n la segunda mitad del siglo
XIX, los Estados Unidos de Norteamérica se vieron envueltos en una lamentable y
sangrienta guerra civil. Un grupo de estados del sur decidió independizarse de
la Unión. Esta guerra estalló el 12 de abril de 1861 y concluyó cuatro años
después con la rendición de los ejércitos del sur, el 9 de abril de 1865.
Aunque
fueron varias las causas que finalmente provocaron la derrota de los estados
sureños, una de las armas más poderosas que usaron los estados del norte fue
diseminar entre ellos dinero falso. Crearon tal desconfianza en su propia
moneda, que eso aceleró su derrota. ¡Imaginen lo que sucedería en un país si la
mayoría de la población sospechara del dinero que usa diariamente! La economía
se iría a pique.
Pues esa es
la misma táctica que usa el enemigo de nuestras almas para desprestigiar el
evangelio. Es tanto el evangelio falso que circula a través de redes sociales
que mucha gente reacciona con escepticismo o confusión cuando escuchan ese
mensaje. No son pocos los púlpitos que han sustituido el mensaje del evangelio
por una religión de autoayuda que tiene más de terapia sicológica que de
cristianismo. También están aquellos que ofrecen todo tipo de bendición
material si uno recibe a Cristo en su corazón: un buen carro, un buen sueldo,
una buena casa y, por supuesto, una buena salud para disfrutar de esos bienes.
Eso no es
todo. También debemos añadir que muchos creyentes presuponen que el mensaje del
evangelio es primordialmente para los incrédulos, una especie de trampolín
desde el cual saltamos hacia la piscina de la vida cristiana y que podemos
dejar atrás después de la conversión para luego sumergirnos en doctrinas más
profundas.[1]
Lo cierto es
que ningún creyente podrá crecer y madurar en su vida cristiana a menos que
posea un entendimiento cada vez más claro del evangelio y se apropie de ese
evangelio cada día por medio de la fe. Por eso es importante la pregunta que
encabeza este capítulo: ¿Qué es el evangelio? La respuesta a esta pregunta será
desarrollada en todos los capítulos que componen la primera parte de este libro,
por ahora solo queremos introducir algunos de sus elementos esenciales.
El evangelio es el anuncio de un hecho histórico
La palabra evangelio
era muy común en el mundo greco-romano y generalmente no estaba asociada con un
mensaje de tipo religioso, sino más bien militar o político. Por ejemplo,
cuando Grecia derrotó al imperio persa en la batalla de Maratón en el 490 a.
C., el general Milcíades decidió enviar al soldado más veloz de su regimiento,
el corredor Filípides, para comunicar esa buena noticia, ese evangelio a los
atenienses. Se cuenta que Filípides recorrió los cuarenta y dos kilómetros que
separaban los campos de Maratón de la ciudad de Atenas, corriendo tan velozmente
que al llegar sólo pudo decir «Hemos vencido” para, luego, caer muerto. En
honor de esa proeza es que se realizan muchas maratones alrededor del mundo,
que no son otra cosa que correr la distancia que supuestamente recorrió
Filípides aquel día. Esta buena noticia debe haber impactado profundamente a
los atenienses. La amenaza había sido eliminada y ahora podían vivir en paz, no
por la actuación de los receptores de la noticia, porque no habían hecho nada,
sino por causa de los soldados que habían peleado en Maratón a favor de ellos.
Entonces, la palabra evangelio hace referencia al anuncio de un hecho histórico
que cambiaría nuestras vidas de una forma significativa.
Lo mismo se
aplica al evangelio de Jesucristo. Se trata del anuncio de un hecho
histórico que sucedió alrededor de 2000 años, a través de la vida, muerte,
resurrección y ascensión del Señor Jesucristo. Sus resultados impactan nuestras
vidas como ninguna otra buena noticia podrá hacerlo jamás. Ya podemos
empezar a descubrir la enorme diferencia que existe entre el cristianismo y
cualquier otra religión o filosofía de factura humana. Las demás religiones
intentan proveer buenos consejos que ayuden a conectarse con Dios de alguna
manera o vivir una vida buena: «Esta es la forma cómo debes vivir si quieres
que te vaya bien”. Sin embargo, el evangelio [o buena noticia] es el
anuncio de lo que Dios ya hizo en Cristo a favor de hombres y mujeres que de
ninguna manera hubiesen podido acercarse a Él por sus propios méritos.
No se trata
de un consejo, sino de un anuncio. Ya Dios hizo algo extraordinario en un punto
particular de la historia, y que debemos recibir por fe para alcanzar Su favor.
El mensaje del evangelio gira en torno a la obra de una Persona
Uno de los
pasajes del Nuevo Testamento que mejor resume el contenido del evangelio fue
escrito por Pablo en su carta a los corintios:
Además os
declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también
recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis
la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque
primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que
resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y
después a los doces. (I Corintios 15:1-5)
Las palabras
de Pablo evidencian con absoluta claridad que el evangelio es el anuncio de un
mensaje centrado en la persona de Cristo y Su obra redentora. Él murió por
nuestros pecados, fue sepultado en una tumba y resucitó al tercer día. Si
pudiera probarse que alguno de esos hechos históricos en realidad no ocurrió,
el evangelio perdería por completo su razón de ser. En nuestra cultura
pluralista muchos parecen pensar que lo importante de una religión es la forma
en que te ayuda a ser una mejor persona, independientemente de la veracidad de
los hechos que sustentan su mensaje. Si el cristianismo ha hecho de ti un mejor
ser humano, menos egoísta y más entregado a los demás, entonces no importa si
Cristo fue un personaje real o una leyenda. Lo importante es el efecto positivo
que esa creencia ha producido en ti.
Me pregunto
qué hubiera sucedido si, al llegar a la ciudad de Atenas, Filípides hubiera
anunciado algo como esto: “He venido a traerles un mensaje de paz y seguridad.
No importa si nuestro ejército venció o fue derrotado en la batalla de Maratón;
lo importante es que cada uno de ustedes disponga su ser interior para pensar
positivo y ser una mejor personas”. Es absurdo, ¿no es así? El destino de los
atenienses estaba íntimamente relacionado con el resultado de esa batalla. Si
Persia hubiera sido el vencedor, la historia de Atenas habría cambiado por
completo.
Pues lo
mismo podemos decir del evangelio. La buena noticia que el evangelio proclama
depende enteramente de los hechos históricos relacionados con la persona y la
obra de nuestro Señor Jesucristo. Por eso la declaración de Pablo a los
corintios está estructurada en torno a dos hechos clave, seguidos de una
confirmación histórica[2]:
Hecho No.
1: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras,
-Confirmación
histórica y que fue sepultado.
Hecho No.
2: y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras
-Confirmación
histórica y que apareció a Cefas, y después a los doce.
Si Cristo
fuera una leyenda o cualquiera de los eventos asociados con Él en el evangelio
fuera un hecho ficticio, entonces el cristianismo no tendría ningún valor. El
argumento de Pablo a continuación es contra aquellos que negaban la doctrina de
la resurrección en la iglesia de Corinto.
Porque si no
hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó,
vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos
hallados falsos testigos de Dios, porque hemos testificado de Dios que Él
resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan.
Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no
resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. (I Corintios
15:13-17)
El mensaje
del evangelio depende de la veracidad histórica de los hechos relacionados con
la persona y la obra redentora Cristo.
Los hechos redentores del evangelio fueron prometidos en el Antiguo
Testamento
Pablo
insiste en el hecho de que Cristo murió, fue sepultado y resucitó conforme a
las Escrituras. La profunda conexión con las promesas de Dios se presenta de
manera precisa en su introducción a la carta a los Romanos[3]:
Pablo, siervo
de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios,
que Él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras,
acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según
la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de
santidad, por la resurrección de entre los muertos, y por quien recibimos la
gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por
amor de su nombre. (Rom. 1:1-5, cursiva añadida)
Pablo
enfatiza que Jesús es el Hijo de la promesa dada por Dios a Abraham, y el Rey
prometido del linaje de David. Esa es la razón por la que el evangelio de Mateo
comienza con la genealogía de nuestro Señor Jesucristo. Este es un tema que
aparece reiteradamente en el Nuevo Testamento[4].
Tal vez uno de los pasajes más memorables es el encuentro de Jesús con dos discípulos
Suyos que iban camino a Emaús, luego de Su resurrección. Ellos iban comentando
los hechos recientes ocurridos en Jerusalén, el arresto y la ejecución de
Jesús. Al parecer, ellos daban por sentado que habían cometido un error al
pensar que Él era el que había de redimir a Israel (Luc. 24:21). Jesús los
escuchó con atención y luego les respondió:
“...Oh
insensatos, y tardos de concón para creer todo la que los profesas han dicho
¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su
gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas,
les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”. (Luc. 24:25-27,
cursiva añadida)
De manera
que es imposible poseer un entendimiento adecuado del contenido y alcance del
evangelio, a menos que lo analicemos en el contexto más amplio de la historia
de la redención.
Los hechos históricos que el evangelio anuncia acerca de Cristo giran
en torno al problema del pecado
Pablo afirma
que Cristo murió por nuestros pecados (1 Corintios 15:3). Él vino a solucionar
el más serio de nuestros problemas por medio de Su muerte en la cruz. Esta no
es una verdad muy popular hoy día, porque el hombre contemporáneo se estima
demasiado a sí mismo, a la vez que desprecia profundamente la idea de un Dios
que tiene derecho a establecer las reglas de juego.
Decía
Horacio Bonar, pastor presbiteriano escocés del siglo XIX, que la incredulidad
del hombre siempre envuelve dos cosas: «Una buena opinión de sí mismo, y una
mala opinión de Dios[5].
El hombre es incrédulo porque se estima demasiado; sabe que no es perfecto y aún
puede admitir que toma “decisiones desafortunadas” o “comete errores de juicio”.
Sin embargo, es incapaz de verse como un pecador que merece el justo juicio de
Dios por sus pecados.
Por lo
tanto, si queremos ser eficaces en la proclamación del evangelio, nuestro punto
de partida no puede ser el amor de Dios, sino Su justicia. Así introduce Pablo
su presentación del evangelio en los primeros tres capítulos de su carta a los
Romanos, para luego exponer en detalle el impacto de ese pecado en la raza
humana (Romanos 3:10-18).
1. Somos
injustos delante de Dios por haber violado Su ley moral en incontables
ocasiones: No hay justo, ni aun unce (v. 10).
2. Nuestro
entendimiento está dañado: «No hay quien entiendas (v. 11a). Eso no significa
que el hombre incrédulo no pueda entender y recibir información sobre Dios,
pero sin la regeneración detestamos lo que pudiéramos llegar a conocer de Dios
y de Sus caminos o, en el mejor de los casos, reaccionamos con indiferencia.
3. Nuestro corazón es incapaz
de inclinarse hacia Dios: No hay quien busque a Dios (v. 11b). Los seres
humanos sí buscan ansiosamente algunas cosas que los cristianos relacionamos
con Dios, como la paz interna, la felicidad o la esperanza. Eso podría llevamos
a pensar, erróneamente, que están buscando a Dios. Pero si el hombre pudiera
experimentar todas esas cosas sin tener que recurrir a Dios y someterse a Su
señorío, estaría más que agradecido por ello.
4. No podemos hacer lo bueno: “Todos
se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni
siquiera uno”. (v. 12). Para que una acción sea buena delante de Dios tiene que
surgir de nuestra fe en Él y tiene que ser motivada por una pasión por y para
Su gloria[6].
5. El pecado ha dañado nuestro
hablar: “Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides
hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura” (vv.
13-14). El Señor dice: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mat.
12:34); la boca es como una ventana a través de la cual podemos ver lo que hay
en el corazón y, como señala William Farley:
“Un corazón
desleal chismea. Un corazón orgulloso critica (a los demás y se justifica a sí
mismo por su conducta). Un corazón lleno de ambición egoísta destila envidia.
Un corazón que odia difama. Un corazón temeroso habla palabras de ansiedad y
angustia. Un corazón que teme a los hombres evita la confrontación o adula. Un
corazón inseguro es jactancioso. Un corazón ambicioso habla palabras de
autopromoción. Un corazón ingrato se queja y murmura”,
6. Por lo tanto, el pecado ha
dañado profundamente nuestras relaciones humanas: “Sus pies se apresuran para
derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron
camino de paz” (vv. 15-17). Puede ser que muchos no se sientan identificados
con esta descripción del hombre en su impiedad, pero, según Jesús, la violación
del mandamiento “No matarás”, no solo se circunscribe al acto homicida, sino
que también abarca la ira pecaminosa que precede al asesinato, así como a las
palabras hirientes que dan rienda suelta a la ira.
7. Sin embargo, el impacto más
terrible del pecado en la raza humana es que ha distorsionado nuestra
percepción de Dios y, por lo tanto, no nos permite reverenciarle como es
debido: “No hay temor de Dios delante de sus ojos”. (v. 18).
Esa es la condición del ser
humano en su pecado que hizo necesaria la venida de un Salvador. Jesús no vino
al mundo para enseñar a los hombres buenos cómo ser más buenos o más
espirituales. El vino a salvarnos del terrible impacto que el pecado ha
producido en todas las áreas de nuestras vidas y, sobre todas las cosas, en
nuestra relación con Dios. En el siguiente capítulo hablaremos más ampliamente
sobre este tema.
[1]
Esta ilustración es original de J.D. Green Gopel (Nashville, TN), pág. 21.
[2] Kevin DeYoung y Greg Gilbert, What
is the mission of the church? Making Sense of Social Justice. Shalom and Great
Comission.
[3]
Juan 5:39-40, 46c; Hechos 3:24; Romanos 16:25-27; 1 Pedro 1:10-12.
[4] Citado por William Farley,
Gospel Power Humility (Phillipsburg, NJ, 2011, pág. 104).
[5] Romanos 1:16-17, 18; 2.3-11;
3:9-10.
[6] William Farley, Gospel Power
Humility, pág. 113.
Nota: Este es el capítulo 1 del libro “De Gloria en
Gloria”, del Dr., Pastor Sugel Michelén, de la Iglesia Bíblica del Señor
Jesucristo, República Dominicana. Para solicitar este libro, favor pídalo a
través de Amazon, Lifeway, etc.