jueves, 25 de enero de 2018

Creed a Sus profetas, y seréis prosperados

Y cuando se levantaron por la mañana, salieron al desierto de Tecoa. Y mientras ellos salían, Josafat, estando en pie, dijo: Oídme, Judá y moradores de Jerusalén. Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y seréis prosperados.
2 Crónicas 20:20

La prosperidad siempre ha sido una razón u objetivo por lo cual vivir. Hoy la prosperidad está enfocado en lo económico pero, en días Bíblicos, el hombre o mujer de Dios buscó en esta prosperidad la gloria de Dios, porque él sabía que, cuando Dios era glorificado (mostrando Dios que Su Palabra no falla o fallará), éste participaría de esta gloria o prosperidad. El Señor Jesús dijo “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” (Mateo 24:35); esto es “nunca dejarán de ser eficaces”, como se dice en Hebreos 4:12: “Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz…”. Así, toda vez que un hombre, pueblo o iglesia tomó en serio la Palabra de un profeta de Dios, vindicado ser genuinamente Su profeta, creyéndola y haciéndola, éste prosperó.

10 Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come,
11 así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.
Isaías 55:10-11

Si queremos prosperad, debemos tomar en serio, creerla y hacerla, la Palabra de Dios.

Sin embargo, en estos últimos tiempos se están levantando falsos profetas, por lo que somos instruidos a no creer a todo espíritu, sino a probarlos si son de Dios; “porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.” (1 Juan 4:1).

En Deuteronomio 13:1-5 se nos advierte, inclusive, que un profeta pudiera mostrar señales que –aparentemente- lo vindicarían como profeta (el don de profeta, como Balaam, por ejemplo) pero que, si este profeta guiaba hacia otros dioses, no deberíamos dar oído a este falso profeta. Hemos sido enseñados que Dios es Su Palabra (Juan 1:1); así, hay falsos profetas –prácticamente- guiando a las gentes a otros dioses, cuando trazan mal las Escrituras con interpretaciones privadas, trayendo frustración y maldición al pueblo.

Cuando Jehová Dios sacó a Israel de Egipto, les dio mandamientos (leyes) y, sobre la base de esta ley, Él estableció un pacto con Israel; bendiciéndolos si obedecían Sus mandamientos, y maldiciéndolos si desobedecían (Deuteronomio 28; 7:12-24; Levítico 26:3-46); y, porque Jehová amó a Israel, Él les envió –vez tras vez- profetas para mantenerlos en el pacto de Sus bendiciones, además que les anticipó la venida del Mesías príncipe (Daniel 9:25) y la gloria subsecuente tras esta visitación.

En Hechos 3:22-26, el apóstol Pedro les declara que el Señor Jesús fue el cumplimiento a la profecía de Deuteronomio 18:15-22 y que, por consiguiente, ellos (Israel) debían oír las palabras de este Profeta de profetas, al Señor Jesús, atendiendo a las enseñanzas, promesas y profecías que Él dejó a lo largo de Su ministerio de 3.5 años. En Juan 17:8, el Señor, orando al Padre, dice: “porque las palabras que me diste, les he dado [a los discípulos]; y ellos las recibieron…”; por consiguiente, y porque estos discípulos oyeron, creyeron y obedecieron a su Señor, a este Profeta de profetas, vindicado con señales irrefutables para mostrarlo como aquel Profeta prometido que había de venir (Mateo 11:1-6; Isaías 35:5-6; 61:1), Dios vindicó a estos discípulos dándoles el Espíritu Santo de la promesa. Todos los que oyeron, creyeron y obedecieron al Señor Jesús, recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés y, en Hechos 2:39, el apóstol nos asegura que la misma experiencia es “para cuantos el Señor nuestro Dios llamare”, y Él está llamando aún hoy; prosperando la fe de todos los que creen Su Palabra.

En Mateo 28:20, el Señor les dijo a Sus apóstoles, “enseñándoles que guarden todas las cosas [Su Palabra] que os he mandado”; y todo cuanto Él mandó está contenido en los Evangelios. El Hermano Branham enseña que el libro de los Hechos se sostiene en los Cuatro Evangelios:

353 Ahora, oí a un gran maestro no hace mucho, dijo, el...uno...un gran hombre, un buen hombre, lo conocí, estreché su mano, un buen hermano. Él dijo: “Pero los Hechos de los apóstoles fueron sólo la armazón para la Iglesia”. ¡Ja! En otras palabras, él tenía la armazón aquí afuera, ¿ven? Cuando, los Hechos de los apóstoles estaban adentro, y estos Evangelios son el armazón para mantenerlo unido y protegerlo. Ven cómo la—la—la mente de un hombre puede hacer cualquier cosa. Yo hubiera pensado lo mismo si no fuera por El. ¿Ven?
354 La armazón, pentecostés no fue la armazón del Evangelio. ¡Los cuatro Evangelios son la armazón para respaldar a pentecostés! Después de que ellos tenían armada esta armazón, pentecostés vino a existencia. ¿Es correcto eso? ¿Cuál fue escrito primero, el Libro de los Hechos o los—o los apóstoles? Los apóstoles. Jesús anduvo haciendo obras y prediciendo lo que vendría, y Mateo, Marcos, Lucas, y Juan, esos cuatro guardias vinieron y estaban escribiendo todo lo que ellos veían suceder, contándolo exactamente como es, cómo iba a suceder, qué iba a suceder. Entonces al mismo tiempo ellos la armaron por todos lados, ¡y aquí venía! ¡Amén! Mateo, Marcos, Lucas, y Juan, son la armazón, o la obra de guardia que protege el templo principal, el Trono, la Bendición pentecostal.
61-0108 Apocalipsis Capítulo 4, Parte 3, Jeffersonville, Indiana.

Dándonos a entender que fueron las enseñanzas del Señor, a lo largo de Sus 3.5 años de ministerio, y registrados en los Cuatro Evangelios, lo que produjo la gloriosa Iglesia del libro de los Hechos, con el advenimiento del Espíritu Santo el día de Pentecostés y que, cuando Él instruye a Sus apóstoles y discípulos a enseñar Sus enseñanzas, esto permite que Su promesa y gloria estén igualmente disponibles ahora para todos nosotros. ¿Qué tenemos que hacer, entonces? Como ellos, allá en Israel y a lo largo de Su ministerio, tenemos que oír (leer), creer y obedecer Su Palabra porque, como con Moisés bajo la ley, las palabras del Señor Jesús son el fundamento de un Nuevo Pacto –ahora- en Su bendita Sangre, un mejor pacto con mejores promesas, para prosperar –tanto- nuestras vidas al punto de llevarnos de gloria en gloria, como en la mismísima imagen de Su Hijo, Jesucristo, hasta llegar a ser semejantes a Él en gloria, como nos es prometido en 1 Juan 3:2-3. Las cartas apostólicas, y el libro del Apocalipsis, están fundados en las enseñanzas del Señor Jesús, del Profeta prometido a Israel, cuya Sangre limpia de pecado tanto a judíos como a gentiles, a nosotros.

Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo.
Efesios 2:20

“Creed a Sus profetas, y seréis prosperados” (2 Crónicas 20:20b), sigue vigente hasta hoy, siempre y cuando este profeta, y todo maestro, nos guíen a las enseñanzas –incontaminadas- de nuestro Señor y Dios Jesucristo y cartas apostólicas, única manera de ser prosperados; porque ellos, como Sus apóstoles y, conforme a Sus instrucciones, transmitieron la encomienda del Señor: “enseñándoles que guarden todas las cosas [Su Palabra] que os he mandado”; para, como ellos y los 120 en Pentecostés, y toda la gloriosa iglesia del primer siglo, recibir la promesa del Espíritu Santo, la seguridad de la Presencia de Dios entre Sus santos, para el cumplimiento de Sus promesas y profecías pendientes por cumplirse para Su gloria, prosperando Su Palabra entre nosotros, para la prosperidad de nuestras almas en fe santificadora y piadosa. Amén.

¡Shalom!

martes, 2 de enero de 2018

El Diezmo

No es un Mandamiento para la Iglesia del Nuevo Pacto

L
a palabra diezmo proviene del hebreo maasér, maasor o maasrá, que se traduce como  décima [parte], diezmar o diezmo; y, desde la data de la ley a Israel, por mano del profeta Moisés, fue un mandamiento exclusivo para esta nación de parte de Jehová Dios.

22 Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año. 23 Y comerás delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere para poner allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados, para que aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días. 24 Y si el camino fuere tan largo que no puedas llevarlo, por estar lejos de ti el lugar que Jehová tu Dios hubiere escogido para poner en él su nombre, cuando Jehová tu Dios te bendijere, 25 entonces lo venderás y guardarás el dinero en tu mano, y vendrás al lugar que Jehová tu Dios escogiere; 26 y darás el dinero por todo lo que deseas, por vacas, por ovejas, por vino, por sidra, o por cualquier cosa que tú deseares; y comerás allí delante de Jehová tu Dios, y te alegrarás tú y tu familia. 27 Y no desampararás al levita que habitare en tus poblaciones; porque no tiene parte ni heredad contigo. 28 Al fin de cada tres años sacarás todo el diezmo de tus productos de aquel año, y lo guardarás en tus ciudades. 29 Y vendrá el levita, que no tiene parte ni heredad contigo, y el extranjero, el huérfano y la viuda que hubiere en tus poblaciones, y comerán y serán saciados; para que Jehová tu Dios te bendiga en toda obra que tus manos hicieren. (Deuteronomio 14:2-29).

Según Levítico 27:30-34, era del usufructo de los frutos de la tierra y el ganado, dedicados a Jehová; mismo que era entregado a los hijos de Leví (Números 18:21), lo que sería heredad para ellos, la tribu de Leví (v. 24), en tanto a ellos no les correspondió heredad de tierras para labrarla para sostenimiento de ellos. “Yo [Jehová] soy tu parte y tu heredad, en medio de los hijos de Israel.” (Números 18:20). A los levitas les correspondió el privilegio de ministrar en el tabernáculo, después en el templo, delante de Jehová Dios, intercediendo por el pueblo por sus iniquidades.

Como lo podemos ver, el diezmo obedeció a una necesidad espiritual y nacional, en tanto los hijos de Leví (o tribu de Leví) no recibieron tierra como heredad y, porque de esta tribu se levantó el sacerdocio para ministrar en el tabernáculo (templo), en favor del pueblo y delante de Jehová, dedicados para proveer el sacerdocio, fue justo y necesario que Dios ordenara al resto de Israel diezmar a favor de la tribu de Leví o los levitas.

En Deuteronomio 12:19, Moisés exhorta a Israel, diciéndoles “Ten cuidado de no desamparar al levita en todos tus días sobre la tierra.” (También en Deuteronomio 14:27).

El hecho es que Israel no cumplió con diezmar según la ley de este pacto, que ellos, todo Israel hubo aceptado con un: “Haremos todas las palabras que Jehová a dicho.” (Éxodo 24:3), y “Haremos todas las cosas que Jehová a dicho, y obedeceremos.” (v. 7), por lo que el profeta Malaquías reprendió a toda la nación de Israel:

8 ¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. 9 Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. 10 Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. (Malaquías 3:8-10).

Pero Dios NUNCA celebró este pacto, sobre la ley, con la Iglesia Gentil, no; es más, según las palabras del Señor Jesús en la última cena, “Ésta es la Sangre del Nuevo Pacto” (Mateo 26:28; Marcos 14:24; Lucas 22:20 y 1 Corintios 11:25), nuestra relación con Dios está basado en OTRO PACTO, distinto y superior al Antiguo Pacto, sobre la base de la Sangre de nuestro Señor y, por consiguiente, Él no nos puede demandar el cumplimiento de un diezmo que Él jamás ha pactado con nosotros, la Iglesia Gentil, la Iglesia de Jesucristo, y menos maldecirnos por un supuesto incumplimiento.

En tiempos de la ley, los judíos (donde estaba edificado el templo) edificaron alfolíes, graneros, almacenes o bodegones para depositar allí el producto del diezmo recaudado y, según estudiosos, estarían edificados contiguos al templo, no dentro del templo, pero adyacentes al templo. Aquí es necesario aclarar que, en tiempo del libro de los Hechos, la iglesia naciente NO edificó edificios donde congregar, como los hay hoy, sino que congregaban en casa de los fieles quienes, de su corazón, daban un ambiente de su casa con este propósito; y que es, ya en el siglo IV, con la unión de la naciente iglesia católica y el estado romano, que se empiezan a construir edificios para la iglesia, a los cuales se les llamó templos, cuando la verdad es que la Iglesia o los redimidos del Señor somos el único y verdadero templo para el Dios Vivo (1 Corintios 3:16-17; 6:19-20; 1 Pedro 2:4-5). Por consiguiente, en días de la iglesia primitiva o en el libro de los Hechos, el concepto de un alfolí o almacén o depósito o bodegón nunca fue considerado a la manera que fue bajo la ley [de Moisés]. El único concepto que se administró para sostén de la Iglesia (los santos, necesidades inherentes y circunstanciales)) fue la ofrenda.

En días del Señor Jesús, entendiendo que Él fue un súbdito de la ley y que, por lo tanto, estaba obligado a cumplirla, como todo israelita y judío, es entendible que Él dijera “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.” (Mateo 5:17) porque, si Él hubiera dicho lo contrario, conforme a la ley Él debería haber sido apedreado. Algunos aducen, por Mateo 23:23, que el Señor estaría confirmando el mandamiento del diezmo para la Iglesia pero, una vez más, debemos recordar que Él fue enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mateo 15:24), Él fue profeta para Israel y, en ese contexto, Él no pudo sino vindicar la ley para ellos, por lo expuesto en Mateo 5:17-20.

Y ya durante la iglesia naciente, en el libro de los Hechos, no vemos que los apóstoles hayan reclamado del pueblo diezmos, sino ofrendas voluntarias porque, si Pedro, Juan o Jacobo hubieran solicitado diezmos, cuando éstos se daban única y exclusivamente a los sacerdotes en el templo, bajo la ley (el sacerdocio participaba de los diezmos y ofrendas, aunque eran destinados primordialmente para la tribu de Leví, los levitas), ellos habrían sido denunciados con justicia ante el sanedrín por prevaricato contra la ley e, inmediatamente, igualmente apedreados. En Hebreos 8:3-4 se nos da a entender que el Señor Jesús, “si [aún Él] estuviera sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley”; por lo que solicitar diezmos en los días de Su carne, y después, en una nación donde ya los sacerdotes conformes a la ley recibían diezmos y ofrendas, sería una duplicidad del mandamiento que habría sido observado por el sacerdocio judío, desnaturalizando el sentido que Dios quiso darle por razón de la tribu de Leví y el servicio en el templo. Es evidente que, durante la iglesia naciente, no hubo diezmo, tanto en Jerusalén como en las iglesias establecidas entre los gentiles porque, de haber existido esa práctica del diezmo entre ellos, habría habido un fondo para las necesidades de los santos en Jerusalén que, porque no hubo esta práctica, propuso a los santos en las iglesias gentiles a solidarizarse con los santos en Jerusalén, OFRENDANDO, no diezmando.

El Hermano Branham fundamenta el diezmo para la Iglesia, hoy, en el testimonio de Abraham quién, efectivamente, dio diezmo a Melquisedec aún antes de la data de lay y, por consiguiente, bajo gracia, para argumentar que igualmente debe ser para nuestro régimen de gracia, hoy; pero, si el testimonio de Abraham fuera ejemplo a seguir por la Iglesia, su nieto Jacob no lo hubiera condicionado a su prosperidad; si el testimonio o ejemplo de su abuelo Abraham es la norma a seguir, él debió diezmar próspero o no, sí o sí, como lo exigen hoy los ministros (pastores y “apóstoles”) de muchas iglesias denominacionales, que se diezme aún de la pobreza del congregante, gravándolos hasta la angustia aduciendo que, si no lo hacen, son malditos, conformes a Malaquías 3:9, cuando fallan en reconocer que esta maldición fue en razón de que Israel falló al pacto que acordaron respetar y guardar para su prosperidad. Así, los testimonios de Abraham y Jacob (Israel) son casos aislados, y los apóstoles ni los mencionan para sostener el diezmo como un mandamiento para la Iglesia de Jesucristo; por lo que podemos concluir que los diezmos de Abraham y Jacob fueron voluntarios; el de Abraham como un reconocimiento que su victoria se debió a la intervención de Dios, “y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de todo.” (Génesis 14:20. En Hebreos 7:4, el apóstol aclara el concepto del “todo” de Génesis 14:20, lo que él llamó “botín” que, conforme al diccionario de la RAE significa “hist. Despojo que se concedía a los soldados como premio de conquista, en el campo [de batalla] o plazas enemigas.”); mientras que el de Jacob como resultado de un voto o promesa a Jehová Dios (Génesis 28:18-22; 35:1-15); pero que, llegada la ley, esta voluntariedad se convirtió en mandamiento y obligación por razón de la necesidad de apoyar –con el diezmo- a la tribu de Leví, dedicada por completo a proveer el sacerdocio para ministrar en el tabernáculo y, tiempo después, en el templo.

El Hermano Branham cita una porción de una crónica del siglo II donde, aunque la cita es para respaldar que las reuniones de iglesia fueron en el día de domingo, allí justamente hallamos –igualmente- respaldo para reconocer cómo se procedía para el sostenimiento de la Iglesia (los santos y otras necesidades), mediante las ofrendas y, más aún, de quiénes lo daban:

“…Aquí está lo que dijo Justino, en el segundo siglo: “El día domingo se reúnen todos aquellos que viven en las ciudades y en las aldeas, y se lee una porción de los escritos y las biografías de los apóstoles, hasta donde el tiempo permite. Cuando se termina la lectura, el que preside da un discurso en el que amonesta y exhorta a que se deben de imitar esas cosas tan nobles. Después nos ponemos todos de pie para orar unánimes. Al terminar la oración, como ya hemos dicho, nos presentan el pan y el vino y se ofrece el agradecimiento, y la congregación responde con ‘Amén.’ Luego el pan y el vino se distribuyen a cada uno, de lo cual todos participan, y los diáconos les llevan a los ausentes. Luego los pudientes y los que tienen el deseo, contribuyen voluntariamente y esta colección se entrega al que preside, de donde él ayuda a los huérfanos, las viudas, los prisioneros y los extranjeros con necesidad.” (Las Edades, Pág. 39 y 40, Párr. 19).

Como ya lo hemos leído en otros tratados sobre el tema, el diezmo volvió a considerarse a fines del siglo XVIII, por mandamiento de hombres, (favor, lea el tratado del Rev. Amós Ortiz, La Historia de Diezmar el Ingreso), pero sin considerar el estudio que hoy demuestra, a saciedad, que este concepto no lo prescribió el Señor Jesús, ni ninguno de Sus apóstoles, para Su Iglesia; y, desde entonces, el diezmo ha ido trasmitiéndose tradicionalmente, no como mandato de Dios y hoy, inclusive, de tal forma que va, no a un alfolí o su símil, que vendría a ser un tesoro o tesorero en la iglesia local, sino a los bolsillos de hombres inescrupulosos que hacen mercancía de la fe, del Evangelio, y de la ignorancia de un pueblo que no lee su Biblia, en oración, para hallar la verdad del asunto que nos ocupa. Como bien lo dijo un ministro, “es por ignorancia o por viveza de ministros, cualesquiera de los dos casos.” Vale recalcar que el diezmo SIEMPRE fue en especies (productos del campo y/o animales), NUNCA EN DINERO; y que, cuando el adorador no podía llevar su diezmo a Jerusalén (productos del campo y/o animales), por lo distante; él vendía su diezmo, llevaba el dinero de lo vendido a Jerusalén y, llegado a Jerusalén, con ese dinero volvía a comprar productos del campo y/o animales para presentarlos ante Jehová como diezmo (Deuteronomio 14:24-26). Hoy, muchas iglesias exigen el diezmo en dinero contante y sonante; ¿cuándo se prescribió ese cambio en la ley, o en la Iglesia del primer siglo? ¿Cuándo?

Una vez más, cuando el apóstol Pablo declara los requisitos para los que aspiraban ser obispos (pastores y maestros), él da a entender que los tales deben ser hombres que ya trabajan o administran un negocio: “no codicioso de ganancias deshonestas” (1 Timoteo 3:3), no holgazanes que pretendan vivir del Evangelio, aunque hay que hacer la salvedad de que hay tales quienes, porque dedican sus vidas –a tiempo completo-  para servir a la iglesia local y que, para los tales, el Señor y los apóstoles reconocen un salario (Mateo 10:10; Lucas 10:7; 1 Corintios 9:14. Lean, por favor, todo el capítulo 9 de 1 Corintios) pero, en ningún caso, la ofrenda –único concepto que se debe administrar para las economías de la iglesia local- debe ser entregado en manos del pastor o maestro, sino al tesoro o un tesorero elegido o designado en asamblea de la iglesia para, desde allí, destinar los dineros para las diferentes necesidades de una iglesia local: el salario de los evangelistas o ministros dedicados a tiempo completo, para los extranjeros, viudas, prisioneros y huérfanos; para los pobres, como el apóstol lo reconoce en Gálatas 2:10.

En realidad, hay mucho estudio y tratados sobre este tema y que, con buen fundamento, reconocen que el diezmo no debería ser impuesto en nuestras iglesias; sin embargo, debo reconocer que los hay con torpes interpretaciones de una cita Bíblica, fuera contexto, lo que no respaldo. Dejo al comentario serio este pequeño tratado, y que estoy dispuesto a la crítica fundada en Biblia, en su debido contexto, para bien de una iglesia que aspira una saludable ministración de la Palabra, sin la interpretación privada por parte de algunos hombres interesados en su propio beneficio.

La gracia de Jesucristo sea con todos ustedes. Amén.