Hombres De Dios
Juan
Wycliffe
Cuando Marco Polo comezaba sus famosos
viajes al lejano oriente en 1324, Juan Wycliffe cumplia 4 años de edad. Los
Franciscanos radicales estaban denunciando las riquezas del Papado, y el Papa
Juan XXII estaba a mediados de su reino. El mundo (como era conocido para los
Europeos) estaba en paz; y Roma tenia autoridad final en las vidas de la gente del
continente y las islas Británicas.
De Agustin y Constantino hasta el
nacimiento de Wycliffe, la Iglesia era el centro de la vida de cada persona. La
llamada "edad oscura" (una descripción puramente protestante) era
simplemente un periodo de gran calma el cual vino fue producido por el poder de
la Iglesia. Juan Wycliffe vino al mundo en esta calma; pero las aguas serían
pronto movidas y Wycliffe se uniria al "fray" . Iglaterra fue
entonces envuelta en la guerra de los 100 años con Francia (1339 a 1453). Esta
lucha era porque algunos Ingleses estaban cansados de los exhorbitantes
impuestos que tenian que pagar a la Iglesia; y Francia era el brazo de la
Iglesia en la region Entre 1/3 a 1/4 de la tierra de Inglaterra pertenecia a la
Iglesia! Este deseo de retener el dinero y re poseer la tierra que los Igleses
veian como de ellos lo trajo en conflicto directo con el papado. El papa queria
retener la tierra y el dinero y de esta manera los franceses fueron llamados al
servicio, y sirvieron bien.
Wycliffe nació en 1320 y estudió Teología
en Oxford (murió en 1384). Su entrenamiento y disposición le llevó a oponerse a
la posesión de la tierra Inglesa por el Papado, en fundamentos religiosos y
teológicos mas que meramente economicos. Desde 1376 en adelante Wycliffe
publicó tratados which denunciaban la secularización de la Iglesia. Esta
secularización, el mantenia, no era beneficial ni para la iglesia ni para el
Estado.
En 1377 el Papa emitió un documento
official en el cual prohibía la publicación de ciertos escritos en los que se
condenaban en 18 tesis los escritos de Wycliffe. La reacción de Wycliffe fue
violenta. Comenzó a denunciar al Papa (aunque no el papado contrario a Lutero)
en escritos increiblemente recios.
Desde 1378 a 1379 Wycliffe publicó su sistema
teológico en una serie de tratados. La tesis central de estas obras era que las
Escrituras eran el fundamento de toda doctrina. Este fue un punto importante en
la historia doctrinal. Hasta este punto la Tradición había sido puesta lado a
lado con las Escrituras como fuente de doctrina; pero Wycliffe disputaba esta
noción y Juan Hus de Praga así como Martin Lutero, Huldych Zwingli y Juan
Calvino adoptarían el punto de vista de Wycliffe.
La doctrina de Wycliffe acerca de la
iglesia tambien fue revolucionante. El vio la iglesia como una institución
espiritual y no politica. Por eso la obra pre-reformadora de Wycliffe esta
cimentada sobre las doctrians de la Escirtura y la Iglesia. Serían esta
controversias doctrinales precisas el combustible que más tarde alimentaría la
"Reformación" de Lutero y Zwingli. El signficado de Wycliffe no puede
ser pasado por alto. Su movimiento hacia las Escrituras y la Iglesia como una
sociedad espiritual fueron las piedras del fundamento sobre las cuales la "Reforma"
sería luego fundamentada. El, además, propuso idea que eran controversiales. El
sugirió que la libertad humana no existia; hasta el punto que todo lo que la
persona hacia estaba pre-determinado. Su gran enemistad hacia el Papa lo llevó
a hacer algunas declaraciones personales extravagantes; y su desconfianza de la
naturaleza humana le llevó a completamente deshumanizar la humanidad.
Aun así, sin Wycliffe, no podría haber
"Reforma". O por ese medio, una traducción Inglesa de la Biblia. La
traducción de Wycliffe es bien conocida. Hizo su trabajo de la Vulgata en
Latin; dando así al pueblo Inglés la primera traducción de las Escrituras en su
propia lengua. Su traducción fue consultada por Tyndale, Coverdale, los
Obispos, y por su puesto los traductores autorizados. El fue un traductor antes
que Lutero; un Teólogo antes que Calvino; y un reformador antes de la Reforma.
Después de la muerte de Wycliffe no
apareceria otro Reformador antes de la Reforma hasta Juan Hus (1369-1415) En
1414 el papado atento poner final a la división que se acercaba llamando el
concilio de Constancia donde Hus fue condenado (y ejecutado en Julio 6, 1415) y
tambien Wycliffe (aunque ya muerte por mucho tiempo) fue censurado. Pero la ola
no sería destruida. Las puertas de la inundación abiertas por Wycliffe
alcanzarian su fruto en Zwingli y Lutero.
Juan
Hus
Era de humilde cuna y había perdido a su
padre en temprana edad. Su piadosa madre, considerando la educación y el temor
de Dios como la más valiosa hacienda, procuró asegurársela a su hijo. Hus
estudió en la escuela de la provincia y pasó después a la universidad de Praga
donde fue admitido por caridad. En su viaje a la ciudad de Praga fue acompañado
por su madre, que, siendo viuda y pobre, no pudo dotar a su hijo con bienes
materiales, pero cuando llegaron a las inmediaciones de la gran ciudad se
arrodilló al lado de su hijo y pidió para él la bendición de su Padre
celestial. Muy poco se figuraba aquella madre de qué modo iba a ser atendida su
plegaria.
En la universidad se distinguió Hus por
su aplicación, su constancia en el estudio y sus rápidos progresos, al par que
su conducta intachable y sus afables y simpáticos modales le granjearon general
estimación. Era un sincero creyente de la iglesia romana y deseaba
ardientemente recibir las bendiciones espirituales que aquélla profesa
conceder. Con motivo de un jubileo, fue él a confesarse, dio a la iglesia las
pocas monedas que llevaba y se unió a las procesiones para poder participar de
la absolución prometida. Terminado su curso de estudios, ingresó en el
sacerdocio, y como lograra en poco tiempo darse a conocer, no tardó en ser
elegido para prestar sus servicios en la corte del rey. Fue también nombrado
catedrático y posteriormente rector de la universidad donde recibiera su
educación. En pocos años el humilde estudiante que fuera admitido por caridad
en las aulas llegó a ser el orgullo de su país y a adquirir fama en toda
Europa.
Mas otro fue el campo en donde Hus
principió a trabajar en busca de reformas. Algunos años después de haber recibido
las órdenes sacerdotales, fue elegido predicador de la capilla llamada de
Belén. El fundador de ésta había abogado, por considerarlo asunto de gran
importancia, en favor de la predicación de las Santas Escrituras en el idioma
del pueblo. No obstante la oposición de Roma, esta práctica no había
desaparecido del todo de Bohemia. Sin embargo, era mucha la ignorancia respecto
a la Biblia, y los peores vicios reinaban en todas las clases de la sociedad.
Hus denunció sin reparo estos males apelando a la Palabra de Dios para reforzar
los principios de verdad y de pureza que procuraba inculcar.
Un vecino de Praga, Jerónimo, que con
ulterioridad iba a colaborar tan estrechamente con Hus, trajo consigo, al
regresar de Inglaterra, los escritos de Wiclef. La reina de Inglaterra, que se
había convertido a las enseñanzas de éste, era una princesa bohemia, y por
medio de su influencia las obras del reformador obtuvieron gran circulación en
su tierra natal. Hus leyó estas obras con interés; tuvo a su autor por
cristiano sincero y se sintió movido a mirar con simpatía las reformas que él
proponía. Aunque sin darse cuenta, Hus había entrado ya en un sendero que había
de alejarle de Roma.
Por aquel entonces llegaron a Praga dos
extranjeros procedentes de Inglaterra, hombres instruídos que habían recibido
la luz del Evangelio y venían a esparcirla en aquellas apartadas regiones.
Comenzaron por atacar públicamente la supremacía del papa, pero pronto las
autoridades les obligaron a guardar silencio; no obstante, como no quisieran
abandonar su propósito, recurrieron a otros medios para realizarlo. Eran
artistas a la vez que predicadores y pusieron en juego sus habilidades. En una
plaza pública dibujaron dos cuadros que representaban, uno la entrada de Cristo
en Jerusalén, "manso y sentado sobre un asno" (S. Mateo 21: 5, V.M.),
y seguido por sus discípulos vestidos con túnicas ajadas por las asperezas del
camino y descalzos; el otro representaba una procesión pontifical, en la cual
se veía al papa adornado con sus ricas vestiduras y con su triple corona,
montado en un caballo magníficamente enjaezado, precedido por clarines y
seguido por cardenales y prelados que ostentaban deslumbrantes galas.
Encerraban estos cuadros todo un sermón
que cautivaba la atención de todas las clases sociales. Las multitudes acudían
a mirarlos. Ninguno dejaba de sacar la moraleja y muchos quedaban hondamente
impresionados por el contraste que resultaba entre la mansedumbre de Cristo, el
Maestro, y el orgullo y la arrogancia del papa que profesaba servirle. Praga se
conmovió mucho y, después de algún tiempo, los extranjeros tuvieron que
marcharse para ponerse en salvo. Pero la lección que habían dado no dejó de ser
aprovechada. Los cuadros hicieron impresión en Hus y le indujeron a estudiar
con más empeño la Biblia y los escritos de Wiclef. Aunque todavía no estaba
convenientemente preparado para aceptar todas las reformas recomendadas por
Wiclef, alcanzó a darse mejor cuenta del verdadero carácter del papado y con
mayor celo denunció el orgullo, la ambición y la corrupción del clero.
De Bohemia extendióse la luz hasta
Alemania. Algunos disturbios en la universidad de Praga dieron por resultado la
separación de centenares de estudiantes alemanes, muchos de los cuales habían
recibido de Hus su primer conocimiento de la Biblia, y a su regreso esparcieron
el Evangelio en la tierra de sus padres.
Las noticias de la obra hecha en Praga
llegaron a Roma y pronto fue citado Hus a comparecer ante el papa. Obedecer
habría sido exponerse a una muerte segura. El rey y la reina de Bohemia, la
universidad, miembros de la nobleza y altos dignatarios dirigieron una
solicitud general al pontífice para que le fuera permitido a Hus permanecer en
Praga y contestar a Roma por medio de una diputación. En lugar de acceder a la
súplica, el papa procedió a juzgar y condenar a Hus, y, por añadidura, declaró
a la ciudad de Praga en entredicho.
En aquellos tiempos, siempre que se
pronunciaba tal sentencia, la alarma era general. Las ceremonias que la
acompañaban estaban bien calculadas para producir terror entre el pueblo, que
veía en el papa el representante de Dios mismo, y el que tenía las llaves del
cielo y del infierno y el poder para invocar juicios temporales lo mismo que
espirituales. Creían que las puertas del cielo se cerraban contra los lugares
condenados por el entredicho y que entretanto que el papa no se dignaba
levantar la excomunión, los difuntos no podían entrar en la mansión de los
bienaventurados. En señal de tan terrible calamidad se suspendían todos los
servicios religiosos, las iglesias eran clausuradas, las ceremonias del
matrimonio se verificaban en los cementerios; a los muertos se les negaba
sepultura en los camposantos, y se los enterraba sin ceremonia alguna en las
zanjas o en el campo. Así pues, valiéndose de medios que influían en la
imaginación, procuraba Roma dominar la conciencia de los hombres.
La ciudad de Praga se amotinó. Muchos
opinaron que Hus tenía la culpa de todas estas calamidades y exigieron que
fuese entregado a la vindicta de Roma. Para que se calmara la tempestad, el
reformador se retiró por algún tiempo a su pueblo natal. Escribió a los amigos
que había dejado en Praga: "Si me he retirado de entre vosotros es para seguir
los preceptos y el ejemplo de Jesucristo, para no dar lugar a que los mal
intencionados se expongan a su propia condenación eterna y para no ser causa de
que se moleste y persiga a los piadosos. Me he retirado, además, por temor de
que los impíos sacerdotes prolonguen su prohibición de que se predique la
Palabra de Dios entre vosotros; mas no os he dejado para negar la verdad divina
por la cual, con la ayuda de Dios, estoy pronto a morir."- E. de
Bonnechose, Les Réformateurs avant la Réforme, lib. I, págs. 94, 95 (París,
1845). Hus no cesó de trabajar; viajó por los países vecinos predicando a las
muchedumbres que le escuchaban con ansia. De modo que las medidas de que se
valiera el papa para suprimir el Evangelio, hicieron que se extendiera en más amplia
esfera. "Nada podemos hacer contra la verdad, sino a favor de la
verdad." (2 Corintios 13: 8, V.M.)
"El espíritu de Hus parece haber
sido en aquella época de su vida el escenario de un doloroso conflicto. Aunque
la iglesia trataba de aniquilarle lanzando sus rayos contra él, él no
desconocía la autoridad de ella, sino que seguía considerando a la iglesia
católica romana como a la esposa de Cristo y al papa como al representante y
vicario de Dios. Lo que Hus combatía era el abuso de autoridad y no la autoridad
misma. Esto provocó un terrible conflicto entre las convicciones más íntimas de
su corazón y los dictados de su conciencia. Si la autoridad era justa e
infalible como él la creía, ¿por qué se sentía obligado a desobedecerla?
Acatarla, era pecar; pero, ¿por qué se sentía obligado a pecar si prestaba
obediencia a una iglesia infalible? Este era el problema que Hus no podía
resolver, y la duda le torturaba hora tras hora. La solución que por entonces
le parecía más plausible era que había vuelto a suceder lo que había sucedido
en los días del Salvador, a saber, que los sacerdotes de la iglesia se habían
convertido en impíos que usaban de su autoridad legal con fines inicuos. Esto
le decidió a adoptar para su propio gobierno y para el de aquellos a quienes
siguiera predicando, la máxima aquella de que los preceptos de la Santas
Escrituras transmitidos por el entendimiento han de dirigir la conciencia, o en
otras palabras, que Dios hablando en la Biblia, y no la iglesia hablando por
medio de los sacerdotes, era el único guía infalible."- Wylie, lib. 3,
cap. 3.
Cuando, transcurrido algún tiempo, se
hubo calmado la excitación en Praga, volvió Hus a su capilla de Belén para
reanudar, con mayor valor y celo, la predicación de la Palabra de Dios. Sus
enemigos eran activos y poderosos, pero la reina y muchos de los nobles eran
amigos suyos y gran parte del pueblo estaba de su lado. Comparando sus
enseñanzas puras y elevadas y la santidad de su vida con los dogmas degradantes
que predicaban los romanistas y con la avaricia y el libertinaje en que vivían,
muchos consideraban que era un honor pertenecer al partido del reformador.
Hasta aquí Hus había estado solo en sus
labores, pero entonces Jerónimo, que durante su estada en Inglaterra había
hecho suyas las doctrinas enseñadas por Wiclef, se unió con él en la obra de
reforma. Desde aquel momento ambos anduvieron juntos y ni la muerte había de
separarlos.
Jerónimo poseía en alto grado lucidez
genial, elocuencia e ilustración, y estos dones le conquistaban el favor popular,
pero en las cualidades que constituyen verdadera fuerza de carácter, sobresalía
Hus. El juicio sereno de éste restringía el espíritu impulsivo de Jerónimo, el
cual reconocía con verdadera humildad el valer de su compañero y aceptaba sus
consejos. Mediante los esfuerzos unidos de ambos la reforma progresó con mayor
rapidez.
Si bien es verdad que Dios se dignó
iluminar a estos sus siervos derramando sobre ellos raudales de luz que les
revelaron muchos de los errores de Roma, también lo es que ellos no recibieron
toda la luz que debía ser comunicada al mundo. Por medio de estos hombres, Dios
sacaba a sus hijos de las tinieblas del romanismo; pero tenían que arrostrar
muchos y muy grandes obstáculos, y él los conducía por la mano paso a paso
según lo permitían las fuerzas de ellos. No estaban preparados para recibir de
pronto la luz en su plenitud. Ella los habría hecho retroceder como habrían
retrocedido, con la vista herida, los que, acostumbrados a la obscuridad,
recibieran la luz del mediodía. Por consiguiente, Dios reveló su luz a los
guías de su pueblo poco a poco, como podía recibirla este último. De siglo en
siglo otros fieles obreros seguirían conduciendo a las masas y avanzando más
cada vez en el camino de las reformas.
Mientras tanto, un gran cisma asolaba a
la iglesia. Tres papas se disputaban la supremacía, y esta contienda llenaba
los dominios de la cristiandad de crímenes y revueltas. No satisfechos los tres
papas con arrojarse recíprocamente violentos anatemas, decidieron recurrir a
las armas temporales. Cada uno se propuso hacer acopio de armamentos y reclutar
soldados. Por supuesto, necesitaban dinero, y para proporcionárselo, todos los
dones, oficios y beneficios de la iglesia fueron puestos en venta. (Véase el
Apéndice.) Asimismo los sacerdotes, imitando a sus superiores, apelaron a la
simonía y a la guerra para humillar a sus rivales y para aumentar su poderío.
Con una intrepidez que iba cada día en aumento, protestó Hus enérgicamente
contra las abominaciones que se toleraban en nombre de la religión, y el pueblo
acusó abiertamente a los jefes papales de ser causantes de las miserias que
oprimían a la cristiandad.
La ciudad de Praga se vio nuevamente
amenazada por un conflicto sangriento. Como en los tiempos antiguos, el siervo
de Dios fue acusado de ser el "perturbador de Israel." (1 Reyes
18:17, V. M.) La ciudad fue puesta por segunda vez en entredicho, y Hus se
retiró a su pueblo natal. Terminó el testimonio que había dado él tan fielmente
en su querida capilla de Belén, y ahora iba a hablar al mundo cristiano desde
un escenario más extenso antes de rendir su vida como último homenaje a la
verdad.
Con el propósito de contener los males
que asolaban a Europa, fue convocado un concilio general que debía celebrarse
en Constanza. Esta cita fue preparada, a solicitud del emperador Segismundo,
por Juan XXIII, uno de los tres papas rivales. El deseo de reunir un concilio
distaba mucho de ser del agrado del papa Juan, cuyo carácter y política poco se
prestaban a una investigación aun cuando ésta fuera hecha por prelados de tan
escasa moralidad como lo eran los eclesiásticos de aquellos tiempos. Pero no
pudo, sin embargo, oponerse a la voluntad de Segismundo.
Los fines principales que debía procurar
el concilio eran poner fin al cisma de la iglesia y arrancar de raíz la
herejía. En consecuencia los dos antipapas fueron citados a comparecer ante la
asamblea, y con ellos Juan Hus, el principal propagador de las nuevas ideas.
Los dos primeros, considerando que había peligro en presentarse, no lo
hicieron, sino que mandaron sus delegados. El papa Juan, aun cuando era quien
ostensiblemente había convocado el concilio, acudió con mucho recelo,
sospechando la intención secreta del emperador de destituirle, y temiendo ser
llamado a cuentas por los vicios con que había desprestigiado la tiara y por
los crímenes de que se había valido para apoderarse de ella. Sin embargo, hizo
su entrada en la ciudad de Constanza con gran pompa, acompañado de los
eclesiásticos de más alta categoría y de un séquito de cortesanos. El clero y
los dignatarios de la ciudad, con un gentío inmenso, salieron a recibirle.
Venía debajo de un dosel dorado sostenido por cuatro de los principales
magistrados. La hostia iba delante de él, y las ricas vestiduras de los
cardenales daban un aspecto imponente a la procesión.
Entre tanto, otro viajero se acercaba a
Constanza. Hus se daba cuenta del riesgo que corría. Se había despedido de sus
amigos como si ya no pensara volverlos a ver, y había emprendido el viaje
presintiendo que remataría en la hoguera. A pesar de haber obtenido un
salvoconducto del rey de Bohemia, y otro que, estando ya en camino, recibió del
emperador Segismundo, arregló bien todos sus asuntos en previsión de su muerte
probable.
En una carta dirigida a sus amigos de
Praga, les decía: "Hermanos míos . . . me voy llevando un salvoconducto
del rey para hacer frente a mis numerosos y mortales enemigos. . . . Me
encomiendo de todo corazón al Dios todopoderoso, mi Salvador; confío en que él
escuchará vuestras ardientes súplicas; que pondrá su prudencia y su sabiduría
en mi boca para que yo pueda resistir a los adversarios, y que me asistirá el
Espíritu Santo para confirmarme en la verdad, a fin de que pueda arrostrar con
valor las tentaciones, la cárcel y si fuese necesario, una muerte cruel.
Jesucristo sufrió por sus muy amados, y, por tanto ¿habremos de extrañar que
nos haya dejado su ejemplo a fin de que suframos con paciencia todas las cosas
para nuestra propia salvación? El es Dios y nosotros somos sus criaturas; él es
el Señor y nosotros sus siervos; él es el Dueño del mundo y nosotros somos
viles mortales, ¡y sin embargo sufrió! ¿Por qué, entonces, no habríamos de
padecer nosotros también, y más cuando sabemos que la tribulación purifica? Por
lo tanto, amados míos, si mi muerte ha de contribuir a su gloria, rogad que
ella venga pronto y que él me dé fuerzas para soportar con serenidad todas las
calamidades que me esperan. Empero, si es mejor que yo regrese para vivir otra
vez entre vosotros, pidamos a Dios que yo vuelva sin mancha, es decir, que no
suprima un tilde de la verdad del Evangelio, para poder dejar a mis hermanos un
buen ejemplo que imitar. Es muy probable que nunca más volváis a ver mi cara en
Praga; pero si fuese la voluntad del Dios todopoderoso traerme de nuevo a
vosotros, avanzaremos con un corazón más firme en el conocimiento y en el amor
de su ley."- Bonnechose, lib. 2, págs. 162, 163.
En otra carta que escribió a un sacerdote
que se había convertido al Evangelio, Hus habló con profunda humildad de sus
propios errores, acusándose "de haber sido afecto a llevar hermosos trajes
y de haber perdido mucho tiempo en cosas frívolas." Añadía después estas
conmovedoras amonestaciones: "Que tu espíritu se preocupe de la gloria de
Dios y de la salvación de las almas y no de las comodidades y bienes
temporales. Cuida de no adornar tu casa más que tu alma; y sobre todo cuida del
edificio espiritual. Sé humilde y piadoso con los pobres; no gastes tu hacienda
en banquetes; si no te perfeccionas y no te abstienes de superfluidades temo
que seas severamente castigado, como yo lo soy. . . . Conoces mi doctrina
porque de ella te he instruido desde que eras niño; es inútil, pues, que te
escriba más. Pero te ruego encarecidamente, por la misericordia de nuestro
Señor, que no me imites en ninguna de las vanidades en que me has visto
caer." En la cubierta de la carta, añadió: "Te ruego mucho, amigo
mío, que no rompas este sello sino cuando tengas la seguridad de que yo haya
muerto."- Id., págs. 163, 164.
En el curso de su viaje vio Hus por todas
partes señales de la propagación de sus doctrinas y de la buena acogida de que
gozaba su causa. Las gentes se agolpaban para ir a su encuentro, y en algunos
pueblos le acompañaban los magistrados por las calles.
Al llegar a Constanza, Hus fue dejado en
completa libertad. Además del salvoconducto del emperador, se le dio una
garantía personal que le aseguraba la protección del papa. Pero esas solemnes y
repetidas promesas de seguridad fueron violadas, y pronto el reformador fue
arrestado por orden del pontífice y de los cardenales, y encerrado en un
inmundo calabozo. Más tarde fue transferido a un castillo feudal, al otro lado
del Rin, donde se le tuvo preso. Pero el papa sacó poco provecho de su
perfidia, pues fue luego encerrado en la misma cárcel. (Id., pág. 269.) Se le
probó ante el concilio que, además de homicidios, simonía y adulterio, era
culpable de los delitos más viles, "pecados que no se pueden
mencionar." Así declaro el mismo concilio y finalmente se le despojó de la
tiara y se le arrojó en un calabozo. Los antipapas fueron destituídos también y
un nuevo pontífice fue elegido.
Aunque el mismo papa se había hecho
culpable de crímenes mayores que aquellos de que Hus había acusado a los
sacerdotes, y por los cuales exigía que se hiciese una reforma, con todo, el
mismo concilio que degradara al pontífice, procedió a concluir con el
reformador. El encarcelamiento de Hus despertó grande indignación en Bohemia.
Algunos nobles poderosos se dirigieron al concilio protestando contra tamaño
ultraje. El emperador, que de mala gana había consentido en que se violase su
salvoconducto, se opuso a que se procediera contra él. Pero los enemigos del
reformador eran malévolos y resueltos. Apelaron a las preocupaciones del
emperador, a sus temores y a su celo por la iglesia. Le presentaron argumentos
muy poderosos para convencerle de que "no había que guardar la palabra
empeñada con herejes, ni con personas sospechosas de herejía, aun cuando
estuvieran provistas de salvoconductos del emperador y de reyes."-Jacques
Lenfant, "Histoire du Concile de Constance," tomo I, pág. 493
(Amsterdam, 1727). De ese modo se salieron con la suya.
Debilitado por la enfermedad y por el
encierro, pues el aire húmedo y sucio del calabozo le ocasionó una fiebre que
estuvo a punto de llevarle al sepulcro, Hus fue al fin llevado ante el
concilio. Cargado de cadenas se presentó ante el emperador que empeñara su
honor y buena fe en protegerle. Durante todo el largo proceso sostuvo Hus la
verdad con firmeza, y en presencia de los dignatarios de la iglesia y del
estado allí reunidos elevó una enérgica y solemne protesta contra la corrupción
del clero. Cuando se le exigió que escogiese entre retractarse o sufrir la
muerte, eligió la suerte de los mártires.
El Señor le sostuvo con su gracia.
Durante las semanas de padecimientos que sufrió antes de su muerte, la paz del
cielo inundó su alma. "Escribo esta carta -decía a un amigo- en la cárcel,
y con la mano encadenada, esperando que se cumpla mañana mi sentencia de
muerte. . . . En el día aquél en que por la gracia del Señor nos encontremos
otra vez gozando de la paz deliciosa de ultratumba, sabrás cuán misericordioso
ha sido Dios conmigo y de qué modo tan admirable me ha sostenido en medio de
mis pruebas y tentaciones."- Bonnechose, lib. 3, pág. 74.
En la obscuridad de su calabozo previó el
triunfo de la fe verdadera. Volviendo en sueños a su capilla de Praga donde
había predicado el Evangelio, vio al papa y a sus obispos borrando los cuadros
de Cristo que él había pintado en sus paredes. "Este sueño le aflige; pero
el día siguiente ve muchos pintores ocupados en restablecer las imágenes en
mayor número y colores más brillantes. Concluido este trabajo, los pintores,
rodeados de un gentío inmenso, exclaman: ' ¡Que vengan ahora papas y obispos!
ya no las borrarán jamás.' " Al referir el reformador su sueño añadió:
"Tengo por cierto, que la imagen de Cristo no será borrada jamás. Ellos
han querido destruirla; pero será nuevamente pintada en los corazones, por unos
predicadores que valdrán más que yo."- D'Aubigné, lib. 1, cap. 7.
Por última vez fue llevado Hus ante el
concilio. Era ésta una asamblea numerosa y deslumbradora: el emperador, los
príncipes del imperio, delegados reales, cardenales, obispos y sacerdotes, y
una inmensa multitud de personas que habían acudido a presenciar los
acontecimientos del día. De todas partes de la cristiandad se habían reunido
los testigos de este gran sacrificio, el primero en la larga lucha entablada
para asegurar la libertad de conciencia.
Instado Hus para que manifestara su
decisión final, declaró que se negaba a abjurar, y fijando su penetrante mirada
en el monarca que tan vergonzosamente violara la palabra empeñada, dijo:
"Resolví, de mi propia y espontánea libertad, comparecer ante este
concilio, bajo la fe y la protección pública del emperador aquí
presente."- Bonnechose, lib. 3, pág. 94. El bochorno se le subió a la cara
al monarca Segismundo al fijarse en él las miradas de todos los circunstantes.
Habiendo sido pronunciada la sentencia,
se dio principio a la ceremonia de la degradación. Los obispos vistieron a su
prisionero el hábito sacerdotal, y al recibir éste la vestidura dijo: "A
nuestro Señor Jesucristo se le vistió con una túnica blanca con el fin de
insultarle, cuando Herodes le envió a Pilato."- Id., págs. 95, 96.
Habiéndosele exhortado otra vez a que se retractara, replicó mirando al pueblo:
"Y entonces, ¿con qué cara me presentaría en el cielo? ¿cómo miraría a las
multitudes de hombres a quienes he predicado el Evangelio puro? No; estimo su
salvación más que este pobre cuerpo destinado ya a morir." Las vestiduras
le fueron quitadas una por una, pronunciando cada obispo una maldición cuando
le tocaba tomar parte en la ceremonia. Por último, "colocaron sobre su
cabeza una gorra o mitra de papel en forma de pirámide, en la que estaban
pintadas horribles figuras de demonios, y en cuyo frente se destacaba esta inscripción:
'El archihereje.' 'Con gozo -dijo Hus- llevaré por ti esta corona de oprobio,
oh Jesús, que llevaste por mí una de espinas." Acto continuo, "los
prelados dijeron: 'Ahora dedicamos tu alma al diablo.' 'Y yo -dijo Hus,
levantando sus ojos al cielo- en tus manos encomiendo mi espíritu, oh Señor
Jesús, porque tú me redimiste.' "-Wylie, lib. 3, cap. 7.
Fue luego entregado a las autoridades
seculares y conducido al lugar de la ejecución. Iba seguido por inmensa
procesión formada por centenares de hombres armados, sacerdotes y obispos que
lucían sus ricas vestiduras, y por el pueblo de Constanza. Cuando lo sujetaron
a la estaca y todo estuvo dispuesto para encender la hoguera, se instó una vez
más al mártir a que se salvara retractándose de sus errores. "¿ A cuáles
errores -dijo Hus- debo renunciar? De ninguno me encuentro culpable. Tomo a
Dios por testigo de que todo lo que he escrito y predicado ha sido con el fin
de rescatar a las almas del pecado y de la perdición; y, por consiguiente, con
el mayor gozo confirmaré con mi sangre aquella verdad que he anunciado por
escrito y de viva voz."-Ibid. Cuando las llamas comenzaron a arder en
torno suyo, principió a cantar: "Jesús, Hijo de David, ten misericordia de
mí," y continuó hasta que su voz enmudeció para siempre.
Sus mismos enemigos se conmovieron frente
a tan heroica conducta. Un celoso partidario del papa, al referir el martirio
de Hus y de Jerónimo que murió poco después, dijo: "Ambos se portaron como
valientes al aproximarse su última hora. Se prepararon para ir a la hoguera
como se hubieran preparado para ir a una boda; no dejaron oír un grito de dolor.
Cuando subieron las llamas, entonaron himnos y apenas podía la vehemencia del
fuego acallar sus cantos."- Ibid.
Cuando el cuerpo de Hus fue consumido por
completo, recogieron sus cenizas, las mezclaron con la tierra donde yacían y
las arrojaron al Rin, que las llevó hasta el océano. Sus perseguidores se
figuraban en vano que habían arrancado 118 de raíz las verdades que predicara.
No soñaron que las cenizas que echaban al mar eran como semilla esparcida en
todos los países del mundo, y que en tierras aún desconocidas darían mucho
fruto en testimonio por la verdad. La voz que había hablado en la sala del
concilio de Constanza había despertado ecos que resonarían al través de las
edades futuras. Hus ya no existía, pero las verdades por las cuales había muerto
no podían perecer. Su ejemplo de fe y perseverancia iba a animar a las
muchedumbres a mantenerse firmes por la verdad frente al tormento y a la
muerte. Su ejecución puso de manifiesto ante el mundo entero la pérfida
crueldad de Roma. Los enemigos de la verdad, aunque sin saberlo, no hacían más
que fomentar la causa que en vano procuraban aniquilar.
Girolamo
o Jerónimo Savonarola
Nació el 21 de septiembre de 1452,
tercero de siete hijos de una familia noble en Ferrara, Italia. Sus padres eran
personas cultas y mundanas, y gozaban de mucha influencia, su abuelo paterno
era un famoso médico de la corte del Duque de Ferrara, y los padres de Jerónimo
deseaban que su hijo llegase a ocupar el lugar de su abuelo. En el colegio fue
un alumno que se distinguió por su aplicación.
Es muy probable que una desilusión con
una joven florentina, fuera la causa que lo hicieran abrazar la vida monástica.
En 1474 ingresó en la orden de los
dominicos, en Bolonia. Después de pasar 7 años en Bolonia, Fray Jerónimo fue
para el convento de San Marcos, en Florencia en donde vio con desilusión que el
pueblo florentino era tan depravado como cualquier otro lugar.
Hizo su primera aparición como predicador
en 1482, en el priorato de San Marcos, la casa dominica de Florencia. Sus sermones
se centraron cada vez más sobre el pecado de la sociedad, y atacó de forma
abierta la corrupción y a los partidarios aristocráticos de los Medici.
En 1493 el papa Alejandro VI, que le
nombró su primer vicario general, aprobó su propuesta de reformar la orden
dominica en Toscana. Entonces sus sermones se hicieron políticos. En uno de sus
discursos, señaló con claridad la próxima llegada de los franceses dirigidos
por el rey Carlos VIII. Cuando esta predicción se cumplió con la aparición de
las fuerzas francesas invasoras en 1494, ayudó a recibir a Carlos en Florencia.
Cuando los franceses abandonaron la ciudad, se había creado una república de la
que fueron excluidos los Medici, y él se convirtió, aunque sin funciones
políticas, en su guía y espíritu animador.
Ni siquiera el papa Alejandro VI se vio
libre de sus denuncias. Éstas, junto con la atribución de un don sobrenatural
de profecía y su interpretación extravagante de las Sagradas Escrituras,
disgustaron a Roma; y en 1495 fue acusado de herejía. Al no presentarse en
Roma, se le prohibió predicar, y se revocó el expediente mediante el cual la
rama florentina de su orden (dominica) obtuvo la independencia. Rechazó los
intentos de conciliación del papa con indignación, y de nuevo se le prohibió predicar,
aunque ignoró esta orden.
Mientras tanto, las dificultades
comenzaron a intensificarse en su patria. Las medidas de la nueva república
resultaron impracticables. El partido de los Medici, llamado de los arrabbiati
(en italiano, “enfurecido”), comenzó a recuperar terreno, y se formó una
conspiración para apoyarles. Se ejecutó a cinco de los conspiradores, lo que
sólo sirvió para acelerar la reacción contra Savonarola, ya que más tarde fue
acusado de ello. En el punto crítico de la lucha, en 1497, llegó una condena de
excomunión de Roma. La declaró nula públicamente y se negó a someterse a ella.
Durante la epidemia de peste, a pesar de no poder administrar los santos óleos
por estar excomulgado, se dedicó con entusiasmo a atender a los monjes enfermos.
Durante su corta influencia, el
predicador fue amenazado; excomulgado y en 1498, fue declarado culpable de
herejía y enseñanza sediciosa, y condenado a muerte. El 23 de mayo de 1498, fue
ejecutado (ahorcado) y luego su cuerpo fue quemado en la plaza pública.
El Predicador y reformista italiano, cuyo
intento entusiasta de eliminar la corrupción terminó en martirio, se le
recuerda como uno que dejó en los márgenes de las páginas de su Biblia notas
escritas mientras meditaba en las Escrituras. Conocía de memoria una gran parte
de la Biblia y podía abrir el libro y hallar al instante cualquier texto
bíblico. Pasaba noches enteras en oración; dentro de sus libros se encuentran
"La Humildad", "La Oración", "El Amor".
William
Tyndale
1484-1536
Familia.
La familia de Tyndale es incierta, pero
John Stokesley, obispo de Londres, en una carta a Cromwell de 26 de enero de
1532-3, afirma que era hermano de Edward Tyndale, quien, el 18 de julio de
1519, fue nombrado depositario general de las tierras en Gloucestershire,
Somerset y Warwickshire de Maurice, lord Berkeley. Edward Tyndale tenía
propiedades en Pull Court, así como la casa solariega de Hurst en Slimbridge, y
estuvo estrechamente relacionado con la familia Tyndale de Stinchcombe en
Gloucestershire. William Tyndale era conocido por el alias de William Huchyns.
Todos los clanes de la familia Tyndale en Gloucestershire estaban acostumbrados
a usar ambos apellidos, teniendo una tradición que primero adoptaron el de
Huchyns para escapar de la vigilancia para emigrar desde el norte en el tiempo
de las guerras de York y Lancaster. William y Edward Tyndale eran probablemente
hermanos menores de Richard Tyndale de Melksham Court. Foxe también menciona a
otro de los hermanos de William, John Tyndale, comerciante. Un William Tyndale
diferente de North Nibley, anteriormente identificado con el traductor, vivía
en 1542.
En Oxford y Cambridge.
Tyndale comenzó a estudiar en Oxford al
comienzo de la Semana Santa de 1510 bajo el nombre de William Hychyns. Según
Foxe, ingresó en Magdalen Hall. Solicitó la admisión el 13 de mayo de 1512,
siendo admitido el 4 de julio. En febrero de 1512-13, ejerció como
'determiner', obteniendo la maestría el 2 de julio de 1515. Foxe relata que,
además de avanzar 'en el conocimiento de lenguas y otras artes liberales',
dedicó especial atención a la teología, 'leyendo en secreto a ciertos
estudiantes y miembros de Magdalen College algún tratado de teología,
instruyéndolos en el conocimiento y la verdad de las Escrituras.' De Oxford,
poco después de obtener su maestría, se trasladó a Cambridge, estando
probablemente allí hasta finales de 1521. Ambas universidades en el momento de
la estancia de Tyndale estaban fuertemente influenciadas por el espíritu del
nuevo saber. En Oxford, John Colet, en sus conferencias sobre el Nuevo
Testamento entre 1497 y 1505, rompió audazmente con las tradiciones
escolásticas y revolucionó el método de estudio de las Escrituras. Cambridge
disfrutaba del beneficio de las enseñanzas de Erasmo, quien fue admitido como profesor
Lady Margaret de teología en 1511, permaneciendo en Inglaterra hasta el otoño
de 1513. Es probable que la gran reputación en teología y griego que Cambridge
había adquirido bajo él atrajera a Tyndale.
Primeros enemigos.
Antes del comienzo de 1522 Tyndale, que
en este momento probablemente había sido ordenado como sacerdote, aceptó el
puesto de tutor de los hijos de Sir John Walsh, señor de la propiedad de Old
Sodbury en Gloucestershire. La esposa de Walsh, Anne, era hija de Sir Robert
Poyntz de Iron-Acton en Gloucestershire, y hermana de Sir Francis Poyntz. Como
el mayor de los hijos de Sir John Walsh tenía apenas cinco años, Tyndale tuvo
amplio ocio, empleándolo en predicar en pueblos circundantes y en Bristol a las
multitudes que se reunían en College Green. Encontró al clero de
Gloucestershire menos avanzado en sus opiniones que a los estudiantes de las
universidades, estando constantemente involucrado en discusiones teológicas
extenuantes. En apoyo de sus ideas tradujo Enchiridion Militis Christiani de
Erasmo, tal vez de la edición de 1518, que iba prologada por una vigorosa
diatriba contra los vicios de los eclesiásticos. El manuscrito probablemente
nunca fue impreso. Una traducción al inglés, publicada por Wynkyn de Worde en
1533, ha sido identificada sin probabilidad con la obra perdida de Tyndale.
Sobresaltado por sus opiniones y molesto por la sanción recibida de Sir John
Walsh, el clero, en ausencia del obispo, Giulio de Médicis (posterior Clemente
VII), lo acusó ante William de Malvern, canciller de la sede. Malvern lo citó y
le reprendió fuertemente por sus procedimientos, pero, satisfecho con su
ortodoxia le permitió partir 'sin ser marcado como hereje ni ser obstaculizado
por ningún juramento de abjuración.' La persecución que encontró por parte del
clero, fortaleció a Tyndale en la creencia de que la Iglesia estaba en un
estado de serio declive, resolviendo proporcionar un antídoto traduciendo el
Nuevo Testamento al inglés. Expresó abiertamente su determinación a uno de sus
oponentes con las enfáticas palabras: 'Si Dios me da vida, antes de muchos años
haré que un gañán que maneja el arado sepa más de la Escritura que tú.'
Estancia en el continente. Traducción del
Nuevo Testamento.
La creciente simpatía de Tyndale hacia
los reformadores hizo que Gloucestershire ya no fuera un refugio seguro, por lo
que se trasladó a Londres, donde esperaba ayuda del distinguido erudito
Cuthbert Tunstall, que había sido instalado como obispo el 22 de octubre de
1522. Llegó a Londres hacia julio o agosto de 1523, con una carta de
presentación de Walsh para Sir Henry Guildford, solicitando el patrocinio de
Tunstall. Tunstall era un erudito cortesano con poca simpatía hacia la Reforma,
negándose a dar a Tyndale cualquier ayuda. Decepcionado, obtuvo empleo como predicador
en St. Dunstans-in-the-West, donde sus predicaciones hallaron el favor de uno
de sus auditores, Humphrey Monmouth († 1537), comerciante de tela y ciudadano
de Londres, que luego fue nombrado caballero y sirvió como magistrado en 1535.
Monmouth lo llevó a su casa durante medio año y le pagó 10 libras para que
orara por 'las almas de su padre y su madre y todas las almas cristianas.'
Durante su residencia en Londres, Tyndale cayó primero bajo la influencia de
las ideas de Lutero, haciendo también firme amistad con John Frith, quien fue
quemado por protestante en 1533. Sin embargo, le fue imposible hacer su
traducción del Nuevo Testamento en Inglaterra y en mayo de 1524 zarpó hacia
Hamburgo, dejando la mayor parte de sus libros con Monmouth. Desde Hamburgo fue
a Wittenberg para visitar a Lutero, permaneciendo probablemente allí hasta
abril de 1525, cuando regresó a Hamburgo para recibir una remesa de Inglaterra.
Durante este período estuvo muy ocupado en su tarea de traducción, empleando a
William Roy como su amanuense. Desde Hamburgo, Tyndale y Roy se dirigieron a
Colonia, donde hicieron arreglos con Quental y Byrckmann para imprimir la
traducción. El trabajo había avanzado tanto hasta llegar a la hoja que llevaba
la firma K cuando fue descubierto, poco después de comienzos de septiembre, por
el controversista católico Johannes Cochlaeus, deán de la iglesia de la Virgen
Bienaventurada en Frankfurt, para quien la misma firma estaba sacando una
edición de las obras de Ruperto, antiguo abad de Deutz. Cochlaeus obtuvo un
mandato del senado de Colonia prohibiendo a los impresores continuar con la
obra, escribiendo a Enrique VIII y Wolsey, advirtiéndoles que mantuvieran una
estricta vigilancia hacia la obra en los puertos marítimos ingleses. Tyndale y
Roy escaparon con las hojas impresas a Worms, donde probablemente llegaron en
octubre, haciendo arreglos con el impresor Schoeffer para publicar la
traducción en una forma diferente. Las copias fueron pasadas de contrabando a
Inglaterra y en 1526 llamaron la atención del clero. A pesar de una súplica por
tolerancia de Wolsey, un cónclave de obispos resolvió que el libro debía ser
quemado, y Tunstall, después de denunciarlo en St. Paul Cross el 24 de octubre,
emitió una orden judicial que ordenaba a todos los que poseyeran copias que
renunciaran a ellas bajo pena de excomunión. William Warham, arzobispo de
Canterbury, emitió una orden similar el 3 de noviembre, comprando copias de la
traducción de Tyndale en el continente para destruirlas. Hacia finales de 1526
se supo que Tyndale estaba preocupado por la traducción. A principios de 1528,
ante el arresto de Thomas Garrett en Oxford, quedó al descubierto el método de
distribución de los libros, y Wolsey, inquieto ante su gran venta, y picado por
la sátira de Roy, 'Léeme y no escribas', que atribuyó a Tyndale, tomó medidas
para apoderarse del traductor en Worms. Sin embargo, Tyndale había sido
advertido, refugiándose en Marburgo, donde disfrutó de la protección de Felipe
el Magnánimo, landgrave de Hesse, y la amistad de Hermann Buschius, profesor de
poesía y elocuencia en la universidad. En Marburgo probablemente se encontró
con Patrick Hamilton, el proto-mártir escocés, y más tarde se unió a John
Frith. Hasta entonces Tyndale había mantenido su creencia en la transubstanciación,
pero entre 1528 y 1530, por persuasión de Robert Barnes, adoptó las ideas de
Zwinglio, el más avanzado de los reformadores. Rechazó no solo la doctrina de
la consubstanciación de Lutero, sino incluso la teoría de Calvino de una
presencia espiritual en el sacramento, considerando la celebración de la Cena
del Señor simplemente un servicio de conmemoración.
Otros escritos.
El 8 de mayo de 1528 apareció Parable of
the Wicked Mammon de Tyndale, impreso en Marburgo por Hans Luft en octavo, del
que se conserva copia en el Museo Británico. La copia en cuarto en la misma
biblioteca, con la misma fecha, se imprimió en realidad en Londres hacia 1550.
Se imprimió otra edición 'para James Nycolson, Southwark,' en 1536. Fue más de
una vez reimpresa en Londres en los reinados de Eduardo VI e Isabel. La obra es
una exposición de la parábola del administrador injusto, tratando
principalmente de la doctrina de la justificación por la fe y conteniendo
también pasajes sobre la propiedad que contravenían fuertemente la idea de un
derecho de propiedad absoluta aparte de las obligaciones sociales. Estas
opiniones no impidieron que Sir Thomas More lo calificara de 'un tesoro y
fuente de mucha maldad.' El 2 de octubre de 1528 se publicó la obra original
más importante de Tyndale, The Obediece of a Christen man, and how Christe
rulers ought to governe, impresa en octavo por Hans Luft de Marburgo. Una
segunda edición apareció en 1535 en octavo, fechada en Marburgo, pero más
probablemente impresa en Londres. Otras ediciones sin fecha se publicaron en
Londres entre 1540 y 1550, además de una impresa por William Copland en 1561.
La obra es una defensa de los reformadores contra los cargos de alentar la
desobediencia hacia el poder civil. Establece el deber de sumisión absoluta al
soberano temporal y responde el cargo de insubordinación contra las autoridades
eclesiásticas. También insiste en la autoridad suprema de las Escrituras en
asuntos de doctrina. The Obedience por primera vez declaró claramente los dos
grandes principios de la reforma inglesa: La autoridad suprema de las
Escrituras en la Iglesia y la autoridad suprema del rey en el Estado. Del libro
supo Enrique VIII por medio de Ana Bolena, recibiendo su aprobación.
William Tyndale A principios de 1529
Tyndale, que parece iba de camino de Marburgo a los Países Bajos, naufragó en
la costa de Holanda camino a Hamburgo. Perdió sus libros y papeles, así como el
manuscrito de su traducción de Deuteronomio, que acababa de terminar. Sin
embargo, siguió a Hamburgo, donde permaneció durante un tiempo en la casa de
Margaret van Emmerson, viuda de un senador, trabajando en la traducción del
Pentateuco. A finales de año se dirigió a Amberes, donde descubrió que
Tunstall, quien, con More, había estado negociando el tratado de Cambrai, había
hecho grandes compras de sus Testamentos para quemarlos, a pesar de las
objeciones económicas de su compañero. A través de un comerciante de Londres,
Augustine Packington, Tunstall compró sin querer un número de copias del mismo
Tyndale, a quien proveyó con fondos. Parte del dinero lo empleó Tyndale en
comprar once planchas, con las que luego ilustró el libro de Éxodo; previamente
se habían usado para la Biblia holandesa de Vorstermann en Amberes en 1528.
En 1530 apareció The Practyse of
prelates, obra en la que Tyndale elabroró su final y más firme acusación contra
la jerarquía católica. Concluyó atacando categóricamente toda la administración
de Wolsey y denunciando los procedimientos del divorcio de Enrique. En este
punto se separó completamente de los otros reformadores ingleses. Su largo
exilio había distorsionado su visión de los asuntos ingleses, considerando la
desgracia de Wolsey un subterfugio del cardenal para escapar de las
consecuencias de su mala administración. Sus ideas le causaron mucho perjuicio
ante Enrique, destruyendo los efectos de Obedience en la mente del rey. Cuando
Practyse de Tyndale se volvió a publicar en 1548 (Londres), sus observaciones
sobre el divorcio fueron cuidadosamente eliminadas. Una copia de la primera
edición impresa en Marburgo por Hans Luft (en octavo), está en el Museo
Británico.
Enfrentamiento con More.
Mientras tanto, Tyndale se enzarzó en una
guerra literaria con Sir Thomas More. El 7 de marzo de 1527-8, Tunstall invitó
a More a emprender la defensa de la Iglesia contra 'los hijos de iniquidad',
acompañando su solicitud con una licencia formal para leer obras heréticas que
atacaran la fe católica. En junio de 1529 apareció A dyaloge of Sir Thomas
More... Wherin be treatyd dyvers maters as of the... worshyp
of ymagys & reliques, prayng to sayntys, & goyng o pylgrymage. Wyth
many othere thyngys touchyng the pestylent secte of Luther and Tyndale. En este gran
trabajo More, declinando entrar en la cuestión práctica de la ignorancia y la
inmoralidad del clero, defendió con mucha agudeza y poder lógico las doctrinas
de la Iglesia católica contra los ataques de los reformadores. En la primavera
o principios del verano de 1531, Tyndale entregó a la imprenta An answere unto
Sir Thomas Mores dialoge (impreso en Amberes según Joye). Answere, aunque
inferior en forma literaria a Dyaloge de More era un claro y convincente
tratado escrito con gran fuerza satírica, pero echado a perder por una intensa
amargura personal. La acritud de Tyndale se debió en gran parte a su creencia de
que More había vendido su pluma para promover su adelanto político. No pudo
reconciliar la defensa de la Iglesia de More con sus ataques anteriores a sus
abusos prácticos, no dándose cuenta de su horror hacia las opiniones
doctrinales de los reformadores. Varias veces más volvió a la controversia,
dedicándole mucho de su escaso ocio. En 1532
apareció The Confutacyon of Tyndale's Answere, seguida en 1533 por The second
parte of the Confutacyon of Tyndale's Answere. The Confutacyon se distinguía por
la virulencia y grosería. Es de extensión desordenada y en mérito literario
está muy por debajo de su propio Dyaloge y Answere de Tyndale. En Apologye of
Syr Thomas More (1533) y en Debellacyon of Salem and Bizance (1533), escrito en
respuesta a Christopher St. German (cuya madre pertenecía a la familia de
Tyndale), More volvió al tema. Esta contienda de Tyndale y More fue la clásica
controversia de la Reforma inglesa. Ninguna otra discusión se llevó a cabo
entre hombres de tan prominente habilidad y con tan clara comprensión de los
puntos en disputa. A la afirmación de More de la autoridad suprema de la
Iglesia, Tyndale respondió apelando a las Escrituras, como último recurso del
juicio individual. A partir de la divergencia por tales premisas, no podía
haber acuerdo.
Discusiones sobre el divorcio del rey.
Mientras tanto, el cariz de los asuntos
había cambiado considerablemente en Inglaterra, donde la lucha por la cuestión
del divorcio había llevado a Enrique a enfrentarse con el papa. Cromwell fue
nombrado consejero privado en 1531 y en el mismo año Stephen Vaughan, enviado
en inglés en los Países Bajos, recibió instrucciones para comunicarse con
Tyndale, cuyos puntos de vista en su Obedience estaban de acuerdo con la
política de Cromwell. El 17 de abril de 1531 Vaughan tuvo una entrevista
personal con Tyndale, cerca de Amberes, en el que le sugirió su regreso a
Inglaterra bajo un salvoconducto, pero Tyndale se manifestó poco dispuesto por
miedo al resentimiento eclesiástico. Sin embargo, Enrique consideró que Vaughan
había ido demasiado lejos y le envió una perentoria carta reprendiéndolo por
demasiada complacencia, ordenándole que no hiciera más intentos para llevar a
Tyndale a Inglaterra. Dos entrevistas adicionales entre Vaughan y Tyndale en
mayo y junio no produjeron resultados. El fracaso de las negociaciones fue una
desilusión para Tyndale, haciéndole tener una visión sombría de la política de
Enrique. En el prólogo de su traducción de Jonás, publicado en el mismo año,
comparó a Inglaterra con Nínive y llamó a su gente a arrepentirse.
Hostilidad de Enrique y residencia
definitiva en Amberes.
Hacia finales del año Enrique VIII,
asumiendo una actitud más hostil, demandó al emperador la entrega de Tyndale
por el cargo de difundir la sedición en Inglaterra. Al recibir una negativa y
considerando que Vaughan era demasiado comprensivo, instruyó a Sir Thomas Elyot
para que lo secuestra si era posible. Tyndale, en consecuencia, salió de
Amberes, pero regresó en 1533, cuando el peligro parecía haber pasado,
quedándose en la ciudad durante el resto de su vida, ocupado principalmente con
la revisión de sus traducciones del Pentateuco y el Nuevo Testamento. A
mediados de 1534 fijó su residencia en la casa de Thomas Poyntz (probablemente
un familiar de Lady Walsh), un comerciante-aventurero inglés. La casa había
sido apartada desde 1474 por el municipio para el uso de los comerciantes
ingleses, siendo conocida como la 'casa inglesa.' Hacia finales de año, John
Rogers (c. 1500-1555), el primer mártir en la persecución de María, fue a
Amberes como capellán inglés. Era católico a su llegada, pero luego se unió a
los reformadores, probablemente por la influencia de Tyndale, de quien fue
amigo íntimo.
Castillo de Vilvor de Delación, arresto y
ejecución.
En 1535 Tyndale conoció a un joven
inglés, Henry Phillips, estudiante católico en Lovaina, que había huido a
Flandes después de robar a su padre. Este hombre, al profesar falsamente celo
por la reforma religiosa, se ganó la confianza de Tyndale y, después de
mostrarse amable con él, lo traicionó a los oficiales imperiales. Fue arrestado
el 23 o 24 de mayo de 1535 y llevado al castillo de Vilvorde, la prisión
estatal de los Países Bajos.
Phillips, que era un fervoroso católico,
ciertamente no era un agente del rey, haciendo Enrique extenuantes esfuerzos
para que le fuera entregado. Es dudoso si Tyndale fue víctima de una
conspiración eclesiástica inglesa. Phillips estuvo varias veces en comunicación
con dirigentes católicos ingleses, siendo ayudado en su traición a Tyndale por
un sacerdote inglés llamado Gabriel Donne, quien poco después fue nombrado abad
de Buckfastleigh en Devon. Sin embargo, no se ha descubierto evidencia directa
de que fuera empleado por los católicos ingleses, siendo muy posiblemente por
su propia iniciativa que entregó a Tyndale, de quien había recibido dinero
prestado. Se hicieron grandes esfuerzos para procurar la liberación de Tyndale,
siendo Poyntz mismo encarcelado por su celo. Los comerciantes ingleses, después
de protestar ante la reina regente, María de Hungría, y presentar el arresto
como una violación de sus privilegios, intentaron obtener la intervención de
Enrique VIII y Cromwell. El 13 de abril de 1536, Vaughan escribió desde Amberes
a Cromwell: 'Si ahora envías tu carta al consejo privado [de Flandes], yo
podría liberar a Tyndale de la hoguera.' Incluso aunque estuviera dispuesto,
Enrique no estaba en posición de hacer mucho. Las costumbres internacionales no
le daban motivo para la intervención, no pudiendo esperar un favor personal del
emperador Carlos, con quien estaba casi en ruptura abierta. En septiembre
Cromwell escribió sin efecto a Carandolet, arzobispo de Palermo, presidente del
consejo y al marqués de Bergen-op-Zoom, gobernador de Vilvorde, pidiéndoles
usar su influencia en favor de Tyndale. En 1536 Tyndale fue llevado a juicio
por herejía, condenado, degradado de sus órdenes y sentenciado a muerte. No hay
registro de su lugar de entierro y de su encarcelamiento solo se conoce un
monumento, una carta autógrafa de él al gobernador de Vilvorde, descubierta en
los archivos del consejo de Brabante, solicitando que se le permitiera su
Biblia hebrea, gramática y diccionario. Tyndale fue ejecutado en Vilvorde el 6
de agosto. Primero fue estrangulado y luego quemado en el patio de la cárcel.
Sus últimas palabras fueron: 'Señor, abre los ojos del rey de Inglaterra'. Ocho
años antes había escrito: 'Si me van a quemar, no harán otra cosa que lo que
busqué.' 'No hay otro camino en el reino de la vida que a través de la
persecución y el sufrimiento del dolor, y de la muerte misma según el ejemplo
de Cristo.'
Ejecución de William Tyndale Valoración.
Aunque quizás no sea la figura principal
de la Reforma inglesa, Tyndale fue uno de sus más notables dirigentes. Salió de
su país hacia un exilio desconocido; vivió en el extranjero en pobreza,
oscuridad y peligro; y sin embargo, antes de su muerte, su nombre era familiar
en Inglaterra. Sus escritos originales llevan la huella de la erudición y un
tono del más alto poder literario. Son indudablemente las exposiciones más
capaces de las ideas más avanzadas de los reformadores ingleses que triunfaron
bajo Eduardo VI, convirtiéndose en la facción puritana bajo Isabel. Sin embargo,
su traducción de la Biblia, aunque incompleta, le dio su título más seguro a la
fama. Su precisión y fidelidad sustanciales fueron totalmente respaldadas por
los traductores de la Versión Autorizada, que no solo retuvo la sustancia de su
traducción donde estaba disponible, sino que adoptó su estilo y método como su
modelo a lo largo de la obra.
La influencia de Tyndale en el desarrollo
futuro de la literatura inglesa fue muy grande. La simplicidad y fuerza de su
estilo, su feliz preservación de las expresiones y modos de expresión hebreos y
su total falta de pedantería se perpetuó en el éxito de sus versiones y más
especialmente en la versión de la Biblia. La erudición de Tyndale fue
ampliamente suficiente para la tarea de traducción. En el momento de su
residencia, Cambridge era quizás la mejor escuela griega en Europa. La
familiaridad de Tyndale con el hebreo ha sido cuestionada, pero probablemente
tenía un buen conocimiento del idioma cuando salió de Inglaterra y en el
extranjero tuvo amplia oportunidad de extenderlo, especialmente en Worms, donde
había una gran colonia judía. Su saber fue admitido incluso por sus
adversarios, incluido un juez tan competente como Sir Thomas More; y, entre sus
amigos, Hermann Buschius, el gran humanista, dio un testimonio enfático de su
perfecto dominio del griego, latín y hebreo, así como de su habilidad en
alemán, español y francés. Sus traducciones las hizo directamente del original
sin una dependencia indebida de otras versiones modernas. Tomó prestada de
Lutero la versión alemana solo para el arreglo y una recopilación de textos
demuestra a la vez la independencia de su traducción.
Página del Nuevo Testamento de
TyndaleTyndale ocupa un lugar en la Historia como traductor de la Biblia y
apóstol de la libertad. Como apóstol de la libertad tiene un puesto de primer
rango entre los escritores del periodo, cuya heroica fortaleza e invencible
amor a la verdad se alzaron con una fuerza superior a las prohibiciones reales
o eclesiásticas, siendo las mismas llamas a las que el fanatismo y la tiranía
consignaron sus escritos las que los hicieron poderosos para convertir a muchos
a los principios de la Reforma. No es exagerado decir que los nobles
sentimientos de William Tyndale enraizados en la pura y vigorosa lengua inglesa
e inmersos en las doctrinas del evangelio, moldearon las ideas de los más
notorios promotores de ese gran movimiento, que, como él mismo, sellaron sus
convicciones con su sangre.
El siguiente texto es Lucas 11:2-4 en la
edición de Tyndale de 1525:
'Oure father which arte in hevē, halowed be thy
name. Lett thy kyngdō come. Thy will be fulfillet, even in erth as it is in
heven. Oure dayly breed geve us this daye. And forgeve vs oure synnes: For even
we forgeve every man that traspaseth vs; and ledde vs not into temptaciō, Butt
deliver vs from evyll Amen.'
Tyndale no vivió para ver la traducción
de toda la Biblia. Durante su vida publicó el Nuevo Testamento, el Pentateuco y
el libro de Jonás. Hay base sólida para creer que también dejó tras sí una
traducción manuscrita de Josué, Jueces, Ruth, Samuel, Reyes y Crónicas,
terminados mientras estaba en prisión.
La traducción de Tyndale del Nuevo
Testamento se hizo a partir de la edición de Erasmo del texto griego, con la
ayuda de la versión latina de Erasmo, la Vulgata y la traducción de Lutero al
alemán. De la primera edición impresa en 1525, existen dos copias. La más
perfecta, a la que le falta solo la página del título, fue descubierta por el
conde de Oxford hacia 1740. La otra, incompleta, está en la biblioteca de la
catedral de San Pablo. Esta edición fue impresa en Worms por Schoefler en
octavo, e ilustrada por doce xilografías. No contiene ni prólogo ni glosas.
Facsímil de la única carta conocida de
William Tyndale Ediciones de la obra de Tyndale.
Las hojas de la traducción de Tyndale del
Nuevo Testamento, previamente impreso en Colonia, también fueron publicadas. No
contienen más que el evangelio de Mateo, posiblemente con un fragmento de
Marcos, pero se mencionan en la orden de Tunstall, junto con la edición de
Worms en octavo, como si formaran una edición independiente del Testamento
completo. El único fragmento que sobrevive está en la biblioteca de Grenville
en el Museo Británico. Se extiende hasta el duodécimo verso del vigésimo
segundo capítulo de Mateo. Está impreso en cuarto en el modelo de la Biblia
alemana de Lutero, con un prólogo y glosas marginales, que en la mayoría de los
casos son traducciones de las de Lutero.
La demanda de copias de la traducción de
Tyndale, para leer o quemar, indujo a los impresores en Amberes para publicar
subrepticias reimpresiones de la edición de Worms, y, según George Joye en su
Apology, tres se habían publicado en 1534. Como los flamencos no tenían ayuda
en inglés, el texto se corrompió y en 1534 Joye se encargó de corregir una
cuarta edición para la viuda de Christopher de Endhoven; se publicó en Amberes
en agosto de 1534. Una única copia está en la biblioteca de Grenville. Para
disgusto de Tyndale, Joye alteró el texto para favorecer su visión del estado
de los muertos antes del juicio. En noviembre de 1534 Tyndale publicó su propia
versión revisada, que contenía numerosos cambios, acercando el texto a una
aproximación al griego y expresando el significado del original con más fuerza.
Fue impreso en pequeño octavo por Martin Emperowr en Amberes, conteniendo
prólogos a todos los libros excepto Hechos y Apocalipsis, proporcionándose
nuevas glosas marginales, y yendo precedido por un prefacio en el que comenta
severamente la acción de Joye. Joye se defendió en su Apology, publicado el
mismo año. En los prólogos a Hebreos y Santiago defendía estas epístolas contra
la afirmación de Lutero de que no eran de autoridad apostólica. Se anexan 'las
Epístolas sacadas del Antiguo Testamento... según el uso de Salisbury.' El
Museo Británico contiene tres copias, una de los cuales tiene en los bordes la
inscripción 'Anna Angliae Regina' y se cree que fueron presentadas por Tyndale
a Ana Bolena. Una tercera edición (en pequeño octavo), revisada nuevamente por
Tyndale, fue impresa en Amberes por Godfried Van der Haghen en 1535-4. La
peculiar ortografía de una cuarta edición, publicada en 1535 sin lugar o nombre
del impresor, ha dado lugar a la extravagante conjetura de que Tyndale era un
reformador filológico, o que la escribió en el dialecto de Gloucestershire. Sus
excentricidades probablemente se deben a los impresores flamencos; la copia más
perfecta está en la biblioteca de Cambridge. Aparecieron numerosas ediciones
posteriores, principalmente en Amberes y en Londres, entre 1536 y 1550. Se ha
conjeturado por referencias contemporáneas que Tyndale publicó una traducción
separada de Mateo y Marcos antes de 1525, durante su residencia en Wittenberg,
pero la probabilidad está en contra de la suposición. Al criticar la traducción
de Tyndale en su Dyaloge, More con razón considerable objetó que Tyndale, para
favorecer sus propias ideas doctrinales, había sustituido por otras palabras
términos eclesiásticos acostumbrados, como 'sacerdote' e 'iglesia.' En respuesta
Tyndale instó a que señalara una traducción literal del griego, y que tales
términos habían sido pervertidos de su significado primitivo. Tal pleito
involucraba, por supuesto, toda la cuestión en conflicto entre los católicos y
los reformadores, demostrando que el punto era uno que difícilmente podría ser
resuelto por cualquier discusión filológica. Los traductores de la Versión
Autorizada en muchos casos no pudieron respaldar la acción de Tyndale, pero en
un ejemplo importante, la sustitución de 'caridad' por 'amor', los traductores
de la Versión Revisada volvieron a su traducción.
La traducción de Tyndale del Pentateuco,
se publicó en octavo en Marburgo en la imprenta de Hans Luft. La obra va
precedida por un prefacio general, habiendo un prefacio prefijado a cada libro;
se agregan listas a Génesis, Éxodo y Deuteronomio, explicando palabras
inusuales; y se agregan glosas marginales, muy controvertidas en tono. Génesis
y Números están en letra negra, mientras que Éxodo, Levítico y Deuteronomio
están en letra romana, una peculiaridad que ha ocasionado la suposición de que
los últimos tres libros no fueron impresos en Marburgo. Pero un examen de la
obra proporciona pruebas incontrovertibles de que todos procedieron de la misma
imprenta, aunque quizás no todos en el mismo año. Génesis lleva fecha de 17 de
enero de 1529-30, mientras que los otros no tienen fecha. Un estudio del texto
muestra que la traducción se realizó directamente del hebreo, con la ayuda de
la Vulgata y la traducción de Lutero. Las glosas, a diferencia de las de su
Nuevo Testamento, aunque teñidas con el espíritu de Lutero, en ningún caso son
traducciones de las del reformador alemán; son más agrias y satíricas que las
que acompañan al Nuevo Testamento. La única copia perfecta de la primera
edición está en la biblioteca de Grenville en el Museo Británico. Una segunda
edición, con un nuevo prefacio, fue publicada en octavo en 1534. Contenía el
libro de Génesis en letra romana, con varias alteraciones verbales, y los otros
libros exactamente como se imprimieron por primera vez. Otra edición, en
octavo, apareció en Londres en 1551.
La traducción de Tyndale del libro de
Jonás se publicó con un prólogo en 1531, probablemente en la imprenta de Martin
Emperowr en Amberes. Una única copia, ahora en el Museo Británico, la descubrió
en 1861 Arthur Charles Harvey, rector de Ickworth, y luego obispo de Bath y
Wells. Fue reproducida en facsímil en 1863 por Francis Fry con una presentación
y con la versión de Coverdale.
Después de la muerte de Tyndale, todas
sus traducciones del Nuevo Testamento y Pentateuco, así como sus traducciones
manuscritas de Josué a Crónicas, fueron incluidas por John Rogers en Matthew
Bible, que fue autorizada por Enrique VIII para la venta en Inglaterra.
Otras obras.
Además de las obras mencionadas, Tyndale fue autor de: A Prologue upon
the Epistle of Saint Paul unto the Romans; The exposition of the fyrste Epistle
of seynt Jhon, with a Prologge; [Martin Emperowr, Amberes], 1531; An Exposicion
upon the v., vi., vii. chapters of Mathew [Marburgo], 1532; A fruitfull and
godly treatise expressing the right institution and usage of the Sacramentes of
Baptisme, and the Sacrament of the body and bloud of our Sauiour Jesu Christ,
¿1533?; The Testament of Master William Tracie eisquier expounded both by
William Tyndall and Jho Frith, 1535.
Zuinglio
y la Reforma Suiza
Mientras todo esto sucedía en Alemania,
se estaba gestando otra obra de Dios igualmente notable y totalmente
independiente en otro lugar de Europa. Tuvo lugar en Suiza, y el instrumento
escogido por Dios fue Ulrico Zuinglio, que era sacerdote de Roma. Lo mismo que
Lutero, Zuinglio había abierto los ojos pronto a los lamentables males del
papado, y, simultáneamente con esto, gracias a la sabia enseñanza del célebre
Thomas Wittembach, aprendió la impo
Diferencias entre Lutero y Zuinglio
Sin embargo, había una interesante
diferencia entre las enseñanzas de estos dos destacados reformadores. Zuinglio
mantuvo abiertamente que todas las observancias religiosas que no pudieran ser
halladas en la Palabra de Dios, o demostradas por ella, debían ser abolidas. En
cambio, Lutero, deseaba mantener en la iglesia todo lo que no fuera directa o
expresamente contrario a las Escrituras. Incluso quería quedarse unido a la
iglesia de Roma, y se hubiera contentado con purificarla de todo lo que estaba
opuesto a la Palabra de Dios. La idea del reformador suizo era la restauración
de la iglesia a su simplicidad original. No daba autoridad absoluta a nada que
hubiera sido escrito o inventado desde los tiempos de los apóstoles.
Avances en Suiza
A su debido tiempo, el Papa recibió las
alarmantes noticias del movimiento en Suiza, pero en lugar de hacer tronar sus
anatemas contra Zuinglio, como había hecho -y seguía haciendo- contra Lutero,
cambió de táctica, escribiéndole a Zuinglio una carta muy halagadora,
ofreciéndole todo lo que estaba en su mano excepto el trono de San Pedro. Pero
Zuinglio no desconocía las argucias de Roma, y no dejó de darse cuenta del
sutil intento de acallar su voz. Al haber rechazado la mano tendida, pero
engañosa, del Papa Adriano, la Reforma en Suiza fue ganando terreno, dando Dios
abundantes pruebas de Su mano poderosa en la gran obra. Se aprobó un decreto
para la abolición de las imágenes, fue abolida la misa, y se acordó que la
Eucaristía debía ser celebrada en conformidad a su institución por Cristo. Más
notable aun, y quizá el golpe más terrible de todos para Roma, fue la
conversión de muchas de las monjas, y su petición al gobierno para que se les
permitiera abandonar el convento. De esta manera, y principalmente como fruto
de las inagotables tareas de Zuinglio, las doctrinas de la Reforma se
extendieron con increíble rapidez, y al cabo de pocos años el culto reformado
estaba firmemente establecido en los tres grandes centros de Zurich, Basilea y
Berna.
El error de Zuinglio y su muerte, 1531
Pero lamentablemente Zuinglio pareció
incapaz de esperar hasta que el poder atrayente de la gracia de Dios trajera a
todo el país bajo la influencia de la fe reformada. Aunque seguía siendo un
sincero cristiano y ferviente reformador, accedió a asumir el carácter de un
político, lo cual, a su vez, lo llevó a tomar las armas para defender la verdad
que tan querida le era a su corazón. El resultado fue desastroso. Zuinglio
mismo, como capellán del ejército, cayó muerto en batalla.
Revés en Suiza
La Reforma en Suiza quedó así tan
lamentablemente apartada del buen camino que la restauración del papismo
comenzó de inmediato. Pero los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables,
y aunque la obra en Suiza quedó temporalmente frenada debido a la infidelidad
humana, iba a ser establecida más firmemente que nunca pocos años después por
medio de... Juan Calvino.
Martín
Lutero
Nació en Eisleben, Alemania. Era una
época oscura para la Iglesia verdadera. Cerca de un millón de albigenses habían
muerto en Francia por orden del Papa. Su delito era tratar de vivir de acuerdo
a la Palabra de Dios. Juan Huss había muerto en la hoguera en Bohemia
suplicando por sus perseguidores. La misma suerte correría Jerónimo de Praga,
su discípulo, quien muere en las llamas cantando himnos hasta su último
suspiro. Juan Wessel, notable predicador de Erfurt, muere en la cárcel por
predicar que la salvación se obtiene por gracia. Savonarola, predicador y fiel
siervo de Dios es reducido a cenizas en Italia por orden de la Iglesia.
Martín Lutero nace de una familia pobre.
El solía decir "mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo fueron verdaderos
campesinos". Su padre era minero, y su madre además de los quehaceres del
hogar acarreaba leña desde el bosque.
Su madre le enseño la religión católica
tal como era observada en aquellos tiempos. Su imagen de Dios era la de un Juez
colérico enfurecido con los hombres a quien era muy difícil de obedecer. El
castigo del infierno era tan real para él y tan terrible que temblaba al pensar
en ellos.
Su padre lo mandó a estudiar a Magdeburgo
y después a Einsenach en donde tuvo que pedir limosna para subsistir cantando
canciones como lo hacían la mayoría de los estudiantes. Su suerte cambió cuando
Doña Úrsula Cota lo recibe en su casa atraída por su humildad y devoción. En su
casa recibe el trato de hijo y esto le ayuda para adelantar de manera
significativa sus estudios. Doña Úrsula dijo a la hora de su muerte que su
hogar había sido grandemente bendecido con la llegada de Lutero.
Un tiempo después su padre había
prosperado algo, trabajando en la fundición de cobre y había sido nombrado
concejal de su ciudad. Su padre tenía puestas las ilusiones en Martín deseando
que estudiara y se convirtiera en un abogado de renombre. Por esto lo envía a
Erfurt, en donde Martín a los 21 años obtiene el título de doctor en filosofía.
Sin embargo, el alma de Lutero se
encuentra muy intranquila e incidentes que ocurren lo hacen pensar en su
situación espiritual. Durante sus estudios enferma gravemente y tiempo después
recibe dos golpes de espada en uno de sus viajes. Uno de sus amigos íntimos de
la universidad muere asesinado y entonces Lutero exclama "¿Que haría yo si
fuese llamado a la otra vida de una manera tan repentina?". Esta situación
culmina cuando en una tormenta eléctrica durante un viaje, cae un rayo cerca de
él y en su terror hace un voto a Santa Ana para hacerse monje. Entonces entra
al convento de los agustinos a pesar de la protesta de sus amigos de la
universidad y la decepción de su padre.
A pesar de su continua búsqueda de la paz
para su alma a través de ayunos, sacrificios etc. No consigue lo que tanto
anhela. Algunos monjes le hacen ver que Dios no solo juzga sino perdona pero
Lutero no puede creer que Dios le puede perdonar puesto que el no puede amar a Dios.
Se dedica a la lectura de la Biblia.
Tiempo después es nombrado sacerdote y obtiene el grado de bachiller en Biblia.
A los veinticinco años de edad es enviado a Wittenberg como maestro de
filosofía. Ya entonces destaca como notable predicador.
Un punto culminante de su vida es cuando
se le envía a Roma. Su corazón alegre al estar en la santa ciudad se entrega a
efectuar las peregrinaciones acostumbradas y visitar los lugares sagrados. Sin
embargo termina horrorizado al ver la corrupción generalizada que se vivía en
Roma.
Tiempo después obtiene el título de
doctor en teología. Además adelanta mucho en cuanto al reconocimiento de su
capacidad y devoción. Es entonces cuando halla la tan ansiada paz de su alma al
apropiarse de las palabras del apóstol Pablo: "Mas el justo por la fe
vivirá". Encuentra un gozo indescriptible y más decidido que nunca se
dedica a la enseñanza y predicación de las escrituras.
El mes de octubre de 1517 pega en la
puerta de la iglesia de Wittenberg las 95 tesis contra el valor de la
indulgencias. En este documento proclama que el hombre es salvado por Dios de
manera gratuita por la fe en su Hijo Jesucristo. A pesar de no tener previsto
que su proposición tendría mucho efecto, esta inunda Europa y poco tiempo
después hace temblar los cimientos de Roma.
Al realizarse algunos debates con
autoridades reconocidas de la época como el doctor Juan Eck, se notó que la
ideas que exponía Lutero no eran simples diferencias de doctrinas sino que
removían los cimientos en los cuales se basaba la iglesia católica para afirmar
su derecho de gobernar las almas y cuerpos del mundo entero. Además sacaban a
la luz verdades tan importantes que hacían la diferencia entre un cristiano y
un pagano o apóstata.. Las consecuencias de esto sería el reconocimiento de la
verdad divina expresada en las escrituras.
Lutero fue excomulgado por el Papa León X
y el emperador Carlos V le impuso un edicto de pena de muerte el cual nunca
llegó a cumplirse por la protección de Dios y la ayuda de algunos amigos como
el elector Federico de Sajonia.
Escribió aproximadamente 180 libros.
Tradujo la Biblia al alemán. Y como predicador destacó notablemente. En Zwiekau
predicó a un auditorio de 25 mil personas.
Se casó con Catalina de Bora a quien
amaba profundamente. Tuvo tres hijos.
A los sesenta y dos años predicó su
último sermón sobre el texto: "Escondiste estas cosas de los sabios y de
los entendidos, y las revelaste a los niños". Ese mismo día le escribió a
su querida esposa Catalina: "Echa tu carga sobre el Señor, y el te
sustentará. Amén."
Sus últimas palabras fueron: "voy a
entregar mi espíritu". Luego alabó a Dios en voz alta: "¡Oh, mi Padre
Celestial! Dios mío, Padre de nuestro Señor Jesucristo, en quien creo, a quien
prediqué y a quien confesé, amé y alabé… Oh, mi querido Señor Jesucristo, a ti
encomiendo mi pobre alma. ¡Oh, mi Padre Celestial! En breve tiempo tengo que
abandonar este cuerpo, pero sé que permaneceré eternamente contigo y ¡que nadie
podrá arrebatarme de tus manos!" Luego después de recitar tres veces Juan
3:16 dijo: "Padre, en tus manos entrego mi espíritu, pues tu me
rescataste, Dios fiel", entonces cerró los ojos y durmió.
Fue sepultado en la iglesia de Wittenberg
en donde había predicado durante tantos años. Su amigo Felipe Melancton y el
pastor Bugenhagen, pronunciaron sendos discursos.
Juan
Bunyan
1628-1688
"Caminando por el desierto de este
mundo, paré en un sitio donde había una caverna; allí me acosté para descansar.
Pronto me quedé dormido y tuve un sueño. Vi a un hombre cubierto de andrajos,
de pie y dando la espalda a su habitación, que llevaba una pesada carga sobre
los hombros y en las manos un libro".
A pesar de que sus padres eran muy
pobres, consiguieron que aprendiera a leer y a escribir. El mismo se llamó
"el principal de los pecadores".
Se casó con una joven cuya familia entera
eran cristianos fervorosos. Bunyan era hojalatero y por lo tanto pobrísimo.
Ella no poseía ni un plato, ni una cuchara, solamente tenía dos libros:
"El camino al Cielo para el hombre sencillo" y "La práctica de
la piedad", obras que le dejó su padre al fallecer. Bunyan solo encontró
en los cultos la convicción de ir camino al infierno.
Había leído una obra de los
"Ranters" y entonces cuenta que oró fervorosamente: "Oh Señor,
no sé juzgar entre el error y la verdad. Señor, no me dejes solo en esto de
aceptar o rechazar esta doctrina ciegamente; si es de Dios, no me dejes
despreciarla; si es obra del diablo, no me dejes abrazarla"- y alabado sea
Dios por haberme guiado a clamar desconfiando de mi propia sabiduría, y por
haberme guardado del error de los "Ranters"-.
Bunyan cuenta por sí mismo lo siguiente:
"Durante el tiempo en que me sentí
condenado a las penas eternas, me admiraba de cómo los hombres se esforzaban
por conseguir los bienes terrenales, como si esperasen vivir aquí
eternamente... Si yo hubiese tenido la seguridad de la salvación de mi alma,
cómo me sentiría eternamente rico, aun cuando no tuviese para comer más que
frijoles".
"Busqué al Señor, orando y llorando,
y desde el fondo de mi alma clamé: 'Oh Señor, muéstrame, te ruego, que me amas
con amor eterno'. Entonces escuché repetidas mis palabras, como en un eco: 'Yo
te amo con amor eterno'. Me acosté y, al despertarme al día siguiente, la misma
paz inundaba mi alma. El Señor me aseguró: 'Te amé cuando vivías en pecado; te
amé antes, te amo después y te amaré siempre'.
"Cierta mañana, mientras yo oraba
temblando porque pensaba que no obtendría una palabra de Dios para consolarme,
El me dio esta frase: 'Te basta mi gracia'.
"Mi entendimiento se llenó de tanta
claridad, como si el Señor Jesús me hubiese estado mirando desde el cielo a
través del tejado de la casa y me hubiese dirigido esas palabras. Volví a mi
casa llorando, transportado de gozo, y humillado hasta el polvo".
"Sin embargo, cierto día, mientras
caminaba por el campo, con mi conciencia intranquila, repentinamente estas
palabras se apoderaron de mi alma: 'Tu justicia está en los cielos'. Con los
ojos del alma me pareció ver a Jesucristo sentado a la diestra de Dios, que
permanecía allí como mi justicia... Además vi que no es mi buen corazón lo que
mejora mi justicia, ni lo que tampoco la perjudica; porque mi justicia es el
propio Cristo, el mismo ayer, hoy y para siempre. Entonces las cadenas cayeron
de mis tobillos: quedé libre de mis angustias y las tentaciones que me
acechaban perdieron su vigor; dejé de sentir temor por la severidad de Dios y
regresé a casa regocijándome con la gracia y el amor de Dios. No encontré en la
Biblia la frase: 'Tu justicia está en los cielos', pero hallé: 'El cual nos ha sido
hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención' (1
Corintios 1:30), y vi que la otra frase era verdad".
"Mientras así meditaba, la siguiente
porción de las Escrituras penetró con poder en mi espíritu: 'Nos salvó, no por
obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia'. Así
fui levantado a las alturas y me hallé en los brazos de la gracia y de la
misericordia. Antes temía a la muerte, pero después clamé: 'Quiero morir'. La
muerte se volvió para mí una cosa deseable. No se vive verdaderamente antes de
pasar a la otra vida. ¡Oh, pensaba yo, 'esta vida es apenas un sueño en
comparación con la otra!'.
Después de su conversión sintió un deseo
grande de predicar el evangelio a todos los hombres necesitados, pues había
comprendido el gran valor de los tesoros que Dios les ofrece a los hombres a
través de su gracia.
En su ministerio empezó a cosechar éxitos
y sus problemas con el enemigo de nuestras almas comenzaron, primero al
atacarlo con la tentación de la vanagloria y al no dar resultado estos ataques
se empezaron a esparcir rumores por todo el país de que Bunyan era un
hechicero, jesuita y contrabandista, y además que vivía con una amante y tenía
dos mujeres y que sus hijos eran ilegítimos.
A pesar de estos grandes ataques Bunyan
no desistió de la predicación del evangelio y la búsqueda de la salvación de
los hombres. Entonces inició el ataque más fuerte del maligno. Bunyan fue
acusado de no observar los reglamentos de la iglesia oficial. Debido a esto las
autoridades civiles de Inglaterra lo sentenciaron a prisión perpetua, hasta que
jurase que no volvería a predicar nunca más.
Un año antes de caer preso Bunyan hizo su
oración principal: "Fui guiado a orar, a pedirle a Dios que me
fortaleciese 'con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda
paciencia y longanimidad, con gozo dando gracias al Padre'. Además fue llevado
a considerar seriamente el pasaje "Pero tuvimos en nosotros mismos
sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios
que resucita a los muertos".
En la prisión se fortaleció en el poder
de Dios de manera que estaba dispuesto a sufrir cualquier castigo por la causa
de Cristo. Veía que con toda probabilidad que en cualquier momento podía ser
azotado o torturado en una picota. Temía el destierro, que lo llevaría a ser
separado de sus seres queridos; su esposa y sus hijos. Especialmente sufría por
la suerte que correría su hijita ciega.
A pesar de todo meditaba en el horror del
castigo eterno que correrían aquellos que se negaran a glorificar a Cristo y de
su deber de dar testimonio de Cristo a pesar de todo. Más pensaba en la gloria
que Cristo prepara para aquellos que con amor, fe y paciencia daban testimonio
de El. Cuando le ofrecían su libertad a cambio de que nunca volviera a predicar
el contestaba: "Si hoy saliese de la prisión, mañana comenzaría a
predicar, con la ayuda de Dios".
Bunyan pasó 12 años en la cárcel. Un
cuáquero llamado Whitehead consiguió que lo liberaran con la ayuda de Dios,
Después de ser liberado continuó predicando con gran éxito en varias ciudades
de Inglaterra. Continuó su ministerio fielmente hasta la edad de sesenta años,
cuando fue atacado de fiebre y murió.
Algunas de sus obras escritas son las
siguientes: "Gracia abundante para el principal de los pecadores",
"Llamado al ministerio", "La conducta del creyente",
"La gloria del templo", "El pecador de Jerusalén es salvo",
"Las guerras de la ciudad de Alma humana", "Vida y muerte del
hombre malo", "El sermón del monte", "La higuera
estéril", "Discursos sobre la oración", "El viajero
celestial", "Gemidos de un alma en el infierno", "La
justificación es imputada" y el libro más vendido después de la Biblia
"El peregrino".
David
Livingstone
Se cuenta que, en Glasgow, después de haber
pasado 16 años de su vida en el África, Livingstone fue invitado a pronunciar
un discurso ante el cuerpo estudiantil de la universidad. Los alumnos
resolvieron mofarse de quien ellos llamaban "camarada misionero",
haciendo, el mayor ruido posible para interrumpir su discurso. Cierto testigo
del acontecimiento dijo lo siguiente: "A pesar de todo, desde el momento
en que Livingstone se presentó delante de ellos, macilento y delgado, como
consecuencia de haber sufrido más de treinta fiebres malignas en las selvas del
África, y con un brazo apoyado en un cabestrillo, resultado de un encuentro con
un león, los alumnos guardaron un gran silencio. Oyeron, con el mayor respeto,
todo lo que el orador les relató, y cómo Jesús le había cumplido su promesa: "He
aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."
Su nacimiento
David Livingstone nació en Escocia. Su
padre, Neil Livingstone, acostumbraba relatar a sus hijos las proezas de 8
generaciones de sus antepasados. Uno de los bisabuelos de David tuvo que huir,
con su familia, de los crueles partidarios de los pactos o
"covenanters" a los pantanos y montes escabrosos donde podían adorar
a Dios en espíritu y en verdad. Pero aun esos cultos que se realizaban entre
los espinos y a veces sobre el hielo, eran interrumpidos de vez en cuando por
la caballería, que llegaba galopando para matar o llevarse presos tanto a
hombres como a mujeres.
Los padres de David educaron a sus hijos
en el temor de Dios. En su hogar siempre reinaba la alegría y servía como
modelo ejemplar de todas las virtudes domésticas. No se perdía una sola hora de
los siete días de la semana, y el domingo era esperado y honrado como un día de
descanso. A la edad de nueve años David se ganó un Nuevo Testamento, como
premio ofrecido por repetir de memoria el capítulo más largo de la Biblia, el
Salmo 119.
"Entre los recuerdos más sagrados de
mi infancia", escribió Livingstone, " están los de la economía de mi
madre para que los pocos recursos fuesen suficientes para todos los miembros de
la familia. Cuando cumplí diez años de edad, mis padres me colocaron en una
fábrica de tejidos para que yo ayudara a sustentar a la familia. Con una parte
de mi salario de la primera semana me compré una gramática de latín."
David iniciaba su día de trabajo en la
fábrica de tejidos a las seis de la mañana y, con intervalos para el café y el
almuerzo, trabajaba hasta las ocho de la noche. Sujetaba su gramática de latín
abierta sobre la máquina de hilar algodón y mientras estaba trabajando,
estudiaba línea por línea. A las ocho de la noche, se dirigía sin perder un
minuto, a la escuela nocturna. Después de las clases, estudiaba sus lecciones
para el día siguiente, a veces quedándose hasta la media noche, cuando su madre
tenía que obligarlo a que apagase la luz y se acostase.
La inscripción sobre la lápida de la
tumba de los padres de David Livingstone indica las privaciones del hogar
paterno:
Para marcar el lugar donde descansan
Neil Livingstone y Agnes Hunter, su
esposa y
para expresar a Dios la gratitud de sus
hijos:
Juan, David, Janet, Charles y Agnes
por haber tenido padres pobres y
piadosos. Los amigos insistieron en que él cambiase las últimas palabras de esa
inscripción para que dijese:
"padres pobres, pero Piadosos".
Sin embargo, David rehusó aceptar esa sugerencia porque, para él, tanto la
pobreza como la piedad eran motivos de gratitud. Siempre consideró que el hecho
de haber aprendido a trabajar durante largos días, mes tras mes, año tras año,
en la fábrica de algodón, constituyó una de las mayores felicidades de su vida.
En los días feriados, a David le gustaba
ir a pescar y a hacer largas excursiones por los campos y por las márgenes de
los ríos. Esos extensos paseos le servían tanto de instrucción como de recreo;
salía para verificar en la propia naturaleza lo que había estudia en los libros
sobre botánica y geología. Sin saberlo, de ese modo se fue preparando, en
cuerpo y mente, para las exploraciones científicas y para lo que escribiría con
exactitud acerca de la naturaleza del África.
Su llamado
A los veinte años se produjo un gran
cambio espiritual en la vida de David Livingstone, que determinó el rumbo de
todo el resto de su vida. "La bendición divina le inundó todo el ser, como
había inundado el corazón de San Pablo o el de San Agustín, y de otros del
mismo tipo, dominando sus deseos carnales... Actos de abnegación, muy difíciles
de realizar bajo la ley férrea de la conciencia, se convirtieron en servicio de
la voluntad libre bajo el brillo del amor divino. . - Es evidente que a él lo
había impulsado una fuerza, pasiva pero tremenda, dentro del propio corazón,
hasta el fin de su vida. El amor que había comenzado a conmoverlo en la casa
paterna, continuó inspirándole durante todos los largos y pesados viajes que
realizó por el África, y lo llevó a arrodillarse a media noche en el rancho en
Ilala, de donde su espíritu, mientras aún oraba, regresó a su Dios y Salvador.
Sus comienzos
Desde su infancia, David había oído
hablar de un misionero valiente destacado en la China, cuyo nombre era
Gutzlaff. En sus oraciones de la noche, al lado de su madre, oraba también por
él. A la edad de dieciséis años, David comenzó a sentir un deseo profundo de
que el amor y la gracia de Cristo fuesen conocidos por aquellos que permanecían
aún en las densas tinieblas. Por ese motivo, resolvió firmemente en su corazón
dar también su vida Como médico y misionero al mismo país. la China.
Al mismo tiempo el maestro de su clase en
la Escuela Dominical, David Hogg, lo aconsejó de esta manera: "Ora,
muchacho; haz de la religión el motivo principal de tu vida Cotidiana y no una
cosa inconstante, si quieres vencer las tentaciones y otras cosas que te
quieren derribar." Y David resolvió sinceramente dirigir su vida futura
bajo esa norma.
Cuando cumplió nueve años de servicios en
la fábrica, fue promovido para un trabajo más lucrativo. Consiguió completar
sus estudios, recibiendo el diploma de licenciado de la Facultad de Medicina y
Cirugía de Glasgow, sin recibir de nadie ningún auxilio económico que lo
ayudase a completar su carrera. Si los creyentes no lo hubiesen aconsejado a
que hablase a la Sociedad Misionera de Londres acerca de enviarlo como
misionero, él habría ido por sus propios medios, según declaró más tarde.
Durante todos los años de estudios para
llegar a ser médico y misionero, se sintió impelido para ir; a la China. Cierta
vez, en una reunión, oyó el discurso de un hombre, de larga barba blanca, alto,
robusto y de ojos bondadosos y penetrantes, llamado Robert Moffat. Ese
misionero había regresado del África, un país misterioso, cuyo interior era
todavía desconocido. Los mapas de ese continente tenían en el centro enormes
espacios en blanco, sin ríos y sin sierras. Hablando sobre el África, Moffat dijo
al joven David Livingstone: "Hay una vasta planicie al norte, donde he
visto en las mañanas de sol, el humo de millares de aldeas, donde ningún
misionero ha llegado todavía."
Conmovido, al oír hablar de tantas aldeas
que permanecían todavía sin el evangelio y sabiendo que no podía ir a la China
por causa de la guerra que se había desencadenado en aquel país, Livingstone
respondió: "Iré inmediatamente para el África."
Los hermanos de la misión concordaron con
esa resolución y David volvió a su humilde hogar de Blatire para despedirse de
sus padres y hermanos. A las cinco de la mañana del día 17 de noviembre de
1840, la familia se levantó. David leyó los Salmos 121 y 135 junto con su
familia. Las siguientes palabras quedaron impresas en su corazón, y lo fortalecieron
para resistir el calor y los peligros durante los largos años que pasó después
en el África: "El sol no te fatigará de día, ni la luna de noche... Jehová
guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre." Después de
orar, se despidió de su madre y de sus hermanas y viajó a pie, junto con su
padre que lo acompañó, hasta Glasgow. Después de despedirse uno del otro, David
se embarcó en el navío para no volver a ver nunca más, aquí en la tierra, el
rostro del noble Neil Livingstone.
El viaje desde Glasgow a Río de Janeiro y
luego a Ciudad del Cabo en el África, duró tres meses. Pero David no
desperdició su tiempo. El capitán se volvió su amigo íntimo y lo ayudó a
preparar los cultos en los que David predicaba a los tripulantes del navío. El
nuevo misionero aprovechó también la oportunidad de aprender, a bordo, el uso
del sextante y a saber exactamente la posición del barco, observando la luna y
las estrellas. Ese conocimiento le fue más tarde de incalculable valor para
orientarse en sus viajes de evangelización y exploración en el inmenso interior
desconocido, del cual "subía el humo de mil villas sin misionero".
Desde Ciudad del Cabo, el viaje de 190
leguas (1.058 km) lo hizo a tropezones, en un carro de buey, traqueteando a
través de campos incultos. El viaje duró dos meses, hasta llegar a Curumá,
donde debía esperar el regreso de Robert Moffat. Deseaba establecerse en un
lugar que estuviese situado a 50 ó 60 leguas (280 ó 330 km) más al norte de
cualquier otro en que existiese ya una obra misionera.
A fin de aprender la lengua y las
costumbres del pueblo, nuestro explorador empleaba su tiempo viajando y
viviendo entre los indígenas. Su buey de transporte se pasaba la noche
amarrado, mientras él se sentaba con los africanos alrededor del fuego, oyendo
las leyendas de sus héroes; Livingstone por su parte les contaba las preciosas
y verdaderas historias de Belén, de Galilea y de la cruz. Continuó estudiando
siempre mientras viajaba, trazando mapas de los ríos y de las sierras del
territorio que recorría. En una carta a un amigo suyo le escribió que había
descubierto 32 clases de raíces comestibles y 43 especies de árboles y arbustos
frutales que se producían en el desierto sin ser cultivados. Desde un punto que
alcanzó en esos viajes, le faltaron apenas 10 días de viaje para llegar al gran
lago Ngami, que descubrió siete años más tarde.
Desde Curumá, el misionero, licenciado de
la Facultad de Medicina y Cirugía de Glasgow, escribió a su padre: "Tengo
una clientela bien grande. Hay pacientes aquí que caminan más de 60 (330 km)
leguas para recibir tratamiento médico. Esas personas, al regresar, envían
otras con el mismo fin."
Estableció su primera misión en el lindo
valle de Mabotsa, en la tierra de Bacatla. En una carta, que escribió desde
Curumá, Livingstone se expresó de la siguiente manera sobre el lugar que había
escogido para su centro de evangelización: "Está situado en una comunidad
de seres que se llama "Mabotsa", que quiere decir "Cena de
Bodas". Que Dios nos ilumine con su presencia, para que por intermedio de
siervos tan débiles, mucha gente encuentre la entrada para la Cena de las Bodas
del Cordero."
Fue en Mabotsa donde tuvo lugar el
histórico encuentro con un león. Acerca de ese acontecimiento David escribió lo
siguiente: "El saltó y me alcanzó el hombro; ambos rodamos por el suelo.
Rugiendo horriblemente cerca de mi oído, me sacudió como un perro lo hubiese
hecho con un gato. Los sacudones que me dio el animal, me produjeron un
entorpecimiento igual al que debe sentir un ratón, después de la primera
sacudida que le da el gato. Me atacó entonces una especie de adormecimiento, y
no sentí ningún dolor ni ninguna sensación de temor."
No obstante, antes de que la fiera
tuviese tiempo de matarlo, lo dejó para atacar a otro hombre que con una lanza
en la mano había entrado en la lucha. El hombro desgarrado de Livingstone nunca
sanó completamente; él nunca más pudo apuntar un rifle o llevarse la mano a la
cabeza sin sentir dolores.
Su matrimonio y las misiones
Fue en la casa de Robert Moffat, en
Curumá, que llegó a conocer a María, la hija mayor de ese misionero. Después de
abrir la misión en Mabotsa, los dos se casaron. Seis hijos fueron el fruto de
ese enlace.
Después que Livingstone se casó, la
Escuela Dominical de Mabotsa se transformó en una escuela diaria, pasando su
esposa a ser la maestra. Schele, el jefe de la tribu, se volvió un gran
estudiante de la Biblia, pero quería "convertir" a todo su pueblo a
fuerza de "litupa", es decir, de látigo de cuero de rinoceronte. El
"inició un culto doméstico en su casa, y el propio Livingstone se admiró
de su manera sencilla y natural de orar". Era costumbre de Livingstone
comenzar el día con un culto doméstico, y no es de admirarse que el jefe la
adoptase también.
Livingstone se vio obligado a mudarse
para Chonuane, situada a diez leguas, y más tarde, por falta de agua, él y todo
el pueblo, para Colobeng. Fue en ese último lugar que el jefe de la tribu
construyó una casa para los cultos, y Livingstone construyó, con gran
sacrificio de dinero y mucho trabajo, su tercera casa de residencia. En esa
casa vivió durante cinco años, y nunca más consiguió fijar residencia en otro
lugar de la tierra.
Acerca del trabajo en ése lugar, se
expresó así: "Aquí tenemos un campo sumamente difícil de cultivar... Si no
confiásemos en que el Espíritu Santo obra en nosotros, desistiríamos en
desesperanza."
A través del desierto de Calari llegaban
rumores de un inmenso lago y de un lugar llamado "Humazo Ruidoso", el
cual se creía que era una gran catarata de agua. Las sequías lo oprimían tanto
en Colobeng, que Livingstone resolvió hacer un viaje de exploración para
encontrar un lugar más apropiado para establecer su misión. Así fue como el l
de julio de 1849, David Livingstone, junto con el jefe de la tribu, sus
"guerreros", tres hombres blancos y su propia familia, salieron para
atravesar el gran desierto de Calari. El guía del grupo, Romotobi, conocía el
secreto de subsistir en el desierto cavando con las manos y chupando el agua de
debajo de la arena mediante una caña sorbedora.
Después de viajar durante muchos días,
llegaron al río Zouga. Al preguntarles a los indígenas, ellos les informaron
que el río tenía su naciente en una tierra de ríos y bosques. Livingstone quedó
convencido de que el interior del África no era un gran desierto, como el mundo
de entonces suponía, y su corazón ardía con el deseo de encontrar una vía
fluvial, para que otros misioneros pudiesen ir y penetrar el interior del
continente con el mensaje de Cristo.
"La perspectiva", escribió él,
"de encontrar un rió que diese entrada, a una vasta, populosa y
desconocida región, fue creciendo constantemente desde entonces, creció tanto
que cuando por fin llegamos al gran lago, ese importante descubrimiento, en sí
mismo, nos pareció de poca importancia".
Fue el 1 de agosto de 1849 que el grupo
llegó al lago Ngami; era un lago tan grande que desde una orilla no se podía
ver la orilla opuesta. Habían sufrido largos días de sed atormentadora sin
haber podido obtener una sola gota de agua, pero habían vencido todas las
dificultades y habían descubierto ese lago, mientras que otros pretendientes,
mucho mejor equipados que ellos pero menos persistentes, habían fallado.
Las noticias de ese descubrimiento fueron
comunicadas a la Real Sociedad Geográfica, la cual le concedió una hermosa
recompensa de 25 guineas, por haber descubierto una tierra importante, un
importante río y un enorme lago".
El grupo tuvo que volver a Colobeng. Sin
embargo, algunos meses después, inició un nuevo viaje para el lago Ngami. No
quería separarse de su familia y la llevó en un carro tirado por bueyes. Pero
al llegar al río Zouga, sus hijos fueron atacados por la fiebre y tuvo que
volver con la familia. Le nació una hija, la cual murió luego de fiebre. Con
todo, Livingstone permaneció más firme que nunca en su resolución de encontrar
un camino para llevar el evangelio al interior del continente africano.
Después de descansar durante algunos
meses con su familia en la casa de su suegro en Curumá, salieron con el
propósito de encontrar un lugar saludable donde pudiese establecer una misión
más al interior. Fue en ese viaje, en junio de 1851, que descubrió el río más
grande del África oriental, el Zambeze, río del que el mundo de entonces nunca
había oído hablar.
En un párrafo que escribió, Livingstone,
se descubre algo de lo que habían sufrido durante esos viajes: "Uno de los
ayudantes desperdició el agua que llevábamos en el carro y en la tarde apenas
si quedaba un poquito para los niños. Pasamos esa noche muy angustiados, y al
día siguiente, a medida que iba disminuyendo más y más el agua, tanto más la
sed de los niños iba en aumento. El pensar que fuesen a perecer ante nuestros
ojos, nos llenaba de angustia. En la tarde del quinto día sentimos un gran
alivio cuando uno de los hombres volvió trayendo tanto de ese precioso líquido,
como jamás antes lo habíamos pensado.
Livingstone, convencido de que era la
voluntad de Dios que saliese para establecer otro centro de evangelización, y
con una indómita fe de que el Señor supliría todo lo necesario para que se
cumpliese su voluntad, avanzaba sin vacilar.
Después de descubrir el río Zambeze,
Livingstone vino a saber que los lugares saludables eran lugares sujetos a
saqueos inesperados por parte de otras tribus. Solamente en los lugares
plagados de enfermedades y azotados por la fiebre era donde se encontraban
tribus pacíficas.
Resolvió, por tanto, enviar a su esposa a
descansar en Inglaterra, mientras él continuaba sus exploraciones con el fin de
establecer un centro para su obra de evangelización. Se veía obligado a
establecer tal centro, porque los bóers holandeses invadían el territorio,
robando las tierras y el ganado de los indígenas¡ y poniendo en práctica un
régimen de la más vil esclavitud. Livingstone enviaba a creyentes fieles para
evangelizar a los pueblos que estaban a su alrededor, pero los boérs acabaron
con su obra, matando a muchos de los indígenas y destruyendo todos los bienes
que el misionero poseía en Colobeng.
Livingstone llevó a su familia para
Ciudad del Cabo, desde donde sus seres queridos se embarcaron en un navío con
destino a Inglaterra.
Fue en ese tiempo, cuando Dios le proveyó
todo lo necesario para que su necesitada familia volviese a Inglaterra, que
dijo: "Oh, Amor divino, no te amo con la fuerza, la profundidad y el ardor
que convienen."
La separación de su familia le causó
profunda pena , pero, de nuevo, dirigió su rostro heroicamente hacia su meta
que era ir a socorrer a las desgraciadas tribus del interior del África.
Un viaje de Exploración
Había tres motivos para hacer un viaje de
exploración: Primero, quería encontrar un lugar donde residir con su familia en
medio de los barotses para evangelizarlos. Segundo, la comunicación entre el
territorio de los barotses y Ciudad del Cabo era muy demorada y difícil, y por
lo tanto, quería descubrir un camino para un puerto más próximo. Tercero,
quería hacer todo lo posible para influir a las autoridades contra el horrendo
tráfico de esclavos.
Fue en esa época de su vida que
Livingstone, debido a sus hazañas, se volvió mundialmente conocido.
En su fervor, deseando que Dios le conservase
la vida y lo usase como medio para que el evangelio penetrase en el continente
africano, Livingstone oró así: "Oh Jesús, te ruego que ahora me llenes de
tu amor y me aceptes y me uses un poco para tu gloria. Hasta ahora no he hecho
nada por ti, pero quiero hacer algo. Oh Dios, te imploro que me aceptes y me
uses, y que sea tuya toda la gloria." Además, escribió lo siguiente:
"No tendría ningún valor nada de lo que poseo o llegare a poseer, si no
tuviese relación con el reino de Cristo. Si algo de lo que poseo, puede servir
para tu reino, te lo daré a ti, a quien debo todo en este mundo y en la
eternidad."
Livingstone atravesó, ida y vuelta, el
continente africano, desde la desembocadura del río Zambeze hasta San Pablo de
Luanda, siendo él el primer blanco en realizar semejante hazaña. En sus
memorias, que escribía diariamente, se nota cómo él admiraba los lindos
paisajes de un país que el mundo consideraba como un vasto desierto, pues lo
desconocía por completo.
Llegó a Luanda flaco y enfermo. A pesar
de la insistencia del cónsul británico para que regresase a Inglaterra, a fin
de recuperar la salud quebrantada, él volvió nuevamente por otro camino, para
llevar a sus fieles compañeros hasta su casas conforme les había prometido
antes de iniciar el viaje.
En ese viaje, Livingstone descubrió las
magníficas cataratas de Victoria, nombre que él dio a esas grandes caídas de
agua en honor de la reina de Inglaterra. En ese lugar el río Zambeze tiene un
ancho de más de un kilómetro; allí las aguas de ese gran río se precipitan
espectacularmente desde una altura de cien metros.
Continuó predicando el evangelio
constantemente, a veces a auditorios de más de mil naturales del país. Sobre
todo, se esforzaba en ganar la estimación de las tribus hostiles por donde
pasaba, con su conducta cristiana que era un gran contraste con la de los
mercaderes de esclavos.
En un período, de siete meses estando
acompañado sólo de sus fieles macololos, cayó con fiebre en la selva treinta y
una veces. Pero no era sólo el sufrimiento físico lo que lo afligía. Sus cartas
revelan su angustia moral, al ver los horrores del pueblo africano masacrado y
arrebatado de sus hogares, conducido como ganado para ser vendido, en el
mercado. Desde un lugar alto a donde subió contó diecisiete aldeas en, llamas,
incendiadas por esos nefandos mercaderes de seres humanos. Prometió a su esposa
que se reuniría con su familia después de dos años, pero, ¡transcurrieron
cuatro años y medio antes que ella recibiese alguna noticia de él!
Regreso a casa
Por fin, después de una ausencia de
diecisiete años de su patria, regresó a Inglaterra. Volvió a la civilización y
a reunirse con su familia, como quien vuelve de la muerte. Antes de desembarcar
supo que su querido padre había fallecido. En toda la historia de David
Livingstone, no se cuenta un acontecimiento más conmovedor que su encuentro con
su esposa y sus hijos. En Inglaterra fue aclamado y honrado como un heroico
descubridor y gran benefactor de la humanidad. Los diarios publicaban todos sus
actos de valentía. Las multitudes afluían para oírlo contar su historia.
"El doctor Livingstone era muy humilde... No le gustaba andar por la
calle, por temor a ser atropellado por las multitudes. Cierto día, en la calle
Regent en Londres, fue apretado por una multitud tan grande, que sólo con gran
dificultad logró refugiarse en un coche. Por la misma razón evitaba ir a los
cultos. Cierta vez, deseoso de asistir al culto, mi padre lo persuadió a ocupar
un asiento debajo de la galería, en un lugar no visible para el auditorio. Pero
fue descubierto y la gente pasó por encima de los bancos para rodearlo y
estrecharle la mano." Una de las muchas cosas que llevó a efecto, mientras
permaneció en Inglaterra, fue la de escribir su libro: Viajes misioneros, obra
que alcanzó una enorme circulación, y produjo más interés sobre la cuestión
africana que, cualquier otro acontecimiento anterior.
Regreso a Africa
En el mes de marzo de 1858, a la edad de
46 años, Livingstone, acompañado de su esposa y el hijo menor Osvaldo, se embarcaron
nuevamente para el África. Dejando a los dos en casa de su suegro, el misionero
Moffat, Livingstone continuó sus viajes. En el año siguiente descubrió el lago
Nyasa. Recibió también una carta de su esposa desde la casa de los padres de
ella, en Curumá, informándole el nacimiento de una nueva hija... ¡Hacía casi un
año! Sólo entonces pudo su padre conocer el acontecimiento.
Realizó exploración de los ríos Zambeze,
Téte y Shiré, y la del lago Nyasa, con el propósito de saber cuáles eran los
puntos más estratégicos para la evangelización, y luego enviaron misioneros
desde Inglaterra para que ocupasen esos lugares.
En 1862 su esposa se reunió con él, de
nuevo, y lo acompañó en sus viajes; pero tres meses después falleció víctima de
la fiebre, y fue enterrada en una ladera verdeante en las márgenes del río
Zambeze. En su diario, Livingstone escribió al respecto de esta manera:
"La lloré, porque merece mis lágrimas la amé cuando nos casamos y cuanto
más tiempo vivíamos juntos, tanto más la amaba. Que Dios tenga piedad de
nuestros hijos. . ."
Uno de los mayores obstáculos que
Livingstone enfrentó en su obra misionera, fue el terror de los indígenas al
ver un rostro de hombre blanco. Las aldeas enteras en ruinas; fugitivos
escondiéndose en los campos de hierba alta, sin tener nada para comer;
centenares de esqueletos y cadáveres insepultos; caravanas de hombres y mujeres
espesados a los troncos asegurados al cuello, eran conducidos a los puertos -
es difícil concebir la magnitud de la desolación creada por los hombres crueles
que participaban del tráfico de la esclavitud.
Esos hombres procuraban también, con odio
cruel y arte diabólica, acabar con la obra. de Livingstone. Finalmente
consiguieron por medio de la política de su país, inducir a Inglaterra a que lo
llamase de regreso a su tierra. Fue así como Livingstone llegó de nuevo a su
patria, después de una ausencia de cerca de ocho años.
Los creyentes y amigos de Inglaterra,
animados por la visión de Livingstone, comenzaron a orar y a enviarle dinero
para que continuase su obra en el continente negro. Y nuestro héroe desembarcó
por tercera y última vez en el África, en Zanzíbar.
En la expedición que inició en Zanzíbar,
descubrió los lagos Tanganyka (1867), Mocro (1867) y Bangüeolo (1868). Pasó cinco
largos años explorando las cuencas de esos lagos. La constante oración y el pan
de la Palabra de Dios fueron su sustento espiritual durante todos esos años de
prueba que sufrió debido a las crueldades de los negociantes de esclavos.
Resolvió entonces, hacer todo lo posible
para descubrir la cabecera del río Nilo y resolver un problema que durante
millares de años se había burlado de los geógrafos. Sabía que si descubriese el
nacimiento del famoso Nilo, el mundo le daría oídos acerca de la llaga abierta
que tenía el África con el comercio de los esclavos. Es interesante conocer lo
que él escribió: "El mundo cree que yo busco fama; sin embargo, yo tengo
una regla, es decir, no leo nada sobre los elogios que me hacen." El sabía
que al acabarse la esclavitud, el continente se abriría para dejar entrar el
evangelio.
Durante los largos intervalos que había
entre los períodos en que sus cartas eran recibidas en Inglaterra, llegadas
desde el corazón del África, circularon rumores de que Livingstone había muerto.
No eran solamente los hombres que traficaban con esclavos, los que querían
matarlo, sino también muchos de los propios naturales, que no creían que
existiese un hombre blanco que fuese amigo de verdad. El mismo contó muchos
hechos relacionados con las celadas que le prepararon en la tierra de Maniuema
para matarlo. En ese lugar él escribió en su diario lo siguiente: "Leí
toda la Biblia cuatro veces mientras estuve en Maniuema." En la soledad
encontró un gran alivio en las Escrituras.
Reconocía siempre la posibilidad de
perecer en manos de los enemigos, pero siempre respondía así a la insistencia
de los amigos: "¿No puede el amor de Cristo constreñir al misionero a que
vaya adonde el comercio ilegal lleva al mercader de esclavos?
Por primera vez, en los millares de
leguas que caminó, los pies del explorador le fallaron. Obligado a quedarse por
algún tiempo en una cabaña, todos sus compañeros lo abandonaron, con excepción
de tres que se quedaron con él.
Su enfermedad y su muerte
Por fin, llegó a Ujiji, reducido a piel y
huesos, por causa de la grave enfermedad que sufrió en Maniuema. No había
recibido cartas desde hacía dos años y esperaba recibir también las provisiones
que había enviado para allá. Sin embargo, las cartas no habían llegado,
entonces, con el cuerpo enflaquecido y carente de ropas y de alimentos, vino a
saber que le habían robado todo. En esa situación él escribió: "En mi
pobreza me sentí como el hombre que, descendiendo de Jerusalén a Jericó, cayó
en manos de ladrones. No tenía esperanza de que un sacerdote, un levita o un
buen samaritano viniese en mi auxilio. Sin embargo, cuando mí alma estaba más
abatida, el buen samaritano ya se hallaba muy cerca de mí."
El "buen samaritano" era Henry
Stanley, enviado por el diario New York Herald, a insistencia de muchos
millares de lectores de ese periódico, para saber con seguridad si Livingstone
todavía vivía o, en el caso de que hubiese muerto, para que su cuerpo fuese
devuelto a su patria.
Stanley pasó el invierno con Livingstone,
quien se negó a ceder a la insistencia de volver a Inglaterra. Podía volver y
descansar entre amigos con toda comodidad, pero prefirió quedarse y realizar su
anhelo de abrir el continente africano al evangelio.
Realizó su último viaje con el propósito
de explorar el Luapula, para, verificar si ese río era el origen del Nilo o del
Congo. En esa región llovía incesantemente. Livingstone sufría dolores atroces;
día tras día se le iba volviendo más y más difícil caminar. Fue entonces que
tuvo que ser cargado por vez primera, por sus fieles compañeros: Susi, Chuman y
Jacó Wainwright, todos indígenas.
En su diario, las últimas notas que
escribió, dicen lo siguiente: "Cansadísimo, estoy... recuperada la
salud... Estamos en las márgenes del Mililamo."
Llegaron a la aldea de Chitambo, en
Ilala, donde Susi hizo una cabaña para él. En esa cabaña, el 1' de mayo de
1873, el fiel Susi encontró a su bondadoso maestro, de rodillas, al lado de su
cama muerto. ¡Oró mientras vivió y partió de este mundo orando!
Sus dos fieles compañeros, Susi y Chuman,
enterraron el corazón de Livingstone debajo de un árbol en Chitambo, secaron y
embalsamaron el cuerpo y lo llevaron hasta la costa - viaje que duró varios
meses, a través del territorio de varias tribus hostiles. El sacrificio de esos
valientes hijos del África sin que tuvieran ningún propósito de recibir
remuneración económica alguna, no será olvidado por Dios, ni por el mundo.
El cuerpo después que hubo llegado a
Zanzíbar, fue transportado para Inglaterra, donde fue sepultado en la Abadía de
Westminster, entre los monumentos de los reyes y héroes de aquella nación. No
había dudas con respecto al cuerpo de Livingstone; era fácil de identificarlo;
el hueso por encima del brazo izquierdo tenía bien patentes las marcas de los
dientes del león que lo atacara años atrás.
Entre los que asistieron a su entierro,
se encontraban sus hijos y el viejo misionero Robert Moffat, padre de su
querida esposa. La multitud estaba compuesta tanto de un pueblo humilde, que lo
amaba, como de los grandes, que lo honraban y respetaban.
Se cuenta que entre la multitud que
permanecía en las aceras de las calles de Londres, el día en que el cortejo que
llevaba el cuerpo de David Livingstone pasó, había un viejo llorando
amargamente. Al preguntarle por qué lloraba,- respondió: "Es porque
Davidcito y yo nacimos en la misma aldea, cursamos el mismo colegio y asistimos
a la misma escuela dominical; trabajamos en la misma máquina de hilar, pero,
Davidcito se fue por aquel camino y yo por éste. Ahora él es honrado por la
nación, mientras que yo soy despreciado, desconocido y deshonrado. El único
futuro para mí es el entierro del borracho."
No es solamente el ambiente, sino las
preferencias de nuestra juventud lo que determina nuestro destino, no solamente
aquí en este mundo, sino para toda la eternidad.
Cuando Livingstone hablaba a los alumnos
de la Universidad de Cambridge, en 1857, dijo lo siguiente: "Por mi parte,
nunca ceso de regocijarme porque Dios me haya designado para tal oficio. El
pueblo habla del sacrificio que yo he hecho en pasarme tan gran parte de mi
vida en el África. ¿Es sacrificio pagar una pequeña parte de la deuda, deuda
que nunca podremos liquidar, y que debemos a nuestro Dios? ¿Es sacrificio
aquello que trae la bendita recompensa de la salud, el conocimiento de
practicar el bien, la paz del espíritu y la viva esperanza de un glorioso
destino? ¡No hay tal cosa! Y lo digo con énfasis: No es sacrificio... Nunca
hice un sacrificio. No debemos hablar de sacrificio, si recordamos el gran
sacrificio que hizo Aquel que descendió del trono de su Padre, de allá de las
alturas, para entregarse por nosotros."
Si Livingstone no se hubiese enfermado,
habría descubierto la cabecera del Nilo. Durante los treinta años que pasó en
el Africa, nunca se olvidó del propósito que tenía de llevar a Cristo a los
pueblos de ese obscuro continente. Todos los viajes que realizó, eran viajes
misioneros.
Grabadas en su tumba se pueden leer estas
palabras: "El corazón de Livingstone permanece en el África, su cuerpo
descansa en Inglaterra, pero su influencia continúa."
Pero grabadas en la historia de la
iglesia de Cristo están los grandes éxitos alcanzados en el África durante un
período de más de 75 años después de su muerte, éxitos inspirados en gran
parte, por las oraciones y por la gran persistencia de ese gran siervo que fue
fiel hasta la muerte.
Carlos
Finney
1792-1875
Cerca de la aldea de New York Mills,
había una fábrica de tejidos en el siglo 19. Cierta mañana dos operarios
conversaban sobre el culto de la noche pasada. Un joven alto y atlético entró
en la fábrica . Al verlo los operarios tenían gran dificultad para trabajar. Al
pasar el predicador cerca de unas muchachas que trabajaban en la fábrica una de
ellas cayó al suelo llorando con una fuerte convicción. En unos minutos el
avivamiento estaba en toda la fábrica.
Este es uno de los episodios de la vida
de Carlos Finney. Quien impulsó grandes avivamientos por toda la Unión
Americana.
Finney nació en una familia que no
conocía la fe. Era abogado. Entre los libros que tenía se encontraba una Biblia
que compró debido a que hallaba muchas citas de ésta en los libros de
jurisprudencia. De ahí nació su interés en el culto de los creyentes.
En su autobiografía dice que empezó a
asistir a los cultos de los creyentes y quedó sorprendido porque semana tras
semana los creyentes oraban por lo mismo y testificaban que sus oraciones no
habían sido escuchadas. Encontró en la Biblia la necesidad de pedir con fe y
esto le hizo confirmar que la Biblia era verdadera y que los creyentes no
recibían lo que pedían porque no tenían fe.
Cuenta Finney en su autobiografía que un
domingo de 1821 resolvió arreglar su situación con Dios. Había decidido
encontrar la salvación de su alma. Quiso orar en su oficina pero no pudo a
pesar de haber tapado el agujero de la cerradura. En esos últimos días se avergonzaba
de que alguien lo encontrara leyendo la Biblia a pesar de que antes no era así.
Pasaron el Lunes y Martes sin que pudiera
orar y su corazón lo quemaba con una necesidad tan grande y apremiante que se
empezó a sentirse desesperado. El miércoles mientras iba a su oficina le fue
revelado que Cristo había hecho todo el sacrificio por él y dijo en su interior
-Lo aceptaré hoy o me esforzaré hasta morir-. Se dirigió al bosque para orar y
prometió -Entregaré a Dios hoy mi corazón o no saldré de aquí-. Sin embargo no
pudo orar. Estaba tan desesperado que sintió que su corazón estaba muerto y
Dios lo había abandonado. Sentía el peso de sus pecados tan infinito que empezó
a desfallecer. Cuando intentaba orar se detenía pensando que alguien pudiera
estar cerca y oírlo.
De repente le fue revelado que era su
orgullo lo que lo detenía y gritó -¡Vaya! Un vil pecador como yo se avergüenza
de que otro pecador como yo me encuentre de rodillas reconciliándome con mi
Dios-. Fue cuando empezó a orar sin saber cuanto tiempo y le prometió a Dios
que si se convertía iba a predicar el Evangelio.
Al regresar sentía una paz tan grande que
perdió el apetito. En su oficina tocó un himno en el contrabajo como de
costumbre y dice -mi corazón parecía derretirse, y solo podía llorar…- Después
de esto le pareció ver al Señor Jesucristo y no pudo dejar de llorar en voz
alta. Finalmente fue bautizado con el Espíritu Santo. Finney comentó que sintió
como ondas eléctricas que lo pasaban de un lado a otro, como si fuera amor
líquido. Dijo -¡Moriré si estas ondas continúan pasando sobre mí!. ¡Señor no
soporto más!.-
En la noche el director del coro de la
iglesia lo encontró en ese estado de llanto y gritos, y fue a llamar a un
anciano de la iglesia y un joven. El joven al ver lo que sucedía cayó de
rodillas angustiado y clamando -¡Oren por mí!-.
Al día siguiente la gente no dejaba de
comentar la conversión del abogado y se congregó en la iglesia para escuchar lo
que había sucedido, a pesar de que no era día de culto.
Poco tiempo después fue a visitar a sus
padres. Su padre lo recibió en la puerta y le dijo -¿Cómo estás Carlos?- y
Finney le respondió -Bien, padre mío, tanto de cuerpo como de alma. Pero, papá,
tú ya estás entrado en años; todos tus hijos ya son adultos y están casados;
sin embargo, nunca oí a nadie orar en tu casa- su padre bajó la cabeza y
comenzó a llorar diciendo -Es verdad, Carlos; entra y ora tú mismo. Desde ese
tiempo empezó un gran avivamiento que se extendió por los Estados Unidos de
Norteamérica.
Finney decía que el secreto de los
avivamientos se encontraba en la oración.
De 1851 a 1866 fue director del colegio
de Oberlin.Escribió libros entre los cuales los más conocidos son:
"Autobiografía", "Discursos a los creyentes" y
"Teología sistemática".
El domingo 16 de Agosto de 1875 predicó
su último sermón. No asistió al culto de la noche, sin embargo al escuchar
cantar a los creyentes "Jesús, amante de mi alma, déjame volar a tu
regazo", salió de su casa y cantó con ellos. A media noche se despertó
sintiendo dolores punzantes en el pecho. Al amanecer, se durmió en la tierra,
para despertar en la gloria de los cielos, trece días antes de cumplir los 83
años.
John
Wesley
Nació en la rectoría de Epworth,
Lincolnshire, el 17 de junio de 1703, decimoquinto hijo del clérigo Samuel
Wesley y su madre Susana, quienes tuvieron diecinueve hijos. A la edad de 5
años escapa de un incendio que se produce en casa de padre y en donde de igual
forma Hetty su hermana se salva de morir quemada al caer escombros de llamas
sobre su cama. En una de sus publicaciones posteriores del propio John, aparece
el relato al pie del mismo se aprecia la ilustración de una casa ardiendo y
junto a ella la siguiente inscripción: "No es éste un tizón arrebatado del
incendio" Zacarías 3:2. Desde muy pequeño en el hogar se Samuel Wesley y
su esposa, aprendieron el valor que tiene la observación fiel de los cultos.
Después del espectacular salvamento de
Juan del incendio, su madre, profundamente convencida de que Dios tenía grandes
planes para su hijo, resolvió firmemente educarlo para servir y ser útil en la
obra de Cristo. La familia del pastor Samuel Wesley era muy pobre, pero
mediante la influencia del Duque de Duckingham, consiguieron un lugar para Juan
en la escuela de Londres. Estudió en el colegio Charterhouse y en Christ
Church, Universidad de Oxford. En 1725 se ordenó diácono y tres años después
pasó a formar parte del clero de la Iglesia de Inglaterra. Fue coadjutor de su
padre hasta que en 1729 se trasladó a Oxford como miembro de la junta directora
del Lincoln College; comenzó a reconocer que el corazón es la fuente de la
religión verdadera y reservaba dos horas cada día para quedarse a solas con
Dios, se esforzaba para levantarse diariamente a las cuatro de la mañana. Allí
fundó con su hermano Charles el Holy Club, en el que ingresó también George
Whitefield, futuro fundador del metodismo calvinista. Los miembros del club
debían cumplir con rigor y método los preceptos y prácticas religiosas, entre
ellas visitar prisiones y confortar a los enfermos, por lo que sus compañeros
de universidad los llamaron “metodistas” de una forma irónica.
En 1735 viajó a Estados Unidos como
misionero anglicano en donde permaneció cerca de dos años. En el barco a
Savannah, Georgia, conoció a unos alemanes de Moravia cuya sencilla devoción
evangélica le impresionó. Durante su estancia en Georgia siguió tratándolos y
tradujo algunos de sus himnos al inglés. Excepto por esta relación, su
experiencia americana fue un fracaso. Su ritmo de vida era levantarse a las
cuatro de la mañana y se acostaba después de las nueve. Las tres primeras horas
del día las dedicaba a la oración y al estudio de las Escrituras.
En 1738 volvió a Inglaterra y el 24 de
mayo, mientras esperaba un encuentro con los moravos en la calle Aldersgate, en
Londres, experimentó un despertar religioso que le convenció de que cualquier
persona podía alcanzar la salvación sólo con tener fe en Jesucristo.
En marzo de 1739, George Whitefield,
entonces famoso predicador en Bristol, lo llamó para que unieran sus esfuerzos.
A pesar de su rechazo inicial a predicar fuera de las iglesias, la entusiasta
reacción de la audiencia tras el sermón que pronunció el 2 de abril al aire
libre lo convenció de que era la forma más efectiva de llegar a las masas. En
cualquier caso, pocos púlpitos estarían abiertos para él, pues la Iglesia
anglicana no aprobaba el evangelismo.
Desde el mismo comienzo de su carrera
evangélica, Wesley convocó enormes muchedumbres. Su éxito se explica, en parte,
debido a que en aquel momento Inglaterra estaba preparada para su doctrina,
pues la Iglesia anglicana era incapaz de ofrecer la clase de fe personal que la
gente ansiaba. El énfasis de Wesley en la religión personal y su seguridad de
que todos eran aceptados como hijos de Dios tuvo una tremenda repercusión
popular.
El 1 de mayo de 1739 Wesley y un grupo de
sus seguidores se reunieron en Londres en un local de la calle West para crear
la primera congregación metodista. Dos organizaciones similares se fundaron en
Bristol ese mismo mes. A finales de 1739 la sociedad londinense empezó a
congregarse en un edificio llamado The Foundry (La Fundición) que durante
muchos años fue el cuartel general del metodismo.
Al crecer el movimiento metodista se hizo
acuciante la necesidad de una organización más sólida. En 1742 las sociedades
estaban divididas en grupos dirigidos por un líder, lo que contribuyó en gran
medida al éxito del movimiento; estos líderes, muchos de los cuales fueron
designados por Wesley como predicadores laicos, tuvieron gran importancia. En
1744 convocó la primera conferencia de líderes metodistas, que desde entonces
se celebraron cada año.
En 1751, a los 48 años, se casó con Mary
Vazeille, una viuda con cuatro hijos, pero el matrimonio fue un fracaso y ella
lo abandonó. Wesley no tuvo descendencia.
Organizador y predicador infatigable,
viajó cerca de 8.000 kilómetros al año pronunciando cuatro o cinco sermones al
día sin dejar de fundar nuevas congregaciones. En 1740 se separó de los moravos
por desacuerdos doctrinales y rechazó la doctrina calvinista de la
predestinación, rompiendo así con Whitefield. También se deshizo de muchos
principios de la Iglesia anglicana, como el de la sucesión apostólica (el
mantenimiento de una misma línea de sucesión episcopal iniciada con san Pedro),
y, aunque nunca expresó intención alguna de establecer el movimiento como una
nueva iglesia, sus actividades hicieron inevitable la separación. En 1784
publicó una declaración en la que se establecían las normas y las reglas que
debían servir de guía a las congregaciones metodistas y encargó a su ayudante,
Thomas Coke, un clérigo anglicano, la organización metodista en Estados Unidos,
otorgándole poderes para administrar los sacramentos. Aunque la separación con
la Iglesia anglicana no se produjo hasta después de su muerte, estas
ordenaciones implicaban un paso decisivo hacia la ruptura.
Wesley se preocupó por el bienestar
intelectual, económico y físico de las masas. También escribió sobre diversos
temas históricos y religiosos y vendió sus libros muy baratos para que hasta
los pobres pudieran comprarlos, contribuyendo así a fomentar los hábitos de
lectura del público en general. Además de fundar dispensarios médicos, ayudó a
los que tenían deudas y a los que querían establecer un negocio. Se opuso a la
esclavitud y se interesó por diversos movimientos de reforma social. Su
influencia en el pueblo inglés fue tal que se cree que el metodismo evitó una
revolución en Inglaterra en el siglo XIX.
Wesley reunió 23 colecciones de himnos,
editó una revista mensual, tradujo obras del griego, latín y hebreo, y editó
con el título de El modelo cristiano, el famoso devocionario medieval De
Imitatione Christi (La imitación de Cristo), atribuido al eclesiástico alemán
Tomás de Kempis. Su Diario (1735-1790) destaca por la exposición franca de su
evolución espiritual.
Durante los últimos años de su vida fue
un hombre muy admirado; en esta época la hostilidad de la Iglesia anglicana
hacia el metodismo desapareció en la práctica. Un pastor en ese tiempo,
predicaba un promedio de cien veces por año, pero el promedio de Juan Wesley
fue de 780 veces por año durante 54 años; Juan no solo excedía en predicaciones
a sus consiervos sino que además iba de casa en casa exhortando y consolando a
los creyentes cuyo promedio era de 7 kilómetros por año para llegar a los
lugares donde tenía que predicar. Tenía características físicas cuya altura no
sobrepasaba un metro sesenta y seis centímetros y su peso era de menos de 70
kilogramos. Murió el 2 de marzo de 1791, cuando casi iba a cumplir los 88 años,
dio fin a su carrera terrestre, durante toda la noche no cesó de pronunciar
palabras de adoración y alabanzas, a las 10 de la mañana mientras los creyentes
rodeaban el lecho orando el dijo "Adiós"; fue enterrado en el
cementerio de City Road Chapel, en Londres. En la abadía de Westminster hay una
placa con su nombre, se calcula que diez mil personas desfilaron frente a su
ataúd para ver el rostro que tenía una sonrisa celestial.
George
Whitefield
Nació en Gloucester en el año de 1714 en
un taberna de bebidas alcohólicas y antes de cumplir 3 años su padre falleció.
Su madre se casó nuevamente. En la pensión de su madre él hacia la limpieza de
los cuartos, lavaba la ropa y vendía bebidas en el bar. Por extraño que
parezca, a pesar de no ser aún salvo, Jorge se interesaba grandemente en la
lectura de las Escrituras, leyendo la Biblia hasta altas horas de la noche y
preparando sermones. En la Escuela se le conocía como orador, su elocuencia era
natural y espontánea. Estudió en Pembroke College, Universidad de Oxford, donde
se costeó sus propios estudios, sirviendo como mesero en un hotel. Durante sus
días de estudiante universitario conoció a John y Charles Wesley e ingresó en
el Holy Club cuyos miembros eran metodistas. En 1736 fue ordenado diácono de la
Iglesia anglicana y dos años después acompañó como misionero a los hermanos
Wesley a Savannah, Georgia, en Estados Unidos. Al poco tiempo volvió a
Inglaterra y se ordenó sacerdote, pero le fueron vedados muchos púlpitos de la
Iglesia anglicana por su forma poco convencional de predicar y dirigir los
oficios. Comenzó entonces su predicación al aire libre y atrajo con su
elocuencia enormes muchedumbres. En 1739 volvió a América y participó con el
clérigo congregacionalista estadounidense Jonathan Edwards en la fundación del
movimiento evangelista que más tarde pasó a llamarse Gran Despertar.
En 1741 siguió predicando en Inglaterra,
y extendió su trabajo evangélico a Escocia y Gales. En 1741 rompió con John
Wesley por sus diferencias respecto a la predestinación aunque siguieron siendo
amigos. Tras esta ruptura fue reconocido como cabeza de los metodistas
calvinistas.
Jorge Whitefield predicaba en forma tan
vívida que parecía casi sobrenatural, se dice que pronunció más de 18.000
sermones; la forma que contaba sus escenas eran tan naturales que muchos de sus
oyentes reaccionaban con expresiones o gestos. Sin embargo, el secreto de la
gran cosecha de almas salvas no era su maravillosa voz, ni su gran elocuencia.
Tampoco se debía a que la gente tuviese el corazón abierto para recibir el
evangelio, porque ése era un tiempo de gran decadencia espiritual entre los
creyentes. Tampoco fue porque le faltase oposición; repetidas veces Whitefield
predicó en los campos porque las iglesias le habían cerrado las puertas. A
veces ni los hoteles querían aceptarlo como huésped. En Basingstoke fue
agredido a palos. En Staffordshire le tiraron terrones de tierra. En Moorfield
destruyeron la mesa que le servía de púlpito y le arrojaron la basura de la
feria. En Evesham las autoridades, antes de su sermón, lo amenazaron con
prenderlo si predicaba. En Exeter, mientras predicada ante un auditorio de diez
mil personas, fue apedreado de tal modo que llegó a pensar que le había llegado
su hora y en otro lugar lo apedrearon nuevamente hasta dejarlo cubierto de
sangre; verdaderamente llevo en su cuerpo las marcas de Jesús. Pero su gran
secreto para obtener esos grandes resultados de almas salvadas fue el amor a
Jesús.
En 1744 volvió a las colonias de
Norteamericana arrastró a muchedumbres entusiastas. A su regreso a Inglaterra
en 1748 se convirtió en capellán de la lidereza religiosa Selina Hastings,
condesa de Huntington, que financió sus actividades evangélicas y le permitió
acceder a numerosos miembros de la nobleza británica. A partir de 1751 predicó
por toda Gran Bretaña e Irlanda y en América. También encontró tiempo para
recopilar un libro de himnos que apareció en 1753. Atravesó el Atlántico tres
veces, visitó Escocia catorce veces, fue a Gales varias veces, estuvo en
Holanda, pasó cuatro meses en Portugal, en las Bermudas ganó muchas almas para
Cristo.
La extraordinaria influencia que ejerció
durante su vida es atribuible sobre todo a su habilidad oratoria. Sus obras
reunidas se publicaron después de su muerte (7 volúmenes, 1771-1772). Se le
considera como un gran predicador inglés y merecedor del título de príncipe de
los predicadores al aire libre donde predicó un promedio de diez veces por
semana durante un período de treinta y cuatro años, la mayoría de las veces
bajo el techo construido por Dios que es el cielo y fundador de los metodistas
calvinistas.
Después del sermón que predicó en Exeter,
fue a Newburyport para pasar la noche en la casa del pastor. A las dos de la
mañana se despertó, le faltaba la respiración y le dijo a su compañero sus
últimas palabras que pronunció en la tierra: "Me estoy muriendo".
Muere en el año de 1770 y en su entierro,
las campanas de las Iglesias en Newburyport doblaron y las banderas quedaron a
media asta. Ministros de todas partes vinieron a sus funerales y millares de
personas no consiguieron acercarse a la puerta de la Iglesia debido a la
inmensa multitud. Cumpliendo su petición fue enterrado bajo el púlpito de la
Iglesia.
Enrique
Martyn
Luz usada enteramente por Dios
1781 - 1812
Arrodillado en una playa de la India,
Enrique Martyn derramaba su alma ante el Maestro y oraba: “Amado Señor, yo
también andaba en el país lejano; mi vida ardía en el pecado....quisiste que yo
regresase, ya no más un tizón para extender la destrucción, sino una antorcha
que resplandezca por ti (Zacarías 3:2) ¡Heme aquí entre las tinieblas más
densas, salvajes y opresivas del paganismo. Ahora, Señor quiero arder hasta
consumirme enteramente por ti!”
El intenso ardor de aquel día siempre
motivó la vida de ese joven. Se dice que su nombre es: “el nombre más heroico
que adorna la historia de la Iglesia de Inglaterra, desde los tiempos de la
reina Isabel”. Sin embargo, aun entre sus compatriotas, él no es muy conocido.
Su padre era de físico endeble. Después
que él murió, los cuatro hijos, incluyendo Enrique, no tardaron en contraer la
misma enfermedad de su padre, la tuberculosis.
Con la muerte de su padre, Enrique perdió
el intenso interés que tenía por las matemáticas y más bien se interesó
grandemente en la lectura de la Biblia. Se graduó con honores más altos de
todos los de su clase. Sin embargo, el Espíritu Santo habló a su alma: “Buscas
grandes cosas para ti, pues no las busques.” Acerca de sus estudios testificó:
“Alcancé lo más grande que anhelaba, pero luego me desilusioné al ver que sólo
había conseguido una sombra.”
Tenía por costumbre levantarse de
madrugada y salir a caminar solo por los campos para gozar de la comunión
íntima con Dios. El resultado fue que abandonó para siempre sus planes de ser
abogado, un plan que todavía seguía porque “no podía consentir en ser pobre por
el amor de Cristo”.
Al escuchar un sermón sobre “El estado perdido
de los paganos”, resolvió entregarse a la vida misionera. Al conocer la vida
abnegada del misionero Guillermo Carey, dedicaba a su gran obra en la India, se
sintió guiado a trabajar en el mismo país.
El deseo de llevar el mensaje de
salvación a los pueblos que no conocían a Cristo, se convirtió en un fuego
inextinguible en su alma después que leyó la biografía de David Brainerd, quien
murió siendo aún muy joven, a la edad de veintinueve años. Brainerd consumió
toda su vida en el servicio del amor intenso que profesaba a los pieles rojas
de la América del Norte. Enrique Martín se dio cuenta de que, como David
Brainerd, él también disponía de poco tiempo de vida para llevar a cabo su
obra, y se encendió en él la misma pasión de gastarse enteramente por Cristo en
el breve espacio de tiempo que le restaba. Sus sermones no consistían en
palabras de sabiduría humana, sino que siempre se dirigía a la gente, como “un
moribundo, predicando a los moribundos”.
A Enrique Martyn se le presentó un gran
problema cuando la madre de su novia, Lidia Grenfel, no consentía en el
casamiento porque él deseaba llevar a su esposa al extranjero. Enrique amaba a
Lidia y su mayor deseo terrenal era establecer un hogar y trabajar junto con
ella en la mies del Señor. Acerca de esto él escribió en su diario lo
siguiente: “Estuve orando durante hora y media, luchando contra lo que me
ataba...Cada vez que estaba a punto de ganar la victoria, mi corazón regresaba
a su ídolo y, finalmente, me acosté sintiendo una gran pena.”
Entonces se acordó de David Brainerd, el
cual se negaba a si mismo todas la comodidades de la civilización, caminaba
grandes distancias solo en la floresta, pasaba días sin comer, y después de
esforzarse así durante cinco años volvió, tuberculoso, para fallecer en los
brazos de su novia, Jerusha, hija de Jonatán Edwards.
Por fin que Enrique Martyn también ganó
la victoria, obedeciendo al llamado a sacrificarse por la salvación de los
perdidos. Al embarcarse, en 1805, para la India, escribió: “Si vivo o muero,
que Cristo sea glorificado por la cosecha de multitudes para EL”
A bordo del navío, al alejarse de su
patria, Enrique Martyn lloró como un niño. No obstante, nada ni nadie podían
desviarlo de su firme propósito de seguir la dirección divina. El también era
un tizón arrebatado del fuego, por eso repetidamente decía: “Que yo sea una
llama de fuego en el servicio divino.”
Después de una travesía de nueve largos
meses a bordo y cuando ya se encontraba cerca de su destino, pasó un día entero
en ayuno y oración. Sentía cuán grande era el sacrificio de la cruz y cómo era
igualmente grande su responsabilidad para con los perdidos en la idolatría que
sumaban multitudes en la India. Siempre repetía: “Sobre tus muros, oh
Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás.
Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que
restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra” (Isaías 62:6,7).
La llegada de Enrique Martyn a la India,
en el mes de abril de 1806, fue también en respuesta a la oración de otros. La
necesidad era tan grande en ese país, que los pocos obreros que habían allí se
pusieron de acuerdo en reunirse en Calcuta de ocho en ocho días, para pedir a
Dios que enviase un hombre lleno del Espíritu Santo y de poder a la India. Al
desembarcar Martyn, fue recibido alegremente por ellos, como la respuesta a sus
oraciones.
Es difícil imaginar el horror de la
tinieblas en que vivía ese pueblo, entre el cual fue Martyn a vivir. Un día,
cerca del lugar donde se hospedaba, oyó una música y vio el humo de una pira
fúnebre, acerca de las cuales había oído hablar antes de salir de Inglaterra.
Las llamas ya comenzaban a subir del lugar donde la viuda se encontraba sentada
al lado del cadáver de su marido muerto. Martyn, indignado, se esforzó pero no
pudo conseguir salvar a la pobre víctima.
En otra ocasión fue atraído por el sonido
de címbalos a un lugar donde la gente rendía culto a los demonios. Los
adoradores se postraban ante un ídolo, obra de sus propias manos, ¡al que
adoraban y temían! Martyn se sentía “realmente en la vecindad del infierno”.
Rodeado de tales escenas, él se esforzaba
más y más, incansablemente, día tras día en aprender la lengua. No se
desanimaba con la falta de fruto de su predicación, porque consideraba que era
mucho más importante traducir las Escrituras y colocarlas en las manos del
pueblo. Con esa meta fija en su mente perseveraba en la obra de la traducción,
perfeccionándola cuidadosamente, poco a poco, y deteniéndose de vez en cuando
para pedir el auxilio de Dios.
Cómo ardía su alma en el firme propósito
de dar la Biblia al pueblo, se ve en uno de sus sermones, conservado en el
Museo Británico, y que copiamos a continuación
“Pensé en la situación triste del
moribundo, que tan sólo conoce bastante de la eternidad como para temer a la
muerte, pero no conoce bastante del Salvador como para vislumbrar el futuro con
esperanza. No puede pedir una Biblia para aprender algo en que afirmarse, ni
puede pedir a la esposa o al hijo que le lean un capítulo para consolarlo. ¡La
Biblia, ah, es un tesoro que ellos nunca poseyeron! Vosotros que tenéis un
corazón para sentir la miseria del prójimo nosotros que sabéis cómo la agonía
del espíritu es más cruel que cualquier sufrimiento del cuerpo, vosotros que
sabéis que está próximo el día en que tendréis que morir. ¡OH, dadles aquello
que será un consuelo a la hora de la muerte!”
Para alcanzar ese objetivo, de dar las
Escrituras a los pueblos de la India y de Persia, Martyn se dedicó a la
traducción de día y de noche, en sus horas de descanso y mientras viajaba. No
disminuía su marcha ni cuando el termómetro registraba el intenso calor de 50º,
ni cuando sufría de fiebre intermitente, ni debido a la gravedad de la peste
blanca que ardía en su pecho.
Igual que David Brainerd, cuya biografía
siempre sirvió para inspirarlo, Enrique Martyn pasó días enteros en intercesión
y comunión con su “amado, su querido Jesús”. “Parece”, escribió él, “que puedo
orar cuanto quiera sin cansarme. Cuán dulce es andar con Jesús y morir por
EL...” Para él la oración no era una mera formalidad, sino el medio de alcanzar
la paz y el poder de los cielos, el medio seguro de quebrantar a los
endurecidos de corazón y vencer a los adversarios.
Seis años y medio después de haber
desembarcado en la India, a la edad de 31 años, cuando emprendía un largo
viaje, falleció. Separado de los hermanos, del resto de la familia, rodeado de
perseguidores, y su novia esperándolo en Inglaterra, fue enterrado en un lugar
desconocido.
¡Fue muy grande el ánimo, la
perseverancia, el amor y la dedicación con que trabajó en la mies de su Señor!
Su celo ardió hasta consumirlo en ese corto espacio de seis años y medio. Nos
es imposible apreciar cuán grande fue la obra que realizó en tan pocos años.
Además de predicar, logró traducir parte de las Sagradas Escrituras a las
lenguas de una cuarta parte de todos los habitantes del mundo. El Nuevo
Testamento en indí, indostaní y persa, y los evangelios en judaico-persa son
solamente una parte de sus obras.
Cuatro años después de su muerte nació
Fidelia Fiske en la tranquilidad de Nueva Inglaterra. Cuando todavía estudiaba
en la escuela, leyó la biografía de Enrique Martyn. Anduvo cuarenta y cinco
kilómetros de noche, bajo violenta tempestad de nieve, para pedir a su madre
que la dejase ir a predicar el evangelio a las mujeres y les habló del amor de
Jesús, hasta que el avivamiento en Oroomiah se convirtió en otro Pentecostés.
Si Enrique Martyn, que entregó todo para
el servicio del Rey de reyes, pudiese hoy visitar la India y Persia, cuán
grande sería la obra que encontraría, obra realizada por tan gran número de
fieles hijos de Dios, en los cuales ardió el mismo fuego encendido por la
lectura de la biografía de ese precursor.
Christmas
Evans
El “Juan Bunyan de Gales”
1766 – 1838
Sus padres le pusieron el nombre de
“Christmas” (Navidad), porque nació el día de Navidad, en 1766. La gente lo
apodó “Predicador Tuerto”, porque era ciego de un ojo. Alguien se refirió así a
Christmas Evans: “Era el hombre más alto, el de mayor fuerza física y el más
corpulento que jamás vi. Tenía un solo ojo, si hay razón para llamar a eso ojo,
porque, con más propiedad se podría decir que era una estrella luminosa, que
brillaba como el planeta Venus.” También se le llamó “El Juan Bunyan de Gales”,
porque era el predicador que, en la historia de ese país, disfrutó más el poder
del Espíritu Santo. En todos los lugares donde predicaba, se producía un gran
número de conversiones. Su don de predicar era tan extraordinario, que con toda
facilidad conseguía que un auditorio de 15 a 20 mil personas, de sentimientos y
temperamento diferentes, lo escuchasen con la más profunda atención. En las
iglesias no cabían las multitudes que iban a escucharlo durante el día; de
noche siempre predicaba al aire libre a la luz de las estrellas.
Por un tiempo vivió entregado a las
diversiones y a la embriaguez. Durante una lucha fue gravemente acuchillado; en
otra ocasión lo sacaron del agua como muerto, y aún otra vez, se cayó de un
árbol sobre un cuchillo. En las contiendas era siempre el campeón, hasta que,
por fin, en un combate sus compañeros lo cegaron de un ojo. Dios, sin embargo,
fue misericordioso con él durante ese período, conservándolo con vida, para más
tarde utilizarlo en su servicio.
A la edad de 17 años fue salvo; aprendió
a leer, y poco después fue llamado a predicar y fue separado para el
ministerio. Sus sermones eran secos y sin fruto, hasta que un día cuando
viajaba para Maentworg, amarró su caballo y penetró en el bosque donde derramó
su alma en oración a Dios. Igual que Jacob en Peniel, no se apartó de ese lugar
hasta recibir la bendición divina. Después de aquel día reconoció la gran
responsabilidad de su obra; siempre su espíritu se regocijaba en la oración y
se sorprendió grandemente por los frutos gloriosos que Dios comenzó a concederle.
Antes tenía talentos y cuerpo de gigante. Era valiente como un león y humilde
como cordero; no vivía para sí, sino para Cristo. Además de tener, por
naturaleza, una mente ágil y una manera conmovedora de hablar, poseía un
corazón que rebosaba amor para con Dios y su prójimo. Verdaderamente era una
luz que ardía y brillaba.
Andaba de pie por el sur de Gales,
predicando, a veces hasta cinco sermones en el mismo día. A pesar de no estar
bien vestido y de sus maneras ordinarias, grandes multitudes afluían para
oírlo. Vivificado con el fuego celestial, se elevaba en espíritu como si
tuviese alas de ángel, y el auditorio se contagiaba y se conmovía también.
Muchas veces los oyentes rompían en llanto y en otras manifestaciones, que no
podían evitar. Por eso eran conocidos como los “Saltadores galeses”.
Evans creía firmemente que sería mejor
evitar los dos extremos: el exceso de ardor y la demasiada frialdad. Pero Dios
es un ser soberano, que obra de varias maneras. A uno El atrae por el amor,
mientras que a otros El aterra con los truenos del Sinaí para que hallen la paz
preciosa en Cristo. Los indecisos a veces son sacudidos por Dios sobre el
abismo de la angustia eterna, hasta que clamen pidiendo misericordia y
encuentren el gozo inefable. El cáliz de ellos rebosa, hasta que algunos, no
comprendiendo, preguntan: “¿Por qué tanto exceso?”
Acerca de la censura que se hacía de los
cultos, Evans escribió: “Me admiro de que el genio malo, llamándose "el
ángel del orden", quiera tratar de cambiar todo lo que respecta a la
adoración de Dios, volviéndola en un culto tan seco como el monte Gilboa. Esos
hombres de orden desean que el rocío caiga y el sol brille sobre todas sus
flores, en todos los lugares, menos en los cultos del Dios Todopoderoso. En los
teatros, en los bares y en las reuniones políticas los hombres se conmueven, se
entusiasman, y se exaltan como tocados por el fuego, igual que cualquier
"Saltador Galés". Pero, conforme a sus deseos, ¡no debe existir nada
que le dé vida y entusiasmo a los cultos religiosos! Hermanos, meditad en esto!
¿Tenéis razón o estáis equivocados?”
Se cuenta que en cierto lugar tres
predicadores tenían que hablar, siendo Evans el último. Era un día de mucho
calor, los dos primeros sermones fueron muy largos, de modo que todos lo oyentes
estaban indiferentes y casi exhaustos. No obstante, después, cuando Evans
llevaba unos quince minutos predicando sobre la misericordia de Dios, tal cual
se ve en la parábola del Hijo Pródigo, centenares de personas que estaban
sentadas en la hierba, repentinamente se pusieron de pie. Algunos lloraban y
otros oraban llenos de angustia. Fue imposible continuar el sermón, la gente
continuó llorando y orando durante el día entero, y toda la noche hasta el
amanecer.
En la isla de Anglesea, sin embargo,
Evans tuvo que enfrentarse a una doctrina encabezada por un orador elocuente e
instruido. En la lucha contra el error de esa secta, Evans comenzó a decaer
espiritualmente. Después de algunos años, ya no poseía el mismo espíritu de
oración ni sentía el gozo de la vida cristiana. El mismo cuenta cómo buscó y
recibió de nuevo la unción del poder divino que hizo que su alma se encendiera
aún más que antes:
“No podía continuar con mi corazón frío
con relación a Cristo, a su expiación y a la obra de su Espíritu. No soportaba
el corazón frío en el púlpito, en la oración secreta y en el estudio,
especialmente cuando me acordaba de que durante quince años mi corazón se había
abrasado como si yo hubiese andado con Jesús en el camino a Emaús. Por fin,
llegó el día que jamás olvidaré: En el camino a Dolgelly, sentí la necesidad de
orar, a pesar de tener el corazón endurecido y el espíritu carnal. Después que
comencé a suplicar, sentí como que unas pesadas cadenas que me ataban, caían al
suelo, y como que dentro de mí se derretían montañas de hielo. Con esta
manifestación aumentó en mí la certeza de haber recibido la promesa del
Espíritu Santo. Me parecía que mi espíritu se había librado de una prolongada
prisión, o como si estuviese saliendo de la tumba de un invierno extremadamente
frío. Las lágrimas me corrieron abundantemente y me sentí constreñido a clamar
y pedir a Dios el gozo de su salvación y que El visitase de nuevo las iglesias
de Anglesea que estaban bajo mi cuidado. Supliqué por todas las iglesias,
mencionando el nombre de casi todos los predicadores de Gales. Luché en oración
durante más de tres horas. El espíritu de intercesión comenzó a pasar sobre mí,
como ondas una después de otra, impelidas por un viento fuerte, hasta que mis
fuerzas físicas se debilitaron de tanto llorar. Fue así que me entregué
enteramente a Cristo, en cuerpo y alma, en talentos y obras, mi vida entera,
todos los días y todas las horas que aún me restaban por vivir, incluyendo
todos mis anhelos. Todo, todo lo puse en las manos de Cristo....... En el
primer culto, después de esta experiencia, me sentí como removido de la región
espiritualmente estéril y helada, hacia las tierras agradables de las promesas
de Dios. Comencé entonces, de nuevo, los primeros combates de oración,
sintiendo fuertes anhelos por la conversión de los pecadores, tal como había
sentido en Leyn. Me apoderé de la promesa de Dios. El resultado fue, que al
volver a casa vi que el Espíritu estaba obrando en los hermanos de Anglesea
dándoles el espíritu de oración insistente.”
Ocurrió entonces un gran avivamiento,
pasando del predicador a la gente en todos los lugares de la isla de Anglesea,
y en todo Gales. La convicción de pecado pasaba sobre los auditorios como
grandes oleadas. El poder del Espíritu Santo obraba, hasta que el pueblo
lloraba y danzaba de gozo. Uno de los que asistieron a su famoso sermón sobre
el Endemoniado Gadareno, cuenta cómo Evans retrató tan fielmente las escena de
la liberación del pobre endemoniado, al admiración de la gente al verlo
liberado, el gozo de la esposa y de los hijos cuando volvió a la casa ya
curado, que el auditorio rompió en grandes risas y llanto. Otro se expresó así:
“El lugar se volvió un verdadero "Boquim de lloro" (Jueces 2:1-5).
Otro más dijo que el auditorio quedó como los habitantes de una ciudad sacudida
por un terremoto, que salen corriendo, se postran en tierra y claman la
misericordia de Dios.
Como no era poco lo que sembraba, recogía
abundantemente, y al ver la abundancia de la cosecha, sentía que su celo ardía
de nuevo y que su amor aumentaba, llevándolo a trabajar con más ahínco aún. Su
firme convicción era que nadie, ni aun la mejor persona, puede salvarse sin la
operación del Espíritu Santo, ni el corazón más rebelde puede resistir al poder
del mismo Espíritu. Evans tenía siempre un objetivo cuando luchaba en oración;
se apoyaba en las promesas de Dios, suplicando con tanta insistencia como aquel
que no se va antes de recibir. El decía que la parte más gloriosa del
ministerio del predicador era el hecho de agradecer a Dios por la obra del
Espíritu Santo en la conversión de los pecadores.
Como vigía fiel, no podía pensar en
dormir mientras la ciudad se incendiaba. Se humillaba ante Dios, agonizando por
la salvación de los pecadores, y de buena voluntad gastó sus fuerzas y su salud
por ellos. Trabajaba sin descanso, sin temer la censura de los religiosos
fríos, el desprecio de los perdidos, ni la ira y la furia de los demonios.
A la edad de 73 años, sin mostrar
disminución en sus fuerzas físicas ni mentales, predicó el último sermón, como
de costumbre, bajo el poder de Dios. Al finalizar dijo: “Este es mi último
sermón.” Los hermanos creyeron que se refería a su último sermón en aquel
lugar. Pero el hecho es que cayó enfermo esa misma noche. En la hora de su
muerte, tres días después, se dirigió al pastor, que lo hospedaba, con estas
palabras: “Mi gozo y consuelo es que después de dedicarme a la obra del
santuario durante cincuenta y tres años, nunca me faltó sangre en el lebrillo.
Predica a Cristo a la gente.” Luego, después de cantar un himno, dijo: “¡Adiós!
¡Adiós!” y falleció.
La muerte de Christmas Evans fue uno de
los acontecimientos más solemnes de toda la historia del principado de Gales.
Fue llorado en el país entero.
El fuego del Espíritu Santo hizo que los
sermones de este siervo de Dios enardecieran de tal manera los corazones, que
la gente de su generación no podía oír pronunciar el nombre de Christmas Evans
sin recordar vívidamente al Hijo de Maria en el pesebre de Belén, su bautismo
en el Jordán, el huerto de Getsemaní, el tribunal de Pilato, la corona de
espinas, el Monte Calvario, el Hijo de Dios inmolado en el altar y el fuego santo
que consumía todos los holocaustos, desde los días de Abel hasta el día
memorable en que fue apagado por la sangre del Cordero de Dios.
Guillermo
Carey
Padre de las misiones modernas
1761 – 1834
Siendo niño, Guillermo Carey sentía una
verdadera pasión por el estudio de la naturaleza. Su dormitorio estaba lleno de
colecciones disecadas de insectos, flores, pájaros, huevos, nidos, etc. Cierto
día, al intentar alcanzar un nido de pájaro, cayó de un árbol alto. Cuando
trató de subir por la segunda vez, cayó nuevamente. Insistió por tercera vez en
su intento, pero cayó quebrándose una pierna. Algunas semanas después, antes de
que su pierna estuviese completamente sana, Guillermo entró en su casa con el
nido en la mano, “¡Subiste al árbol nuevamente!” exclamó su madre. “No pude
evitarlo. Tenía que poseer el nido, mamá”, respondió el chiquillo.
Se dice que Guillermo Carey, fundador de
las misiones actuales, no estaba dotado de una inteligencia superior ni poseía
tampoco ningún don que deslumbrase a los hombres. Sin embargo, fue esa
característica de persistir, con espíritu indómito e inconquistable, hasta
llevar a término todo cuanto iniciaba, el secreto del maravilloso éxito de su
vida.
Cuando Dios lo llamaba para que iniciara
alguna tarea, él permanecía firme, día tras día, mes tras mes, y año tras año
hasta acabarla. Dejó que el Señor se sirviera de su vida, no solamente para
evangelizar durante un período de cuarenta y un años en el extranjero, sino
también para realizar la hazaña, por increíble que parezca, de traducir las
Sagradas Escrituras a más de treinta lenguas.
El abuelo y el padre del pequeño
Guillermo eran, respectivamente, profesor y sacristán (Iglesia Anglicana) de la
parroquia. De esa manera el hijo aprendió lo poco que el padre podía enseñarle.
Pero no satisfecho con eso, Guillermo continuó sus estudios sin maestro.
A los doce años adquirió un ejemplar del
vocabulario latino, por Dyche, que Guillermo se aprendió de memoria. A los
catorce años se inició en el oficio como aprendiz de zapatero. En la tienda
encontró algunos libros, de los cuales aprovechó para estudiar. De esa manera
inició el estudio de griego. Fue en ese tiempo que llegó a reconocer que era un
pecador perdido, y comenzó a examinar cuidadosamente las Escrituras.
Poco después de su conversión, a los 18
años de edad, predicó su primer sermón. Al verificar que el bautismo por
inmersión es bíblico y apostólico, dejó la denominación a que pertenecía.
Tomaba prestado libros para estudiar, y a pesar de vivir pobremente, adquirió algunos
libros usados. Uno de sus métodos para aumentar el conocimiento de otras
lenguas, consistía en leer diariamente la Biblia en latín, en griego y en
hebreo.
A los veinte años de edad se casó. Sin
embargo, los miembros de la iglesia donde predicaba eran pobres y Carey tuvo
que continuar con su oficio de zapatero para ganar el pan cotidiano. El hecho
de que el señor Old, su patrón, exhibiese en la tienda un par de zapatos
fabricados por Guillermo, como muestra, era una buena prueba de la habilidad
del muchacho.
Fue durante el tiempo que enseñaba
geografía en Moulton que Carey leyó el libro titulado Los viajes del Capitán
Cook, y Dios le habló a su alma acerca del estado abyecto de los paganos que
vivían sin el evangelio. En su taller de zapatero fijó en la pared un mapamundi
de gran tamaño, que él mismo había diseñado cuidadosamente. En ese mapa incluyó
toda la información pertinente disponible; el número exacto de la población, la
flora y la fauna, las características de los indígenas de todos lo países.
Mientras reparaba los zapatos, levantaba los ojos de vez en cuando para mirar
su mapa y meditaba sobre las condiciones de los distintos pueblos y la manera
de evangelizarlos. Fue así como sintió más y más el llamado de Dios para que
preparase la Biblia para los millones de hindúes, en su propia lengua.
La denominación a la que Guillermo
pertenecía, después de aceptar el bautismo por inmersión, se hallaba en gran
decadencia espiritual. Esto fue reconocido por algunos de los ministros, los
cuales convinieron en pasar “una hora orando el primer lunes de todos los
meses”, pidiendo a Dios un gran avivamiento de la denominación. En efecto, se
esperaba un despertamiento, pero como sucede muchas veces, no pensaron en la
manera en que Dios les respondería. En aquel tiempo las iglesias no aceptaban
la idea de llevar el evangelio a los paganos, por considerarla absurda. Cierta
vez, en una reunión del ministerio, Carey se levantó y sugirió que ventilasen
este asunto; El deber de los creyentes en promulgar el evangelio entre las
naciones paganas. El venerable presidente de la reunión, sorprendido, se puso
de pie y gritó: “Joven, siéntese! Cuando Dios tuviese a bien convertir a los
paganos, El lo hará sin su auxilio ni el mío.”
A pesar de ese incidente, el fuego
continuó ardiendo en el alma de Guillermo Carey. Durante los años siguientes se
esforzó ininterrumpidamente, orando, escribiendo y hablando sobre el asunto de
llevar a Cristo a todas las naciones. En mayo de 1792 predicó su memorable
sermón sobre Isaías 54:2, 3: “Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de
tus habitaciones sean extendidas; no seas escasa; alarga tus cuerdas y refuerza
tus estacas. Porque te extenderás a la mano derecha y a la mano izquierda; y tu
descendencia heredará naciones, y habitará las ciudades asoladas”.
Disertó sobre la importancia de esperar
grandes cosas de Dios y, luego puso de relieve la necesidad de emprender
grandes obras para Dios.
El auditorio se sintió culpable de haber
negado el evangelio a los países paganos, al punto de “clamar en coro”. Se
organizó entonces la primera sociedad misionera en la historia de las iglesias
de Cristo, para la predicación del evangelio entre los pueblos nunca antes
evangelizados. Algunos ministros como Brainred, Eliot y Schwartz ya habían ido
a predicar en lugares distantes, pero sin que las iglesias se uniesen para
sustentarlos.
A pesar de que la información de la
sociedad fue el resultado de la persistencia de Carey, él mismo no tomó parte
de su establecimiento. Sin embargo, en ese tiempo se escribió lo siguiente
acerca de él:
“Ahí está Carey, pequeño en estatura,
humilde, de espíritu sereno y constante; ha transmitido el espíritu misionero a
los corazones de los hermanos, y ahora quiere que sepan que él está listo para
ir a donde quieran mandarlo, y está completamente de acuerdo en que formulen
todos los planes.”
Pero ni siquiera con esta victoria le fue
fácil a Guillermo Carey materializar su sueño de llevar a Cristo a los países
que permanecían en tinieblas, aunque dedicaba su espíritu indómito para
alcanzar la meta que Dios le había marcado.
La iglesia donde predicaba, no consentía
que dejase el pastorado, y sólo después que los miembros de la sociedad
visitaron la iglesia, fue que este problema se resolvió. En el informe de la
iglesia consta lo siguiente: “A pesar de estar de acuerdo con él, no nos parece
bien que nos deje aquel a quien amamos más que a nuestra propia alma.”
Sin embargo, lo que él sintió más fue que
su esposa se rehusara terminantemente a irse de Inglaterra con sus hijos. No
obstante Carey estaba tan seguro de que Dios lo llamaba para trabajar en la
India, que ni la decisión de su esposa lo hizo vacilar.
Había otro problema que parecía no tener
solución; no se permitía la entrada de ningún misionero en la India. En tales
circunstancias era inútil pedir permiso para entrar; y fue en esas condiciones
que lograron embarcar, sin poseer ese documento. Desafortunadamente el navío
demoró algunas semanas en partir; y poco antes de que zarpara, los misioneros
recibieron orden de desembarcar.
A pesar de tantos contratiempos, la
sociedad misionera continuó confiando en Dios; lograron obtener dinero y
compraron un pasaje para la India en un navío dinamarqués. Una vez más Carey le
rogó a su querida esposa que lo acompañase. Pero ella persistió en su negativa,
y nuestro héroe, al despedirse de ella, le dijo: “Si yo poseyese el mundo
entero, lo daría alegremente todo por el privilegio de llevarte a ti y a
nuestros queridos hijos conmigo; pero el sentido de mi deber sobrepasa
cualquier otra consideración. No puedo volver atrás sin sentir culpa en mi
alma.”
Sin embargo, antes de que el navío
partiese, uno de los misioneros fue a la casa de Carey. Muy grande fue la
sorpresa y el regocijo de todos al saber que ese misionero lograra convencer a
la esposa de Carey para que acompañase a su marido. Dios conmovió el corazón
del comandante del navío para que la llevase, en compañía de los hijos, sin
cobrar el pasaje.
Por supuesto el viaje a vela no era tan
cómodo como en los vapores modernos. A pesar de los temporales, Carey aprovechó
su tiempo para estudiar el bengalí y ayudar a uno de los misioneros en la obra
de traducir el Libro del Génesis al bengalí.
Durante el viaje Guillermo Carey aprendió
suficiente bien el bengalí como para entenderse con el pueblo. Poco después de
desembarcar comenzó a predicar, y los oyentes venían a escucharlo en número
siempre creciente.
Carey percibió la necesidad imperiosa de
que el pueblo tuviese una Biblia en su propia lengua y, sin demora, se entregó
a la tarea de traducirla. La rapidez con que aprendió las lenguas de la India,
es motivo de admiración para los mejores lingüistas.
Nadie sabe cuántas veces nuestro héroe
experimentó grandes desánimos en la India. Su esposa no tenía ningún interés en
los esfuerzos de su marido y enloqueció. La mayor parte de los ingleses con
quienes Carey tuvo contacto, lo creían loco; durante casi dos años no le llegó
ninguna carta de Inglaterra. Muchas veces Carey y su familia carecieron de
dinero y de alimentos. Para sustentar a su familia, el misionero se volvió
labrador, y trabajó como obrero en una fábrica de añil.
Durante más de treinta años Carey fue
profesor de lenguas orientales en el Colegio de Fort Williams. Fundó también el
Colegio Serampore para enseñar a los obreros. Bajo su dirección el colegio
prosperó, y desempeñó un gran papel en la evangelización del país.
Al llegar a la India, Carey continuó los
estudios que había comenzado cuando era niño. No solamente fundó la sociedad de
agricultura y Horticultura, sino que también creó uno de los mejores jardines
botánicos; escribió y publicó el Hortus Bengalensis. El libro Flora Indica,
otra de sus obras, fue considerada una obra maestra por muchos años.
No se debe pensar, sin embargo, que para
Guillermo Carey la horticultura era sólo una distracción. Pasó también mucho
tiempo enseñando en las escuelas de niños pobres. Pero, sobre todo, siempre
ardía en su corazón el deseo de llevar adelante la obra de ganar almas.
Cuando uno de sus hijos comenzó a predicar,
Carey escribió: “Mi hijo, Félix, respondió al llamado de predicar el
evangelio.” Años más tarde, cuando ese mismo hijo aceptó el cargo de embajador
de la Gran Bretaña en Siam, el padre, desilusionado y angustiado, escribió a un
amigo: “Félix se empequeñeció hasta volverse un embajador!”
Durante los cuarenta y un años que Carey
pasó en la India, no visitó Inglaterra. Hablaba con fluidez más de treinta
lenguas de la India; dirigía la traducción de las Escrituras en todas esas
lenguas y fue nombrado para realizar la ardua tarea de traductor oficial del
gobierno. Escribió varias gramáticas hindúes y compiló importantes diccionarios
de los idiomas bengalí, maratí y sánscrito. El diccionario bengalí consta de
tres volúmenes e incluye todas las palabras de la lengua, con sus raíces y
origen, y definidas en todos los sentidos.
Todo esto fue posible porque Carey
siempre economizó el tiempo, según se deduce de lo que escribió su biógrafo:
“Desempeñaba estas tareas hercúleas sin
poner en riesgo su salud, porque se aplicaba metódica y rigurosamente a su
programa de trabajos, año tras año. Se divertía pasando de una tarea a la otra.
El decía que pierde más tiempo cuando se trabaja sin constancia e
indolentemente, que con las interrupciones de las visitas. Observaba, por lo
tanto, la norma de tomar, sin vacilar, la obra marcada y no dejar que
absolutamente nada lo distrajese durante su período de trabajo.”
Lo siguiente, escrito para pedirle
disculpas a un amigo por la demora en responderle su carta, muestra cómo muchas
de sus obras avanzaron juntas:
“Me levanté hoy a las seis, leí un
capítulo de la Biblia hebrea; pasé el resto del tiempo, hasta las siete,
orando. Luego asistí al culto doméstico en bengalí con los sirvientes. Mientras
me traían el té, leí un poco en persa con un munchi que me esperaba; leí
también, antes de desayunar, una porción de las Escrituras en indostaní. Luego,
después de desayunar, me senté con un pundite que me esperaba, para continuar
la traducción del sánscrito al ramayuma. Trabajamos hasta las diez. Entonces
fui al colegio para enseñar hasta casi las dos de la tarde. Al volver a casa,
leí las pruebas de la traducción de Jeremías al bengalí, y acabé justo cuando
ya era hora de comer. Después de la comida, me puse a traducir, ayudado por el pundite
jefe del colegio, la mayor parte del capítulo ocho de Mateo al sánscrito. En
esto estuve ocupado hasta las seis de la tarde. Después de las seis me senté
con un pundite de Telinga, para traducir del sánscrito a la lengua de él. A las
siete comencé a meditar sobre el mensaje de un sermón que prediqué luego en
inglés a las siete y media. Cerca de cuarenta personas asistieron al culto,
entre ellas un juez del Sudder Dewany Dawlut. Después del culto el juez
contribuyó con 500 rupias para la construcción de un nuevo templo. Todos los
que asistieron al culto se fueron a las nueve de la noche; me senté entonces
para traducir el capítulo once de Ezequiel al bengalí. Acabé a las once, y
ahora te estoy escribiendo esta carta. Después, clausuraré mis actividades de
este día en oración. No hay día en que pueda disponer de más tiempo que esto,
pero el programa varía.”
Al avanzar en edad, sus amigos insistían
en que disminuyese sus esfuerzos, pero su aversión a la inactividad era tal,
que continuaba trabajando, aun cuando la fuerza física no era suficiente para
activar la necesaria energía mental. Por fin se vio obligado a permanecer en
cama, donde siguió corrigiendo las pruebas de las traducciones.
Finalmente, el 9 de Junio de 1834, a la
edad de 73 años, Guillermo Carey durmió en Cristo.
La humildad fue una de las
características más destacadas de su vida, Se cuenta que, estando en el
pináculo de su fama, oyó a cierto oficial inglés preguntar cínicamente: “¿El
gran doctor Carey no era zapatero?” Carey al oír casualmente la pregunta
respondió:
“No, mi amigo, era apenas un remendón.”
Cuando Guillermo Carey llegó a la India,
los ingleses le negaron el permiso para desembarcar. Al morir, sin embargo, el
gobierno ordenó que se izasen las banderas a media asta, para honrar la memoria
de un héroe que había hecho más por la India que todos los generales
británicos.
Se calcula que Carey tradujo la Biblia
para la tercera parte de los habitantes del mundo. Así escribió uno de sus sucesores,
el misionero Wenger: “No sé cómo Carey logró hacer ni siquiera una cuarta parte
de sus traducciones. Hace como veinte años
(En 1855) que algunos misioneros, al
presentar el evangelio en Afganistán (país del Asia Central), encontraron que
la única versión que ese pueblo entendía, era la Pushtoo hecha en Sarampore por
Carey.”
El cuerpo de Guillermo Carey descansa,
pero su obra continúa siendo una bendición para una gran parte del mundo.
Carlos
Hadon Spurgeon
Nació el año de 1834 en Inglaterra. Descendiente
de cristianos refugiados de los Países Bajos que huyeron de la persecución
desatada por Felipe II. Su padre Santiago Spurgeon y su abuelo fueron pastores.
A los 15 años buscó con anhelo intenso la
comunión con Dios por lo cual asistía a diferentes iglesias. Su conversión
ocurre durante una tormenta de nieve en cierta iglesia en la cual predicó un
zapatero al no poder asistir el pastor. El sermón sencillo del zapatero se basó
en "Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra"
(Isaías 45:22). El joven Carlos comprendió el evangelio cuando el zapatero le
dijo -¡Joven, mira a Jesús! ¡Míralo ahora!-.
Recién salvo se dedica a la enseñanza en
la Escuela Dominical de su iglesia y a distribuir folletos en cualquier
oportunidad que tiene. Empieza a predicar a los 16 años en lugares como
establos o en casas de agricultores. Unos meses después se le llama a pastorear
la Iglesia de Waterbeach.
Después de 2 años de predicar en la
Iglesia de Waterbeach es llamado al Park Street Chapel de Londres cuya
capacidad era de 1,200 oyentes, sin embargo solo había un puñado de creyentes
que no cesaban de orar por un avivamiento. A los pocos meses el Park Street
Chapel ya era insuficiente puesto que centenares de oyentes permanecían afuera.
Para aumentar la capacidad de esta
Iglesia se trasladan al Exeter Hall con capacidad para 4,500 personas. A los
meses al intentar regresar nuevamente se dan cuenta de que el Park Street
Chapel ahora New Park Street Chapel es ya insuficiente. La Iglesia decidió
aumentar su capacidad de acuerdo a la gran cantidad de oyentes y el 19 de
octubre de 1856 inauguran los cultos en el auditorio Surrey Music Hall con
capacidad para 12,000 personas.
El día del primer culto el auditorio se
llenó quedando 10,000 personas fuera, sin poder entrar. Este día se ensombreció
por los enemigos del evangelio quienes sembraron el pánico entre la multitud al
grito de ¡Fuego!¡Fuego!.
En marzo de 1861 quedó terminado el
Tabernáculo Metropolitano en el que Spurgeon predicó durante 31 años con un
promedio de 5,000 personas, quienes se retiraban cada 3 meses para dar lugar a
otras personas.
Spurgeon escribió 135 libros, publicó un
periódico ("La espada y la cuchara"), fundó y dirigió el orfanato de
Stockwell y el Colegio de los Pastores. Indudablemente Spurgeon estuvo ungido
por el Señor, el cual lo dotó con un poderoso don de la predicación; por lo que
se le conoce con el título de "El príncipe de los predicadores".
Al morir el año de 1892 dirigió estas
últimas palabras a su esposa -¡Oh querida, he gozado un tiempo glorioso con mi
Señor!-.En la lápida de su tumba en Norwood se lee: "Aquí yace el cuerpo
de Carlos Hadon Spurgeon esperando la aparición de su Señor y Salvador
Jesucristo".
Nota: Tomado del
Infobase del ministerio Quitando el Velo, Barquisimeto, Venezuela.
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