1
Cuando
descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente.
2 Y
he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres,
puedes limpiarme.
3 Jesús
extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra
desapareció.
Mateo 8:1-3
E
|
n el libro de la ley, Levítico, están
dadas todas las instrucciones “y las leyes para guiar a un pecaminoso y aun así
redimido pueblo en su relación con un Dios santo. Hay un énfasis en Levítico
sobre la necesidad de una santidad personal en respuesta a la santidad de Dios.
El pecado debe ser expiado a través de la ofrenda de sacrificios adecuados
(capítulos 8-10). Otros temas cubiertos en el libro, son las dietas (alimentos
puros e impuros), los partos, y enfermedades, que son cuidadosamente reguladas
(capítulos 11-15). El capítulo 16 describe el Día de la Expiación cuando se
ofrecía un sacrificio anual por el pecado acumulado del pueblo. Además, el
pueblo de Dios debía ser sobrio en su vida personal, moral, y social, en
contraste con las entonces acostumbradas prácticas de los paganos a su
alrededor (capítulos 17-22).” (Tomado de la web gotquestions.org, sobre el
Libro de Levítico).
El capítulo 13 del libro de Levítico, trata
acerca de la lepra, de su reconocimiento, separación del leproso del pueblo
(campamento) y eventual reincorporación tras la sanidad de esta enfermedad que,
en algunos casos, muchos, no llegó a darse. En el versículo 45 se dice que “el
leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados [hoy esto es moda en
nuestros jóvenes, ¿verdad?] y su cabeza descubierta, y embozado pregonará:
¡Inmundo! ¡Inmundo!”; y éste fue el drama del leproso que se acercó al Señor
Jesús. Por norma y, después, por costumbre, ellos se acercaban al pueblo –comúnmente-
por alimentos; y, conforme a la ley, las gentes estaban igualmente instruidas a
ser compasivos con el leproso, llevándoles alimentos; pero, por el temor a la
contaminación, estos eran llevados hasta cierta distancia y, cuando eran
dejados para ser recogidos por el leproso, éstos debían acercarse y, desde una
distancia no menor a los 50 metros, empezaban a gritar voz en cuello “¡Inmundo!
¡Inmundo!”. Era un drama tan triste y miserable porque, en la mayoría de los
casos, los leprosos recibían un trato hasta despectivo por parte de los demás
y, aunque eran instruidos a ser compasivos con el leproso para apoyarlos
llevándoles alimentos, la mayoría de las veces esto no lo hacían por compasión,
lo que implica amor pero, y como lo dice el apóstol en Romanos 9:32, “no por
fe, sino como por obras de la ley”. Sin embargo, y porque estas personas
conocían la manera en que Dios acostumbraba a visitarlos, a través de profetas;
tan pronto este leproso supo u oyó, seguramente, que un profeta de Dios se
había levantado en Israel, él no dudó en aprovechar de esta oportunidad para
acercarse al profeta, al enviado de Dios y que, si una vez Él sanó a un
leproso, a Naamán el sirio (2 Reyes 5), él estaba seguro que Él lo haría ahora
a través de este profeta, el Señor Jesús.
En el libro de los Hechos, capítulo 10
y versículos 37 y 38, leemos lo siguiente:
37 Vosotros
sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del
bautismo que predicó Juan:
38 cómo
Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste
anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque
Dios estaba con él.
Y éste pensamiento estaba en el
corazón de este leproso, por lo que se animó, aun cuando sabía que podía
recibir el rechazo de las gentes, para acercarse al profeta, al Hombre de Dios para,
como en días de Eliseo, ser limpio de su
lepra.
La lepra siempre representó el pecado,
toda forma de pecado (la mentira, la fornicación, hoy muy común entre jóvenes,
el adulterio, el homosexualismo, el robo y el crimen, entre otros). El Apóstol
Pablo nos declara la triste y miserable realidad de que todos somos pecadores y
que, por lo mismo, estamos destituidos o desprovistos de la gloria o apariencia
de Dios (Romanos 3:23), que no nos parecemos a Él. En realidad, el Hombre fue
hecho a imagen y semejanza de Dios y, por lo mismo, éste no solo era igual a
Dios, en naturaleza, y capaz de manifestar los atributos habidos en Dios pero
que, por lo mismo, él podía disfrutar de una comunión inalterada o estable en
la presencia del Dios santo, siempre santo. Pero, tras el pecado en el Huerto
de Edén, el hombre quedó dañado y, por esta condición, quedó afectado en esa
gloria con que fue creado, para ahora ver afectada esa imagen y semejanza que
tuvo en el principio. El apóstol, en Romanos 3:10-18, hace un diagnóstico de la
condición de todo hombre y mujer:
10 Como está
escrito:
No hay justo,
ni aun uno;
11 No hay
quien entienda,
No hay quien
busque a Dios.
12 Todos se
desviaron, a una se hicieron inútiles;
No hay quien
haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.
13 Sepulcro
abierto es su garganta;
Con su lengua
engañan.
Veneno de
áspides hay debajo de sus labios;
14 Su boca
está llena de maldición y de amargura.
15 Sus pies se
apresuran para derramar sangre;
16 Quebranto y
desventura hay en sus caminos;
17 Y no
conocieron camino de paz.
18 No hay
temor de Dios delante de sus ojos.
Lo que el apóstol nos está diciendo es
que somos tal como el leproso de la cita y que, como tales, estamos condenados
a una vida por debajo del estándar de un hijo o hija de Dios, subvaluados, para
recibir el desprecio u oprobio de los demás y, lo que es peor, estar separados
de la gloria de la presencia de Dios. El apóstol nos dice que el propósito de
la ley fue darnos conocimiento de lo que es pecado en los ojos de Dios (Romanos
3:20) y que, si este conocimiento provoca en nosotros el necesario
arrepentimiento, que esa es la única forma para empezar a restablecer una
comunión con Dios afectada, antes, por el pecado.
¿Qué es pecado? Una de las definiciones
para pecado es “fallar el blanco”; esto es que, por más voluntad que tengamos
en querer acertar para con Dios, siempre vamos a fallar. El Apóstol Pablo, en
Romanos 7:7-25, nos explica cómo es que el pecado, que habita en nuestros
miembros (cuerpo), nos mueve a hacer siempre lo malo, a fallar; así, cuando por
allí alguien dice que no peca, sino que comete simples errores o fallas, pues
eso es pecado, y así lo debemos reconocer. Un ejemplo de pecado o fallar al blanco
lo vemos en Caín:
Y aconteció
andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y
Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas.
Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; PERO NO MIRÓ CON AGRADO A CAÍN
Y A LA OFRENDA SUYA. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.
Génesis 4:3-5
¿Ve usted cómo Caín, igual a su
hermano Abel, procedió a adorar a Dios? Sin duda alguna, él quiso agradar a
Dios pero, aun cuando tuvo esa intención, él pecó o falló en su adoración (la
adoración siempre implica un sacrificio, un sacrificio vivo en palabras del
apóstol, Romanos 12:1-2). Así, no importa si hacemos todo cuanto queramos o
sintamos para agradar a Dios porque, si todo cuanto hacemos no es conforme a
Sus instrucciones, Su consejo, Su Palabra, nuestro esfuerzo será en vano, y
nuestra ofrenda o sacrificio repugnante a las narices de un Dios santo. El libro
de Levítico nos explica en tipos lo exquisito que era Dios en Su demanda para
con el sacerdocio, y hoy, ya en el Nuevo Testamento, el Testamento Eterno (por
consiguiente, no puede haber otro Evangelio), Él mantiene esa misma demanda, y
aún mayor. El Señor Jesús dijo en el Sermón del Monte: “Oísteis que fue dicho:
No cometerás adulterio. Pero yo os digo que CUALQUIERA QUE MIRA A UNA MUJER
PARA CODICIARLA, YA ADULTERÓ CON ELLA EN SU CORAZÓN.” (Mateo 5:27-28); y lo
mismo es con relación a toda forma de pecado. ¿Por qué? Porque ahora Él está
tratando con el hombre y la mujer para moverlos a limpiarse de toda impureza desde
el corazón mismo, no en apariencia, pero desde el ser interior, porque allí es
donde Dios quiera habitar, en el corazón de todo hombre y mujer.
Por ello mismo, cada vez que
escuchamos una meditación de la Palabra de Dios, debemos tener el cuidado de no
decir que eso es Palabra de Dios, sino una meditación de la Palabra y que, como
tal, debe estar sujeta a juicio. Hoy se predica perversión desde el púlpito y,
por ello mismo, el pueblo continúa manteniendo la miserable condición de
leproso, sin saberlo; porque le cree al predicador, y no lee su Biblia. Hoy estamos
en tiempos harto peligrosos, los tiempos postreros o finales, y cuando todos
los demonios parecen orquestadamente para destruir al que es imagen y semejanza
de Dios, al hombre (mujer), y lo que es más, intentando destruir a aquellos que
nos avenimos a Dios en busca de gracia y misericordia, para vivir vidas dignas
y a la altura de la gloria de Dios, semejantes a Él y, para este malévolo
propósito, satanás usa a ministros perversos que no tienen temor de Dios para
medrar la Palabra de Dios y, de esta manera, quitar del pueblo la única forma
para conocer el carácter de Dios, y a Jesucristo, la imagen de este Dios invisible,
en Quién están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento
(Colosenses 2:3).
Sin embargo, y todo este miserable
drama del hombre y la mujer de hoy, hay buenas noticias, hay un Evangelio (la
palabra Evangelio significa buenas noticias), y es que, así como hace 2000 años
el Señor Jesús limpió a este leproso, y lo restauró para una vida digna y útil
entre los demás, entre los santos; siendo que Jesucristo es el mismo de ayer,
hoy y siempre (Hebreos 13:8); Él hoy puede limpiarnos de TODOS nuestros
pecados, por virtud o poder de Su bendita obra en la cruz, en tanto allí Él
murió por todos nosotros. Ésta es la buena noticia que debemos recibir y que,
si bien lo hacemos, si recibimos el mensaje que la cruz transmite o proclama
con el perdón de nuestros pecados, cuando Él, Jesús, se hizo pecado por
nosotros (2 Corintios 5:21), eso nos justifica o declara justos a los ojos de
Dios:
24 siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la
redención que es en Cristo Jesús,
25 a
quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para
manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los
pecados pasados,
26 con
la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo,
y el que justifica al que es de la fe de Jesús.
Romanos
3:24-26
Oh, antes estábamos destituidos de la
gloria de Dios (v. 23) y, por naturaleza, éramos “hijos de ira, lo mismo que
los demás” (Efesios 2:3) pero, seguidamente, el apóstol hace esta gloriosa y
consoladora declaración: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran
amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados [leprosos], nos
dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él
nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo
Jesús, para mostrar en los siglos venideros [desde Pablo hasta hoy] las
abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo
Jesús.” (Efesios 2:4-7).
Sí, antes estábamos leprosos y, por lo
mismo, no podíamos disfrutar del compañerismo con los demás santificados, no se
podía; pero por virtud o poder del perdón de nuestros pecados en cruz de
Jesucristo, no solo podemos tener comunión con otros santos pero, mucho más
sublime aún, podemos tener comunión con el Dios a Quién, tiempo atrás,
ofendimos con nuestros pecados. Nuestros pecados han sido perdonados, nos ha
dado el Espíritu Santo para habitar en nosotros que, y desde allí, Él nos
inspire para una vida conforme a Su Palabra (la Biblia), única manera de santificarnos
en Su presencia, y también la única manera de saber que no le estamos fallando
al blanco o pecando. El apóstol hace esta declaración en Hebreos 10:19-23:
19 Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar
Santísimo por la sangre de Jesucristo,
20 por
el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne,
21 y
teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,
22 acerquémonos
con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de
mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.
Sí, para esto es que vino Jesús, “Y
en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a
los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:12).
Y nos mandó
que predicásemos al pueblo, y testificásemos que Él es el que Dios ha puesto
por Juez de vivos y muertos.
De Éste dan
testimonio todos los profetas, que todos los que en Él creyeren, recibirán
perdón de pecados por Su Nombre.
Hechos
10:42-43
¿Sabes que eres un pecador o
leproso? ¿Cómo lo sabes? La ley de Dios te da conocimiento de lo que es pecado,
“pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4); pero no aceptar la
Dádiva, Don o Regalo de Dios, a Jesucristo, es el peor de los pecados; saber
que somos pecadores (y lo podemos admitir sencillamente porque pecamos, siempre
pecamos o fallamos), y no aceptar la cura para esta condición es lo peor que podríamos
hacer. Si estuviéramos enfermo de cáncer, y nos ofrecieran una cura para ello,
y no lo aceptamos, eso sería lo peor que podríamos hacer. Si sabemos que el
pecado nos conduce a una muerte o separación eterna de Dios (la palabra muerte
significa separación), y tan pronto nos enteramos que realmente hay un Dios
interesado en nosotros y que, para restaurar nuestra comunión con Él, Él ha
provisto la manera para hacer posible esa restauración y vuelto nuestra
comunión con Él, pues lo mejor que deberíamos hacer es aceptar la manera de
Dios; y esa manera es el perdón de nuestros pecados por el Nombre de Jesús.
14 Y como Moisés levantó la serpiente en
el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado,
15 para que todo aquel que en él cree, no
se pierda, mas tenga vida eterna.
De tal manera amó Dios al mundo
16 Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna.
17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo
para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.
18 El que en él cree, no es condenado;
pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del
unigénito Hijo de Dios.
19 Y esta es la condenación: que la luz
vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus
obras eran malas.
20 Porque todo aquel que hace lo malo,
aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.
21 Mas el que practica la verdad viene a
la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.
Juan 3:14-21
Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados,
y limpiarnos de toda maldad.
Si
decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en
nosotros.
Hijitos
míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado,
abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.
Y
él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros,
sino también por los de todo el mundo.
1
Juan 1:9-10; 2:1-2
“Señor, si
quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero;
sé limpio.”
Amén.
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