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a gran mayoría de iglesias cristianas
evangélicas, carismáticas e, inclusive, la católica, han avanzado en creer en
la autoridad del nombre de Jesús; y, por lo mismo, hoy en día invocan a Dios (por
lo general, solo lo invocan por Sus títulos, y no por Su nombre, Jehová o,
mejor, Yehováh) en el nombre de Jesús, para orar por los enfermos, y reprender
demonios en servicios de liberación en el nombre de Jesús. ¿Por qué? Ellos han
entendido que hay autoridad en este nombre, Jesús.
Sin embargo, y este agradable avance en la fe, que el evangelio de Dios nos ha concedido para nuestra prosperidad espiritual y gloria de Su nombre; cuando la mayoría de iglesias intentan introducir a un recién convertido al Cuerpo de Cristo, y al compañerismo con los ya santificados, tristemente ignoran y hasta rehúsan usar esta autoridad, la autoridad del nombre de Jesús en el bautismo en agua; para, y como es común, bautizar al recién convertido en el nombre del “Padre, Hijo y Espíritu santo”, conforme a una teología que, tristemente, aún impera en la mayoría de iglesias de hoy.
Éstos aducen que, porque el Señor
Jesús dijo “bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo.” (Mateo 28.19), es que ellos bautizan de esa manera; sin embargo, los
renombrados teólogos de esta inmensa mayoría de iglesias saben que, Mateo
28.19, fue manipulado, que originalmente esta cita bíblica no rezaba así y que,
en consecuencia, lo allí citado en casi la totalidad de revisiones bíblicas no
debería ser considerado como serio fundamento para la fe. En cambio, cuando
leemos en el libro de Hechos, cómo es que los apóstoles y evangelistas
bautizaron a los recién convertidos, vemos que estos fueron bautizados
invocando el nombre de Jesús (o Yeshúa, en el idioma hebreo; siendo que esta fe
empezó a difundirse entre los hebreos, en Jerusalén); y que, tan pronto eran
bautizados en el nombre de Jesús, luego todos oraban o intercedían a favor del
recién convertido y bautizado, para que éste recibiera el don del Espíritu
Santo como el mejor Testigo y señal que, realmente, se ha creído en el nombre
de Jesús.
Porque con el corazón se cree para
justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.
(Romanos
10.10)
Y, tanto en Juan 7.37-39, Gálatas
2.16; 3.2, y Efesios 1.13, se declara que el Espíritu Santo se recibe por la fe
y, más exactamente, por la fe en Jesucristo; vale decir que, el Espíritu Santo,
es la confirmación de que realmente hemos sido justificados o declarados justos
por la fe en Jesucristo.
Efectivamente, muchos teólogos ignoran
-voluntariamente- que Mateo 28.19 es espurio porque, según la imagen o copia
fotostática de una porción del evangelio según Mateo, este versículo reza
sencillamente como “Por tanto, id, y haced discípulos en las naciones
bautizándolos en mi nombre. “
Y, según lo declaró Eusebio (Obispo) de
Cesárea en sus libros III, capítulo 6, 132 (a), p. 152; IX, capítulo 11, 445; y
I, capítulo 5, 9 (a), p. 24, respectivamente, tras haber tenido acceso a la
Biblioteca de Cesárea, donde halló un original del evangelio según Mateo, entre
los manuscritos más antiguos almacenados allí, él afirma que el Señor Jesús
dijo a Sus discípulos:
“Id, y haced discípulos de todas las
naciones en mi nombre, enseñándoles a observar todas las cosas que yo os he
mandado.”
“Id y haced discípulos de todas las
naciones en mi nombre.”, y
“Id vosotros, y haced discípulos de
todas las Naciones, enseñándoles que observen todas las cosas, las
cuales yo os he mandado.”
Y, en ningún momento, reconociendo el
mandamiento de bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
tal como reza en las versiones y revisiones de la Biblia que circulan en la
actualidad.
El apóstol Pablo, cuando llegó a
Éfeso, preguntó: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?” (Hechos
19.2). ¿Por qué? Él sabía la importancia de la presencia del Espíritu santo en
el creyente, en la Iglesia. El apóstol Santiago dijo que el cuerpo sin el
espíritu está muerto (Santiago 2.26) y, del mismo modo, un creyente o la iglesia
o congregación local misma, sino tiene el Espíritu Santo está muerta. En
Apocalipsis 3.1 se dice:
“… Yo conozco tus obras, que tienes
nombre que vives [se ufanaban de decir que eran cristianos], y estás muerto.”
Y esa sería nuestra condición si, a
cambio del Espíritu Santo nos conformamos con el espíritu de un “carismático” evangelista
o pastor, un emotivo director de alabanzas o, por último (o primero), con la
manifestación de carismas que, conforme a 1 Corintios 12.3, hasta podrían ser
manifestaciones de espíritus de error, de demonios.
No, tenemos la buena nueva o evangelio
en el nombre de Jesús para hacernos de la promesa del Espíritu Santo; y, si
confesamos este Nombre, que es “sobre todo nombre”, y más sobre el nombre de
títulos de Padre, Hijo y Espíritu Santo, durante el bautismo en agua, tal como
lo enseñaron y practicaron en el libro de Hechos, vamos a permitir a Dios
completar la obra de santificación en el creyente, para recibir el Espíritu
Santo como señal de la justificación por la fe en Jesucristo, al haber
confesado el nombre de Jesús durante el bautismo en agua.
Y luego, Frederick Cornwallis
Conybeare (1856-1924), profesor de teología en la Universidad de Oxford, dio
testimonio de este hecho y escribió: “De los testigos patrísticos del texto del
Nuevo Testamento, tal como estaba en los manuscritos griegos alrededor del 300
al 340, ninguno es tan importante como Eusebio de Cesárea, puesto que vivía en
la mayor biblioteca
cristiana de la época, aquella que Orígenes y Pamphilus
habían reunido. En su “Teofanía”, que se conserva en una versión siríaca
antigua, de un códice de Nitria escrito en el año 411 [que está] en
el Museo Británico, en su famosa “Historia Eclesiástica”, y en su panegírico
del emperador Constantino; tras una moderada búsqueda en estas obras de
Eusebio, he hallado dieciocho citas de Mateo 28:19,
y siempre en la forma siguiente:
“19 Id y haced
discípulos de todas las naciones en mi nombre, enseñándoles a
observar todas las cosas que yo os he mandado.”
Es más, según la Enciclopedia
Católica de 1913, volumen 2,
pág. 365, los católicos reconocen que el bautismo fue cambiado por la Iglesia
Católica; y, en la Enciclopedia Católica de 1967, edición 2, volumen 2, pág.
56, 59, se dice:
“Una referencia explícita a la
fórmula trinitaria bautismal no es encontrada en los primeros siglos.”
Y, en la Enciclopedia Católica,
tomo II, pág. 263, se dice: “La fórmula bautismal fue cambiada de el
nombre de Yehoshúa por las palabras ‘Padre, Hijo, y Espíritu Santo’ por la Iglesia
Católica en el siglo segundo.”[1]
Algunos aducen que, porque no hay
registro en el libro de los Hechos, en que se invoca el nombre de Jesús durante
el bautismo, que eso sería razón para no saber “la fórmula” o cómo se procedería
durante el sacramento del bautismo en agua; sin embargo, y sosteniendo este
argumento, bien que invocan una trinidad al momento de bautizar a los recién
convertidos.
En hechos 16.18, se relata cómo el
apóstol Pablo echó fuera un demonio de adivinación:
Y esto lo hacía por muchos días; más
desagradando a Pablo, este se volvió y dijo al espíritu: Te mando en el nombre
de Jesucristo, que salgas de ella. Y salió en aquella misma hora.
Pues bien, de la misma manera, y
usando este claro ejemplo, bien podemos concluir que, cada vez que un creyente
fue bautizado en el libro de los Hechos, éste fue bautizado “en el nombre de
Jesucristo” tal como, en Hechos 2.38, quedó establecido por boca del apóstol
Pedro:
38 Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de
vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el
don del Espíritu Santo. 39 Porque
para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están
lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.
Y, en
Romanos 6.3-4, el apóstol Pablo enseñó que, mediante el bautismo en el nombre
de Jesús, nos identificamos con Su muerte, sepultura y resurrección; estamos
confesando, tan igual como cuando lo
confesamos durante la Cena del Señor, que creemos en Su muerte y
resurrección sustitutoria o vicaria a favor de nosotros.
Temamos,
no sea que, en aquel día, Él nos desconozca y eche, calificándonos
como hacedores de maldad (Mateo 7.22-23); porque, pudiendo ser humildes para
reconocer las claras instrucciones de Dios en Su Palabra, para hacer partícipes
a todo creyente de la totalidad de las bendiciones y Su gracia infinita para
con los miembros de Su Cuerpo, la Iglesia (Efesios 1.3), les cerramos la
puerta, la única puerta que nos permite ver y entrar a Su reino (Juan 3.3-5),
mediante el nombre de Jesús, invocándolo en el momento del bautismo en agua.
17 Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho,
hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio
de él.
Colosenses 3.17
Sí, todo,
¡TODO!, y esto incluye también al bautismo en agua, en el nombre de Jesús,
Jesucristo o Señor Jesús.
La gracia
de Jesucristo sea con todos ustedes. Amén.
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