25
Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y
piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre
él.
26
Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes
que viese al Ungido del Señor.
27
Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo
trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley,
28
él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:
29
Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,
Conforme
a tu palabra;
30
Porque han visto mis ojos tu salvación,
31
La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
32
Luz para revelación a los gentiles,
Y
gloria de tu pueblo Israel.
33
Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él.
San
Lucas 2:25-33
E
|
n este pasaje
del Evangelio según San Lucas, el Señor Jesús tenía 8 días de nacido y,
conforme a la ley prescrita para Israel, Él debía ser llevado al templo, en
Jerusalén, para ser circuncidado. Así, fue llevado por sus padres de Belén a
Jerusalén (Belén dista unos 10 kilómetros al sur de Jerusalén), para cumplir
con este mandamiento; y se nos narra que, en aquel momento, “había en Jerusalén
un hombre llamado Simeón” quién, como muchos justos y piadosos, esperaban el
consolador advenimiento del Mesías o Cristo (Mesías deriva del idioma hebreo,
mientras que Cristo del griego, y ambos significan “Ungido”; significando
que
el Espíritu Santo está gobernando sobre una persona). Simeón, conocedor de las
promesas de Dios respecto este Mesías (en el libro de Daniel se le nombra como “el
Mesías príncipe” o “principal”; porque hubieron muchos otros ungidos antes de Él,
y aún los hay, hoy; solo que debemos juzgarlos si son verdaderos o falsos),
esperaba a este Mesías príncipe, que sería el Salvador del mundo y, más aún,
porque le había sido prometido que él no moriría sin antes verle; lo que, como
ustedes comprenderán, debió mantenerlo expectante; y eso es lo que justamente
produce la revelación de la Palabra de Dios alumbrando el corazón de un hombre
o mujer que espera en Dios, en Su Palabra. Y, cuando los padres del Niño lo
traían al templo, para hacer con Él conforme al rito de la ley, Simeón lo tomó
en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:
Simeón toma en brazos a Jesús, y bendice a Dios |
29
Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,
Conforme
a tu palabra;
30
Porque han visto mis ojos tu salvación,
31
La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
32
Luz para revelación a los gentiles,
Y
gloria de tu pueblo Israel.
Esa fue la
manera en que Simeón bendijo a Dios, reconociendo que Aquel Niño, Jesús, era Su
salvación, la manera en que Dios salvaría al mundo; y, muy seguramente, Simeón
estaba muy gozoso y agradecido a Dios, de que Él estaba poniendo por obra Su
plan de salvación y redención mediante Aquel Niño Quién, 33 años después, sería
el Cordero de Dios que quita el pecado de este mundo.
Muchos celebrarán
esta Navidad sin siquiera detenerse para elevar unas palabras de oración a
Dios; oh, sí, se saludarán los unos a los otros, entregarán regalos los niños,
y luego degustarán un riquísimo pavo acompañado de un caliente chocolate (aun y
cuando ya estamos en temporada de calor) pero, ¿saben qué?, al Dueño del
cumpleaños ni siquiera lo nombrarán y, consecuentemente, tampoco le darán las
gracias. El nacimiento del Señor fue el cumplimiento de promesas que Dios hizo
a Su pueblo Israel, y aún desde antes que Israel estuviera establecida que,
graciosamente, involucran –inclusive- a nosotros los gentiles; por lo que las
acciones de gracias también nos corresponden, son nuestro privilegio delante de
Dios. Leamos, una vez más, la parte donde se nos involucra en la cita que nos
sirve de meditación:
32
Luz para revelación a los gentiles,
Y
gloria de tu pueblo Israel.
El judío expresaba
“gentil” –generalmente- para referirse a toda gente fuera de la nacionalidad
israelita; es más, en el Diccionario Strong, se dice para referirse a “gente,
linaje, nación, pueblo”; por consiguiente, el v. 32 podríamos leerlo así: “Luz
para revelación a las naciones”; por lo que el Apóstol Pablo entendió que el
Evangelio o Buenas Nuevas dadas desde días de Abraham, involucraban a todas las
naciones (Gálatas 3:8); son buenas nuevas o noticias para todos nosotros; y el
problema solo estriba en que lo creamos o no. Si creemos Su Evangelio o Buena Nueva,
que declara a Jesucristo como nuestro Salvador, eso agradará a Dios, y Él, de
allí en adelante, tratará con nosotros como un Padre que trata con Sus hijos e
hijas; sino, no.
Así, llegada la
medianoche de hoy (aunque según el día establecido por Dios, éste empieza a
partir de la caída del sol, hasta la proximidad de la siguiente caída; y no
como lo tenemos hoy, contrario a la razón), dispongamos nuestros corazones para,
aun y cuando estamos conscientes de que Jesús no nació un 25 de diciembre (hay
numerosos estudios que lo demuestran), bendecir a Dios, tan igual como Simeón
lo hizo; agradeciéndole por cómo Él nos envió desde Su divina gloria a Jesús,
para vivir entre nosotros y, tras dar testimonio de la manera en que se debe
vivir agradando a Dios, ofrecer Su vida como el pago por nuestros pecados. ¡¿No
deberíamos estar agradecidos por ello?! En alguna ocasión tuve problemas de
dinero y, tanto así que, estresado por la angustia de no saber cómo afrontar
una deuda, hasta deseé morir o, sencillamente, dejarme dormir y nunca
despertar; pero, tras recurrir a Dios en oración, pidiendo perdón por meterme
en deudas, Él proveyó la manera de atender mis deudas u obligaciones; lo que
trajo grande contentamiento a mi alma agobiada. ¡Cuánta más gratitud debería
causar que el Señor Jesús haya pagado una deuda –prácticamente- impagable,
cuando Él murió por nosotros, por nuestros pecados! En efecto, en Romanos 6:23,
el apóstol escribió: “Porque la paga del pecado es muerte”; así,
siendo que nadie podría argumentar que jamás ha pecado, todos mereceríamos morir;
esa es la “paga” (en el griego dícese que eso es lo que merecemos); sin
embargo, “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5:8). El Señor Jesús
murió por mí, y por usted, por todo el que estuviera leyendo esta nota; y la única
forma de apropiarnos de esa grande Verdad del Evangelio o Buena Nueva de Dios
es ¡CREYÉNDOLO!, si en verdad estamos arrepentidos de todos nuestros pecados
por los que Él murió. Muchos hemos fornicado y adulterado, y hoy muchas
jovencitas se prostituyen vistiéndose como tales para atraer la mirada de un
hombre débil; y luego se quejan de que las piropeen y, peor, hasta manoseen
cuando, en la práctica, ya están siendo manoseadas y hasta teniendo sexo en las mentes de muchos
hombres faltos de templanza, cometiendo adulterio con ellas en sus corazones. Sí,
el Señor Jesús dijo cierta vez: “que cualquiera que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (San Mateo 5:28); y eso
es lo que está sucediendo hoy en día cuando usted, jovencita, y hasta señoras,
se visten indecorosamente mostrando sus partes íntimas a través de prendas de
vestir escasas o ajustadísimas al cuerpo (la licra), provocando la codicia de
quienes la ven pasar así. El Hermano Branham dijo que, allá en el Juicio,
cuando estemos en presencia del Dios que todo lo sabe, aún las intenciones del
corazón, que Él condenará a muchos, y muchas, por haber cometido adulterio. Muchas
mujeres Le dirán: “Pero yo fui fiel a mi esposo”; pero Él les protestará: “Tú
te vestiste de esa manera, y provocaste la codicia de otros hombres, y ellos
adulteraron contigo en sus corazones”; y siendo que un adulterio es entre dos
personas, Él condenará igualmente a los hombres; y lo mismo sucederá con
muchos, muchísimos adolescentes y jovencitos. ¿Qué debemos hacer? –Creer en el
Nombre de Jesús, que Él nos fue dado para hallar perdón por TODOS nuestros
pecados, y fuerzas en nuestra alma para no volverlos a cometer, para cuidar de
nosotros y mantenernos puros hasta el inminente día de Su retorno.
Que esta Navidad sea motivo de meditación, en
cualesquier forma que Dios le inspire a usted meditarlo, siempre y cuando esté
basado en el registro Bíblico, en las Sagradas Escrituras; y que esta Navidad
sea motivo de bendición a Dios, haciendo memoria –una vez más- ante Él, de
aquel hecho que marcó la puesta en marcha del Plan de Salvación para con todos
los hombres, para con este mundo. ¿Lo hará?
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