37 En el
último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz,
diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.
38 El que
cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.
39 Esto dijo
del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había
venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.
Juan 7:37-39
Era fiesta para el pueblo de Israel y,
según lo leemos a principios de este capítulo 7 del Evangelio según el apóstol Juan,
era la Fiesta de los Tabernáculos; que, como casi todas las fiestas de Israel,
las celebraban a lo largo de siete días; y es en el último día que el Señor
hace esta proclama en torno al prometido don o regalo del Espíritu Santo: “Si alguno tiene
sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de
su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de
recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.”.
Esta misma agua viva la ofrece el
Señor en Juan 4, durante su conversación con la mujer samaritana y, por
consiguiente, la misma promesa del Espíritu Santo, el don o regalo de Dios por
excelencia:
10 Respondió
Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame
de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.
11 La
mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde,
pues, tienes el agua viva?
12 ¿Acaso
eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron
él, sus hijos y sus ganados?
13 Respondió
Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed;
14 mas el que
bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo
le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.
15 La
mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a
sacarla.
Juan 4:10-15
Cierto, aquí se dice que “el agua que
yo… daré será… una fuente de agua que salte para vida eterna” (v. 14); mientras
que en Juan 7, el Señor se refiere a esta misma agua corriendo por el interior
del creyente o el adorador; sin embargo, es la misma agua viva o vivificante,
es el mismo prometido don: el Espíritu Santo trayendo la provisión de la
Palabra, avivándola para saciar la sed espiritual de todo hijo e hija de Dios.
El israelita acostumbró tomar agua de
pozo o manantial mientras que, el agua de río, lagunas o lagos, las destinó
para otros menesteres. El agua de pozo es sumamente limpia y, además, por su
curso a través de los estratos rocosos del interior de la tierra, lleva consigo
sales y minerales salutíferos, vivificantes.
En Juan 4, el Señor se refiere al
prometido don del Espíritu Santo como un pozo artesiano que emerge del interior
de un río o fluido de agua subterránea; en efecto, cuando el israelita
descubría que había agua por cierta región, él hacía un pozo con dirección a la
corriente de aguas habidas en el corazón de la tierra y, una vez hecho contacto
con esa corriente de aguas, esta agua saltaba hacia el exterior para acumularse
en lo que constituiría un pozo artesiano para saciar la sed y restaurar las
fuerzas. En Juan 7, el Señor no se refiere a estas aguas en forma de pozo
artesiano pero, porque la procedencia del agua de un pozo artesiano es la misma,
porque el agua de pozo procede del torrente de aguas subterráneas que, luego, saltan
por la presión contenida, hacia arriba, hacia fuera a lo largo de la
perforación de un pozo; la enseñanza que el Señor imparte tanto en Juan 4 como
en Juan 7 es la misma; y ambas descripciones hablan –en el fondo- de lo mismo,
de la misma agua que sacia la sed y, en sentido simbólico, las más hondas ansias
del alma del hombre; y ésta fue el Agua Viva que el Señor le ofreció a la mujer
samaritana y, en Juan 7, en el último y gran día de la fiesta de los
tabernáculos, igualmente a los judíos que celebraban esta festividad.
Recordemos que la Fiesta de los
Tabernáculos fue instituida en Éxodo 23, para rememorar el peregrinaje de los
israelitas por el desierto camino a la Tierra Prometida. Nosotros vemos a lo
largo del Pentateuco cómo Israel, obstante que debió reconocer el poder del
gran Yo Soy (así se traduce el nombre de Dios: HWHY)
que los sacó con
mano poderosa, librándolos de la servidumbre egipcia; que, contrariamente, se
la pasaron renegando contra Dios y Su siervo, Moisés; reclamándole provisión
para el día y, como era de esperarse bajo el natural e inclemente sol del
desierto de arabia, agua para su sed. Es en remembranza de esa época por la que
pasaron los antepasados de los judíos a quienes el Señor se estaba dirigiendo
en Juan 7, que les ofrece ríos de agua viva, las mismas fuentes de agua que, en
Juan 4, Él ofreció a la mujer samaritana en forma de un pozo artesiano. Leamos
la traducción literal del griego al español del versículo 38:
El que cree en mí
como dijo la Escritura, ríos del vientre de él fluirán de agua viva.
¿Verdad que ahora sí se nota relación
entre ambos pasajes de Juan 4 y Juan 7? Es lo mismo, y el mismo prometido don
de lo que el Señor está hablando y ofreciendo: el Espíritu Santo. “Si alguno tiene sed”. Esto nos
recuerda la bienaventuranza del Señor en Mateo 5:6:
Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Sí, esta Agua es para
los que evidencian su sed de justicia. Ellos quieren andar justa y piadosamente
pero, porque fallan por razón de la ley del pecado en sus miembros (1 Corintios
7), ellos anhelan la provisión de Dios para ayudarles a ser perfectos como Dios
es perfecto (Mateo 5:48). El judío común y corriente conocía de las bendiciones
para el que obedecía la ley; pero, igualmente, de las maldiciones para el que
las desobedecía (Deuteronomio 28); así, la ley fue un ayo, tutor o guardián
para mostrarnos, por un lado, la justicia que Dios exige o demanda de nosotros;
pero, por otro lado, para mostrar nuestra fragilidad para cumplir perfectamente
tales exigencias o demandas de la justicia o perfección de Dios; y, por razón
de nuestra debilidad, es que Dios ha provisto el Espíritu Santo, como un don o
regalo para ayudarnos a vivir rectamente delante de Él.
En Juan 16:13, el
Señor se refiere al Espíritu Santo como “el Espíritu de verdad”; en el griego
se lee con mayor precisión: “el Espíritu de la Verdad” y, como lo podemos
constatar, Él se refiere así en este Evangelio hasta en tres ocasiones: Juan
14:17; 15:26; y 16:13. ¿Por qué? Yo creo que esta precisión es para distinguir
al Espíritu Santo del espíritu de error, de lo cual el apóstol Juan trata más
ampliamente en su primera epístola.
Nosotros somos
de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En
esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu
de error.
1 Juan 4:6
Es evidente que la experiencia de la
mujer samaritana era contraria a la voluntad de Dios; que, por razón de
interpretar mal la licencia que Moisés había dejado para el pueblo de Israel,
para concederse carta de divorcio; que esto, muy seguramente, fue la causa del
porqué esta mujer se había casado y divorciado hasta cinco veces y que, por
último, el último hombre con quién estaba (el sexto) ni era su marido
(probablemente, estaría en adulterio). Es a esta mujer que, evidentemente
reconocía su error, y que estaba cansada y sedienta por una guianza mejor que
la conduzca en perfecta armonía con Dios y Su Palabra; a quién el Señor ofrece
agua viva o salutífera, la Palabra de Dios traída por el Espíritu Santo,
vivificada en su alma para ya no más pecar; sino, por el contrario, y como lo
declara el profeta David, “Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.” (Salmo
23:3).
¿Qué es esta Agua?
Es la misma agua que el Señor le propone
a Nicodemo en Juan 3 para nacer de nuevo (en el griego se lee “de lo alto”), y
que el apóstol Pablo desarrolla más ampliamente en Tito 3:4-7; y es la Palabra
de Dios, tal como nos lo refiere en Efesios 5:25-27:
25 …así como Cristo amó a la
iglesia, y se entregó a sí mismo por ella,
26 para santificarla, habiéndola
purificado en el lavamiento del agua por la palabra,
27 a fin de presentársela a sí
mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante,
sino que fuese santa y sin mancha.
Dios nos purificó en el lavamiento del
AGUA por la PALABRA. El agua siempre tipifica la Palabra, tanto en el Antiguo
como en el Nuevo Testamento; y es Agua Viva en tanto es el Espíritu Santo
despertando y vivificando Su propia Palabra para aplicarla a nuestras diversas
necesidades. En consecuencia, siempre encontraremos al Espíritu Santo tomando
Su Palabra, no nuestro equívoco entendimiento o personal meditación de la
Palabra, PERO SU PALABRA; porque, de no ser así, nada saciará nuestra sed de la
justicia de Dios. ¡Nada!
He escuchado muchas prédicas, de
ministros connotados, y hasta de efusivos predicadores; y, con tristeza y
horror, he visto y oído cómo el pueblo dice “amén” a la demanda de un “amén”
por parte del predicador; cuando, en mi humilde opinión, tal declaración no se
ajustaba a la sana doctrina, al Espíritu del Escrito Está; y, en el colmo del
atrevimiento, al inicio de sus prédicas aducen que expondrán la Palabra de
Dios; tal como, en tiempos antiguos, los profetas acostumbraron traer Palabra de
Dios, pura e incontaminada; y que, por gracia de Dios, permanece como
fundamento de luz para , como el apóstol lo declara en 2 Timoteo 3:16-17:
16 Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia,
17 a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para
toda buena obra.
No, lo que nosotros, sea un anciano, un
pastor o maestro, sea un evangelista o quién se pare en un púlpito, traemos es
una meditación de la Palabra; y solo, si el Espíritu Santo realmente mora en
nuestros corazones, eso será garantía de que traeremos una meditación conforme
al Espíritu del Escrito Está.
Ésta es el Agua Vida que el Señor
ofreció a la mujer samaritana y, después, a los judíos que celebraban la Fiesta
de los Tabernáculos; la Palabra de Dios traída por el Espíritu Santo, lo único
que, a semejanza de las aguas salutíferas de las corrientes de aguas
subterráneas, saciará nuestra sed de justicia y fortalecerá, porque esta es la
única Agua o Palabra que Dios reconocerá y exaltará. ¿Cuál es el
propósito de esta Agua? Darnos Vida Eterna (Juan 4:14). Éste es el propósito de
la Palabra de Dios, traída mediante el Espíritu Santo y, por ello mismo, fue la
proclama del Señor en Juan 7.
Ho hay por qué estar inciertos como Nicodemo, o frustrados
como la mujer samaritana, o sedientos o ansiosos como los judíos en aquel
último día de la fiesta; el Espíritu Santo ha llegado, y está a nuestra
disposición y alcance, es para todo el que lo quiera; es para el que cree en
Jesús, para todo el que Le obedece en fe (Romanos 1:5; 16:26); porque qué mejor
muestra fe que la obediencia a la Palabra, y que el Espíritu Santo es para los
que Le obedecen (Hechos 5:32); para los que, arrepentidos de su pecado, luego
piden ser bautizados invocando el Nombre del Señor Jesús (Hechos 22:16);
confesando, con este bautismo, que creemos en Su obra vicaria por nosotros en
el madero, la sepultura y Su resurrección (Romanos 6:3-14).
Esto
dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él…
(Juan
7:39)
¡Amén!
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