No es un
Mandamiento para la Iglesia del Nuevo Pacto
L
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a palabra diezmo proviene del hebreo maasér, maasor o maasrá, que se
traduce como décima [parte], diezmar o
diezmo; y, desde la data de la ley a
Israel, por mano del profeta Moisés, fue un mandamiento exclusivo para esta
nación de parte de Jehová Dios.
22 Indefectiblemente diezmarás todo el producto del
grano que rindiere tu campo cada año. 23 Y comerás delante de Jehová tu
Dios en el lugar que él escogiere para poner allí su nombre, el diezmo de tu
grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus
ganados, para que aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días. 24 Y
si el camino fuere tan largo que no puedas llevarlo, por estar lejos de ti el
lugar que Jehová tu Dios hubiere escogido para poner en él su nombre, cuando
Jehová tu Dios te bendijere, 25 entonces lo venderás y guardarás el dinero
en tu mano, y vendrás al lugar que Jehová tu Dios escogiere; 26 y darás el
dinero por todo lo que deseas, por vacas, por ovejas, por vino, por sidra, o
por cualquier cosa que tú deseares; y comerás allí delante de Jehová tu Dios, y
te alegrarás tú y tu familia. 27 Y no desampararás al levita que habitare
en tus poblaciones; porque no tiene parte ni heredad contigo. 28 Al fin de
cada tres años sacarás todo el diezmo de tus productos de aquel año, y lo
guardarás en tus ciudades. 29 Y vendrá el levita, que no tiene parte ni
heredad contigo, y el extranjero, el huérfano y la viuda que hubiere en tus
poblaciones, y comerán y serán saciados; para que Jehová tu Dios te bendiga en
toda obra que tus manos hicieren. (Deuteronomio 14:2-29).
Según Levítico
27:30-34, era del usufructo de los frutos de la tierra y el ganado, dedicados a
Jehová; mismo que era entregado a los hijos de Leví (Números 18:21), lo que
sería heredad para ellos, la tribu de Leví (v. 24), en tanto a ellos no les
correspondió heredad de tierras para labrarla para sostenimiento de ellos. “Yo
[Jehová] soy tu parte y tu heredad, en medio de los hijos de Israel.” (Números 18:20).
A los levitas les correspondió el privilegio de ministrar en el tabernáculo,
después en el templo, delante de Jehová Dios, intercediendo por el pueblo por
sus iniquidades.
Como lo podemos ver,
el diezmo obedeció a una necesidad espiritual y nacional, en tanto los hijos de
Leví (o tribu de Leví) no recibieron tierra como heredad y, porque de esta
tribu se levantó el sacerdocio para ministrar en el tabernáculo (templo), en
favor del pueblo y delante de Jehová, dedicados para proveer el sacerdocio, fue
justo y necesario que Dios ordenara al resto de Israel diezmar a favor de la
tribu de Leví o los levitas.
En Deuteronomio
12:19, Moisés exhorta a Israel, diciéndoles “Ten cuidado de no desamparar al
levita en todos tus días sobre la tierra.” (También en Deuteronomio 14:27).
El hecho es que Israel no cumplió con diezmar según la ley
de este pacto, que ellos, todo Israel hubo aceptado con un: “Haremos todas las palabras
que Jehová a dicho.” (Éxodo 24:3), y “Haremos todas las cosas que Jehová a
dicho, y obedeceremos.” (v. 7), por lo que el profeta Malaquías reprendió a toda la nación de Israel:
8 ¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y
dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas.
9 Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis
robado. 10 Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi
casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré
las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que
sobreabunde. (Malaquías 3:8-10).
Pero Dios NUNCA celebró este pacto, sobre la ley, con la Iglesia
Gentil, no; es más, según las palabras del Señor Jesús en la última cena, “Ésta
es la Sangre del Nuevo Pacto” (Mateo 26:28; Marcos 14:24; Lucas 22:20 y 1
Corintios 11:25), nuestra relación con Dios está basado en OTRO PACTO, distinto
y superior al Antiguo Pacto, sobre la base de la Sangre de nuestro Señor y, por
consiguiente, Él no nos puede demandar el cumplimiento de un diezmo que Él
jamás ha pactado con nosotros, la Iglesia Gentil, la Iglesia de Jesucristo, y
menos maldecirnos por un supuesto incumplimiento.
En tiempos de la ley, los judíos (donde estaba edificado el
templo) edificaron alfolíes, graneros, almacenes o bodegones para depositar
allí el producto del diezmo recaudado y, según estudiosos, estarían edificados
contiguos al templo, no dentro del templo, pero adyacentes al templo. Aquí es
necesario aclarar que, en tiempo del libro de los Hechos, la iglesia naciente
NO edificó edificios donde congregar, como los hay hoy, sino que congregaban en
casa de los fieles quienes, de su corazón, daban un ambiente de su casa con
este propósito; y que es, ya en el siglo IV, con la unión de la naciente
iglesia católica y el estado romano, que se empiezan a construir edificios para
la iglesia, a los cuales se les llamó templos, cuando la verdad es que la
Iglesia o los redimidos del Señor somos el único y verdadero templo para el
Dios Vivo (1 Corintios 3:16-17; 6:19-20; 1 Pedro 2:4-5). Por consiguiente, en
días de la iglesia primitiva o en el libro de los Hechos, el concepto de un
alfolí o almacén o depósito o bodegón nunca fue considerado a la manera que fue
bajo la ley [de Moisés]. El único concepto que se administró para sostén de la
Iglesia (los santos, necesidades inherentes y circunstanciales)) fue la
ofrenda.
En días del Señor Jesús, entendiendo que Él fue un súbdito de la
ley y que, por lo tanto, estaba obligado a cumplirla, como todo israelita y
judío, es entendible que Él dijera “No penséis que he venido para abrogar la
ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.” (Mateo 5:17)
porque, si Él hubiera dicho lo contrario, conforme a la ley Él debería haber
sido apedreado. Algunos aducen, por Mateo 23:23, que el Señor estaría confirmando
el mandamiento del diezmo para la Iglesia pero, una vez más, debemos recordar
que Él fue enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mateo 15:24), Él
fue profeta para Israel y, en ese contexto, Él no pudo sino vindicar la ley
para ellos, por lo expuesto en Mateo 5:17-20.
Y ya durante la iglesia naciente, en el libro de los Hechos, no
vemos que los apóstoles hayan reclamado del pueblo diezmos, sino ofrendas
voluntarias porque, si Pedro, Juan o Jacobo hubieran solicitado diezmos, cuando
éstos se daban única y exclusivamente a los sacerdotes en el templo, bajo la
ley (el sacerdocio participaba de los diezmos y ofrendas, aunque eran destinados primordialmente para la tribu de Leví, los levitas), ellos habrían sido denunciados con justicia ante el sanedrín por
prevaricato contra la ley e, inmediatamente, igualmente apedreados. En Hebreos
8:3-4 se nos da a entender que el Señor Jesús, “si [aún Él] estuviera sobre la
tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo
aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley”; por lo que solicitar
diezmos en los días de Su carne, y después, en una nación donde ya los
sacerdotes conformes a la ley recibían diezmos y ofrendas, sería una duplicidad
del mandamiento que habría sido observado por el sacerdocio judío,
desnaturalizando el sentido que Dios quiso darle por razón de la tribu de Leví
y el servicio en el templo. Es evidente que, durante la iglesia naciente, no
hubo diezmo, tanto en Jerusalén como en las iglesias establecidas entre los
gentiles porque, de haber existido esa práctica del diezmo entre ellos, habría
habido un fondo para las necesidades de los santos en Jerusalén que, porque no
hubo esta práctica, propuso a los santos en las iglesias gentiles a
solidarizarse con los santos en Jerusalén, OFRENDANDO, no diezmando.
El Hermano Branham
fundamenta el diezmo para la Iglesia, hoy, en el testimonio de Abraham quién,
efectivamente, dio diezmo a Melquisedec aún antes de la data de lay y, por
consiguiente, bajo gracia, para argumentar que igualmente debe ser para nuestro
régimen de gracia, hoy; pero, si el testimonio de Abraham fuera ejemplo a
seguir por la Iglesia, su nieto Jacob no lo hubiera condicionado a su
prosperidad; si el testimonio o ejemplo de su abuelo Abraham es la norma a
seguir, él debió diezmar próspero o no, sí o sí, como lo exigen hoy los
ministros (pastores y “apóstoles”) de muchas iglesias denominacionales, que se
diezme aún de la pobreza del congregante, gravándolos hasta la angustia
aduciendo que, si no lo hacen, son malditos, conformes a Malaquías 3:9, cuando
fallan en reconocer que esta maldición fue en razón de que Israel falló al
pacto que acordaron respetar y guardar para su prosperidad. Así, los
testimonios de Abraham y Jacob (Israel) son casos aislados, y los apóstoles ni
los mencionan para sostener el diezmo como un mandamiento para la Iglesia de
Jesucristo; por lo que podemos concluir que los diezmos de Abraham y Jacob
fueron voluntarios; el de Abraham como un reconocimiento que su victoria se
debió a la intervención de Dios, “y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó
tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de todo.” (Génesis 14:20. En
Hebreos 7:4, el apóstol aclara el concepto del “todo” de Génesis 14:20, lo que
él llamó “botín” que, conforme al diccionario de la RAE significa “hist.
Despojo que se concedía a los soldados como premio de conquista, en el campo
[de batalla] o plazas enemigas.”); mientras que el de Jacob como resultado de
un voto o promesa a Jehová Dios (Génesis 28:18-22; 35:1-15); pero que, llegada
la ley, esta voluntariedad se convirtió en mandamiento y obligación por razón
de la necesidad de apoyar –con el diezmo- a la tribu de Leví, dedicada por completo
a proveer el sacerdocio para ministrar en el tabernáculo y, tiempo después, en
el templo.
El Hermano Branham
cita una porción de una crónica del siglo II donde, aunque la cita es para
respaldar que las reuniones de iglesia fueron en el día de domingo, allí
justamente hallamos –igualmente- respaldo para reconocer cómo se procedía para
el sostenimiento de la Iglesia (los santos y otras necesidades), mediante las
ofrendas y, más aún, de quiénes lo daban:
“…Aquí está lo que dijo Justino, en el segundo siglo: “El día
domingo se reúnen todos aquellos que viven en las ciudades y en las aldeas, y
se lee una porción de los escritos y las biografías de los apóstoles, hasta
donde el tiempo permite. Cuando se termina la lectura, el que preside da un
discurso en el que amonesta y exhorta a que se deben de imitar esas cosas tan
nobles. Después nos ponemos todos de pie para orar unánimes. Al terminar la
oración, como ya hemos dicho, nos presentan el pan y el vino y se ofrece el
agradecimiento, y la congregación responde con ‘Amén.’ Luego el pan y el vino
se distribuyen a cada uno, de lo cual todos participan, y los diáconos les
llevan a los ausentes. Luego los
pudientes y los que tienen el deseo, contribuyen voluntariamente y esta
colección se entrega al que preside, de donde él ayuda a los huérfanos, las
viudas, los prisioneros y los extranjeros con necesidad.” (Las Edades, Pág.
39 y 40, Párr. 19).
Como ya lo hemos
leído en otros tratados sobre el tema, el diezmo volvió a considerarse a fines
del siglo XVIII, por mandamiento de hombres, (favor, lea el tratado del Rev.
Amós Ortiz, La Historia de Diezmar el Ingreso), pero sin considerar el estudio que hoy demuestra, a
saciedad, que este concepto no lo prescribió el Señor Jesús, ni ninguno de Sus
apóstoles, para Su Iglesia; y, desde entonces, el diezmo ha ido trasmitiéndose
tradicionalmente, no como mandato de Dios y hoy, inclusive, de tal forma que
va, no a un alfolí o su símil, que vendría a ser un tesoro o tesorero en la
iglesia local, sino a los bolsillos de hombres inescrupulosos que hacen
mercancía de la fe, del Evangelio, y de la ignorancia de un pueblo que no lee
su Biblia, en oración, para hallar la verdad del asunto que nos ocupa. Como
bien lo dijo un ministro, “es por ignorancia o por viveza de ministros,
cualesquiera de los dos casos.” Vale recalcar que el diezmo SIEMPRE fue en especies (productos del campo y/o animales), NUNCA EN DINERO; y que, cuando el adorador no podía llevar su diezmo a Jerusalén (productos del campo y/o animales), por lo distante; él vendía su diezmo, llevaba el dinero de lo vendido a Jerusalén y, llegado a Jerusalén, con ese dinero volvía a comprar productos del campo y/o animales para presentarlos ante Jehová como diezmo (Deuteronomio 14:24-26). Hoy, muchas iglesias exigen el diezmo en dinero contante y sonante; ¿cuándo se prescribió ese cambio en la ley, o en la Iglesia del primer siglo? ¿Cuándo?
Una vez más, cuando
el apóstol Pablo declara los requisitos para los que aspiraban ser obispos
(pastores y maestros), él da a entender que los tales deben ser hombres que ya
trabajan o administran un negocio: “no codicioso de ganancias deshonestas” (1
Timoteo 3:3), no holgazanes que pretendan vivir del Evangelio, aunque hay que
hacer la salvedad de que hay tales quienes, porque dedican sus vidas –a tiempo
completo- para servir a la iglesia local y que, para los tales, el Señor
y los apóstoles reconocen un salario (Mateo 10:10; Lucas 10:7; 1 Corintios
9:14. Lean, por favor, todo el capítulo 9 de 1 Corintios) pero, en ningún caso,
la ofrenda –único concepto que se debe administrar para las economías de la
iglesia local- debe ser entregado en manos del pastor o maestro, sino al tesoro
o un tesorero elegido o designado en asamblea de la iglesia para, desde allí,
destinar los dineros para las diferentes necesidades de una iglesia local: el
salario de los evangelistas o ministros dedicados a tiempo completo, para los
extranjeros, viudas, prisioneros y huérfanos; para los pobres, como el apóstol
lo reconoce en Gálatas 2:10.
En realidad, hay
mucho estudio y tratados sobre este tema y que, con buen fundamento, reconocen
que el diezmo no debería ser impuesto en nuestras iglesias; sin embargo, debo
reconocer que los hay con torpes interpretaciones de una cita Bíblica, fuera
contexto, lo que no respaldo. Dejo al comentario serio este pequeño tratado, y
que estoy dispuesto a la crítica fundada en Biblia, en su debido contexto, para
bien de una iglesia que aspira una saludable ministración de la Palabra, sin la
interpretación privada por parte de algunos hombres interesados en su propio
beneficio.
La gracia de
Jesucristo sea con todos ustedes. Amén.
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