por su propia hipocresía. ¡Cómo debe haberles dolido la reprensión de Jesús! “De cierto os digo que los publícanos y las prostitutas entran delante de vosotros en el reino de Dios” (v. 31). Los fariseos vivían en la ilusión de que Dios les aprobaba porque hacían gran ostentación de su religión. El problema consistía en que sólo era un espectáculo. Eran como el hijo que dijo que obedecería, pero no lo hizo. Su pretensión de que amaban a Dios y guardaban su ley no valía nada. Aquellos fariseos eran como muchos hoy que dicen que creen en Jesús pero se niegan a obedecerle. Su profesión de fe es vana. A menos que se arrepientan, perecerán.
Los publícanos y las prostitutas entraban más fácilmente que los fariseos en el reino porque estaban más dispuestos a reconocer sus pecados y arrepentirse de ellos. Ni siquiera el peor de los pecados puede dejar a un pecador fuera del cielo si éste se arrepiente. Por otra parte, hasta el más impresionante fariseo que atesore sus pecados y se niegue a reconocerlos y arrepentirse de ellos estará excluido del reino. No hay salvación sin el arrepentimiento que rechaza el pecado.
Hay muchos hoy que oyen la verdad de Cristo e inmediatamente responden como el hijo que dijo que obedecería y no lo hizo. Su respuesta positiva a Jesús no les salvará. El fruto de sus vidas muestra que no se han arrepentido realmente. Pero hay algunos que dan la espalda al pecado, a la incredulidad y a la desobediencia, y aceptan a Cristo con fe obediente. El suyo es arrepentimiento verdadero, que se manifiesta por los frutos de justicia que produce. Ellos son verdaderamente justos (1 Ped. 4:18). Esa es la meta final del evangelio según Jesucristo. 


Sección del capítulo “Jesús Define Su Evangelio”, del libro El Evangelio Según Jesucristo, del Dr. John F. MacArthur