sábado, 28 de marzo de 2020

El Agua Viva

El Agua Viva

37 En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.
38 El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.
39 Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.
Juan 7:37-39

Era fiesta para el pueblo de Israel y, según lo leemos a principios de este capítulo 7 del Evangelio según el apóstol Juan, era la Fiesta de los Tabernáculos; que, como casi todas las fiestas de Israel, las celebraban a lo largo de siete días; y es en el último día que el Señor hace esta proclama en torno al prometido don o regalo del Espíritu Santo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.”.

Esta misma agua viva la ofrece el Señor en Juan 4, durante su conversación con la mujer samaritana y, por consiguiente, la misma promesa del Espíritu Santo, el don o regalo de Dios por excelencia:

10 Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.
11 La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva?
12 ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?
13 Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed;
14 mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.
15 La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.
Juan 4:10-15



Cierto, aquí se dice que “el agua que yo… daré será… una fuente de agua que salte para vida eterna” (v. 14); mientras que en Juan 7, el Señor se refiere a esta misma agua corriendo por el interior del creyente o el adorador; sin embargo, es la misma agua viva o vivificante, es el mismo prometido don: el Espíritu Santo trayendo la provisión de la Palabra, avivándola para saciar la sed espiritual de todo hijo e hija de Dios.

El israelita acostumbró tomar agua de pozo o manantial mientras que, el agua de río, lagunas o lagos, las destinó para otros menesteres. El agua de pozo es sumamente limpia y, además, por su curso a través de los estratos rocosos del interior de la tierra, lleva consigo sales y minerales salutíferos, vivificantes.

En Juan 4, el Señor se refiere al prometido don del Espíritu Santo como un pozo artesiano que emerge del interior de un río o fluido de agua subterránea; en efecto, cuando el israelita descubría que había agua por cierta región, él hacía un pozo con dirección a la corriente de aguas habidas en el corazón de la tierra y, una vez hecho contacto con esa corriente de aguas, esta agua saltaba hacia el exterior para acumularse en lo que constituiría un pozo artesiano para saciar la sed y restaurar las fuerzas. En Juan 7, el Señor no se refiere a estas aguas en forma de pozo artesiano pero, porque la procedencia del agua de un pozo artesiano es la misma, porque el agua de pozo procede del torrente de aguas subterráneas que, luego, saltan por la presión contenida, hacia arriba, hacia fuera a lo largo de la perforación de un pozo; la enseñanza que el Señor imparte tanto en Juan 4 como en Juan 7 es la misma; y ambas descripciones hablan –en el fondo- de lo mismo, de la misma agua que sacia la sed y, en sentido simbólico, las más hondas ansias del alma del hombre; y ésta fue el Agua Viva que el Señor le ofreció a la mujer samaritana y, en Juan 7, en el último y gran día de la fiesta de los tabernáculos, igualmente a los judíos que celebraban esta festividad.
Recordemos que la Fiesta de los Tabernáculos fue instituida en Éxodo 23, para rememorar el peregrinaje de los israelitas por el desierto camino a la Tierra Prometida. Nosotros vemos a lo largo del Pentateuco cómo Israel, obstante que debió reconocer el poder del gran Yo Soy (así se traduce el nombre de Dios: HWHY) que los sacó con mano poderosa, librándolos de la servidumbre egipcia; que, contrariamente, se la pasaron renegando contra Dios y Su siervo, Moisés; reclamándole provisión para el día y, como era de esperarse bajo el natural e inclemente sol del desierto de arabia, agua para su sed. Es en remembranza de esa época por la que pasaron los antepasados de los judíos a quienes el Señor se estaba dirigiendo en Juan 7, que les ofrece ríos de agua viva, las mismas fuentes de agua que, en Juan 4, Él ofreció a la mujer samaritana en forma de un pozo artesiano. Leamos la traducción literal del griego al español del versículo 38:

El que cree en mí como dijo la Escritura, ríos del vientre de él fluirán de agua viva.

¿Verdad que ahora sí se nota relación entre ambos pasajes de Juan 4 y Juan 7? Es lo mismo, y el mismo prometido don de lo que el Señor está hablando y ofreciendo: el Espíritu Santo. “Si alguno tiene sed”. Esto nos recuerda la bienaventuranza del Señor en Mateo 5:6:

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Sí, esta Agua es para los que evidencian su sed de justicia. Ellos quieren andar justa y piadosamente pero, porque fallan por razón de la ley del pecado en sus miembros (1 Corintios 7), ellos anhelan la provisión de Dios para ayudarles a ser perfectos como Dios es perfecto (Mateo 5:48). El judío común y corriente conocía de las bendiciones para el que obedecía la ley; pero, igualmente, de las maldiciones para el que las desobedecía (Deuteronomio 28); así, la ley fue un ayo, tutor o guardián para mostrarnos, por un lado, la justicia que Dios exige o demanda de nosotros; pero, por otro lado, para mostrar nuestra fragilidad para cumplir perfectamente tales exigencias o demandas de la justicia o perfección de Dios; y, por razón de nuestra debilidad, es que Dios ha provisto el Espíritu Santo, como un don o regalo para ayudarnos a vivir rectamente delante de Él.

En Juan 16:13, el Señor se refiere al Espíritu Santo como “el Espíritu de verdad”; en el griego se lee con mayor precisión: “el Espíritu de la Verdad” y, como lo podemos constatar, Él se refiere así en este Evangelio hasta en tres ocasiones: Juan 14:17; 15:26; y 16:13. ¿Por qué? Yo creo que esta precisión es para distinguir al Espíritu Santo del espíritu de error, de lo cual el apóstol Juan trata más ampliamente en su primera epístola.

Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error.
1 Juan 4:6

Es evidente que la experiencia de la mujer samaritana era contraria a la voluntad de Dios; que, por razón de interpretar mal la licencia que Moisés había dejado para el pueblo de Israel, para concederse carta de divorcio; que esto, muy seguramente, fue la causa del porqué esta mujer se había casado y divorciado hasta cinco veces y que, por último, el último hombre con quién estaba (el sexto) ni era su marido (probablemente, estaría en adulterio). Es a esta mujer que, evidentemente reconocía su error, y que estaba cansada y sedienta por una guianza mejor que la conduzca en perfecta armonía con Dios y Su Palabra; a quién el Señor ofrece agua viva o salutífera, la Palabra de Dios traída por el Espíritu Santo, vivificada en su alma para ya no más pecar; sino, por el contrario, y como lo declara el profeta David, “Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.” (Salmo 23:3).

¿Qué es esta Agua?

Es la misma agua que el Señor le propone a Nicodemo en Juan 3 para nacer de nuevo (en el griego se lee “de lo alto”), y que el apóstol Pablo desarrolla más ampliamente en Tito 3:4-7; y es la Palabra de Dios, tal como nos lo refiere en Efesios 5:25-27:

25 …así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella,
26 para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra,
27 a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.

Dios nos purificó en el lavamiento del AGUA por la PALABRA. El agua siempre tipifica la Palabra, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento; y es Agua Viva en tanto es el Espíritu Santo despertando y vivificando Su propia Palabra para aplicarla a nuestras diversas necesidades. En consecuencia, siempre encontraremos al Espíritu Santo tomando Su Palabra, no nuestro equívoco entendimiento o personal meditación de la Palabra, PERO SU PALABRA; porque, de no ser así, nada saciará nuestra sed de la justicia de Dios. ¡Nada!

He escuchado muchas prédicas, de ministros connotados, y hasta de efusivos predicadores; y, con tristeza y horror, he visto y oído cómo el pueblo dice “amén” a la demanda de un “amén” por parte del predicador; cuando, en mi humilde opinión, tal declaración no se ajustaba a la sana doctrina, al Espíritu del Escrito Está; y, en el colmo del atrevimiento, al inicio de sus prédicas aducen que expondrán la Palabra de Dios; tal como, en tiempos antiguos, los profetas acostumbraron traer Palabra de Dios, pura e incontaminada; y que, por gracia de Dios, permanece como fundamento de luz para , como el apóstol lo declara en 2 Timoteo 3:16-17:

16 Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia,
17 a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.

No, lo que nosotros, sea un anciano, un pastor o maestro, sea un evangelista o quién se pare en un púlpito, traemos es una meditación de la Palabra; y solo, si el Espíritu Santo realmente mora en nuestros corazones, eso será garantía de que traeremos una meditación conforme al Espíritu del Escrito Está.

Ésta es el Agua Vida que el Señor ofreció a la mujer samaritana y, después, a los judíos que celebraban la Fiesta de los Tabernáculos; la Palabra de Dios traída por el Espíritu Santo, lo único que, a semejanza de las aguas salutíferas de las corrientes de aguas subterráneas, saciará nuestra sed de justicia y fortalecerá, porque esta es la única Agua o Palabra que Dios reconocerá y exaltará. ¿Cuál es el propósito de esta Agua? Darnos Vida Eterna (Juan 4:14). Éste es el propósito de la Palabra de Dios, traída mediante el Espíritu Santo y, por ello mismo, fue la proclama del Señor en Juan 7.

Ho hay por qué estar inciertos como Nicodemo, o frustrados como la mujer samaritana, o sedientos o ansiosos como los judíos en aquel último día de la fiesta; el Espíritu Santo ha llegado, y está a nuestra disposición y alcance, es para todo el que lo quiera; es para el que cree en Jesús, para todo el que Le obedece en fe (Romanos 1:5; 16:26); porque qué mejor muestra fe que la obediencia a la Palabra, y que el Espíritu Santo es para los que Le obedecen (Hechos 5:32); para los que, arrepentidos de su pecado, luego piden ser bautizados invocando el Nombre del Señor Jesús (Hechos 22:16); confesando, con este bautismo, que creemos en Su obra vicaria por nosotros en el madero, la sepultura y Su resurrección (Romanos 6:3-14).

Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él…
(Juan 7:39)


¡Amén!




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