Tampoco queremos,
hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis
como los otros que no tienen esperanza.
Porque si creemos que
Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron
en Él.
Por lo tanto, alentaos
los unos a los otros con estas palabras.
1 Tesalonicenses 4:13-14
y 18
L
|
a muerte siempre produce tristeza, congoja, y
hasta depresión; y, cada vez que esta mal venida invitada tocó nuestra puerta,
o la de un familiar o vecino cercano, hemos reaccionado ante ésta según la fe
que tengamos en el conocimiento acerca de la muerte, y la consoladora verdad
acerca de la resurrección de los muertos.
En el Antiguo Testamento, ya tenemos el claro
registro de que, quienes partían de esta vida presente, simplemente “dormían”
con sus padres (Ejemplo: 1 Reyes 2:10), o se reunían con ellos; por lo que, ya
por aquellos tiempos, el pueblo de Dios sabía que tras la muerte solo había un
periodo de tiempo tras lo cual, tras “dormir”, el pariente que partió sería
despertado para una existencia eterna (Job 19:25-27).
Como todos sabemos, Dios creó al hombre a Su
imagen y semejanza (Génesis 1:26; 5:1) y, por consiguiente, lo hizo para vivir
eternamente; y solo, para asegurarle que viviera eterno o para siempre, le
aconsejó que no comiera del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal.
Sin embargo, Adán y su mujer comieron de este árbol y, desde entonces, la
muerte ingresó en la humanidad y toda la economía de la creación, una creación
que -igualmente- fue concebida con sentido para existir eternamente y sin corrupción.
Amén, porque en Romanos 8:21 se nos declara quela creación misma será libertada
de la esclavitud de esta corrupción, tan luego la adopción o transformación de
nuestros cuerpos ocurra tras la resurrección o el despertar de los que duermen
en Cristo.
Luego, los profetas anticiparon la vida eterna
y, por evidente, la resurrección de los justos (Isaías 26:19; Daniel 12:2,3 y
13); porque en la eternidad este mundo (también renovado para entonces) solo va
a estar poblado por justos (Salmo 37:29); y, en días de nuestro Señor Jesús, es
evidente que los judíos tenían un concepto limitado y hasta distorsionado de
esta consoladora Verdad, por lo que las palabras del Señor, registradas en los
4 Evangelios, no solo corrigen esta limitación y distorsión, pero consecuentemente
traen un profundo consuelo al alma del creyente.
Por ejemplo, en Mateo 9:18-26 (compárese con
Marcos 5:21-43 y Lucas 8:40-56) se relata la resurrección de la hija de Jairo,
un principal en el pueblo. En los versículos 24-25, se registra lo siguiente:
24 les dijo: Apartaos,
porque la niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él.
25 Pero cuando la gente
había sido echada fuera, entró, y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó.
Y, en Lucas 7:11-17, un pasaje que nos habla de
la empatía del Señor cuando, compasivo, resucitó al hijo de una mujer viuda, su
único hijo que era su sostén.
En Juan 5:21-29, el Señor declara Su autoridad
para resucitar a los muertos:
21 Porque como el Padre
levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da
vida.
22 Porque el Padre a
nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo,
23 para que todos honren
al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le
envió.
24 De cierto, de cierto
os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no
vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.
25 De cierto, de cierto
os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de
Dios; y los que la oyeren vivirán.
26 Porque como el Padre
tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo;
27 y también le dio
autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre.
28 No os maravilléis de
esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su
voz;
29 y los que hicieron lo
bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a
resurrección de condenación.
En Juan 6:40, el Señor declara: “Y ésta es la
voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en Él,
tenga vida eterna; y Yo le resucitaré en el día postrero.
Y, en Juan 11:11, cuando la muerte y
resurrección de Lázaro, el Señor afirma: “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy
para despertarle.” ¡Aleluya! Y, más adelante en los versículos 38 al 44 de este
capítulo, podemos leer de cómo aconteció esta gloriosa resurrección.
Finalmente, en Juan 16:16-24, cuando Él les está
declarando a Sus discípulos, que Él sería quitado de entre ellos, en tanto esta
noticia les causó tristeza, Él termina afirmándoles estas consoladoras palabras
acerca de Su resurrección y reencuentro con ellos, poco antes de ascender al
cielo:
20 De cierto, de cierto
os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero
aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo.
21 La mujer cuando da a
luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un
niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre
en el mundo.
22 También vosotros
ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y
nadie os quitará vuestro gozo.
Con esta grande Verdad en sus corazones, y
confortados o fortalecidos por la presencia del Espíritu Santo prometido, los
discípulos dieron testimonio de la resurrección del Señor y de los muertos en
Cristo, los que “duermen”: Hechos 1:22; 2:24, 30 y 31; 3:26; 4:2 y 33; 5:30;
10:40; 13:30, 34 y 37; 17: 18, 31 y 32; 23:6 y 8; 24:15 y 21; 26:23 y, en las
cartas apostólicas, Romanos 1:4; 4:24; 6:5; 10:9; 1 Corintios 6:14; 15:12;
15:13, 21 y 42; Filipenses 3:10 y 11; Colosenses 2:12; Hebreos 6:2; 11:19 y 35;
y 1 Pedro 1:3; 3:21. Y de aquí que el apóstol empieza diciendo a los
tesalonicenses de entonces, y a creyentes de todos los tiempos: “Porque si
creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que
durmieron en Él.” (1 Tesalonicenses 4:14).
La ascensión de los muertos y transformados en Cristo |
En 1 Corintios 15:51-58, el apóstol da por menores de este glorioso evento de la resurrección y transformación de nuestros cuerpos, de todos aquellos quienes hemos creído en Él y Su Evangelio, no en cualquier doctrina contraria al Espíritu de las Escrituras, la Biblia; por lo que les insto a volver sus corazones al Dios de la Biblia, único en ser digno de todo honor, alabanza y adoración; Él es la Roca de la Eternidad; porque de Él son las promesas de Vida Eterna, y para los que guardan Su Palabra (tras leerla en Espíritu de oración, con genuino interés) y obedecer Sus mandamientos.
Cuando el apóstol Pablo llegó al final de sus
días en esta parte de la vida, sabiendo que pronto iba a ser ejecutado
-injustamente- por las autoridades romanas; él no se deprimió ni acobardado
pidió clemencia o indulto; no, él no hizo estas cosas; pero, fortalecido por la
fe en la Verdad de la Vida Eterna, que destruirá a esta muerte pasajera,
exclamó estas magistrales palabras:
6 Porque yo ya estoy
para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano.
7 He peleado la buena
batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.
8 Por lo demás, me está
guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel
día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.
¿Por qué Pablo tuvo la entereza para hacer una
declaración así? -Porque él conocía la Resurrección y la Vida, él conocía a
Jesús.
En Apocalipsis 20:4-5 se nos hace referencia a
la primera resurrección; mientras que la segunda resurrección ocurrirá después
del Milenio, tras el juicio ante el Gran Trono Blanco (Apocalipsis 20:11-15).
“Por lo
tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.” (1 Tesalonicenses
4:18). Amén, Señor Jesús. Amén.