lunes, 24 de diciembre de 2018

¡Acciones de Gracias!

¿Por qué? –Nació Jesús

25 Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.
26 Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor.
27 Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley,
28 él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:
29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,
Conforme a tu palabra;
30 Porque han visto mis ojos tu salvación,
31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
32 Luz para revelación a los gentiles,
Y gloria de tu pueblo Israel.
33 Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él.
San Lucas 2:25-33

E
n este pasaje del Evangelio según San Lucas, el Señor Jesús tenía 8 días de nacido y, conforme a la ley prescrita para Israel, Él debía ser llevado al templo, en Jerusalén, para ser circuncidado. Así, fue llevado por sus padres de Belén a Jerusalén (Belén dista unos 10 kilómetros al sur de Jerusalén), para cumplir con este mandamiento; y se nos narra que, en aquel momento, “había en Jerusalén un hombre llamado Simeón” quién, como muchos justos y piadosos, esperaban el consolador advenimiento del Mesías o Cristo (Mesías deriva del idioma hebreo, mientras que Cristo del griego, y ambos significan “Ungido”; significando
Simeón toma en brazos a Jesús, y bendice a Dios
que el Espíritu Santo está gobernando sobre una persona). Simeón, conocedor de las promesas de Dios respecto este Mesías (en el libro de Daniel se le nombra como “el Mesías príncipe” o “principal”; porque hubieron muchos otros ungidos antes de Él, y aún los hay, hoy; solo que debemos juzgarlos si son verdaderos o falsos), esperaba a este Mesías príncipe, que sería el Salvador del mundo y, más aún, porque le había sido prometido que él no moriría sin antes verle; lo que, como ustedes comprenderán, debió mantenerlo expectante; y eso es lo que justamente produce la revelación de la Palabra de Dios alumbrando el corazón de un hombre o mujer que espera en Dios, en Su Palabra. Y, cuando los padres del Niño lo traían al templo, para hacer con Él conforme al rito de la ley, Simeón lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:

29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,
Conforme a tu palabra;
30 Porque han visto mis ojos tu salvación,
31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
32 Luz para revelación a los gentiles,
Y gloria de tu pueblo Israel.

Esa fue la manera en que Simeón bendijo a Dios, reconociendo que Aquel Niño, Jesús, era Su salvación, la manera en que Dios salvaría al mundo; y, muy seguramente, Simeón estaba muy gozoso y agradecido a Dios, de que Él estaba poniendo por obra Su plan de salvación y redención mediante Aquel Niño Quién, 33 años después, sería el Cordero de Dios que quita el pecado de este mundo.

Muchos celebrarán esta Navidad sin siquiera detenerse para elevar unas palabras de oración a Dios; oh, sí, se saludarán los unos a los otros, entregarán regalos los niños, y luego degustarán un riquísimo pavo acompañado de un caliente chocolate (aun y cuando ya estamos en temporada de calor) pero, ¿saben qué?, al Dueño del cumpleaños ni siquiera lo nombrarán y, consecuentemente, tampoco le darán las gracias. El nacimiento del Señor fue el cumplimiento de promesas que Dios hizo a Su pueblo Israel, y aún desde antes que Israel estuviera establecida que, graciosamente, involucran –inclusive- a nosotros los gentiles; por lo que las acciones de gracias también nos corresponden, son nuestro privilegio delante de Dios. Leamos, una vez más, la parte donde se nos involucra en la cita que nos sirve de meditación:

32 Luz para revelación a los gentiles,
Y gloria de tu pueblo Israel.

El judío expresaba “gentil” –generalmente- para referirse a toda gente fuera de la nacionalidad israelita; es más, en el Diccionario Strong, se dice para referirse a “gente, linaje, nación, pueblo”; por consiguiente, el v. 32 podríamos leerlo así: “Luz para revelación a las naciones”; por lo que el Apóstol Pablo entendió que el Evangelio o Buenas Nuevas dadas desde días de Abraham, involucraban a todas las naciones (Gálatas 3:8); son buenas nuevas o noticias para todos nosotros; y el problema solo estriba en que lo creamos o no. Si creemos Su Evangelio o Buena Nueva, que declara a Jesucristo como nuestro Salvador, eso agradará a Dios, y Él, de allí en adelante, tratará con nosotros como un Padre que trata con Sus hijos e hijas; sino, no.

Así, llegada la medianoche de hoy (aunque según el día establecido por Dios, éste empieza a partir de la caída del sol, hasta la proximidad de la siguiente caída; y no como lo tenemos hoy, contrario a la razón), dispongamos nuestros corazones para, aun y cuando estamos conscientes de que Jesús no nació un 25 de diciembre (hay numerosos estudios que lo demuestran), bendecir a Dios, tan igual como Simeón lo hizo; agradeciéndole por cómo Él nos envió desde Su divina gloria a Jesús, para vivir entre nosotros y, tras dar testimonio de la manera en que se debe vivir agradando a Dios, ofrecer Su vida como el pago por nuestros pecados. ¡¿No deberíamos estar agradecidos por ello?! En alguna ocasión tuve problemas de dinero y, tanto así que, estresado por la angustia de no saber cómo afrontar una deuda, hasta deseé morir o, sencillamente, dejarme dormir y nunca despertar; pero, tras recurrir a Dios en oración, pidiendo perdón por meterme en deudas, Él proveyó la manera de atender mis deudas u obligaciones; lo que trajo grande contentamiento a mi alma agobiada. ¡Cuánta más gratitud debería causar que el Señor Jesús haya pagado una deuda –prácticamente- impagable, cuando Él murió por nosotros, por nuestros pecados! En efecto, en Romanos 6:23, el apóstol escribió: “Porque la paga del pecado es muerte”; así, siendo que nadie podría argumentar que jamás ha pecado, todos mereceríamos morir; esa es la “paga” (en el griego dícese que eso es lo que merecemos); sin embargo, “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5:8). El Señor Jesús murió por mí, y por usted, por todo el que estuviera leyendo esta nota; y la única forma de apropiarnos de esa grande Verdad del Evangelio o Buena Nueva de Dios es ¡CREYÉNDOLO!, si en verdad estamos arrepentidos de todos nuestros pecados por los que Él murió. Muchos hemos fornicado y adulterado, y hoy muchas jovencitas se prostituyen vistiéndose como tales para atraer la mirada de un hombre débil; y luego se quejan de que las piropeen y, peor, hasta manoseen cuando, en la práctica, ya están siendo manoseadas  y hasta teniendo sexo en las mentes de muchos hombres faltos de templanza, cometiendo adulterio con ellas en sus corazones. Sí, el Señor Jesús dijo cierta vez: “que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (San Mateo 5:28); y eso es lo que está sucediendo hoy en día cuando usted, jovencita, y hasta señoras, se visten indecorosamente mostrando sus partes íntimas a través de prendas de vestir escasas o ajustadísimas al cuerpo (la licra), provocando la codicia de quienes la ven pasar así. El Hermano Branham dijo que, allá en el Juicio, cuando estemos en presencia del Dios que todo lo sabe, aún las intenciones del corazón, que Él condenará a muchos, y muchas, por haber cometido adulterio. Muchas mujeres Le dirán: “Pero yo fui fiel a mi esposo”; pero Él les protestará: “Tú te vestiste de esa manera, y provocaste la codicia de otros hombres, y ellos adulteraron contigo en sus corazones”; y siendo que un adulterio es entre dos personas, Él condenará igualmente a los hombres; y lo mismo sucederá con muchos, muchísimos adolescentes y jovencitos. ¿Qué debemos hacer? –Creer en el Nombre de Jesús, que Él nos fue dado para hallar perdón por TODOS nuestros pecados, y fuerzas en nuestra alma para no volverlos a cometer, para cuidar de nosotros y mantenernos puros hasta el inminente día de Su retorno.

Que esta Navidad sea motivo de meditación, en cualesquier forma que Dios le inspire a usted meditarlo, siempre y cuando esté basado en el registro Bíblico, en las Sagradas Escrituras; y que esta Navidad sea motivo de bendición a Dios, haciendo memoria –una vez más- ante Él, de aquel hecho que marcó la puesta en marcha del Plan de Salvación para con todos los hombres, para con este mundo. ¿Lo hará?

sábado, 8 de diciembre de 2018

La Navidad

¿Debemos celebrarla?

E
stamos próximos a la festividad de La Navidad que, como es tradicional, se celebra a partir de la medianoche del 25 de diciembre de todos los años. Algunos profesantes e instituciones eclesiásticas críticos, y porque les asiste razón, juzgan de muchas maneras esta festividad y, haciendo uso del conocimiento de las Sagradas Escrituras, para juzgar de hasta pagana esta festividad para, definitivamente, no celebrarla, y mucho menos asentir a todo el consumismo que –debemos de reconocerlo- acompaña a esta festividad con la compra de regalos para los niños, el consumo de hasta exquisitos potajes para ser degustados en “noche buena”, además del tradicional chocolate y panetón y, lo que es peor, llegándose a profanar, si así lo pudiéramos llamar, una festividad que debería ser causa de gratitud a Dios, en tanto que supuestamente se celebraría el nacimiento de Jesús, el Señor de nuestra salvación porque, y como inclusive se mal acostumbra hacer durante la Pascua (Semana Santa), muchos van a usar de esta festividad como ocasión para el consumo desenfrenado del alcohol, fiestas y hasta el sexo. Si realmente creyéramos que nuestro Señor nació un 25 de diciembre, lo lógico y natural sería celebrar ese día (o noche) –de repente- empezando con una vigilia, con cánticos de gratitud a Dios, y con una renovada búsqueda de Dios entre quienes amamos que Él se manifieste conforme a Sus preciosas promesas; pero, la verdad es otra.

En efecto, debemos admitir, quienes por lo menos leemos las Sagradas Escrituras, que el Señor Jesús no nació un 25 de diciembre porque en Belén de Judá, ciudad donde los Evangelios registran que fue el lugar de Su nacimiento, el mes de diciembre (corresponde a los meses de Kislev y Tevet del calendario hebreo o israelí) es temporada de invierno; y, por el relato en el Evangelio según Lucas capítulo 2, entendemos que José y María, embarazada del Señor Jesús, fueron obligados a trasladarse desde la ciudad de Nazaret, donde residían, hasta la ciudad de la serranía de Belén, por razón de un empadronamiento ordenado por el emperador Augusto César; lo que jamás hubiera sucedido durante la temporada de invierno cuando, y por causa de la nevada que cae durante el invierno, es difícil trasladarse y que, como todo estadista sabio, muy seguramente las autoridades de aquel tiempo procedieron a cumplir con esta ordenanza durante una temporada más templada, quizá en primavera u otoño, antes de la temporada de invierno; a fin de facilitar el traslado de todo Israel para cumplir con esta ordenanza de empadronamiento. Dios siempre ha hecho claro un misterio a través de Sus profetas y, a la fecha, cada misterio que pudiéramos hallar en el Antiguo Testamento, lo podemos hallar claros en las enseñanzas de los apóstoles o cartas apostólicas (de Romanos a Judas) e, inclusive, en el Apocalipsis (que hoy mismo se está cumpliendo a la luz de los actuales acontecimientos); sin embargo, y por alguna razón que no comprendemos, Él nunca reveló el día de este importantísimo acontecimiento como parte del cumplimiento de Su prometido Evangelio o Buena Nueva; lo que, y como lo vemos fue la manera de proceder de los profetas de antaño, jamás debió ser motivo para una atrevida interpretación privada y, lo que es peor, contraria a la razón por el argumento de la temporada de invierno durante el mes de diciembre (Kislev y Tevet del calendario hebreo o israelí).

En consecuencia, ¿deberíamos celebrar la navidad o nacimiento del Señor Jesús, un 25 de diciembre? Pues, no; como a nadie le gustaría que le celebraran su cumpleaños en una fecha en que no hubiera nacido, ¿verdad que no? Sin embargo, y aun cuando debemos admitir que esta tradicional fecha de navidad es una invención propia de la irreverencia de los religiosos de aquel tiempo (mediados del siglo IV), debemos igualmente admitir que, por razón de esta festividad, en muchas de las iglesias cristianas con suficiente y sano fundamento Escritural o Bíblico, es ocasión para abordar las Escrituras que –justamente- tratan acerca del nacimiento del Salvador y, de esta manera, hallar una y mil riquezas contenidas en este acontecimiento Divino, que Dios se hizo carne u hombre, tal como nos lo dice el Evangelio según Juan 1:1 y 14: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.” En el original griego la palabra “Verbo” se traduce como “Palabra”, por lo que podemos decir igualmente: “En el principio era la Palabra, y la Palabra era con Dios, y la Palabra era Dios.” Para, ya en el versículo 14, culminar diciéndosenos: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” “Y aquella Palabra”, Quien es Dios según Juan 1:1, “fue hecha carne”, y Éste fue Jesús, Dios humanizándose, para llegar a ser el Pariente Redentor prometido mediante los profetas. ¡Oh, esto es como para saltar y gritar de gozo! El hecho de que Dios se humanizó o hizo carne, y Le conocimos con el Nombre de Jesús, nos explica el determinado interés de un Dios por Su creación, una creación condenada a perdición de no haber venido Jesús, el Salvador del mundo.

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Juan 3:16

Así, aun cuando mal haríamos en celebrar un 25 de diciembre como nacimiento del Señor Jesús, bien haríamos en usar de esta ocasión para meditar y regocijarnos en el hecho de Su nacimiento que, registrados en los Evangelios según Mateo y Lucas, traen la suficiente revelación para nuestro regocijo en el Señor, y acciones de gracias, nuestro reconocimiento; y que, así como Él cumplió en traer al Salvador, en Su primera venida, nacido de una virgen, María, para mostrarnos que así es la manera en que Él nace hoy, en corazones igualmente vírgenes, no contaminados por una fornicación espiritual (ligados a dogmas, doctrinas y tradiciones contrarios a las Sagradas Escrituras, de lo cual debemos arrepentirnos); y así cómo Él cumplió con darnos vida en Cristo Jesús, cuando Él pagó por todos nuestros pecados en la cruz; así, Él cumplirá toda profecía pendiente de cumplimiento a la fecha: la restauración de Israel, la resurrección de los muertos en Cristo (la primera resurrección), la transformación de nuestros cuerpos y nuestra reunión con el Señor en los aires (el Arrebatamiento o Rapto de la Iglesia); la Gran Tribulación, las Copas de la Ira de Dios, el Milenio, la destrucción de todo este ecosistema pecaminoso, la Nueva Jerusalén en nueva tierra y nuevos cielos donde moran la justicia, y la Eternidad, vuelta con Dios por razón del Verbo o Palabra de Dios; la Esposa del Cordero al lado de su Esposo, el Señor Jesucristo, la Palabra de Dios, por siempre. Amén.

Que esta “noche buena” del 25 de diciembre sea ocasión para, en familia o congregación, entre amigos vecinos o no, elevar una oración de gratitud porque, una noche de la cual no tenemos registro, pero tan seguros de que sí sucedió en cumplimiento a la promesa de Dios (Isaías 7:14; 9:6), nació el Salvador del mundo, nuestro Señor Jesús, el Regalo de Dios para un mundo necesitado. Que esta navidad no nos embriaguemos con tanto ornamento que solo aquello que pudiera representar este acontecimiento, como lo es un nacimiento y las estatuillas del Niño, José y María, y todo aquello que pudiera describir el ambiente donde se sabe que nació el Rey de Israel, el Rey de Su Iglesia, y con la mayor humildad en un pesebre, un receptáculo o depósito en el que se les deja el alimento a los animales para que éstos puedan comer; y acompañado de animales domésticos que acostumbran estar en un establo porque, según se narra en Lucas 2:7: “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.” Evitando todo aquello que sí tiene trasfondo oscuro y pagano, como el árbol y todo el confite con que hoy se acostumbra adornar, las medias o calcetines colgando y, lo que pertenece a la mitología nórdica, con la presencia de un Papa Noel, San Nicolás o Santa Claus, que un cristianismo desprovisto del conocimiento de la Palabra de Dios y con apariencia de piedad adoptó a partir del siglo IV.

miércoles, 25 de julio de 2018

Una Patria Celestial


8 Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.
9 Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa;
10 porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
13 Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.
14 Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria;
15 pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver.
16 Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se averg:uenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.
Hebreos 11:8-10, 13-16

Abraham esperaba la Ciudad, Cuyo Arquitecto y Constructor
es Dios
En esta porción de la Escritura, el Apóstol Pablo sintetiza de cómo el patriarca Abraham, en obediencia a la voz de Dios, salió de su tierra natal, en Ur de los Caldeos, para venir y habitar a lo largo de Canaán, la tierra que Dios le prometió entregar para él y su descendencia. El apóstol, tras leer el mismo registro que nosotros tenemos del libro de Génesis, donde se narra la travesía de los patriarcas, concluye que Abraham, Isaac y Jacob habitaron como extranjeros en la tierra prometida, “como en tierra ajena” y que, señal de ello, fue que habitaron en tiendas, no edificando casas, y menos ciudades; para, en el v. 10, explicar el porqué de esta actitud nómada, “porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.”

Cuando escudriñamos las ciudades que fueron establecidas desde Adán hasta Abraham, notamos que éstas fueron establecidas por la descendencia de Caín (Cap. 4) y, después, por la descendencia de Cam (Cap. 10); mientras que la descendencia de Set, hijo de Adán en sustitución de Abel, “su semejanza, conforme a su imagen” (Génesis 5:3) y, más tarde después del diluvio a través de la línea piadosa de Sem, ellos vivieron -prácticamente- nómadas, en carpas porque, sin duda alguna y al igual que Abraham, anhelaban “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.”

En el Salmo 127:1ª se dice: “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican…”. Del mismo modo, si Jehová no establece una ciudad, en vano los que la establecen o fundan. Conocemos, a través de la historia universal, de ciudades que fueron la admiración de generaciones venideras, por su gloria y esplendor, y porque vieron la aparición de personalidades que aportaron para engrandecerlas; pero que, al cabo del tiempo, desaparecieron bajo el manto del polvo y el olvido. Hoy mismo los arqueólogos descubren estas ciudades, de las cuales solo queda vestigios de una grandeza de la cual se vanagloriaron en el pasado.

Abraham estaba convencido que, si Dios no fundaba la ciudad, todo proyecto sería un fracaso. Él anheló una ciudad con fundamentos o cimientos tan estables como la eternidad y, mientras no venía a establecerse esta ciudad, en tanto no la recibió en su tiempo, ni en el tiempo de Isaac, su hijo, y su nieto Jacob, él la miró de lejos (en el futuro), creyendo la promesa y saludándola, esto es, gozándose porque él creía que sería una realidad en algún momento de la historia y, por consiguiente, “confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra”, sobre una tierra que, inclusive, Dios les había prometido dar en heredad: “[Yo te] la daré a ti y tu descendencia para siempre.” (Génesis 12:7; 13:14-15; 15:18-21).

14 Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria;
15 pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver.
16 Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.
Hebreos 11:14-16

¿Qué es una patria?

En el diccionario de la RAE (Real Academia Española) se dice: 1. Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos históricos, afectivos o jurídicos. 2. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido.

Pero en el griego, idioma en que fue escrito el Nuevo Testamento, obstante que -prácticamente- se dice lo mismo respecto a la palabra “patria” (Del Gr. Patris, significando tierra patria, i.e. población nativa, patria, tierra); advertimos que esta palabra tiene la misma raíz que la palabra “patriarca” (Del Gr. Patriarjes, significando progenitor, descendencia [ascendencia] paternal). Esto es, cuando Abraham buscaba o anhelaba una patria, él estaba anhelando volver a sus raíces, a sus orígenes.

Abraham buscaba o anhelaba una patria digna de él y, en el v. 16, el apóstol hace esta precisión, “una mejor”. En el griego, la palabra “mejor” se escribe “kreitton”, y significa más fuerte; mejor, i.e. más noble; lo que nos da una idea de estabilidad y confiabilidad; y, seguidamente, él concluye “una celestial”, una patria tan fuerte o estable como la inquebrantable justicia que se guarda e impera en los cielos, donde mora Dios.

En Mateo 6:10, el Señor Jesús, enseñándonos a orar, dijo: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.”; y, tras Su sacrificio en la cruz, donde se consumó el perdón de nuestros pecados, y con el advenimiento del Espíritu Santo, Dios mismo habitando en hombres y mujeres arrepentidos de sus pecados, el Reino de los Cielos se está manifestando sobre la tierra; el reino de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14:17), gobernando sobre las vidas de quienes gustamos las Palabras del Reino (Mateo 13:19). De hecho, solo los que oyeron, creyeron y obedecieron las Palabras del Reino, solo ellos recibieron el Espíritu Santo de la promesa a lo largo del libro de Los Hechos, la promesa que anhelaron Abraham, Isaac y Jacob, y todo santo desde entonces, para vivir sujetos a la justicia de Dios, considerando Su Palabra, Su consejo en todo momento y lugar.

El Señor Jesús nos prometió ir a prepararnos morada en la Casa de Dios, el Cielo y, muy probablemente, Él ya los tiene listos hoy; y solo resta que el último pecador predestinado venga al arrepentimiento, sea bautizado en las aguas invocando el Nombre de Jesús, le sean perdonados sus pecados y reciba el Sello del Espíritu Santo y, tan luego esto ocurra, la dispensación gentil habrá llegado a su fin, Dios se volverá a los judíos, la primera resurrección y el rapto de los verdaderos cristianos tomará lugar. El Apóstol Pedro dice lo siguiente:

9 El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.
10 Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.
11 Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, !!cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir,
12 esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!
13 Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.

2 Pedro 3:9-13

Y el Hermano Branham da detalles de cómo esta Patria Celestial, la Nueva Jerusalén, se establece tras Dios limpiar -primeramente- esta tierra para hacerla habitable:

144 El hace con la tierra, la cual Él va a usar en un plan de redención, de la misma manera. Se arrepintió y fue bautizada en agua, en...por Noé. Jesús vino y la santificó, al derramar Su Sangre sobre ella, y la reclamó. Y en la Nueva Tierra que ha de venir, ha de tener un bautismo de Fuego santo, para limpiarla de todo demonio, todo germen, toda enfermedad, todo lo que hay, y hacerla de nuevo. “Vi un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva”.
193 Y, nuevamente, en Mateo 5:5, Jesús dijo: “Los mansos recibirán la tierra por heredad”. No van a, sólo a tener otra tierra. Simplemente va a ser la misma tierra. Estoy tratando de traerles el—el plan de redención a Uds., antes, si no toco nada más, ¿ven? El bautismo de Fuego, en ella, sólo es para limpiarla y hacerla un lugar apropiado para que Sus mansos vivan en él. ¿Ven? ˇOh!
     194 Así como nos hizo a nosotros, Su creación, para vivir en ella. Antes de que El pudiera entrar en ella, Él tenía que darnos el bautismo de Fuego; luego el Espíritu Santo entra y vive, bautismo de Fuego. Entonces, cuando uno recibe ese bautismo de Fuego, entonces el Espíritu Santo puede entrar. ¿Qué? A medida lo hace, quema todo lo contrario a la Palabra, de uno. ¿Ven? No va a creer nada más sino la Palabra, porque es la Palabra. ¿Ven? ¿Ven? ¿Ven?
64-0802 El Futuro Hogar Del Novio Celestial Y La Novia Terrenal

Sí, “cielos nuevos y tierra nueva en las cuales mora la justicia”; y esa es la patria que Abraham anheló para vivir y que, por ello mismo, dejó la corrupta Ur, y ni pensó retornar allí; pues, si hubiera estado pensando en aquella de donde salió, ciertamente tuvo tiempo para volver (Hebreos 11:15); pero, tanto él como Isaac y Jacob, y todo santo desde entonces, anheló el Reino de Dios y Su justicia (Mateo 6:33), el Espíritu Santo morando en nuestros corazones, siendo guiados a toda Verdad (Juan 16:13); y, porque Él declaró: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.” (Mateo 5:5), entonces vamos a heredar esta tierra, un mundo nuevo donde moran la justicia, donde ya no habrá pecado; y esa es la patria que todo santo e hijo de Dios anhela igualmente como Abraham, una patria o estado o reino donde no hay corrupción, no hay malicia ni codicia, no se practica la mentira y tampoco el robo, no se defrauda, no se fornica o adultera mancillando el lecho matrimonial, no se practica toda forma de perversión sexual que hoy nuestros gobernantes pretenden legalizar como naturales o normales. Esa es la patria o la tierra a la que anhelamos retornar para encontrarnos con todos los santos de todos los tiempos y, lo que es más sublime aún, en la Presencia de Aquel que nos amó y compró esta Patria Celestial, un Reino de Justicia, la Nueva Jerusalén, en la Presencia de nuestro Señor y Dios Jesucristo. Amén.

jueves, 14 de junio de 2018

Palabras de Aliento: La Resurrección


Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza.
Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en Él.
Por lo tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.
1 Tesalonicenses 4:13-14 y 18

L
a muerte siempre produce tristeza, congoja, y hasta depresión; y, cada vez que esta mal venida invitada tocó nuestra puerta, o la de un familiar o vecino cercano, hemos reaccionado ante ésta según la fe que tengamos en el conocimiento acerca de la muerte, y la consoladora verdad acerca de la resurrección de los muertos.

En el Antiguo Testamento, ya tenemos el claro registro de que, quienes partían de esta vida presente, simplemente “dormían” con sus padres (Ejemplo: 1 Reyes 2:10), o se reunían con ellos; por lo que, ya por aquellos tiempos, el pueblo de Dios sabía que tras la muerte solo había un periodo de tiempo tras lo cual, tras “dormir”, el pariente que partió sería despertado para una existencia eterna (Job 19:25-27).

Como todos sabemos, Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza (Génesis 1:26; 5:1) y, por consiguiente, lo hizo para vivir eternamente; y solo, para asegurarle que viviera eterno o para siempre, le aconsejó que no comiera del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Sin embargo, Adán y su mujer comieron de este árbol y, desde entonces, la muerte ingresó en la humanidad y toda la economía de la creación, una creación que -igualmente- fue concebida con sentido para existir eternamente y sin corrupción. Amén, porque en Romanos 8:21 se nos declara quela creación misma será libertada de la esclavitud de esta corrupción, tan luego la adopción o transformación de nuestros cuerpos ocurra tras la resurrección o el despertar de los que duermen en Cristo.

Luego, los profetas anticiparon la vida eterna y, por evidente, la resurrección de los justos (Isaías 26:19; Daniel 12:2,3 y 13); porque en la eternidad este mundo (también renovado para entonces) solo va a estar poblado por justos (Salmo 37:29); y, en días de nuestro Señor Jesús, es evidente que los judíos tenían un concepto limitado y hasta distorsionado de esta consoladora Verdad, por lo que las palabras del Señor, registradas en los 4 Evangelios, no solo corrigen esta limitación y distorsión, pero consecuentemente traen un profundo consuelo al alma del creyente.

Por ejemplo, en Mateo 9:18-26 (compárese con Marcos 5:21-43 y Lucas 8:40-56) se relata la resurrección de la hija de Jairo, un principal en el pueblo. En los versículos 24-25, se registra lo siguiente:

24 les dijo: Apartaos, porque la niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él.
25 Pero cuando la gente había sido echada fuera, entró, y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó.

Y, en Lucas 7:11-17, un pasaje que nos habla de la empatía del Señor cuando, compasivo, resucitó al hijo de una mujer viuda, su único hijo que era su sostén.

En Juan 5:21-29, el Señor declara Su autoridad para resucitar a los muertos:

21 Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida.
22 Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo,
23 para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.
24 De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.
25 De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán.
26 Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo;
27 y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre.
28 No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz;
29 y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.

En Juan 6:40, el Señor declara: “Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en Él, tenga vida eterna; y Yo le resucitaré en el día postrero.

Y, en Juan 11:11, cuando la muerte y resurrección de Lázaro, el Señor afirma: “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle.” ¡Aleluya! Y, más adelante en los versículos 38 al 44 de este capítulo, podemos leer de cómo aconteció esta gloriosa resurrección.

Finalmente, en Juan 16:16-24, cuando Él les está declarando a Sus discípulos, que Él sería quitado de entre ellos, en tanto esta noticia les causó tristeza, Él termina afirmándoles estas consoladoras palabras acerca de Su resurrección y reencuentro con ellos, poco antes de ascender al cielo:

20 De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo.
21 La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo.
22 También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.

Con esta grande Verdad en sus corazones, y confortados o fortalecidos por la presencia del Espíritu Santo prometido, los discípulos dieron testimonio de la resurrección del Señor y de los muertos en Cristo, los que “duermen”: Hechos 1:22; 2:24, 30 y 31; 3:26; 4:2 y 33; 5:30; 10:40; 13:30, 34 y 37; 17: 18, 31 y 32; 23:6 y 8; 24:15 y 21; 26:23 y, en las cartas apostólicas, Romanos 1:4; 4:24; 6:5; 10:9; 1 Corintios 6:14; 15:12; 15:13, 21 y 42; Filipenses 3:10 y 11; Colosenses 2:12; Hebreos 6:2; 11:19 y 35; y 1 Pedro 1:3; 3:21. Y de aquí que el apóstol empieza diciendo a los tesalonicenses de entonces, y a creyentes de todos los tiempos: “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en Él.” (1 Tesalonicenses 4:14).

La ascensión de los muertos y transformados en Cristo

En 1 Corintios 15:51-58, el apóstol da por menores de este glorioso evento de la resurrección y transformación de nuestros cuerpos, de todos aquellos quienes hemos creído en Él y Su Evangelio, no en cualquier doctrina contraria al Espíritu de las Escrituras, la Biblia; por lo que les insto a volver sus corazones al Dios de la Biblia, único en ser digno de todo honor, alabanza y adoración; Él es la Roca de la Eternidad; porque de Él son las promesas de Vida Eterna, y para los que guardan Su Palabra (tras leerla en Espíritu de oración, con genuino interés) y obedecer Sus mandamientos.

Cuando el apóstol Pablo llegó al final de sus días en esta parte de la vida, sabiendo que pronto iba a ser ejecutado -injustamente- por las autoridades romanas; él no se deprimió ni acobardado pidió clemencia o indulto; no, él no hizo estas cosas; pero, fortalecido por la fe en la Verdad de la Vida Eterna, que destruirá a esta muerte pasajera, exclamó estas magistrales palabras:

6 Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano.
7 He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.
8 Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.

¿Por qué Pablo tuvo la entereza para hacer una declaración así? -Porque él conocía la Resurrección y la Vida, él conocía a Jesús.

En Apocalipsis 20:4-5 se nos hace referencia a la primera resurrección; mientras que la segunda resurrección ocurrirá después del Milenio, tras el juicio ante el Gran Trono Blanco (Apocalipsis 20:11-15).

Por lo tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.” (1 Tesalonicenses 4:18). Amén, Señor Jesús. Amén.

martes, 12 de junio de 2018

Tome su cruz cada día, y sígame

¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo, “Tome su cruz cada día, y sígame” (Mateo 16:24; Marcos 8:34; Lucas 9:23)?

C
omencemos con lo que Jesús no quiso decir. Muchas personas interpretan la “cruz” como una carga que deben llevar en sus vidas: una relación tensa, un trabajo ingrato, una enfermedad física. Con orgullo autocompasivo, dicen, “Esa es mi cruz que tengo que llevar”. Dicha interpretación no es lo que Jesús quiso decir cuando dijo, “tome su cruz cada día, y sígame”.

Cuando Jesús llevó Su cruz hasta el Gólgota para ser crucificado, nadie estaba pensando en la cruz como símbolo de una carga que había que llevar. Para una persona en el primer siglo, la cruz significaba una cosa y sólo una cosa: la muerte por la forma más dolorosa y humillante [Gálatas 3:13; Deuteronomio 21:23] que los seres humanos podrían soportar.

Dos mil años después, los cristianos ven la cruz como un símbolo valioso de la expiación, perdón, gracia y amor de Dios; pero en los días de Jesús, la cruz representaba solamente muertes tortuosas. Puesto que los romanos obligaban a los condenados llevar sus propias cruces al lugar de la crucifixión, el llevar una cruz significaba llevar su propio mecanismo de ejecución mientras se enfrentaban al ridículo por el camino a la muerte; y, como un leproso que estaba instruido a proclamar su inmundicia, exclamando “Inmundo”, cada vez que pretendía acercarse al campamento o pueblo; así, la cruz era para el judío una proclama, una exclamación de su maldición, lo que seguramente les significaba una grande humillación.

Por lo tanto, “tome su cruz cada día, y sígame” significa estar dispuesto a morir con el fin de seguir a Jesús. Es un “morir a sí mismo”. Es un llamado a la entrega absoluta, sin reservas ante Dios. Después que Jesús ordenó llevar la cruz, dijo, “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará. Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?” (Lucas 9:24-25; Mateo 16:26; Marcos 8:35-36). Aunque el llamado es difícil, la recompensa es incomparable.

Dondequiera que Jesús iba, Él atrajo a multitudes. Aunque estas multitudes a menudo lo seguían como el Mesías, Su punto de vista de quién realmente era el Mesías y lo que iba a hacer, estaba distorsionado. Pensaron que Cristo traería consigo la restauración del reino. Creían que los liberaría del régimen opresor de sus ocupantes romanos. Incluso el propio círculo íntimo de los discípulos de Cristo creían que el reino vendría inmediatamente (Lucas 19:11). Cuando Jesús comenzó a enseñar que iba a morir a manos de los líderes judíos y los gentiles feudales (Lucas 9:22), Su popularidad se vino abajo. Muchos de los seguidores escandalizados lo rechazaron. Verdaderamente, no fueron capaces de dar muerte a sus propias ideas, planes y deseos, para intercambiarlos por los de Jesús [porque eso es lo que implica, fundamentalmente, el “tome su cruz cada día”]. En Mateo 16:24, el Señor agrega algo fundamental para el éxito de nuestro llamado, el “negarnos a nosotros mismos”; porque, como bien lo dice el Proverbio 3:5-8, “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia”, en tu propio saber.

Seguir a Jesús es fácil cuando la vida va muy bien; pero nuestro verdadero compromiso con Él se revela durante las pruebas. Jesús nos aseguró que las pruebas vendrían a los que lo seguían (Juan 16:33). El discipulado exige sacrificio, y Jesús jamás ocultó ese costo.

En Lucas 9:57-62, tres personas parecían dispuestos a seguir a Jesús. Cuando Jesús los cuestionó más adelante, su compromiso fue a medias en el mejor de los casos. Fallaron al no medir el costo de seguirlo. Ninguno estaba dispuesto a tomar su cruz, crucificando sus propios intereses.

Por lo tanto, Jesús apareció para disuadirlos. ¡Qué tan diferente a la típica presentación del evangelio, hoy! ¿Cuántas personas podrían responder a un llamado al altar que fuera, “Vamos a seguir a Jesús, y a enfrentar la pérdida de los amigos, la familia, la reputación, la carrera y, posiblemente hasta su vida”? [Sin embargo, hay también la posibilidad de traerlos a todos al Reino y genuino compañerismo o comunión con Dios]. El número de falsos convertidos disminuiría. Éste llamado es lo que Jesús quiso decir cuando dijo, “tome su cruz cada día, y sígame”.

Si te preguntas si estás dispuesto a tomar tu cruz, considera lo siguiente:
“¿Estás dispuesto a seguir a Jesús, si esto significa perder a algunos de tus amigos más cercanos?
“¿Estás dispuesto a seguir a Jesús, si esto significa la alienación de tu familia?
“¿Estás dispuesto a seguir a Jesús, si esto significa la pérdida de tu reputación?
“¿Estás dispuesto a seguir a Jesús, si esto significa perder tu trabajo?
“¿Estás dispuesto a seguir a Jesús, si esto significa perder tu vida?

En algunos lugares del mundo, estas consecuencias son una realidad. Pero observa que las preguntas están redactadas, “¿Estás dispuesto?”. Seguir a Jesús no significa necesariamente que todas estas cosas te van a pasar, pero ¿estás dispuesto a tomar tu cruz? Si llega un punto en tu vida donde te enfrentas a una elección - Jesús o las comodidades de esta vida, tu reputación, Etc., ¿qué elegirías?

El compromiso con Cristo significa tomar la cruz cada día, renunciando a las esperanzas, sueños, posesiones, incluso la propia vida si es necesario por la causa de Cristo. Sólo si voluntariamente tomas tu cruz estás en condiciones para ser Su discípulo (Lucas 14:27). La recompensa vale la pena. Jesús siguió Su llamado de muerte a Sí mismo (“tome su cruz cada día, y sígame”) con el don de la vida en Cristo: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 16:25).

[Trabajo tomado de la web: https://www.gotquestions.org/Espanol/toma-tu-cruz.html, aunque editado en algunas pocas partes]

miércoles, 6 de junio de 2018

Israel, el Reloj para la Iglesia...


Y la Iglesia, el Reloj para Israel

12 Y si su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plena restauración?
15 Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?
25 Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles;
26 y luego todo Israel será salvo, como está escrito:
    Vendrá de Sion el Libertador,
    Que apartará de Jacob la impiedad.
27 Y este será mi pacto con ellos,
Cuando yo quite sus pecados.
Romanos 11:12, 15, 25-27

M
ediante estas citas Bíblicas, el apóstol Pablo parece relacionar a ambos pueblos: Israel y la Iglesia, en el desarrollo de lo que serían los últimos acontecimientos en este mundo, en relación con la redención de ambos pueblos.

1 Corintios 15:51-58 y 1 Tesalonicenses 4:13-18 nos revelan el momento mismo de la resurrección de los muertos en Cristo (los que duermen), y la transformación o glorificación () de nuestros cuerpos -justamente con ellos- para ascender al cielo y encontrarnos con el Señor Jesús en las nubes; “y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17); pero Romanos 11 nos revela más información para entender que los últimos acontecimientos de la Iglesia están, inevitablemente, en gloriosa relación con el remanente de Israel, los 144,000 de Apocalipsis 7:1-8.

Aquí, en Romanos 11, el apóstol declara que todo cuanto sucedió a Israel gravitó en beneficio de la Iglesia: “su transgresión es la riqueza del mundo, … su defección [es] la riqueza de los gentiles”; y, siguiendo esa misma dinámica de deducción, concluye preguntándose: “¿cuánto más su plena [o total] restauración?”. Nótese que él no dice “cuánto menos”, sino “cuánto más”, para significar que la restauración de Israel redundará en aún mejores consecuencias en beneficio de la Iglesia en comparación con la bendición que nos ha resultado -hasta ahora- la transgresión y defección de Israel; para, y con esta misma dinámica deductiva, concluir en el v. 15:

15 Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?

¿A qué se está refiriendo el apóstol? A la resurrección de los muertos en Cristo.

Hoy, la Iglesia disfruta la reconciliación por causa de la exclusión y defección de Israel; pero, pronto, muy pronto, verá la resurrección de sus muertos cuando Israel sea admitida; y, para entender esta mecánica de la admisión, el apóstol incluye la figura de un Olivo, su raíz y ramas; donde Israel es el Olivo natural, mientras la Iglesia Gentil el Olivo silvestre; ambos sostenidos por la misma Raíz, Dios.

17 Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo,
18 no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti.
19 Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado.
20 Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme.
21 Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará.
22 Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.
23 Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar.
24 Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo?
Romanos 11:17-24

Esto me recuerda a la declaración del apóstol en Gálatas 3:28: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” ¿Verdad que sí? Porque el anhelo de Dios siempre fue la unidad de Su pueblo, Israel e Iglesia Gentil; todos en una única Iglesia constituida por Sus escogidos.

Finalmente, esta dramática relación entre la Iglesia e Israel; que los hechos que le acontecen a Israel redundan en beneficio de la Iglesia; ahora, y como en respuesta, lo que le acontece a la Iglesia redundará en beneficio de Israel, el remanente, resto o restante, los que faltan para la cumplir también la plenitud de Israel.

25 Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles;
26 y luego todo Israel será salvo…
Romanos 11:25-26

Así, las experiencias finales de la Iglesia e Israel parecen estar muy estrechamente afectadas, tanto así que el desenlace de la una tendrá enorme significado e influencia para la otra y, en particular para la Iglesia, no bien ésta vea a Israel siendo vuelta a ser visitada por Dios, y admitida o injertada en el Olivo (el Reino de Dios), tal como nos lo relata el apóstol en este capítulo 11 de Romanos, esto causará que la Iglesia Verdadera, los escogidos, no bien haya entrado el último predestinado (la plenitud de los gentiles), arda en profunda fe y regocijo, al ver que su redención, tantas veces proclamada desde días del mismo Señor Jesús (Lucas 21:28), está cerca, a las puertas; que es inminente; y, con corazones plenamente santificados en fe viva, acontecerá la resurrección de los que duermen o muertos en Cristo y, seguidamente, la transformación de nuestros cuerpos, para dar lugar a la manifestación y libertad gloriosa de los hijos de Dios (Romanos 8:18-23), poco antes de ascender (con cuerpos glorificados que superarán la gravedad de la tierra) al cielo y encontrarnos con el Autor y Consumador de esta preciosa fe, nuestro Señor Jesús, en las nubes, y para siempre jamás.

Si este pequeño estudio es correcto (no digo que lo sea, pero es lo mejor que percibo serán estos últimos acontecimientos entre la Iglesia e Israel, conforme lo rescato de estas Escrituras), y siendo que Israel pasará por la Gran Tribulación, entonces es muy posible que la Iglesia también pase por lo mismo o, a lo sumo, lo vea muy de cerca hasta ser levantada o arrebatada (el rapto) de la tierra al cielo. Pero si lo expuesto aquí no es acertado, lo cierto es que todos estos acontecimientos están muy cercanos, porque Israel está reverdeciendo (Mateo 24:32); de una u otra manera, Israel es respetada por un mundo que repudió al judío inmigrante, y con la complicidad de la Iglesia Católica e, inclusive, muchas iglesias denominacionales; y, en cualquier momento, Dios los visitará mediante estos dos olivos o profetas (porque ellos solo reconocerán a sus profetas, plenamente vindicados o probados ser profetas) de Apocalipsis 11:1-14, durante el Segundo Ay (v. 14), quienes conmocionarán el mundo con las señales que manifestarán en el poder del Espíritu Santo.

6 Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran.
Apocalipsis 11:6

2 Vi también a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la tierra y al mar,
3 diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios.
4 Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel.
Apocalipsis 7:2-4

Sí, es evidente que estos 144,000 israelitas, el remanente, resto o restante de Israel, reaccionará positivamente a la prédica de sus dos profetas, y los reconocerán por las señales sobrenaturales que harán, como en tiempos de Moisés y Elías; tras lo cual creerán el mismo Evangelio que hoy disfruta la Iglesia de Jesucristo y, arrepentidos, serán bautizados (sumergidos) en agua invocando el Nombre de Jesús, para el perdón de sus pecados, y recibirán el Espíritu Santo de la promesa, tal y como lo instruyó -por primera vez- el apóstol Pedro en Hechos 2:38. Así es como estos 144,000 israelitas serán sellados con el Espíritu Santo; con lo cual, muy seguramente, estarán más que capacitados para soportar la Gran Tribulación, antes que contaminarse con el mundo, el dominio de la Bestia y la Imagen de la Bestia; antes de aceptar la abominable Marca de la Bestia, el 666 (según lo enseña el Rev. Branham, es la doctrina de la trinidad; que los genuinos judíos o israelitas jamás recibirán).

27 También Isaías clama tocante a Israel: Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo;
28 porque el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra en justicia y con prontitud.
Romanos 9:27-28

Que así sea, Señor Jesús. Amén.