¿Es un mandamiento para la Iglesia de Jesucristo,
la Iglesia del Nuevo Testamento?
La palabra diezmo deriva del hebreo asár, que significa dar el diezmo, tomar
o dar una décima parte, décimo, diezmar, diezmo.
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a práctica del diezmo se remonta hasta
días del patriarca Abraham (Génesis 14.20), 400 años antes que la ley fuese
dada al pueblo de Israel y, dos generaciones después,
en días del patriarca y nieto Jacob (Génesis 28.22). En esta ocasión, Jacob hizo
voto o promesa a Dios de darle el diezmo bajo la condición de ser –previamente-
prosperado:
E
hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje
en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir,
Y
si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios.
Y
esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me
dieres, el diezmo apartaré para ti.
Génesis
28.20-22
En Génesis 31:13, Jehová
recuerda a Jacob su voto: “Yo soy el Dios de Bet-el, donde tú ungiste la
piedra, y donde me hiciste un voto. Levántate ahora y sal de esta tierra, y
vuélvete a la tierra de tu nacimiento.”
Tras libertar Dios a Israel
del yugo egipcio, camino a la tierra prometida, Dios dio leyes a Israel, y una
de estas leyes fue la Ley del Diezmo (Deuteronomio 14.22-29). Debemos resaltar
que el diezmo era la décima parte de TODO el producto del grano que rendía el
campo cada año (v. 22); pero igualmente, si llevar el diezmo resultaba gravoso
por razón de la distancia, el israelita estaba instruido a llevar el
equivalente de ese diezmo vendido al lugar donde Jehová Dios escogía para poner
Su Nombre (v. 24), donde debía comprar vacas, ovejas, vino, sidra o cualquier
cosa que deseara para comer delante de Jehová, su Dios, él y toda su familia
(v. 26).
Al final de cada tres años,
en el Año del Diezmo, Israel estaba instruido a compartir el diezmo con el
levita, quien no tenía parte ni heredad (tierra) en Israel, y con el
extranjero, el huérfano y la viuda de aquella ciudad. Así, los que reclaman –hoy-
los diezmos en las iglesias deben cuidar de cumplir con esta ordenanza del Año
del Diezmo.
El diezmo era algo sagrado,
santo o dedicado a Jehová, consagrado a Jehová (Levítico 27.30-32); pero, a la
vez, entregado a los hijos de Leví o levitas, era la heredad de ellos, por
cuanto a ellos no se les permitió tener herencia o posesión de tierra como al
resto de las tribus de Israel (Números 18.21 y 24). Luego, los levitas debían
separar el diezmo de los diezmos para presentar delante de Jehová como ofrenda
mecida (v. 26). Igualmente, los ministros que exigen el diezmo a la grey están
obligados a cumplir con separar el diezmo de todos los diezmos que reciban,
“Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se
hace culpable de todos [los puntos o toda la ley]” (Santiago 2.10).
En Malaquías 3.6-12, Dios
reprende a Israel por incumplir con las ofrendas y diezmos, recordando que era
parte de TODA la ley que Dios prescribió a Israel como fundamento de un pacto,
que ellos serían bendecidos siempre y cuando cumplían con todos los
mandamientos y ordenanzas prescritos. En el versículo 10 se dice: “Traed todos
los diezmos al alfolí…” La palabra alfolí
se traduce del hebreo otsár, que
también se traduce como depósito, almacén, bodega, granero, tesorería, tesoro; por lo que el diezmo NUNCA debería ir a manos de un misionero,
profeta, evangelista o pastor y maestro; sino –en todo caso- ser
depositado en una caja, arca o urna dentro de una iglesia local o, si es
depositado en el banco, a una cuenta bancaria a nombre de la iglesia, y no de
ningún hombre o mujer, tal como lamentablemente viene sucediendo en ya muchos
casos por razón de la ignorancia del pueblo, lo que está hace que muchos se estén enriqueciendo, haciendo mercancía del Evangelio.
Igualmente, deberíamos
hacer una acotación aquí que, durante el ministerio del Señor Jesús, y siendo TODOS súbditos de la ley (Gálatas 4.4), nunca vemos
que se haya pedido o recibido diezmo de los que creían al Evangelio, sino únicamente
ofrendas, porque hubiera sido contraproducente e ilegal duplicar este concepto
del diezmo cuando, conforme a la ley, ya existía un sacerdocio que recibía los diezmos del pueblo.
A lo largo de los 4
evangelios no leemos mandamiento o testimonio de que el creyente hubiera
diezmado al Señor Jesús, sino únicamente ofrendado voluntariamente y, a lo
largo del libro de los Hechos y cartas apostólicas, ese fue el espíritu con que
se procedió a ofrendar, voluntariamente y, salvo en el libro de los Hebreos
capítulo 7, donde se hace referencia al diezmo solo para magnificar la figura
de Melquisedec, a quien Abraham dio los diezmos de todo, no hay sustento para
una doctrina en el sentido de diezmar en la iglesia del Nuevo Testamento, no leyendo
en ninguna parte del diezmo como un mandamiento explícito.
Cierto, el Señor Jesús
declara que “el obrero es digno de su salario” (Lucas 10.7; Mateo 10.10 y 1 Timoteo
5.17-18), pero aquí el salario es la manutención que se le da al obrero en la
casa donde es recibido aunque, por el testimonio que se desprende de las
iglesias gentiles, pudiera haber una
ofrenda en dinero.
“Así
también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del
evangelio.” (1 Corintios 9.14)
Pablo declara que recibió
salario (no diezmo) de “otras iglesias” para servir a los corintios (2 Corintios
11.8).
Finalmente, dos Escrituras
que dan luz para entender que no se anhela obispado (profeta, misionero,
evangelista o pastor y maestro) por dinero, son 1 Timoteo 3.3 y Tito 1.7, donde
se habla de los requisitos para el obispado:
No
dado al vino, no pendenciero, NO CODICIOSO DE GANANCIAS DESHONESTAS, sino
amable, apacible, NO AVARO [FRAUDE].
Porque
es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no
soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, NO CODICIOSO DE
GANANCIAS DESHONESTAS.
¿Ven ustedes? Aquel que
pretendía un cargo de obispado en la iglesia debía ser un empresario o
negociante o, a lo sumo, un trabajador, alguien quien ya tenía una renta por su
trabajo u ocupación, dándonos a entender que nadie debe aspirar un cargo por
necesidad. Es más, cuando los apóstoles fueron llamados al ministerio por el
Señor, ellos dejaron sus faenas diarias y recursos con los que se ganaban el
sustento, DEJÁNDOLO TODO POR CAUSA DEL EVANGELIO.
“Entonces respondiendo
Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido;
¿qué, pues, tendremos?” (Mateo 19.27; Marcos 10.28 y Lucas 18.28)
Y todos sabemos que –por lo
menos- Pedro, Andrés su hermano, Jacobo hijo de Zebedeo y Juan su hermano fueron
pescadores de profesión.
En días del Profeta Samuel,
Israel pidió al profeta para tener un rey tan igual como las otras naciones lo
tenían, aun cuando Jehová Dios era Rey para ellos (1 Samuel 8); sin embargo, y
porque persistieron en este pedido, Dios les permitió tener un rey conforme al
corazón de ellos (capítulos 9 y 10), tras lo cual el Profeta Samuel les recordó
que, una de las exigencias de este rey, sería la de recibir diezmos del grano, viñas
y rebaños para dar a sus oficiales y a sus siervos (1 Samuel 8:9-18), además
del diezmo que ya debían a Dios conforme a la ley. Para los días del Señor, ya
bajo el dominio romano, los tributos se hicieron más gravosos porque, además
del diezmo y las ofrendas conformes a la ley, y el diezmo que se le debía al
rey judío (Herodes), ellos también tributaban a Roma; en medio de este estado
de cosas, ¿habría sido conveniente, saludable, inteligente, justo reclamar OTRO
DIEZMO al pueblo creyente del Evangelio? NO; y, por lo mismo, durante los días
del Señor y el libro de los Hechos, y específicamente entre los creyentes de
origen judío, nunca se vio la figura del diezmo en la práctica de los
cristianos de entonces.
Cuando el Evangelio se
predicó a los gentiles, siendo que algunos creyentes judíos fallaban en no
entender el Evangelio en la pureza de Su gracia, se pretendió imponerles la circuncisión
a los gentiles como parte de la práctica cristiana pretextándoles que, sin ello,
“no podéis ser salvos” (Hechos 15.1), a lo que el Apóstol Pablo y Bernabé se
opusieron con firmeza. Discutido esto y otros casos que afectaban la fe entre
los gentiles entre los apóstoles y
ancianos en Jerusalén, tras lo cual se determinó no imponer ninguna carga a los
gentiles excepto que a abstenerse de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de
ahogado y de fornicación; y es de resaltar que en ningún momento se ordenó a
los creyentes gentiles a diezmar, como tampoco vemos en ninguna de las cartas
del Apóstol Pablo, e incluso en las cartas de los apóstoles del “Evangelio de
la Circuncisión” (Santiago, Pedro, Juan y Judas), la figura del diezmo como un mandamiento para los
creyentes de Jesucristo, la Iglesia del Nuevo Testamento.
En 1 Juan 5.3, el Apóstol
Juan nos dice: “…y Sus mandamientos no son gravosos”, difíciles de soportar, no
son una carga; y esto es lo que muchos ministros provocan al exigir diezmos a
los creyentes en sus iglesias, tratándolos de “ladrones” cuando, por
circunstancias adversas, los tales no están en condiciones si quiera de
ofrendar ignorando voluntariamente, inclusive, la consideración de la ley para
con los súbditos israelitas que no podían diezmar por razón de su pobreza.
En definitiva, no creo que
el diezmo sea un mandamiento para observarse en la Iglesia de Jesucristo, del
Nuevo Testamento y que, para la manutención de los ministros (misioneros,
evangelistas, pastores y maestros), siempre que los tales sirvan a tiempo
completo, las ofrendas deben ser suficientes para ese cometido, como creo que
fue la práctica en la iglesia del primer siglo e, incluso, del segundo siglo,
tal como lo relata Justino Mártir:
“El día domingo se reúnen
todos aquellos que viven en las ciudades y en las aldeas, y se lee una porción
de los escritos y las biografías de los apóstoles, hasta donde el tiempo permite.
Cuando se termina la lectura, el que preside da un discurso en el que amonesta
y exhorta a que se deben de imitar esas cosas tan nobles. Después nos ponemos
todos de pie para orar unánimes. Al terminar la oración, como ya hemos dicho, nos
presentan el pan y el vino y se ofrece el agradecimiento, y la congregación
responde con ‘Amén.’ Luego el pan y el vino se distribuyen a cada uno, de lo
cual todos participan, y los diáconos les llevan a los ausentes. Luego LOS
PUDIENTES Y LOS QUE TIENEN EL DESEO, CONTRIBUYEN VOLUNTARIAMENTE Y ESTA COLECCIÓN
SE ENTREGA AL QUE PRESIDE, DE DONDE ÉL AYUDA A LOS HUÉRFANOS, LAS VIUDAS, LOS
PRISIONEROS Y LOS EXTRANJEROS CON NECESIDAD”.
Como bien nos lo refieren
muchos ministros que han estudiado el tema, esta práctica la heredó la Iglesia
de la Iglesia Católica que, tras hacer alianzas con los reyes de entonces, se
constituyó en una iglesia ávida de poder mundano o terrenal y, en su afán
mórbido por seguir acumulando riquezas, no escatimó recurso alguno llegando,
incluso, a pedir dinero por indulgencias o el perdón de pecados. Tras el
oscurantismo, y con el advenimiento de una iglesia protestante contra prácticas
contrarias a las Escrituras que se habían introducido en la Iglesia,
lamentablemente esta práctica del diezmo continuó tiempo después hasta hoy. Sin
embargo, y por lo expuesto en ya muchos estudios, algunos realmente sobrios y
sacados del contexto en que figura la palabra diezmo en las Escrituras y, específicamente en el Nuevo Testamento,
podemos concluir que el diezmo no es una ordenanza para usted que congrega en
una iglesia cristiana y que, si vuestro pastor se atreve a increparle de “ladrón”
por razón de no dar el diezmo a Dios, sepa usted que Dios no le reclama diezmo
alguno a usted ni a ningún cristiano, sino el ofrendar con espíritu de
conciencia, conforme se propone en el corazón pero, igualmente, consciente de
las necesidades en una iglesia local, y en la necesidad de sostener a nuestros
ministros, a genuinos ministros. Sepa usted que, quien reclama diezmos
pretextando que le estaríamos robando a Dios, él es quien le está robando a
usted, abusando de su ignorancia en las Escrituras.
¡Paz!
La gracia de Jesucristo sea con todos ustedes. Amén.
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