miércoles, 14 de marzo de 2018

Limpios del pecado


1 Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente.
2 Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.
3 Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.
Mateo 8:1-3


E
n el libro de la ley, Levítico, están dadas todas las instrucciones “y las leyes para guiar a un pecaminoso y aun así redimido pueblo en su relación con un Dios santo. Hay un énfasis en Levítico sobre la necesidad de una santidad personal en respuesta a la santidad de Dios. El pecado debe ser expiado a través de la ofrenda de sacrificios adecuados (capítulos 8-10). Otros temas cubiertos en el libro, son las dietas (alimentos puros e impuros), los partos, y enfermedades, que son cuidadosamente reguladas (capítulos 11-15). El capítulo 16 describe el Día de la Expiación cuando se ofrecía un sacrificio anual por el pecado acumulado del pueblo. Además, el pueblo de Dios debía ser sobrio en su vida personal, moral, y social, en contraste con las entonces acostumbradas prácticas de los paganos a su alrededor (capítulos 17-22).” (Tomado de la web gotquestions.org, sobre el Libro de Levítico).

El capítulo 13 del libro de Levítico, trata acerca de la lepra, de su reconocimiento, separación del leproso del pueblo (campamento) y eventual reincorporación tras la sanidad de esta enfermedad que, en algunos casos, muchos, no llegó a darse. En el versículo 45 se dice que “el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados [hoy esto es moda en nuestros jóvenes, ¿verdad?] y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡Inmundo!”; y éste fue el drama del leproso que se acercó al Señor Jesús. Por norma y, después, por costumbre, ellos se acercaban al pueblo –comúnmente- por alimentos; y, conforme a la ley, las gentes estaban igualmente instruidas a ser compasivos con el leproso, llevándoles alimentos; pero, por el temor a la contaminación, estos eran llevados hasta cierta distancia y, cuando eran dejados para ser recogidos por el leproso, éstos debían acercarse y, desde una distancia no menor a los 50 metros, empezaban a gritar voz en cuello “¡Inmundo! ¡Inmundo!”. Era un drama tan triste y miserable porque, en la mayoría de los casos, los leprosos recibían un trato hasta despectivo por parte de los demás y, aunque eran instruidos a ser compasivos con el leproso para apoyarlos llevándoles alimentos, la mayoría de las veces esto no lo hacían por compasión, lo que implica amor pero, y como lo dice el apóstol en Romanos 9:32, “no por fe, sino como por obras de la ley”. Sin embargo, y porque estas personas conocían la manera en que Dios acostumbraba a visitarlos, a través de profetas; tan pronto este leproso supo u oyó, seguramente, que un profeta de Dios se había levantado en Israel, él no dudó en aprovechar de esta oportunidad para acercarse al profeta, al enviado de Dios y que, si una vez Él sanó a un leproso, a Naamán el sirio (2 Reyes 5), él estaba seguro que Él lo haría ahora a través de este profeta, el Señor Jesús.

En el libro de los Hechos, capítulo 10 y versículos 37 y 38, leemos lo siguiente:

37 Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan:
38 cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Y éste pensamiento estaba en el corazón de este leproso, por lo que se animó, aun cuando sabía que podía recibir el rechazo de las gentes, para acercarse al profeta, al Hombre de Dios para, como en días de Eliseo,  ser limpio de su lepra.

La lepra siempre representó el pecado, toda forma de pecado (la mentira, la fornicación, hoy muy común entre jóvenes, el adulterio, el homosexualismo, el robo y el crimen, entre otros). El Apóstol Pablo nos declara la triste y miserable realidad de que todos somos pecadores y que, por lo mismo, estamos destituidos o desprovistos de la gloria o apariencia de Dios (Romanos 3:23), que no nos parecemos a Él. En realidad, el Hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios y, por lo mismo, éste no solo era igual a Dios, en naturaleza, y capaz de manifestar los atributos habidos en Dios pero que, por lo mismo, él podía disfrutar de una comunión inalterada o estable en la presencia del Dios santo, siempre santo. Pero, tras el pecado en el Huerto de Edén, el hombre quedó dañado y, por esta condición, quedó afectado en esa gloria con que fue creado, para ahora ver afectada esa imagen y semejanza que tuvo en el principio. El apóstol, en Romanos 3:10-18, hace un diagnóstico de la condición de todo hombre y mujer:

10 Como está escrito:
No hay justo, ni aun uno;
11 No hay quien entienda,
No hay quien busque a Dios.
12 Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;
No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.
13 Sepulcro abierto es su garganta;
Con su lengua engañan.
Veneno de áspides hay debajo de sus labios;
14 Su boca está llena de maldición y de amargura.
15 Sus pies se apresuran para derramar sangre;
16 Quebranto y desventura hay en sus caminos;
17 Y no conocieron camino de paz.
18 No hay temor de Dios delante de sus ojos.

Lo que el apóstol nos está diciendo es que somos tal como el leproso de la cita y que, como tales, estamos condenados a una vida por debajo del estándar de un hijo o hija de Dios, subvaluados, para recibir el desprecio u oprobio de los demás y, lo que es peor, estar separados de la gloria de la presencia de Dios. El apóstol nos dice que el propósito de la ley fue darnos conocimiento de lo que es pecado en los ojos de Dios (Romanos 3:20) y que, si este conocimiento provoca en nosotros el necesario arrepentimiento, que esa es la única forma para empezar a restablecer una comunión con Dios afectada, antes, por el pecado.

¿Qué es pecado? Una de las definiciones para pecado es “fallar el blanco”; esto es que, por más voluntad que tengamos en querer acertar para con Dios, siempre vamos a fallar. El Apóstol Pablo, en Romanos 7:7-25, nos explica cómo es que el pecado, que habita en nuestros miembros (cuerpo), nos mueve a hacer siempre lo malo, a fallar; así, cuando por allí alguien dice que no peca, sino que comete simples errores o fallas, pues eso es pecado, y así lo debemos reconocer. Un ejemplo de pecado o fallar al blanco lo vemos en Caín:

Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; PERO NO MIRÓ CON AGRADO A CAÍN Y A LA OFRENDA SUYA. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.
Génesis 4:3-5

¿Ve usted cómo Caín, igual a su hermano Abel, procedió a adorar a Dios? Sin duda alguna, él quiso agradar a Dios pero, aun cuando tuvo esa intención, él pecó o falló en su adoración (la adoración siempre implica un sacrificio, un sacrificio vivo en palabras del apóstol, Romanos 12:1-2). Así, no importa si hacemos todo cuanto queramos o sintamos para agradar a Dios porque, si todo cuanto hacemos no es conforme a Sus instrucciones, Su consejo, Su Palabra, nuestro esfuerzo será en vano, y nuestra ofrenda o sacrificio repugnante a las narices de un Dios santo. El libro de Levítico nos explica en tipos lo exquisito que era Dios en Su demanda para con el sacerdocio, y hoy, ya en el Nuevo Testamento, el Testamento Eterno (por consiguiente, no puede haber otro Evangelio), Él mantiene esa misma demanda, y aún mayor. El Señor Jesús dijo en el Sermón del Monte: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que CUALQUIERA QUE MIRA A UNA MUJER PARA CODICIARLA, YA ADULTERÓ CON ELLA EN SU CORAZÓN.” (Mateo 5:27-28); y lo mismo es con relación a toda forma de pecado. ¿Por qué? Porque ahora Él está tratando con el hombre y la mujer para moverlos a limpiarse de toda impureza desde el corazón mismo, no en apariencia, pero desde el ser interior, porque allí es donde Dios quiera habitar, en el corazón de todo hombre y mujer.

Por ello mismo, cada vez que escuchamos una meditación de la Palabra de Dios, debemos tener el cuidado de no decir que eso es Palabra de Dios, sino una meditación de la Palabra y que, como tal, debe estar sujeta a juicio. Hoy se predica perversión desde el púlpito y, por ello mismo, el pueblo continúa manteniendo la miserable condición de leproso, sin saberlo; porque le cree al predicador, y no lee su Biblia. Hoy estamos en tiempos harto peligrosos, los tiempos postreros o finales, y cuando todos los demonios parecen orquestadamente para destruir al que es imagen y semejanza de Dios, al hombre (mujer), y lo que es más, intentando destruir a aquellos que nos avenimos a Dios en busca de gracia y misericordia, para vivir vidas dignas y a la altura de la gloria de Dios, semejantes a Él y, para este malévolo propósito, satanás usa a ministros perversos que no tienen temor de Dios para medrar la Palabra de Dios y, de esta manera, quitar del pueblo la única forma para conocer el carácter de Dios, y a Jesucristo, la imagen de este Dios invisible, en Quién están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento (Colosenses 2:3).

Sin embargo, y todo este miserable drama del hombre y la mujer de hoy, hay buenas noticias, hay un Evangelio (la palabra Evangelio significa buenas noticias), y es que, así como hace 2000 años el Señor Jesús limpió a este leproso, y lo restauró para una vida digna y útil entre los demás, entre los santos; siendo que Jesucristo es el mismo de ayer, hoy y siempre (Hebreos 13:8); Él hoy puede limpiarnos de TODOS nuestros pecados, por virtud o poder de Su bendita obra en la cruz, en tanto allí Él murió por todos nosotros. Ésta es la buena noticia que debemos recibir y que, si bien lo hacemos, si recibimos el mensaje que la cruz transmite o proclama con el perdón de nuestros pecados, cuando Él, Jesús, se hizo pecado por nosotros (2 Corintios 5:21), eso nos justifica o declara justos a los ojos de Dios:

24 siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,
25 a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados,
26 con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.
Romanos 3:24-26

Oh, antes estábamos destituidos de la gloria de Dios (v. 23) y, por naturaleza, éramos “hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:3) pero, seguidamente, el apóstol hace esta gloriosa y consoladora declaración: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados [leprosos], nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros [desde Pablo hasta hoy] las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.” (Efesios 2:4-7).

Sí, antes estábamos leprosos y, por lo mismo, no podíamos disfrutar del compañerismo con los demás santificados, no se podía; pero por virtud o poder del perdón de nuestros pecados en cruz de Jesucristo, no solo podemos tener comunión con otros santos pero, mucho más sublime aún, podemos tener comunión con el Dios a Quién, tiempo atrás, ofendimos con nuestros pecados. Nuestros pecados han sido perdonados, nos ha dado el Espíritu Santo para habitar en nosotros que, y desde allí, Él nos inspire para una vida conforme a Su Palabra (la Biblia), única manera de santificarnos en Su presencia, y también la única manera de saber que no le estamos fallando al blanco o pecando. El apóstol hace esta declaración en Hebreos 10:19-23:

19 Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo,
20 por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne,
21 y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,
22 acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.

Sí, para esto es que vino Jesús, “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:12).

Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que Él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos.
De Éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en Él creyeren, recibirán perdón de pecados por Su Nombre.
Hechos 10:42-43

¿Sabes que eres un pecador o leproso? ¿Cómo lo sabes? La ley de Dios te da conocimiento de lo que es pecado, “pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4); pero no aceptar la Dádiva, Don o Regalo de Dios, a Jesucristo, es el peor de los pecados; saber que somos pecadores (y lo podemos admitir sencillamente porque pecamos, siempre pecamos o fallamos), y no aceptar la cura para esta condición es lo peor que podríamos hacer. Si estuviéramos enfermo de cáncer, y nos ofrecieran una cura para ello, y no lo aceptamos, eso sería lo peor que podríamos hacer. Si sabemos que el pecado nos conduce a una muerte o separación eterna de Dios (la palabra muerte significa separación), y tan pronto nos enteramos que realmente hay un Dios interesado en nosotros y que, para restaurar nuestra comunión con Él, Él ha provisto la manera para hacer posible esa restauración y vuelto nuestra comunión con Él, pues lo mejor que deberíamos hacer es aceptar la manera de Dios; y esa manera es el perdón de nuestros pecados por el Nombre de Jesús.

14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado,
15 para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
De tal manera amó Dios al mundo
16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.
18 El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.
19 Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
20 Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.
21 Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.
Juan 3:14-21

Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.
Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.
Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.
1 Juan 1:9-10; 2:1-2

“Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio.”

Amén.

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