(Meditación)
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n las Escrituras hay tres citas
donde se hace referencia a un “nombre nuevo”. A saber, en Isaías 62.2;
Apocalipsis 2.17, y 3.12. Para esta breve meditación, consideremos Apocalipsis
2.17:
17 El que tiene oído,
oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del
maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita
escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.
¿Pero, qué significa el “nombre nuevo”?
Primero, entendamos lo que la
expresión “nombre” significa en la Biblia.
En el Antiguo Testamento,
“nombre” se traduce del hebreo “shem”, que significa “definición y posición
sobresaliente; marca o memorial de individualidad; honor, autoridad, carácter”;
mientras que, en el Nuevo Testamento, “nombre” se traduce del griego “ónome”,
que significa “autoridad, carácter”.
Por lo que, resumiendo, un nombre
tenía un trascendente significado, definiendo rasgos del carácter de la persona,
era una marca o memorial de individualidad; esto es, que el nombre distinguía a
la persona del resto de personas, como un signo o señal de singularidad, único,
en razón del carácter o bendición que se declaraba en el nombre a tal persona.
En Génesis 2.19 leemos cómo
Yehováh formó de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y cómo
Él trajo todos estos animales a Adán, para que él les pusiera nombre. Es
evidente que Adán, siendo imagen y semejanza de Yehováh, estaba dotado de
inteligencia y sabiduría por lo que, y por las características que él vio en
cada animal, concluyó en darle o ponerle un nombre a cada uno de estos;
diferenciando, de esta manera, a cada animal del resto de los animales,
justamente con el nombre o sello que le puso a cada uno.
En nuestro idioma español o en
nuestros días nos es difícil y hasta imposible entender el significado de los
nombres y, por lo mismo, asignamos a nuestros hijos un nombre ignorando su
significado, poniéndoles nombres porque, a nuestro parecer, nos parecen
bonitos, suenan lindos o porque tienen relación con alguna connotada
personalidad del momento, por más vulgar que este personaje sea. Pero, en
tiempos antiguos y, especialmente, en el idioma hebreo, el nombre tenía un
significado (y aún lo tienen hoy); relacionando, muchas de las veces, al niño o
niña recién nacido con Dios, alguno de Sus atributos y, en muchas ocasiones,
con el nombre de Dios mismo: Yehováh. Por ejemplo:
Aarón: Montaña de fuerza; Betsabé:
Hija de un juramento; Carmela: Jardín; Dara: Perla de sabiduría; Elisa: Promesa
divina; Fineas: Oráculo; Gabriel: La fuerza y el poder de Dios; Hadriel:
Esplendor de Yehováh; Isaac: Yehováh se ríe; Jesús (del hebreo Yeshúa): Yehováh
salva; Yehoshafat: Yehováh juzga; Yehoram: Yehováh es exaltado; Yehonatán: Yehováh
da; Yehoyada: Yehováh sabe, etc.
Así, cuando llegamos a considerar
la promesa de Yehováh, que Él dará ¡al vencedor! un nombre nuevo, escrito en
una piedrecita según Apocalipsis 2.12-17, entender el concepto o significado del
“nombre” nos servirá para pensar cuál sería el nombre con el que Él nos
nombrará o llamará en adelante y por la eternidad.
Una de las primeras veces que
hubo un cambio de nombre o nombre nuevo (hasta donde lo podemos constatar) es
en Génesis 35.18 cuando, en circunstancias que Raquel dio a luz al último de
los hijos de Jacob (el doceavo), la partera le puso por nombre “Benoni”, que se
traduce como “Hijo de mi lamento” (porque, debilitada Raquel durante el parto,
falleció); y, tan pronto ella nombró al niño con este nombre, Jacob lo cambió
por “Benjamín”, del hebreo Binyamín, que se traduce como “Hijo de la mano
derecha”; evidentemente, bendiciendo al último de sus hijos con la dación de
este nombre, Benjamín. Antes, ustedes recordarán, Yehováh cambió el nombre de
Jacob por Israel, por lo que le dijo “no se dirá más tu nombre Jacob, sino
Israel” que, traducido, es “El que lucha con Dios” o “Dios lucha” (Génesis
32.28).
Igualmente, en Números 13.16 se
nos dice que Moisés cambió el nombre de Oseas, hijo de Nun, por el nombre de
Josué, con el que -comúnmente- le conocemos hasta hoy. El nombre “Oseas”, del
hebreo “Hoshea”, significa “Él salva” pero, cuando Moisés cambió su nombre por
“Josué”, lo que él hizo fue agregar antes de “Oseas” o “Hoshea”, el nombre
corto de Yehováh, para llamarlo “Yehoshúa”, que se traduce como “Yehováh
salva”, exactamente igual al nombre del Salvador, nuestro Señor Jesucristo o Yeshúa
Ha Mashía.
¿Qué fue lo que hicieron tanto
Jacob como Moisés? Pusieron un “nombre nuevo” a Benoni y a Oseas para, ahora,
llamarlos por el nombre de Binyamín y Yehoshúa, Benjamín y Josué. En el primero
de los casos, Jacob cambió el nombre que la partera le había asignado al último
de sus hijos, un nombre de lamentación que, por el pacto que Jacob tenía con
Yehováh Dios, desde días de su padre Abraham, no se condecía con los propósitos
que el pacto auguraban un futuro promisorio y próspero para él y su
descendencia; por lo que, en fe, él cambió el nombre de Benoni por uno nuevo,
un nuevo nombre, y puso al último de sus hijos el nombre de Benjamín: “Hijo de
la mano derecha”; y, en el segundo de los casos, Moisés -igualmente- cambió el
nombre de “Oseas” o “Hoshea” por el nombre nuevo de “Yehoshúa” o “Josué”
incorporando, en el nombre de Josué, el bendito nombre de Dios, Yehováh.
En días del bendito Yeshúa,
durante Su ministerio aquí en la tierra, leemos cómo Él cambió el nombre de uno
de Sus discípulos, me refiero a Pedro. Originalmente, él se llamaba “Simón” que,
definitivamente, es un buen nombre (significa “Por cuanto oyó Yehováh”) pero, y
porque Él vio en Simón un propósito para el Reino de Dios, cambió su nombre de
“Simón” al arameo “Cefas”, griego “Petros” o español “Pedro”:
42 Y le trajo a Jesús.
Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas
(que quiere decir, Pedro).
Juan 1.42
¿Qué fue lo que hizo el Señor con
Pedro? Sencillamente, le puso un nombre nuevo. Antes él se llamaba “Simón”
pero, desde Juan 1.42 en adelante, lo llamó (y lo llamamos) “Cefas”, “Petros” o
“Pedro”.
Se dice que Yehováh habría
cambiado el nombre del apóstol Pablo, que él antes se llamaba “Saulo” pero, que
después, se le puso el nombre de “Pablo”, con el que comúnmente le conocemos;
sin embargo, es necesario aclarar que no hubo cambio de nombre porque, ambos
nombres, “Saulo” y “Pablo” son lo mismo; solo que, el primero proviene del
hebreo “Shaúlos” y, el segundo, del griego “Paúlos”, y ambos significando
“pequeño”; y, en mi entender, Yehováh Dios mantuvo este nombre “Shaúlos” o
“Paúlos”, o sea “Pablo”, como para mantenerlo pequeño, que la grandeza de las
revelaciones no lo enaltecieran sobremanera (2 Corintios 12.7).
Y, como el caso de Pedro, hay
otros casos a lo largo del Nuevo Testamento, comúnmente reconocidos como “sobrenombres”
para, de esta manera, llamar o nombrar a una persona en particular por razón,
entre otros, del carácter o características que identificaban a la persona. Por
ejemplo: Lebeo, por sobrenombre Tadeo
(Mateo 10.3), Judas, por sobrenombre Iscariote
(Lucas 22.3), José, llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo
(Hechos 1.23), José, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé (que traducido es, Hijo de
consolación) (Hechos 4.36), Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos
(Hechos 12.12), y Judas que tenía por sobrenombre Barsabás
(Hechos 15.22).
Así, con este precedente llegamos
con mejor óptica para entender lo que en Apocalipsis 2.17 se nos querría decir
con el concepto de “un nombre nuevo”. ¿Qué es el “nombre nuevo”? A la luz de lo
expuesto aquí, es el nombre con el que Yeshúa (Jesús en hebreo) ya nos está
identificando ahora mismo y que, entonces, en gloria, nos será revelado
personalmente porque, definitivamente, nos veremos identificados, reconocidos,
distinguidos, revelados de lo que, realmente, fuimos y somos hoy para Él. Evidentemente,
Yehováh nos conoce aún más que nosotros a nosotros mismos. En Jeremías 1.5 se
nos dice “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que
nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones.” En el Salmo
139.1-6 se nos dice del perfecto conocimiento que Él tiene de nosotros y que,
por lo mismo, muy seguramente Él nos identifica de la manera más conveniente y
debida.
Cuando Yeshúa cambió el nombre de
Simón por “Pedro”, del griego Petros que, traducido, es “un pedazo o
pieza de roca”; mostró, a la luz de lo que “roca” implica, “revelación” (Mateo
16.13-18), muy seguramente que, ahora, Pedro era un producto más firme y
estable y, por lo mismo, de mayor utilidad para Su gloria y reino, para la obra
del ministerio que, como apóstol, se le encomendó. No, él no es “la Roca” (revelación
del Espíritu Santo) sobre lo cual es edificada la Iglesia del Dios viviente; es
más, después que le fue asignado el nombre de “Pedro”, él falló una y otra vez
y, una y otra vez, él llegó a ser instrumento de satanás para ser causa de
estorbo (Mateo 16.23); pero, por la gracia y paciencia de Yehováh Dios, creció
en estatura para ser como su Señor (Efesios 4.11-13; 2 Pedro 1.5-7); porque
Yehováh Dios, que conoce todas las cosas antes que sucedan, conoció a Pedro y,
por lo mismo, le dio el nombre nuevo con el que hoy le conocemos.
Confío que así será con cada uno
de nosotros. En lo personal, me deprimo al verme un inútil para Yehováh Dios
pero, si Él me llamó para Su gloria y alabanza, tal y como confío ha llamado a
todo hombre y mujer desde tiempos inmemoriales, como confío lo ha llamado a
usted que me lee, Él me perfeccionará o completará hasta el día de Jesucristo
(Filipenses 1.6); y, en razón de cómo actúe ante Él y Sus propósitos en Cristo
Jesús, muy seguramente Él me tiene reservado “un nombre nuevo”, me dará “una
piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo”, mi nombre
nuevo. ¿Cuál será? No lo se, Él lo sabe y, sin duda, me alegraré eternamente de
saber quién realmente soy para Él, por el conocimiento del nombre nuevo que,
entonces, me será asignado. Eso espero.
La gracia de Jesucristo
(Yeshúa Ha Mashía) sea con todos ustedes. Amén.
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