27 Solamente que os comportéis como es digno del
evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga
de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la
fe del evangelio,
28 y en nada intimidados por los que se oponen,
que para ellos ciertamente es indicio de perdición, mas para vosotros de
salvación; y esto de Dios.
Filipenses
1:27-28
E
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n la película
Rescatando Al Soldado Ryan, una cuadrilla de soldados, comandados por el
capitán John H. Miller, recibe la orden de rescatar al soldado James F. Ryan.
Durante esta guerra (la II Guerra Mundial), la señora Ryan era notificada que
tres, de sus cuatro hijos, habían muerto; y la madre, afectadísima por el dolor
que esta noticia le había causado, pide suplicante que le traigan de vuelta –al
menos- al menor de los Ryan, a James. El general George Marshal, luego de
consultar a los oficiales bajo su mando, aún cuando era una misión casi
imposible, resuelve rescatar al soldado Ryan; orden que le es encomendada al
capitán Miller.
La cuadrilla
bajo el mando del capitán Miller cumple su cometido y, tras cruzar líneas
enemigas, llega al pelotón o tropa donde, aún vivo, estaba entre ellos el
soldado Ryan; lo toma bajo su protección y, aún tras la natural resistencia de
Ryan (porque él quería seguir en el frente de batalla), lo lleva con destino al
campamento base desde donde él sería retornado a su país, los EEUUA.
En este
ínterin, la tropa se enfrenta a un grupo mucho mayor de soldados alemanes y, en
el enfrentamiento, además de otros soldados, una bala impacta al capitán
Miller; pero, gracias a que fueron auxiliados por aviones cazas de la armada
estadounidense, el conflicto termina. El soldado Ryan se aproxima al capitán
Miller y, probablemente no creyendo que la herida de bala en el capitán era de
gravedad o, seguramente, queriendo mantenerlo despierto, animado, le da razón
de los aviones: “Son caza bombarderos, aviones P-51”; a lo que el capitán
responde: “Son ángeles de la guarda”. Tembloroso, porque ya su vida estaba al
punto del colapso, el capitán balbucea; y, como quiera que el soldado se
percata de ello, acercándose para oírle mejor, le pregunta: “¿Sí, señor?”; y el
capitán, casi sin aliento, le dice: “James, sea digno de esto… ¡Gáneselo!”, y
entregó el espíritu.
Años más tarde,
ya un envejecido Ryan, éste visita la tumba del capitán Miller, con su familia;
y, emocionadísimo, le dice a su capitán: “He tratado de vivir dignamente”.
¿Y qué si no
hubiera sido así? Habría sido en vano la muerte del capitán Miller y los otros
dos soldados que, por causa de este soldado, inmolaron sus vidas hasta la
muerte.
Pensé en lo que
Dios ha hecho por nosotros cuando, igualmente, comisionó, no a un capitán al
frente de una cuadrilla de soldados, pero al mismísimo General Jesucristo; y, ¡SOLO!,
para venir a rescatarnos de la muerte inminente a que estábamos condenados por
razón de nuestros pecados. ¡Oh! El Señor Jesús libró la batalla más grande
jamás peleada y, en el campo de batalla Y MEDIANTE SU MUERTE POR NOSOTROS,
¡GANÓ PARA NOSOTROS VIDA ETERNA!
Y hoy, ya a mi
vejez, vuelvo a Él para, así como este soldado Ryan, agradecer a mi General
Jesús por el inmenso favor de llevarme de regreso a Casa, a Casa de mi Padre,
Su Padre Dios; mediante el perdón de mis pecados en Cristo Jesús.
Porque
de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
(Juan
3:16)
Oh, usted
preguntará: “¿eres salvo, Emilio?” Yo le respondería: “Oh, sí; Dios me ha
permitido conocerle mediante Jesucristo y, ese conocimiento, es Vida para mí”.
El Señor Jesús, orando dijo:
Y
esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien has enviado.
(Juan
17:3)
En los EEUUA,
cierta vez se detectaron que, de un envío de autos Nisan, ya varias unidades
iban encontrando fallas de fábrica; y, tan pronto descubrieron el lote de este
envío, retornaron todo el lote de autos, cientos, a su país y fábrica de
origen, para volverlos a ensamblar, para reensamblarlos. Todos hemos nacido en
pecado para pecar; y, por lo mismo, todos merecemos o somos dignos de morir; y,
llegados a nuestra adultez o, por lo menos, a la edad en que reconocemos o
somos conscientes de esta triste realidad, de que somos pecadores; Dios, que es
rico en misericordia, y no queriendo que nadie se pierda, nos propone nacer de
nuevo; pero, a diferencia del primer nacimiento que es terrenal, humano, ahora
es un nacimiento de arriba, del Cielo. Todos necesitamos nacer de nuevo o un
renacimiento para vivir y, la única manera de lograrlo, es reconociendo
nuestros pecados y muriendo a estos; arrepentirnos de nuestros pecados y
aceptar el perdón por los mismos en la obra vicaria (la palabra “vicario”
significa sustituto) de nuestro Señor Jesús.
Amigo, amiga,
tan pronto aceptas a Jesús como el Cordero que quitó tus pecados en Su cruz,
muriendo por ti; en ese mismo instante, eres declarado justo, perfecto,
inocente e impecable; por razón de que, al aceptar Su sacrificio, con ello
estás aceptando que eres culpable; pero a la vez, aceptando que nuestro Señor
Jesús pagó por tu pecado; por consiguiente, no tienes deuda alguna ante Dios,
sino razón para estarle agradecido, para servirle agradecido.
El apóstol
Pedro resumió esta grande verdad en su primera epístola:
Quien
llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que
nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia…
(1
Pedro 2:24)
“Para que
nosotros, estando muertos a los pecados, [ahora] vivamos a la justicia
[conformes a la justicia de Su Palabra, Su consejo, Sus mandamientos]”, para ya
no errar. Vivir de otra manera sería ser indignos de Su cruz, Su muerte, Su
sangre; que no somos –lo suficiente- debidamente agradecidos.
Vivamos vidas
dignas de Su Evangelio, que nuestras vidas testifiquen que le estamos muy
agradecidos por tal amor que Él nos mostró en la cruz, llevando nuestros
pecados; y que seamos dignos de tal forma que ahora vivamos justamente,
considerando Su Palabra hasta que Él envíe, nuevamente, a Jesucristo por una
Iglesia digna, que ama Su retorno conforme a Su promesa; Quién, seguramente, se
llevará consigo a todos los que le esperan, a los dignos de esta bendita
promesa en gloria.
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