domingo, 18 de junio de 2023

TESTIMONIO DE UN PADRE

N

o me fue fácil ser padre; es más, si tuviera que ser calificado por ello con seguridad tendría mala nota. Y es que nadie o pocos nos preparamos para ser padres exitosos, tal como lo espera Dios que lo seamos; y esta preparación, definitivamente, se da en casa, en el hogar, con la debida asistencia de nuestros padres.


En el libro de Hebreos, capítulo 12 y versículos 9 y 10, el apóstol dice, refiriéndose a la disciplina que los padres deberíamos ejercer sobre nuestros hijos:

Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía…

¿Y no es esa la manera en que obramos aún hoy en día? Muchos dicen, hasta alterados, y más cuando se les objeta no disciplinar debidamente a sus hijos, “¡Yo sé cómo crío a mis hijos!”, o “a mi manera, ¡y punto!” Y la pregunta que –de inmediato- surge sería, “¿Realmente saben criar a sus hijos?”. El hecho que tengamos una sociedad convulsionada, temerosa, irritada, temperamental, vanagloriosa y hasta criminal nos dice que, como padres, quizá no lo hicimos bien.

En la primera carta del apóstol a los Corintios, capítulo 7 y versículo 14, él enfatiza cómo la santidad afecta positivamente nuestro entorno familiar; y, precisamente, la de los padres para con los hijos:

Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer [creyente], y la mujer incrédula en el marido; pues, de otra manera, vuestros hijos serían inmundos [impuros o sucios], mientras que ahora son santos [contrarios a la inmundicia, impureza o suciedad].

Si acaso somos cristianos, nuestro rol como padres deberá –necesariamente- tener como objetivo que nuestros hijos sean santos. ¿Y qué es “santo”? –Según un diccionario bíblico, en ocasiones significa “separado”, “consagrado”, “puesto aparte”; pero, con mayor frecuencia, “puro”.

En la segunda carta del apóstol a los Corintios, capítulo 7 y versículo 1, él dice: “Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.”

¿Y cómo lograrlo, cómo es que perfeccionaremos santidad en nuestros hijos? No por imposición, pero con el ejemplo, con nuestra conducta.

1 Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, 2 considerando vuestra conducta casta y respetuosa. 3 Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, 4 sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. 5 Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; 6 como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza.

7 Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo.

Yo sé lo que es vivir desorientado en la vida; porque, desde pequeño o que tuve algo de conciencia, no tuve a mi padre a mi lado para orientarme, corregirme y hasta azotarme por todo acto reprobable. Él, por circunstancias que hoy entiendo, no pudo estar a mi lado, cuando más lo necesité; y, por esta razón, crecí cohibido o temeroso, desorientado o sin un norte u objetivo noble e inteligente que perseguir; y, por lo mismo, viví angustiado y, por último, enojado hasta contra Dios que, para mí, por entonces era inexistente; ¡y vulnerable ante todo asedio de maldad! Por lo que, quienes llegan a ser padres, aun si no han pasado por la escuela del hogar para serlos; si realmente quieren ser padres exitosos, formando hijos –igualmente- exitosos; para lograrlo, anhelen ser santos y sabios, no contaminándose con un mundo que, desde que el pecado ingresó al mundo por vía de la desobediencia de nuestros primeros padres, Adán y Eva, está ya contaminado con criterios, paradigmas, ideologías y conceptos equívocos respecto muchos aspectos de la vida; y, la única manera para ser ejemplos de conducta en la vida será si solo damos cabina a Dios y Su Palabra, Su consejo en nuestras vidas. No creo que exista otra forma para lograrlo; aun cuando, y no lo dudo, la ciencia de la sicología tiene su loable aporte en tratar con la conducta de las personas: niños, adolescentes, jóvenes y hasta adultos.

Como el apóstol lo dice en su carta a los Romanos, capítulo 2 y versículos del 21 al 24:

21 Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? 22 Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? 23 Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? 24 Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros [el mal ejemplo].

Aquí, el apóstol exhorta que, por más que uno conozca lo correcto, si éste no vive lo que dice, su testimonio, conducta o ejemplo afectará negativamente nuestro entorno y, en este caso, a nuestros hijos. Vivamos de la manera más justa o recta posible, y esa conducta tendrá efecto más que mil palabras, como se enfatiza en 1 Pedro 3:1, párrafos anteriores. Que ese principio o fundamento nos sirva en la educación, formación y disciplina de nuestros hijos.

Y cuando llegué a la edad de la pubertad que, a mi entender, es crucial en el crecimiento de todo hijo o hija; siendo que no tuve quién me enseñara cómo reaccionar en tan delicada etapa de la vida, opté por ceder a los naturales impulsos de mi naciente sexualidad que un adolescente, a esa edad, empieza a sentir; y, porque no supe qué hacer con mi sexualidad; y, lo que es igual o peor, consulté con otros “amigos” del barrio igual de desorientados como yo, para “explorar” mi sexualidad peor que un animal que, aun siendo irracional (según se cree), obra por instinto; y, en muchos casos, lo hace mejor o más saludablemente que muchos de nosotros los seres humanos supuestamente racionales y pensantes. Y es en esa etapa de la vida que el adolescente recurrirá al padre o la madre, dependiendo del sexo; y que, si a lo largo de la vida el padre no inspiró confianza en su hijo para consigo; llegado este momento, él tampoco confiará compartir con su padre el drama por el que pasa con su sexualidad; y que, muy posible, sea motivo para que el adolescente y –después- joven crezca irresponsable con su sexualidad; y, en muchos y muchísimos casos, afectando a su entorno, fornicando y hasta prostituyéndose a cambio del inmediato placer que, en la medida que se hace costumbre o adicción, nos irá dominando para vivir desorientados respecto la responsabilidad que implican el matrimonio a futuro; y, por consiguiente, nuestro eventual rol como padres de los hijos que han de venir. Muchos, y yo me incluyo en ese grupo, hemos llegado al matrimonio afectados por inconductas sexuales y, cuando tuvimos relaciones sexuales con nuestras esposas; muchas de las veces, propusimos actos indecorosos, inmundos o sucios, contra natura; y, cuando llegué a ser padre, ¿qué podía orientar a mi hija (fuimos padres de una niña, hoy ya señora, casada y con hijos), siendo que no conocía –por experiencia- sino perversión sexual? Pero, y porque empecé a conocer a Dios a mis 30 años; desde entonces, me propuse conocer, también por doctrina y experiencia, la santidad que, con acierto, pudiera –a mi vez- compartir santidad a mi menor hija. Por entonces, afectado como estaba en mi sexualidad, poco o nada pude contribuir en la formación de mi hija; pero, transcurrido los años, aun si muchas de las veces traté de compartir mi saber algo alterado, nervioso y hasta histérico, por lo menos lo intenté. Por gracia de Dios, mi hija está, lo que diríamos, “bien casada”; pero, en mi entendimiento, reconozco que le falta reconocer a Dios –también- de manera experimental, por vía de creer el evangelio de Jesucristo (vital para la experiencia cristiana); lo que, según Sus promesas, la constituirán en una persona sabia para, a su vez, compartir sabiduría con sus hijos, nuestros hermosos nietos.

¿Estás capacitado para ser un padre exitoso, según el éxito que vemos registrado en las páginas de Su Palabra, la Biblia? –No; pues, no te angusties. El pueblo de Israel, quién vivió beneficiado por un pacto con Dios, donde Él prometió morar entre ellos; y que, por lo mismo, es que ellos llegaron a ser un reino que imperó e impactó en el mundo de entonces; el mismo Dios, mediante Jesucristo, nos ha prometido morar, ya no en un templo hecho de manos humanas; pero, a diferencia de entonces, ahora en nuestros corazones en la forma del Espíritu Santo: ¡Jehová mismo morando en el templo de nuestros cuerpos! (1 Corintios 6:19); para, y mucho más próximo a nosotros que cuando Él estuvo en medio de Israel; e, inclusive, en carne humana en la forma de Jesucristo, guiarnos a toda verdad, según nos lo prometió el bendito Señor Jesús en el evangelio según Juan, capítulo 16 y versículo 13:

Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.

En palabras del apóstol Pablo: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?” (Hechos 19:2). Si tu respuesta es no, si no tienes al único Guía que nos puede conducir con acierto, éxito y sin frustraciones hasta el día en que nos veremos con Jehová Dios en gloria, en el retorno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, te animo que te arrepientas de todos tus pecados (errores) y pidas ser bautizado en las aguas del bautismo invocando el nombre de Jesucristo o Yeshúa Ha Mashíaj (en hebreo), para el perdón de tus pecados; y Dios, conforme lo prometió a través del apóstol Pedro, en Hechos 2:38, te concederá este don o regalo, el Espíritu Santo; Dios mismo, el Señor Jesucristo, nuestro Padre (Isaías 9:6); Quién, conforme a Hebreos 12:9-10, nos disciplinará para lo que nos es provechoso, para que participemos de Su santidad; y, consecuentemente, podamos ver a Dios en escena (Hebreos 12:14), frente a nuestros ojos, impactando nuestras almas para vivir vidas justas y santas, dando gracias a Dios por el nombre de Jesucristo. Amén.


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