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ras haber examinado cómo
trataba Jesús a los individuos, y las parábolas que narró para ilustrar su
verdad ante los discípulos, nos centramos ahora en el rico contenido doctrinal
del mensaje que proclamaba a las multitudes. Aquí consideraremos los temas principales
de sus discursos y compararemos el evangelio popularizado en nuestros días con
las propias enseñanzas del Salvador. En el proceso, trataremos de obtener un
entendimiento más claro de la terminología empleada por Jesús. La mayor parte
de la controversia actual respecto al evangelio gira alrededor de unas pocas
palabras clave, que incluyen arrepentimiento, fe, discipulado y Señor. En esta sección final,
estudiaremos estos términos y veremos el uso que hizo Jesús de ellos.
Empezamos con un capítulo sobre el arrepentimiento, porque
ahí es donde empezó el Salvador. Mateo 4:17 registra el principio del
ministerio público de Jesús: “Desde entonces (después del encarcelamiento de
Juan el Bautista) Jesús comenzó a predicar y a decir: “¡Arrepentíos, porque el
reino de los cielos se ha acercado!” Indiqué en el capítulo 4 que las palabras iniciales de su primer sermón
caracterizaron todo el ministerio terrenal de Jesús. También hemos
observado que él definió su objetivo
como llamamiento a pecadores al arrepentimiento (Lúe. 5:32). El
arrepentimiento es un tema reiterativo en todos los sermones públicos del
Señor. Se enfrentaba con firmeza a las multitudes obstinadas y proclamaba: “Si
no os arrepentís, todos pereceréis” (Lúe. 13:3, 5).
¿Cuándo fue la última vez que escuchó presentar el evangelio
en estos términos? No está de moda en el
siglo veinte [hoy XXI] predicar un evangelio que exige arrepentimiento.
¿Cómo llegó a ser tan diferente el mensaje de hoy del evangelio según
Jesucristo? Ya en 1937 el doctor H. A. Ironside señaló que la doctrina bíblica
del arrepentimiento estaba siendo diluida por quienes deseaban excluirla del
mensaje del evangelio. Escribió: “Hoy día, la doctrina del arrepentimiento es
la nota perdida en círculos que, en muchos otros aspectos, son ortodoxos y
fundamentalmente sanos.”1 Habló
de “predicadores profesos de la gracia que, como los antiguos 'antinomianos',
menosprecian la necesidad del arrepentimiento porque parece invalidar la
libertad de la gracia”.2 El
doctor Ironside, siendo él mismo un dispensacionalista, denunció la enseñanza
de dispensacionalistas extremos en el sentido de que el arrepentimiento era
para otros tiempos. También escribió: “Las solemnes palabras de nuestro Señor
'si no os arrepentís, todos pereceréis', son tan importantes hoy como cuando
fueron pronunciadas por primera vez. Ningunas distinciones dispensacionales,
aunque sean importantes para la comprensión e interpretación del trato de Dios
con el nombre, pueden alterar esta verdad.”3
Ya en su día, Ironside reconoció los peligros de un
credulismo fácil incipiente cuando dijo: “La predicación superficial que no se
enfrenta con el hecho terrible de la pecaminosidad y culpabilidad del hombre
'mandando a todos los hombres, en todos los lugares, que se arrepientan', da
por resultado conversiones superficiales; y por eso tenemos una gran cantidad
de profesores de fácil palabra que no dan ninguna señal de regeneración. Charlan de salvación por gracia y no
manifiestan ninguna gracia en sus vidas. Declaran a voces que son justificados
por fe solamente y no recuerdan que 'la fe sin obras está muerta'; y que la
justificación por obras ante los hombres no debe pasarse por alto como si
estuviera en contradicción con la justificación por fe ante Dios.”4
No obstante, algunos dispensacionalistas continuaron
promoviendo la idea de que predicar el arrepentimiento a los perdidos viola el
espíritu y el contenido del mensaje del evangelio. Chafer, en su Teología
sistemática, presenta el arrepentimiento como una de “las facetas más
comunes de la responsabilidad humana que se añaden erróneamente con demasiada
frecuencia al requerimiento único de fe o creencia”.5 Chafer señaló que la palabra arrepentimiento
no se encuentra en el Evangelio de Juan y aparece en Romanos una sola vez.
Hizo notar también que en Hechos 16:31 Pablo no dijo al carcelero de Filipos
que se arrepintiera. Chafer consideró ese silencio como un “abrumador cuerpo de
evidencia (aparentemente) clara de que el Nuevo Testamento no impone el arrepentimiento
a los perdidos como condición para la salvación”.6
La eliminación del arrepentimiento
Hoy hay voces que continúan proclamando las mismas ideas. La
Biblia de estudio Ryrie contiene una sinopsis de doctrina que incluye el
arrepentimiento como “una adición falsa a la fe” cuando se hace de él una
condición para la salvación, “excepto cuando (el arrepentimiento) se considera
un sinónimo de fe”.7 Otro
maestro influyente dice esencialmente lo mismo: “La Biblia requiere
arrepentimiento para la salvación, pero arrepentimiento no significa apartarse
del pecado, ni un cambio de conducta. . . El arrepentimiento bíblico es un
cambio de mente o actitud respecto a Dios, a Cristo, a las obras muertas o al
pecado.”8 Incluso
un profesor de seminario escribe: “Arrepentimiento significa cambiar la propia
mente, no la propia vida.”9
Estos
escritores y otros han redefinido así el arrepentimiento en una forma que
elimina sus ramificaciones morales.
Lo consideran como un simple cambio de pensamiento sobre quién es Cristo.10 Esta clase de arrepentimiento no tiene
nada que ver con alejarse del pecado ni con la renuncia al yo. Está totalmente
exento de cualquier admisión de la culpa personal, cualquier intento de
obedecer a Dios o cualquier deseo de verdadera rectitud.
Esa no es la clase de arrepentimiento que predicaba Jesús. Como hemos visto repetidamente, el
evangelio según Jesucristo es tanto un llamamiento a abandonar el pecado como
una invitación a la fe. Desde su primer mensaje hasta el último, el tema del
Salvador era un llamado a los pecadores al arrepentimiento, y esto no quería
decir sólo que cambiaran de pensamiento respecto a quién era él, sino también
que se apartaran del pecado y de su yo para seguirle. Él nos manda predicar
el mismo mensaje: “el arrepentimiento y la remisión de pecados” (Lucas 24:47).»
¿Qué
es
arrepentimiento?
El arrepentimiento es un elemento decisivo de la fe que
salva,12 pero
no debemos considerarlo simplemente como otra palabra para creer. La palabra
griega para arrepentimiento es metanoia, de meta, “después” y
noeo, “entender”. Literalmente significa “reflexión” o “cambio de mente”. Pero
su significado bíblico no acaba ahí.13
El
uso de metanoia en el Nuevo Testamento siempre alude a un cambio de
propósito y, específicamente, a un abandono del pecado.14 En el
sentido en que Jesús lo usaba, arrepentimiento requiere el repudio de la vieja
forma de vida [“la pasada manera de vivir” de Efesios 4:22] y acudir a Dios en
busca de salvación.15
Un
cambio de propósito así es lo que Pablo tenía en mente cuando explicaba el
arrepentimiento a los tesalonicenses. “Os convertisteis de los ídolos a Dios,
para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tes. 1:9). Nótense los tres componentes del arrepentimiento: volverse a Dios;
apartarse del pecado; intento de servir a Dios. Ningún cambio de mente puede
llamarse verdadero arrepentimiento sin incluir los tres elementos. El hecho
simple, pero demasiadas veces pasado por alto, es que un verdadero cambio de
mente [o arrepentimiento] da necesariamente por resultado un cambio de
conducta.
Arrepentimiento
no es simplemente avergonzarse o sentir tristeza por el pecado, aunque el
auténtico arrepentimiento incluye siempre el elemento de remordimiento.16 Es
un cambio de dirección de la voluntad humana, una decisión encaminada a
abandonar toda injusticia y procurar en su lugar la rectitud.
El
arrepentimiento tampoco es una obra meramente humana. Como cualquier elemento
de la redención, es un don otorgado por Dios en su soberanía. La iglesia
primitiva, al reconocer la autenticidad de la conversión de Cornelio concluyó: “¡Así
que también a los gentiles Dios ha dado arrepentimiento para vida!” (Hech.
11:18; ver Hech. 5:31). Pablo escribió a Timoteo que corrigiera con mansedumbre
a los que se oponían a la verdad, “por si quizás Dios les conceda que se
arrepientan para comprender la verdad” (2 Tim. 2:25). Si Dios es quien otorga
el arrepentimiento, éste no puede ser considerado una obra humana.
Sobre
todo, el arrepentimiento no es un intento previo a la salvación destinado a
poner en orden nuestra vida. El llamado al arrepentimiento no es un mandato a
poner en orden los pecados antes de acudir a Cristo en fe. Es más bien un mandamiento a reconocer la
pecaminosidad propia y odiarla, volverle la espalda, acudir a Cristo y
abrazarle con plena devoción. Como escribió J. I. Packer: “El
arrepentimiento que Cristo requiere de su pueblo consiste en renunciar
definitivamente a ponerle límites a los reclamos que él pueda hacer a sus
vidas.”17
El
arrepentimiento tampoco es simplemente una actividad mental; el verdadero
arrepentimiento comprende el intelecto, las emociones y la voluntad.18 Geerhardus Vos escribió: “La idea de nuestro Señor en cuanto al
arrepentimiento es tan profunda e integral como su concepto de la justicia. De
las tres palabras usadas en los Evangelios (en griego) para describir el
proceso, una enfatiza el elemento emocional de pesar, tristeza por la forma
pecaminosa de vivir en el pasado, metamélomai, Mateo 21:29-32; otra
expresa el cambio total de actitud mental, metanoéo, Mateo 12:41; Lucas
11:32; 15:7, 10; la tercera denota un cambio de dirección en la vida, una meta
sustituida por otra, epistréfomai, Mateo 13:15 (y paralelos); Lucas
17:4; 22:32. El arrepentimiento no está limitado a ninguna facultad particular
de la mente. Abarca todo el hombre: intelecto, voluntad y afectos. . . Además,
en la vida nueva que sigue al arrepentimiento, el principio de control es la
absoluta supremacía de Dios. El que se arrepiente se vuelve del servicio a las
riquezas y del yo al servicio a Dios.”19
Intelectualmente,
el
arrepentimiento empieza con el reconocimiento del pecado y la conciencia de que
somos pecadores, de que nuestro pecado es una afrenta al Dios santo y, más
concretamente, de que somos responsables personalmente de nuestras propias
culpas. El arrepentimiento que lleva a salvación debe incluir asimismo el
reconocimiento de quién es Cristo juntamente con la aceptación de que tiene el
derecho de gobernar nuestras vidas.
Emocionalmente,
el auténtico arrepentimiento va
frecuentemente acompañado de un sentimiento abrumador de pesar. Este pesar o
tristeza no es en sí arrepentimiento; se puede estar apesadumbrado o
avergonzado sin estar verdaderamente arrepentido. Judas, por ejemplo, sintió
remordimiento (Mat. 27:3), pero no estaba arrepentido. El joven rico se fue
triste (Mat. 19:22), pero no estaba arrepentido. No obstante, la pesadumbre
puede conducir a un verdadero arrepentimiento. En 2 Corintios 7:10 dice: “la
tristeza que es según Dios genera arrepentimiento para salvación, de que no hay
que lamentarse”. Es difícil imaginar un verdadero arrepentimiento que no
incluya un elemento de tristeza, no una tristeza por haber sido descubierto, ni
a causa de las consecuencias; sino un sentido de angustia por haber pecado
contra Dios. En el Antiguo Testamento el arrepentimiento se mostraba con
vestido de cilicio y cenizas, los símbolos de luto (ver Job. 42:6; Jonás
3:5, 6).
Volitivamente, el arrepentimiento incluye un cambio de
dirección, una transformación de la voluntad. Lejos de ser solamente un cambio
mental, constituye un deseo, más bien determinación, de abandonar la
desobediencia obstinada y rendir la voluntad a Cristo. Como tal, el
arrepentimiento genuino inevitablemente da por resultado un cambio de conducta.
El cambio de conducta no es arrepentimiento de por sí, pero es el fruto que por
seguro producirá el arrepentimiento [“Haced, pues, frutos dignos de
arrepentimiento” (Mateo 3:8; Lucas 3:8)]. Donde no hay diferencia observable de
conducta, no se puede confiar en que haya habido arrepentimiento (Mat. 3:8; ver
1 Jn. 2:3-6; 3:17).
El
verdadero arrepentimiento cambia el carácter del hombre total. Como dice D.
Martyn Lloyd-Jones: “Arrepentimiento significa que uno se da cuenta de que es
culpable, un vil pecador en la presencia de Dios, que merece la ira y el
castigo de Dios; que se dirige hacia el infierno. Significa empezar a darse
cuenta de que eso que se llama pecado está en uno, que uno anhela verse libre
de él y le da la espalda en todas sus formas. Uno renuncia al mundo cualquiera
que sea el costo, el mundo en su
mentalidad y perspectiva tanto como en la práctica; y se niega a sí mismo, toma
su cruz y sigue a Cristo. Sus más allegados e íntimos, y el mundo entero,
pueden considerarle a uno necio, o decir que tiene una manía religiosa
[fanático, cucufato, etc.]. Puede ser que uno tenga que sufrir pérdidas
financieras, pero no importa. Eso es arrepentimiento.”20
El
arrepentimiento no es un acto de una sola vez. El arrepentimiento que tiene
lugar en la conversión inicia un proceso de confesión progresivo de por vida (1
Jn. 1:9). Esta
actitud activa y continua de arrepentimiento produce la pobreza de espíritu, el
llanto y la mansedumbre de que habla Jesús en las bienaventuranzas (Mat.
5:3-5). Es una señal de un verdadero cristiano.
El fruto de arrepentimiento
Cuando Jesús predicaba: “¡Arrepentíos, porque el reino de
los cielos se ha acercado!” (Mat. 4:17), aquellos que le oían entendían el
mensaje. Con su rica herencia en las enseñanzas del Antiguo Testamento y las
rabínicas, sus oyentes no tendrían duda sobre el significado de
arrepentimiento. Sabían que estaba llamando a mucho más que a un simple cambio
de manera de pensar o a un nuevo concepto de quién era él [El único concepto
que se esperaba que los judíos tuvieran acerca de Jesús, era que creyeran que
Él era el profeta prometido para ellos; lo que los acondicionaría para oír
atentamente al Señor]. Para ellos
arrepentimiento significaba una completa rendición de su voluntad y un cambio
de conducta total: una nueva forma de vida, no sólo una opinión diferente. Se
daban cuenta de que les estaba llamando a admitir sus pecados y apartarse de
ellos, para ser convertidos, para dar la vuelta, abandonar el pecado y el
egoísmo y seguirle.
Después de todo, el concepto judío de arrepentimiento estaba
bien desarrollado. Los rabinos sostenían que Isaías 1:16, 17 describe nueve
actividades relacionadas con el arrepentimiento: “Lavaos, limpiaos, quitad la
maldad de vuestras acciones de delante de mis ojos. Dejad de hacer el mal.
Aprended a hacer el bien, buscad el derecho, reprended al opresor, defended al
huérfano, amparad a la viuda.” Fijémonos con cuidado en la progresión:
Empezando con una limpieza interna, el arrepentimiento se manifiesta a
continuación en actitudes y acciones.
El Antiguo Testamento está lleno de verdades sobre el
arrepentimiento. Ezequiel 33:18, 19 dice por ejemplo: “Si el justo se aparta de
su justicia y hace injusticia, por ello morirá. Y si el impío se aparta de su
impiedad y practica el derecho y la justicia, por ello vivirá.” En 2 Crónicas
7:14 encontramos una descripción familiar de arrepentimiento: “si se humilla mi
pueblo sobre el cual es invocado mi nombre, si oran y buscan mi rostro y se
vuelven de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus
pecados y sanaré su tierra”. Isaías 55:6, 7 presenta la invitación del Antiguo
Testamento a la salvación; y el arrepentimiento es un elemento clave: “¡Buscad
a Jehovah mientras puede ser hallado! ¡Llamadle en tanto que está cercano! Deje
el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos. Vuélvase a Jehovah,
quien tendrá de él misericordia; y a nuestro Dios, quien será amplio en
perdonar.” Jonás 3:10 dice: “Dios vio lo
que hicieron, QUE SE VOLVIERON DE SU MAL CAMINO, y desistió del mal que había
determinado hacerles, y no lo hizo.”
Veamos con atención este versículo de Jonás. ¿Cómo valoró
Dios el arrepentimiento de los ninivitas? Por sus hechos. No fue porque él
leyera sus pensamientos o escuchara sus oraciones, pese a que un Dios
omnisciente pudo sin duda ver la sinceridad de su arrepentimiento. Pero él
buscaba obras de justicia.
Juan el Bautista exigió también ver buenas obras como prueba
de arrepentimiento. Predicó el mensaje de arrepentimiento aun antes de que
Jesús iniciara su ministerio (ver Mat. 3:1, 2). La Biblia dice que cuando los
religiosos hipócritas acudieron a Juan el Bautista para ser bautizados, “les
decía: '¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?
Producid, pues, frutos dignos de arrepentimiento'” (Mat. 3:7, 8). ¡Vaya saludo!
Era muy distinto a decir: “Señoras y caballeros, aquí están nuestros queridos
líderes.” No sabemos por qué fueron para ser bautizados, pero evidentemente sus
motivos no eran correctos. Tal vez trataban de ganar el favor del pueblo o
asociarse a la popularidad de Juan. Cualesquiera que fueran sus razones, no
estaban realmente arrepentidos y Juan
se negó a aceptar sus propósitos. Por el contrario les condenó como falsos
religiosos.
¿Por qué fue Juan tan brusco? Porque aquellos hipócritas
estaban envenenando a toda una nación con su engaño fatal. Nada, a juzgar por su
conducta, indicaba que estuvieran realmente arrepentidos. La lección crítica
aquí es que si el arrepentimiento es auténtico, podemos esperar que produzca
resultados visibles.
¿Cuáles son
los frutos del arrepentimiento?
Esta es la pregunta que hicieron los publícanos a Juan el Bautista (Lucas
3:12). La respuesta de Juan fue: “No
cobréis más de lo que os está ordenado” (v. 13). A unos soldados que le
hicieron la misma pregunta les contestó: “No
hagáis extorsión ni denunciéis falsamente a nadie, y contentaos con vuestros
salarios” (v. 14). En otras palabras, ha de haber un cambio sincero en la
propia forma de vida. Uno que está auténticamente arrepentido dejará de hacer
lo malo y empezará a vivir rectamente. Además de un cambio de mente y actitud,
el verdadero arrepentimiento inicia un cambio de conducta.
El apóstol Pablo consideraba también las buenas obras como
prueba de arrepentimiento. Nótese la descripción de su ministerio al rey
Agripa: “no fui desobediente a la visión celestial. . . a los gentiles, les he
proclamado que se arrepientan y se conviertan a Dios, haciendo obras dignas de
arrepentimiento” (Hech. 26:19, 20). El que los verdaderos creyentes
han de mostrar su arrepentimiento mediante una conducta adecuada era
evidentemente un elemento crucial en el mensaje de Pablo.21
El evangelio y
el arrepentimiento
El
arrepentimiento ha sido siempre el fundamento del llamamiento bíblico a
salvación. Cuando Pedro hizo la invitación evangélica en Pentecostés, en la
primera evangelización pública de la era de la iglesia, el arrepentimiento
estaba en el centro de su mensaje: “Arrepentíos y sea bautizado cada uno
de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados” (Hech.
2:38). Ninguna evangelización que omita el mensaje de arrepentimiento puede
llamarse con propiedad evangelio, porque los pecadores no pueden acudir a
Jesucristo sin un cambio radical de corazón, mente y voluntad [una crisis por
razón del pecado a renunciar, aborrecer, abandonar]. Esto requiere una crisis
espiritual que lleve a un giro total y, finalmente, a una transformación
completa. Esta es la única clase de conversión reconocida por la Biblia.22
En
Mateo 21:28-31 Jesús utilizó una parábola para ilustrar la hipocresía de una
profesión de fe sin arrepentimiento: “¿Pero, qué os parece? Un hombre tenía dos
hijos. Se acercó al primero y le dijo: 'Hijo, ve hoy a trabajar en la
viña.' Él contestó y dijo: 'No quiero.' Pero después, cambió de parecer y fue.
Al acercarse al otro, le dijo lo mismo; y él respondió diciendo: '¡Sí, señor,
yo voy!' Y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?”
Podemos
preguntarnos por qué este relato no incluye un tercer hijo que dijera: “yo
voy”, y cumpliera su palabra. Tal vez sea porque el relato representa a la
humanidad, y todos nos quedamos cortos (ver Rom. 3:23). Por ello Jesús sólo
pudo describir dos clases de personas religiosas: las que dicen ser obedientes
pero en realidad son rebeldes, y las que empiezan como rebeldes pero se
arrepienten [o cambian de parecer respecto
el mandamiento o instrucción dada].
Jesús
pronunció la parábola para beneficio de los fariseos, que no se veían a sí
mismos como pecadores y desobedientes. Cuando les preguntó cuál de los hijos
hizo la voluntad de su padre, contestaron correctamente: “El primero” (Mat.
21:31). Al admitir esto, se condenaron a sí mismos por su propia hipocresía.
¡Cómo debe haberles dolido la reprensión de Jesús! “De cierto os digo que los
publícanos y las prostitutas entran delante de vosotros en el reino de Dios”
(v. 31). Los fariseos vivían en la ilusión de que Dios les aprobaba porque
hacían gran ostentación de su religión. El problema consistía en que sólo era
un espectáculo. Eran como el hijo que dijo que obedecería, pero no lo hizo. Su
pretensión de que amaban a Dios y guardaban su ley no valía nada. Aquellos fariseos eran como muchos hoy que dicen
que creen en Jesús pero se niegan a obedecerle. Su profesión de fe es vana. A
menos que se arrepientan, perecerán.
Los
publícanos y las prostitutas entraban más fácilmente que los fariseos en el
reino porque estaban más dispuestos a reconocer sus pecados y arrepentirse de
ellos. Ni siquiera el peor de los
pecados puede dejar a un pecador fuera del cielo si éste se arrepiente. Por
otra parte, hasta el más impresionante fariseo que atesore sus pecados y se
niegue a reconocerlos y arrepentirse de ellos estará excluido del reino. No hay salvación sin el arrepentimiento que
rechaza el pecado.
Hay
muchos hoy que oyen la verdad de Cristo e inmediatamente responden como el hijo
que dijo que obedecería y no lo hizo. Su respuesta positiva a Jesús no les
salvará. El fruto de sus vidas muestra que no se han arrepentido realmente. Pero hay algunos que dan la espalda al
pecado, a la incredulidad y a la desobediencia, y aceptan a Cristo con fe
obediente. El suyo es arrepentimiento verdadero, que se manifiesta por los
frutos de justicia que produce. Ellos son verdaderamente justos (1 Ped. 4:18). Esa es la meta final del evangelio según
Jesucristo.
Sección
del capítulo “Jesús Define Su Evangelio”, del libro El Evangelio Según Jesucristo, del Dr. John F. MacArthur
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