Habría sido azotado con vara
1
Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó.
2
Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su
cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura;
3 y
le decían: !!Salve, Rey de los judíos! y le daban de bofetadas.
4 Entonces
Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que
entendáis que ningún delito hallo en él.
Juan 19:1-4
L
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os romanos tenían por práctica o
técnica de investigación de un delito flagelar a un criminal para, de esta
manera, castigarle por el delito cometido o, por otro lado, probarle o
examinarle si realmente era o no culpable del crimen por el que se le acusaba
(Hechos 22:24).
Sabemos que los romanos tenían un
código de leyes bien elaborado y que, inclusive, son base para el código de
leyes de la civilización actual; y, por lo mismo, Pilato estaba obligado a
tratar al Señor Jesús con la justicia de sus leyes. En los pasajes relativos al
juicio que se le impartió al Señor, vimos a Pilato tratando de soltarle porque,
a juicio suyo, no había delito alguno por qué juzgarle siguiera; entendiendo él
que, por envidia, trajeron al Señor (Mateo 27:18 y Marcos 15:10) ante él para
ser –finalmente- crucificado.
Ante la presión de los sacerdotes, y
el pueblo que fanáticamente les hacía coro, y porque Pilato había sido
constituido por, ante todo, asegurar la paz en Israel; siendo él todo un
político, y porque la presión popular era demasiado para él, Pilato accedió a
la demanda del pueblo y, aún tras haber azotado al Señor con vara y, por
consiguiente, debiendo soltarle porque no había hallado delito alguno en Él,
finalmente accedió a la demanda del pueblo para crucificarle.
El hecho de que los azotes tenían por
objeto probar al reo, si éste era o no culpable; esto nos da una idea de que,
muy probablemente, la técnica que el romano usó para este objetivo era tal de
lacerante sobre el cuerpo del castigado que, muchas de las veces, y porque el
reo no quería seguir sufriendo el dolor que le causaban los azotes, éste
terminaba por aceptar el crimen.
En el caso del Señor no fue así,
Pilato ordenó castigarle y, terminada la sesión de azotes, se admiró que Él ni
siquiera hubiera abierto Su boca.
Angustiado él,
y afligido, no abrió su boca; como
cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus
trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.
Isaías 53:7
El apóstol Pablo escribió en su
segunda carta a los corintios, lo siguiente:
24 De
los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno.
25 Tres
veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he
padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar;
2 Corintios
11:24-25
Los israelitas estaban ordenados a
propinar no más de cuarenta azotes o golpes en castigo (Deuteronomio 25:3);
pero, en el caso de los romanos era evidente que, para sonsacarle al inculpado
la “verdad”, este flagelo podía superar en número.
Si somos escrupulosos, Jesús ni debió
ser azotado porque, siendo ciudadano romano (en tanto había nacido bajo el
imperio romano; e Israel, siendo parte de una región o provincia que comprendía
el dominio romano, esto lo facultaba para gozar de los privilegios dados en las
leyes romanas), era imposible dársele este castigo sin siquiera haber sido
juzgado (Hechos 22:25); y aún, tras ser juzgado, como lo leemos en la cita de
Juan 19:1-4, Pilato no le halló delito alguno para castigarle. Finalmente, y
por la presión de los sacerdotes y el pueblo, Pilato accedió a azotarle y, no
solo eso, también para crucificarle.
¿Pero
fue castigado el Señor con látigos o vara?
En su primera carta, el apóstol Pedro escribió
lo siguiente:
Quién llevó Él
mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando
muertos a los pecados, vivamos a la justicia [obedientes a Su Palabra]; y por Cuya herida fuisteis sanados.
1 Pedro 2:24
La expresión “herida” aquí proviene
del griego mólops que, traducido, significa “lunar”, “ojo negro”, “moretón”. En
su primera carta a los corintios, en torno a la Cena del Señor, el apóstol
Pablo escribió:
23 Porque yo recibí del Señor lo que
también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó
pan;
24 y habiendo dado gracias, lo
partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi
cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.
1 Corintios
11:23-24
Sí, nuestro Señor debió sufrir tal
castigo, ¡callado!, ¡enmudecido!, ¡no quejándose!; a tal punto que, porque no
dijo nada para que el castigo le fuera detenido, muy seguramente Su bendita
espalda fue ¡PARTIDA!, destrozada; y ya, desde ese entonces, nuestro bendito
Señor empezó a derramar Su preciosa sangre en favor nuestro. El castigo que Él
recibió debió matarlo porque, como lo podemos leer, Él ya ni tenía fuerzas para
continuar cargando el madero donde sería clavado y levantado, ¡como un
maldito!, por mí y por ti (Mateo 27:32; Marcos 15:21; y Lucas 24:26). Pienso
que Él tenía puesta la mirada en el calvario; y que, porque quería cumplir TODA
Escritura, eso lo esforzó para continuar con la caminata monte arriba.
Tengo la fuerte impresión que Él fue
castigado con vara, y no con látigo como, comúnmente, se aprecia en las muchas
obras fílmicas que del caso se han hecho; y que, buscando que examinarle o
probarle, si Él realmente era culpable o no, el castigo debió seguir una cuenta
casi interminable, insufrible por humano alguno hasta partirle las espaldas.
¿Por qué hubo tanto crucificado en
tiempos del Señor Jesús?
Roma había conquistado Israel
alrededor del año 63 a.C.; y, desde entonces y como parte de las prácticas para
mantener el dominio, éste usó el patíbulo del madero o la cruz para amedrentar
al pueblo; y, como muchos en Israel se rebelaban contra el gobierno abusivo
romano a través de movimientos revolucionarios, la insurrección, la sediciones;
cada vez que los romanos juzgaron a un judío de supuesta sedición, usaron la
rudeza de la flagelación para “arrancarles la verdad”; y como quiera que el
inculpado no podía sufrir la laceración de tanto golpe, finalmente terminaba
aceptando su culpa, culpable o no; y, declarado culpable, era crucificado.
Pero con el Señor no fue así; Él fue
castigado y, porque no abrió Su boca, sino para orar al Padre y pedir perdón
por nuestros pecados (Lucas 23:34), y para bendecirnos, Él debió haber sido
liberado; pero, ante la presión del populacho que se había juntado en torno a
un sacerdocio cegado por el celo por la tradición y los mandamientos de hombres
(Mateo 27:18; y Marcos 15:10), y con testigos falsos (Mateo 26:60; comp. Salmo
27:12), forzaron a Pilato para sentenciar a muerte a nuestro Señor. En nuestras
leyes se dice que “Nadie puede ser juzgado dos veces por un mismo delito”; sin
embargo, el Señor Jesús, por el mismo supuesto delito se le juzgó y sentenció
dos veces: Fue azotado, partido; y, después, fue crucificado.
En efecto, la expresión “herida” en 1
Pedro 2:24 se traduce como “lunar”, “ojo negro” y “moretón”, dando la impresión
que el cuerpo de nuestro Señor sufrió golpes de vara que, además que moretearon
Sus espaldas, porque fueron tantos, prácticamente partieron o rajaron las
espaldas del bendito Hijo de Dios, nuestro Señor Jesús. Los entendidos concluyen
que los látigos o golpes habrían sido tales de lacerantes que, muy
posiblemente, Su carne abierta dejó entrever Sus huesos y algunos órganos; en
tales condiciones, el Señor debió tener una fuerte infección y cuadro febril
intenso, juntamente con la pérdida de sangre. ¿De dónde sacó Él arrestos de
fuerza para, en tal condición, orar a Su Padre, ya colgado sobre el madero? Definitivamente,
Dios mismo fue Sus fuerzas, y el amor con que nos amó para quitar nuestros
pecados, nuestra maldición, mediante Su sacrificio vicario.
¿Crees que Él murió por ti? ¿Sí?
Entonces estás perdonado, porque el apóstol Pablo escribió esto:
10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se
confiesa para salvación.
11 Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será
avergonzado.
12 Porque no hay diferencia entre
judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan;
13 porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
Romanos
10:10-13
Porque Él, con Su muerte, pagó ante
Dios una deuda que a nosotros nos era imposible pagar; salvo que, pagándolo con
nuestras propias vidas, hallados culpables esto nos hacía merecedores del lago
de fuego (Apocalipsis 19:20; 20:10; y 21:8). “El Justo por los injustos, para
llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18).
Y si crees que Él murió por ti,
entonces reconoces que eres un pecador, el pecador por quién Él murió;
entonces, arrepiéntete de tus pecados, y pide ser bautizado en las aguas
invocando Su Nombre: ¡JESÚS!
38 Pedro les dijo: Arrepentíos, y
bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los
pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
39 Porque para vosotros es la
promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos
el Señor nuestro Dios llamare.
Hechos 2:38-39
El Espíritu Santo como señal de la
justicia de la fe que nos es impartida o dada a todos los que creemos en Él, y lo
que Él hizo por nosotros en el calvario (Romanos 4:11), representándonos
(Romanos 6:3-4). El Hermano Branham dijo: “Pero una vez que Dios reconoce esa
fe, Él le da a Ud. el Espíritu Santo.” (57-0901e-Hebreos capítulo 4).
¡Paz!