1 Aconteció que entre tanto
que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones
superiores, vino a Éfeso, y hallando a ciertos discípulos,
2 les dijo: ¿Recibisteis el
Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si
hay Espíritu Santo.
3 Entonces dijo: ¿En qué,
pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan.
4 Dijo Pablo: Juan bautizó
con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que
vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo.
5 Cuando oyeron esto, fueron
bautizados en el nombre del Señor Jesús.
6 Y habiéndoles impuesto
Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y
profetizaban.
7 Eran por todos unos doce
hombres.
Hechos
19:1-7
l tema del
bautismo es relevante, muy importante porque, además que fue un mandamiento imprescindible
durante la Iglesia primitiva, éste tiene el significado que, de ser debidamente
entendido, no habría nadie que, previamente arrepentido de sus pecados, no
reciba la promesa del Espíritu Santo. En el pasaje que
nos sirve de referencia para esta breve meditación, se nos dice que el Apóstol
Pablo llegó a la ciudad de Éfeso, una ciudad portuaria al oeste de lo que hoy
es Turquía; y, platicando con unos discípulos (12), tuvo la inquietud por
preguntarles si habían recibido la promesa del Espíritu Santo, a lo que éstos
respondieron que no; y añadieron algo más, que ni si quiera habían escuchado
que había tal promesa del Espíritu Santo; lo que, como es de esperar de un fiel
siervo de Dios, preocupó al apóstol. El Espíritu
Santo es la promesa a que todo creyente en Jesús (el nombre de Jesús
se escribe en el hebreo como Yeshúa) tiene derecho. En la ocasión
que el Apóstol Pedro predicó –por primera vez- al pueblo judío que, a la sazón,
estaba congregado alrededor del Templo en Jerusalén por motivo de la
celebración de la fiesta santa de Pentecostés o Las Primicias, respondiendo al
clamor de los presentes: “…Varones hermanos, ¿qué haremos?”, él
les dijo: 38 …
Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para
perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Porque
para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están
lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Hechos
2:38-39 Y, ya al término
del ministerio de nuestro Señor Jesús o Yeshúa, Él declaró el advenimiento de
esta importante promesa para la vida de la Iglesia, para la vida de cualesquier
miembro del Cuerpo de Cristo, por causa de la fe en Él: 37 En el
último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo:
Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. 38 El que
cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. 39 Esto
dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no
había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado. Juan
7:37-39 Si, el Espíritu
Santo, la Vida de Dios que habrían de recibir todos los que creyesen en Él, en
el Señor Jesús; y, a lo largo del libro de Hechos, leemos cómo los apóstoles se
preocuparon porque la Iglesia, el más pequeño de los miembros de este Cuerpo
Místico de Jesucristo, fuera empoderado con la Presencia de Dios, Yehováh Dios
mismo en nuestras vidas, única manera para vivir en victoria la vida cristiana
(Romanos 8); y, finalmente, la única garantía “para el día de la
redención”; cuando, en palabras del Apóstol Pablo, nuestros cuerpos
serán igualmente redimidos o libertos de la esclavitud al pecado o ley del
pecado (Romanos 8:23). Y, a lo largo
del Evangelio según Juan y, específicamente, en los capítulos 14 al 16, el
Señor Jesús nos habló de la importancia del Espíritu Santo, lo que Su Presencia
significaría en la vida de la Iglesia, de un creyente en Cristo Jesús. Por
ejemplo: 15 Si me
amáis, guardad mis mandamientos. 16 Y yo
rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: 17 el
Espíritu de verdad [el Espíritu Santo], al cual el mundo no puede recibir,
porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con
vosotros, y estará en vosotros. 18 No os
dejaré huérfanos; vendré a vosotros [en la forma del Espíritu Santo]. 21 El que
tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama,
será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él. 22 Le
dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y
no al mundo? 23
Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le
amará, y vendremos a él, y haremos morada con él [en la forma del Espíritu
Santo]. 24 El que
no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino
del Padre que me envió. 25 Os he
dicho estas cosas estando con vosotros. 26 Mas el
Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os
enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. Juan 14:15-26 26 Pero cuando venga el Consolador, a quien yo
os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará
testimonio acerca de mí. Juan
15:26 4 Mas os
he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os
lo había dicho. Esto no os lo dije al principio, porque yo estaba con vosotros. 7 Pero yo
os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el
Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. 8 Y
cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. 9 De
pecado, por cuanto no creen en mí; 10 de
justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; 11 y de
juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. 12 Aún
tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. 13 Pero
cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no
hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará
saber las cosas que habrán de venir. 14 El me
glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Juan
16:4, 7-14 Y, en la carta
del Apóstol Pablo a los romanos, capítulo 8, él nos da a entender que la
presencia del Espíritu Santo en la Iglesia, en un creyente (él lo llama “la
ley del Espíritu de Vida en Cristo Jesús”, v. 2), nos libra del poder “de
la ley del pecado y de la muerte”. Y, por cierto,
el Espíritu Santo tiene toda la dotación de poder, inspiración y revelación
para manifestar entre los creyentes, “para edificación, exhortación y
consolación” (1 Corintios 14:3). Por esto mismo,
el Apóstol Pablo preguntó a los efesios si habían o no recibido el Espíritu
Santo, la promesa de Dios para los creyentes en Jesucristo o Cristo Jesús. La
triste respuesta de los efesios, como bien lo leemos en el v. 2 de Hechos 19,
fue: “Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo”. El Espíritu
Santo no solo es importante en la Iglesia, en un creyente, por las razones
expuestas por el Señor Jesús en las citas del Evangelio según Juan; sino que,
si no llegáramos a tener Su Espíritu dentro de nosotros, es probable que, por
el contrario, sigamos atestados de la presencia de espíritus malos o demonios.
En Juan 14:17; 15:26; y 16:13, el Señor se refiere a este Espíritu como “el
Espíritu de Verdad”; y que, si Él hizo énfasis en la existencia de un Espíritu
de Verdad es porque, definitivamente (y así es), HAY UN ESPÍRITU DE
MENTIRA O ERROR; que, contrario al propósito del Espíritu Santo o Espíritu
de Verdad, nos guiará a la frustración del error; y, ¡POR FAVOR, RECONOZCAN
QUE YA ESTAMOS EN TIEMPOS DE APOSTASÍA, DEL APARTARSE DE LA FE QUE NOS FUE DADA
A LOS SANTOS! (Judas 1:3). Y, recuerden, la
palabra “pecado” y “pecar” se traduce del griego jamartía y jamartáno
que se traducen como “errar al blanco”, desacierto o desacertado, error; y eso
es lo que muchas, la gran mayoría de iglesias tienen como fundamento, el error;
¿por qué? Porque nunca recibieron el Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad. El
Señor dijo respecto el Espíritu Santo: 17 el
Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce;
pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. Juan
14:17 Sí, hay muchos
que, por cuanto no han visto al Espíritu Santo obrar, sea en manifestación de
poder, una profecía o a través del santo testimonio de un cristiano; y no Le
conocen, por cuanto no han estado interesados en saber acerca de Él, de esta
vital promesa de Dios para vivir vidas justas delante de Dios, por consiguiente
nunca recibirán este don prometido, el Espíritu Santo. Oh, están solo
complacidos con pertenecer a una iglesia (el Profeta Branham los llamó
“logias”) de “prestigio”; y, como los judíos de antaño que, por amar más la
tradición de los hombres, rechazan –prácticamente- a Dios y Sus promesas en
Cristo Jesús. En la parte
final de Juan 14:17, entendemos que el Espíritu Santo estaba CON los discípulos
del Señor; esto es, al lado de ellos, en la persona del Señor Jesús, el Cristo
o Ungido con el Espíritu Santo; pero, acto seguido, el Señor les declaró la
consoladora promesa de “y estará en [o “dentro de”] vosotros”. En 1 Corintios
3:16 y 17, el Apóstol Pablo escribió a los discípulos de Corinto, de aquel
entonces, y hoy: 16 ¿No
sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? 17 Si
alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo
de Dios, el cual sois vosotros, santo es. En Apocalipsis
18:2, se habla acerca de la “Gran Babilonia”, que ésta ha caído “y se ha
hecho habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de
toda ave inmunda y aborrecible”. Así, todo ser humano, hoy, bien puede
ser templo o habitación para Dios, el Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad o,
por el contrario, templo o habitación de demonios, de espíritus malos. Ahora, la
pregunta sería: “¿Quieres el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, o quieres el
espíritu de error, un demonio, un espíritu malo e inmundo? Todos nacemos y
vivimos, en mayor o menor proporción, endemoniados. Si, algunos nacen en
hogares cristianos, consagrados; en tales casos, los hijos son santificados por
causa de la fe y vidas rectas de sus padres, ellos son una fuerte influencia
para sus hijos; quienes, por su entendimiento de la voluntad de Dios, cuidan
que sus hijos no sean influenciados por demonios a través -por ejemplo- la
televisión, la música mundana, la moda inmoral que cada vez impera sin
conciencia en nuestro mundo de hoy, las riñas, y el pecado en sus diversas
formas. El Apóstol Pablo dijo algo al respecto: 14 Porque
el marido incrédulo es santificado en la mujer [creyente], y la mujer incrédula
en el marido [creyente]; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos,
mientras que ahora son santos. 1
Corintios 7:14 Y, en Efesios
2:1-3, el mismo apóstol nos dice: 1 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais
muertos en vuestros delitos y pecados, 2 en los
cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo,
conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en
los hijos de desobediencia, 3 entre
los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de
nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos
por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Sí, ésta es la
condición de un incrédulo al Evangelio de Jesucristo, de uno que no tiene el
Espíritu Santo o Espíritu de Verdad: Muertos en delitos y pecados, siguiendo la
corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el
espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia; en los deseos de
nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y son,
por naturaleza, “hijos de ira”. Pero, cuando
venimos al conocimiento del Evangelio o Buena Nueva o Mensaje de Dios,
juntamente con la justificación concedida por razón de nuestra fe o confianza
en la obra vicaria de nuestro bendito Señor Jesús (Él recibió el juicio que
merecíamos en nuestro lugar, en la cruz); y, por Su causa, Dios nos da el
Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad. Leamos la instrucción que el Apóstol
Pablo da a los efesios para recibir la promesa del Espíritu Santo: 3
Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el
bautismo de Juan. 4 Dijo
Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que
creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. 5 Cuando
oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. 6 Y
habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y
hablaban en lenguas, y profetizaban. Hechos
19:3-6 En su libro Una
Exposición de las Edades de la Iglesia, sección La Revelación de
Jesucristo, el Hermano Branham dice lo siguiente: 74 Allí
está. Esta buena gente de Éfeso había oído de un Mesías venidero, Juan se lo
había predicado. Ellos fueron bautizados en el bautismo del arrepentimiento
para remisión de pecados, mirando hacia ADELANTE, hacia la creencia en Jesús.
Pero ahora era tiempo de mirar para ATRAS hacia Jesús, y ser bautizados para
PERDON de los pecados. Era tiempo de recibir el Espíritu Santo. Y cuando fueron
bautizados en el Nombre del Señor Jesucristo, Pablo impuso sus manos sobre
ellos y el Espíritu Santo cayó sobre ellos. Sí, cada vez que
un creyente fue bautizado en el nombre del Señor Jesús o Jesucristo (la forma
compuesta de Jesús y [el] Cristo), éste recibió el Espíritu Santo.
Seguidamente, dos ejemplos cuando, por creer en el nombre del Señor Jesús (Juan
7:39), el Espíritu Santo cayó sobre los creyentes: 14 Cuando
los Apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la
palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; 15 los
cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu
Santo; 16 porque
aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido
bautizados en el nombre de Jesús. 17
Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. Hechos 8:14-17 43 De
éste [el Cristo, Jesús] dan testimonio todos los profetas, que todos los que en
él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre. 44
Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos
los que oían el discurso. 45 Y los
fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de
que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. Hechos
10:43-45 Y aquí, en el
pasaje de Hechos 19:1-7, sucedió lo mismo, conforme a la instrucción que, por
boca del Apóstol Pedro, se dio aquel Día de Pentecostés, en Hechos 2:38-39: 38 Pedro
les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de
Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Porque
para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están
lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. ¿Pero, por qué
el Espíritu Santo es dado por la fe en Jesucristo y, precisamente, tras ser
bautizado o sumergido en las aguas invocando el nombre del Señor Jesús o
Jesucristo? Romanos 6:3-4 nos lo declara: 3 ¿O no
sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido
bautizados en su muerte? 4 Porque
somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que
como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en vida nueva. El apóstol nos
dice que, cuando somos bautizados en el
nombre del Señor Jesús, estamos declarando que hemos participado de Su muerte,
sepultura y resurrección; que, cuando Él fue a la cruz, Él lo hizo por
nosotros; por consiguiente, y a los ojos de Dios, el Juez, nosotros fuimos los
que estuvimos allí, crucificados, siendo juzgados por nuestros delitos y
pecados; y, con esta misma regla de representación y deducción que, cuando Él
resucitó, Él resucitó para nuestra justificación (Romanos 4:25), para ser
declarados justos; y, en consecuencia, siendo que no hay mancha ni culpa alguna
en nosotros, por razón de la obra vicaria del bendito Señor Jesús en nuestro
lugar, el Espíritu Santo viene a morar en nosotros; el Espíritu Santo –ahora-
morando en hombres y mujeres santos, santificados por Su sangre (1 Corintios
6:11; Hebreos 10:14). Oh, alguno dirá,
y con algo de acierto, que solo basta en creer en el Señor Jesús, y eso es
correcto; pero, por un lado, el bautismo es uno de los tres mandamientos que, a
manera de rituales, nos han sido encomendados para obedecerlos (el bautismo, la
cena del Señor y el lavamiento de pies); y, por otro lado, cuando somos
bautizados –sencillamente- estamos confesando, con esta práctica, que
–justamente- estamos creyendo en el nombre de Jesús. Si tú has sido
bautizado en el nombre de los títulos o atributos de Dios de “Padre, Hijo y
Espíritu Santo”, tú no estás confesando que Jesús murió, fue sepultado y
resucitó por ti; y, si tú eres católico, peor; porque, según la doctrina
católica, uno tiene que ser bautizado aun desde un bebé o niño, práctica que no
se condice con la práctica y doctrina apostólica o días de la Iglesia
primitiva; porque, si el Apóstol Pedro ordenó arrepentimiento antes de ser
bautizado, en Hechos 2, está claro que él nunca se dirigió a bebés o niños
quienes, por su condición inocente, aún no tienen conciencia de lo que es
pecado o error en conducta o doctrina. Yo te animo a renegar de todo lo que es
anti-Escritural o anti-Bíblico y, en fe sencilla y creyendo el nombre de Jesús
(Jesús en el idioma hebreo se escribe y pronuncia como Yeshúa
que, traducido, significa Yehováh yoshía o Yehováh salva,
según la versión hebrea de Mateo 1:21), pide a tu sacerdote, anciano o pastor,
misionero, evangelista o a un sencillo hermano en la fe, que te vuelva a
bautizar; pero, ahora, invocando durante este bautismo el nombre que es sobre
TODO nombre que se nombra (Filipenses 2:9; Efesios 1:21), sea en la tierra o en
el cielo, el nombre de Jesús o, si lo crees con todo tu corazón,
en el nombre de Yeshúa, en el idioma hebreo. Y luego, pide a los
ancianos o el hermano que te bautizó, que ore por ti imponiendo manos para
recibir el Espíritu Santo; o, por último, ora tú mismo, como principal
interesado, para recibir la promesa del Espíritu Santo. 13 Pues
si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto
más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? Lucas 11:13 39 Porque
para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están
lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Hechos
2:39 Sí, nosotros los
gentiles estábamos lejos (Efesios 2:13 y 17); pero, por Su gracia, Él nos llamó
e hizo cercanos ante Yehováh Dios en Cristo Jesús o Yeshúa [el] Cristo, el
Mesías, el Ungido. Y, la manera que Él manifiesta Su proximidad a nosotros, es
habitando dentro de nosotros en la forma del bendito Espíritu Santo, que no es
otro que Jehová o Yehováh mismo, el Espíritu de Yehováh (Jueces 3.10; 1 Samuel
10.6; 2 Samuel 23.2; 1 Reyes 18.12; 2 Reyes 2.16; 2 Crónicas 18.23; Isaías
11.2; Ezequiel 11.5; y Miqueas 2.7. ¡Aleluya! Y te aseguro que
tu vida será distinta a los dictados de este mundo pecaminoso, distinta a los
dictados de la iglesia apóstata de hoy, pero agradable para Dios, creyendo y
viviendo Su Palabra, hasta que Él nos llame a Su bendita Presencia. La gracia
de Jesucristo [Yeshúa Ha Mashía] sea con todos ustedes. Amén.
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