martes, 27 de septiembre de 2022

HOY SOLO TENEMOS QUE INVOCAR (LLAMARLO POR) SU NOMBRE…

E

n el sermón El Mensaje de Gracia, el Rev. Branham rememora cuando, en el desierto, y ante la falta de agua, Israel reclamó a Moisés por agua. En Éxodo 17, Yehováh Dios instruyó a Moisés para golpear o herir a la Roca; mientras, tiempo después y en Números 20, Él solo le dijo que hablara a la Roca; pero, enojado como estaba Moisés, él prácticamente desobedeció a Yehováh, golpeando la Roca hasta por dos veces; que, como bien lo dice el apóstol Pablo, era Cristo (1 Corintios 10:4).

20 porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.

Santiago 1:20


Leamos lo que el profeta declara sobre este hecho que costó, a Moisés, no entrar en la tierra prometida:

Recuerde a Moisés, aquel gran líder. Dios debió haberlo matado cuando él bajó allá para glorificarse al herir la peña y dijo, “Miren lo que yo puedo hacer,” en otras palabras. “Uds. rebeldes, ¿tenemos pues que acarrearles agua de esta peña?” El hirió la peña y las aguas no salían; y le volvió herir otra vez. ¿Y qué hizo? Allí daba testimonio de la debilidad de Cristo, porque Cristo fue esa piedra. Esa es la Piedra de Corona. En vez de herirla, o hablarle más bien, fue herida una vez. Recuerde, Dios le dijo allá en Éxodo [capítulo 17], “Ve allá y Yo estoy delante de ti sobre la peña y herirás la peña.” Y él hirió la Peña y ella produjo agua. Y, a la siguiente vez [Números 20], Dios dijo. “ve, habla a la Peña y ella dará Su agua.”

Pero Moisés quería mostrar que él tenía autoridad, tenía un poco de poder y él dijo, “Yo les traeré agua de esta peña.” ¡Dios debió haberlo matado por eso! Dios debió haberlo separado porque él quebró la ley de Dios allí mismo, porque testificó de la debilidad de Cristo, como que tuviera que ser herido por segunda vez. Cristo fue herido una sola vez. Ahora le hablamos a la Roca y produce sus aguas.

61-0827, porción del sermón El Mensaje De Gracia, Rev. William M. Branham

En Juan capítulo 4, en la ocasión que el Señor platicó con una mujer de Samaria; y luego en el capítulo 7, cuando Él afirma que el Espíritu Santo sería dado por causa de Su nombre; en ambos casos, el Espíritu Santo es comparado con el agua:

10 Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. 11 La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? 12 ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados? 13 Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; 14 mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.

Juan 4:10-14

37 En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. 38 El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. 39 Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.

Juan 7:37-39

Sí, hoy solo tenemos que invocarle, invocar o llamarle por Su nombre: Jesús (Yeshúa en el hebreo; que, traducido, es Yehováh yoshía o Yehováh salva); porque, como bien lo dicen los apóstoles, “Cristo padeció una sola vez por los pecados” (1 Pedro 3:18), y “porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (Hebreos 7:27). Y, por lo mismo, invocarle en el bautismo (por inmersión) en agua; para, como bien lo aclara el apóstol en Romanos 6:3-4, nos identifiquemos con Su obra vicaria en la cruz; y, tanto así que, cuando Él murió, nosotros éramos los que estábamos muriendo; y, de esta única manera, pagando por nuestras deudas o pecados a Yehováh Dios; y, lo mismo, cuando Él fue sepultado y resucitado por la gloria del Padre; nosotros –igualmente- fuimos resucitados con Él y vivificados por el Espíritu Santo para novedad de vida.

¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.

Romanos  6:3-4

Así, si tú aún no has invocado el nombre de Jesús en el bautismo, te animo a pedir a tu pastor que lo haga; y que, tras ser bautizado en el nombre del Señor Jesús (no en el bautismo espurio “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”; que, como ya lo sostienen los escritos de Eusebio, escritor del Siglo IV, fue un cambio de mal llamados ministros cristianos apóstatas tras la partida de los apóstoles; y que, en el Concilio de Nicea, 325 dC, un concilio patrocinado por el impío emperador romano, Constantino, fue consagrado para –igualmente- sostener la pseuda doctrina de la trinidad.

En efecto, el escritor Eusebio; quién leyó el evangelio según Mateo, escrito originalmente en el idioma hebreo, repite –en sus escritos- unas veinte veces, citando lo que hoy leemos en Mateo 28:19, “bautizándoles en Mi nombre”; no, “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”; motivo por lo cual, cuando vamos al libro de Hechos, que sigue a los cuatro evangelios, allí vemos que, cada vez que un creyente fue bautizado, se invocó el nombre del Señor Jesús, para el perdón de los pecados y recepción del Espíritu Santo (Hechos 2:38-39), por lo que, originalmente, nunca hubo la aparente contradicción que hoy vemos entre Mateo 28:19 y Hechos 2:38; 8:16; 10:48; y 19:5.

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