jueves, 15 de junio de 2023

¡SUBLIME GRACIA, LA DEL SEÑOR! (Testimonio de un sueño)

Hoy desperté tarde; pero, por gracia de Yehováh, no sin antes soñar con Su sublime gracia.


A

yer, y casi todos estos días, terminé el día cansado y, en ocasiones, hasta desanimado, desmotivado, tras atender lo mejor que puedo a mi señor padre. Yo ya no soy un hombre joven que, confiando en la juventud, pueda asumir responsabilidades que exigen esfuerzo; pero, porque entiendo responsabilidad, y por el afecto que tengo por papá, hago el mejor esfuerzo por atenderle; y, últimamente, hasta logro sostener sus casi 80 kilos de peso. Él pesa más que yo pero, por razón que lo veo opacarse en sus fuerzas a causa de sus años (94), la baja de su peso me está permitiendo algunas maniobras para trasladarlo –por lo menos- de la cama a su sillón, y viceversa, y lo hago bien. Sin embargo, y porque le estuve reclamando fuerzas a nuestro bendito Yehováh (lo trato así, tal y como se pronuncia en el hebreo, según el descubrimiento de un experto judío en el idioma hebreo, Dr. Nehemia Gordon, tras leer muchas copias de manuscritos de las Sagradas Escrituras en este bendito idioma, el hebreo), Él me las ha ido dando para, sumado a técnicas que he ido aprendiendo a través del YouTube, atender a un anciano de la edad de mi padre, siendo yo también algo anciano.

Y ya, en varias ocasiones en que anduve con papá, sea cuando lo llevé para que le pusieran la vacuna contra el covid, o por otro motivo (hemos paseado regularmente por los alrededores del parque que está tras mi casa, por ejemplo; y, en una ocasión, cuando lo llevé al peluquero; tras esa sesión de belleza, siendo que hacía mucho calor, nos tomamos una refrescante “Cuzqueña”, y seguimos nuestro camino de retorno a casa), muchos dedujeron que éramos hermanos; y, jocosamente, hasta que yo parecía ser el mayor, lo que me causó mucha gracia.

Y, referente al sueño, aun cuando no lo recuerdo bien en todos sus detalles; recuerdo que, en un determinado momento, como que estaba sentado ante o frente a una señora a mi izquierda y un señor a mi derecha; que, al parecer, serían esposos (posible) y cristianos; que, al parecer, me estaban ministrando liberación; mientras, en esta sesión, les iba comentando pormenores de mis tribulaciones; que ellos, como ministros que parecían ser, me ayudaran. Después, me vi en un ambiente grande, como el local de una iglesia, y con algunos, pocos miembros que, al parecer, estarían dando testimonio o testificando –posiblemente- acerca de alguna gracia de Dios en sus vidas. Al rato, me entregaron un micrófono que, al parecer, tenía teclas numeradas; y que, para cuando me tocara mi turno, debía presionar la tecla o botón número “1” para, a través de este micrófono, ser escuchado por los asistentes, lo cual hice. En realidad, no recuerdo lo que dije; pero, al despertarme, parecía aún seguir testificando de Su gracia o favor, de cómo Él me había libertado; y, al rato, empecé a entonar el himno “Sublime Gracia”; que, si no lo sabían, la letra fue compuesto por John Newton (Siglo XVIII), y con una entonación algo diferente de cómo –comúnmente- se suele entonar este hermoso himno; diría yo, una cadencia latinoamericana; y, mientras lo entonaba, hasta le agregué un corto que, a mi parecer, sería como un coro:

Sublime, sublime, sublime gracia la del Señor,

Él me salvó y libertó, y por esta gracia le sirvo hoy.

Por si no lo sabían, John Newton solo compuso la letra del himno, no la música. Esto fue común en tiempos antiguos, como con los salmos de David, Asaf y Hemán en la Biblia: ellos fueron inspirados en la sección de la Biblia que conocemos como “Salmos”; y el pueblo de Israel y, después todo cristiano, inspirado igualmente cantó estos salmos con un acompañamiento musical para constituirse en los cánticos que habitualmente escuchamos. Y  así sucedió con Newton: él tuvo la inspiración de la letra del himno “Sublime Gracia”; y, hasta donde se sabe, otro, un desconocido de color habría agregado a esta letra –reveladora de la gracia de Dios- la parte musical que hoy conocemos y entonamos todos.

Al rato, y ungido como estaba por el sueño y la entonación del himno, renovadas mis fuerzas fui a atender a papá Gilberto. Me pidió un poco de agua y, después, le di su jarabe contra la tos y, después, lo desayuné. Ahora está descansando sentado sobre su sillón. Que Yehováh me permita dárselo a conocer, como intento hacerlo; que, en la persona de Jesucristo o Yeshúa Ha Mashíaj, Él se reveló en este mundo para traernos –desde Su divina gloria- salvación y vida eterna.

¡Aleluya!

 

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