domingo, 19 de mayo de 2019

TODAS LAS COSAS AYUDAN A BIEN

28 Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
29 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.
30 Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.
Romanos 8:28-30

Israel en Egipto, 40 años de tribulación
Meditaba en cómo Israel estuvo bajo el yugo egipcio, por 40 años y que, el estar bajo condiciones cada vez más difíciles, ásperas, duras e intolerantes de soportar, a no ser que hubiera Algo que los animara o, por lo menos, consolara para soportar tanto maltrato y humillación, que todo eso les serviría -de alguna manera- para lo porvenir, para la etapa que les esperaba por delante, y prometida por el Dios de toda consolación para, de esta manera, no permitir que la amargura los contaminara al punto de ser irreversibles amargados contra Dios y Su promesa para darles el reposo que Él les había prometido desde tiempos de su padre Abraham. Cuando vemos la vida de Israel, lo que comúnmente llamamos “Judíos” (aunque los judíos son solo parte y una de las tribus de esa gran familia llamada “Israel”, el pueblo de Dios, la “oliva natural” como lo llama el Apóstol Pablo), es para vernos a nosotros mismos, la Iglesia del Dios Viviente; porque, así como Dios trató con Israel, Él ahora está tratando con nosotros. El apóstol habla de “la consolación de las Escrituras” y, en efecto, en toda la Escritura, la Palabra de Dios vamos a hallar consolación conociendo que, para Dios, no hay acepción de personas y que, por consiguiente, así como Él trató a un creyente allá en la antigüedad, de igual manera, Él tratará -bajo las mismas circunstancias- igual con un creyente, con un santo o santa hoy, porque Él es el mismo de ayer, hoy y siempre. El reconocer esta grande y sencilla Verdad, una Verdad de fundamento, nos consuela y anima a perseverar en la fe de Jesucristo, nuestro Señor, para no desmayar -precisamente- en momentos de angustia, presión, desánimo, problemas, enfermedad, persecución, tribulación y tentación. Oh, el enemigo de nuestras almas es un príncipe de maldad; sí, seguro que lo es, pero Dios es Todo-poderoso, y suficiente para salvarnos, protegernos, guardarnos seguros y fortalecidos de toda artimaña suya, de toda trampa; y en la Biblia vemos su destrucción, mientras que, con la misma claridad, la exaltación de Su Iglesia, los santos y santas que hemos sido rescatados y trasladados al Reino de Su Hijo, ahora mismo; para, en medio de toda tribulación y angustia, vivir vidas dignas que den gloria y alabanza a Aquel que nos llamó -precisamente- para Su gloria y alabanza. Dios no redimió a los ángeles caídos, llenos de gloria y majestad; pero nos redimió a nosotros con el objeto de ser gloria y majestad Suya, para alabanza y gloria, bendición y exaltación de Su Nombre.

6 pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo:
    ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
    O el hijo del hombre, para que le visites?
7 Le hiciste un poco menor que los ángeles,
Le coronaste de gloria y de honra,
Y le pusiste sobre las obras de tus manos;
8 Todo lo sujetaste bajo sus pies. m Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas.
Hebreos 2:6-8

Sí, cuando veo a Israel en Egipto, a lo largo de 40 años dificilísimos, realmente una Gran Tribulación para ellos hasta ese entonces, no puedo pensar sino que, porque Dios había prometido retornarlos con promesa a la tierra de Canaán, y darles allí herencia para ellos y, mediante la Simiente Real, Jesucristo, herencia igualmente a la Iglesia del Dios Viviente, que esa promesa los sostuvo para, cuando llegó el momento y Dios los visitó mediante su profeta, Moisés, estar listos para salir con dirección a una gloria perecedera pero que, igual, tenía signos de Vida por la Verdad contenida en esa promesa; la Vida que, cientos de años después, se manifestaría en la forma del Hijo de Dios, nuestro bendito Señor Jesucristo.

Israel fue esclavo por 40 años pero, si lo analizamos, durante ese tiempo de esclavitud, ellos aprendieron a vivir esforzados, les gustara o no, y no laxos y aburridos como podría estar ocurriendo hoy en muchas, muchísimas de nuestras iglesias. Cierto, muchos vivieron amargados, porque no es nada cómodo vivir esclavo; pero, tras esos 40 años de esclavitud, sus músculos fueron fortalecidos por una faena de esclavos, dura e inclemente y que, cuando llegó la hora de salir con destino a Canaán, eran tan fuertes como un toro, lo que los hizo capaces para afrontar pelea o lucha contra todo enemigo que se les puso en frente a lo largo del desierto y, después, aún estando ya en la Tierra Prometida, en Canaán; lo que no les hubiera sido posible si ellos no hubieran pasado por 40 años de intensa y progresiva tribulación: ellos fueron capacitados a lo largo de esos 40 años para cumplir, con éxito, la promesa para ser retornados con gloria hacía Canaán.

Job pasó por lo mismo, pasó por una desconcertante prueba y tribulación y, aunque su conciencia le daba testimonio que él hacía lo mejor que sabía para hallarse justo delante de Dios (no por obras, “para que nadie se gloríe” (Efesios 2:9), por su fe en la sangre (tipo de la preciosa Sangre por venir, 1 Pedro 1:19), mientras vivía rectamente delante de Dios, no lo desconcertó sobre-manera la prueba o tribulación por la que pasó; sino, antes bien, concluyó que había un propósito en el porqué de la prueba: “En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno.” (Job 1:22).

Viene la Gran Tribulación, prometida en los Evangelios (Mateo, Marcos y Lucas) pero, a diferencia de esta tribulación de 40 años, y después bajo el yugo romano en días de nuestro Señor, igualmente se espera que todo lo aprendido hasta aquí nos sirva para aprender la lección y que, si nos toca en turno pasar por esa dura prueba de fe (recuerden, no es el Día de Juicio, el Día Terrible de Dios, como algunos lo afirman; pero es Dios permitiendo pasar a Su Iglesia y, también, a Israel por la más grande prueba para su fe; porque, entonces, será realmente comprobada si tenemos o no fe para pasar por tamaña prueba y, como Job y todo santo de la antigüedad, seguir glorificando a Dios), que le glorifiquemos, que hemos recibido enseñanza de Dios, fortaleza de Dios, una fe realmente fundada, cimentada y edificada en Su Palabra (en palabras de Su profeta, “que no puede fallar”); para que, por la paciencia y consolación de las Escrituras, seamos más que vencedores por Aquel que nos amó, nuestro Dios y Padre del bendito Señor Jesucristo.

En este mismo capítulo 8 de la carta a los romanos, el apóstol hace esta declaración como para animarnos en tiempos de aflicción:

18 Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. (Romanos 8:18).

La palabra “aflicciones” proviene del griego “pathéma” que se define como: aflicciones, afectos, padece, lo que acontece a uno, un sufrimiento, una pasión; y todos tenemos esa triste definición y realidad en nuestra carne; pero, a diferencia de los que no tienen esperanza por la fe en la Verdad y Palabra de Dios (el medio a través de Lo cual el Espíritu Santo, el Consolador, nos consuela), el cristiano sencillo, por más débil y atribulado que esté halla fortaleza y nuevo brillo en la consolación de la Palabra de Dios, las Escrituras; de donde saca propósito en medio de su tribulación y esperanza mediante una fe vida para, aún si se sucumbe, volver a levantarse y proseguir en este Camino, el Camino de Dios, el Evangelio de Su Hijo Jesucristo, el Camino, la Verdad y la Vida.

16 Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse;
Mas los impíos caerán en el mal. (Proverbio 24:16).

Oh, ¿usted ha caído de la fe, ha resbalado y caído en pecado, en algún pecado de su carne? Hay consolación en las Escrituras para usted, que aún quiere conocer a Dios en el poder de Su resurrección (en palabras de Su profeta), en el poder de Su gloria prometida para todos Sus redimidos y emblanquecidos por Su Sangre y santificados por Su Verdad, Su Palabra:

9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. (1 Juan 1:9);

1 Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.
2 Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.
(1 Juan 2:1-2)


 “Y sabemos que a los que aman a Dios”, ¿Lo ama usted; realmente tiene usted conciencia de su amor para Él? Cada vez que me he hecho esa pregunta, si alguna vez estuve confundido (muchas veces), terminaba para mirar hacia atrás y, cuando volvía a ver a mi Señor crucificado por mí, molido por mí, ¡MALDITO POR MÍ!; para, después, morir y resucitar por mí; no podía sino volver a amar a Dios y, con gratitud, pedir por nuevas fuerzas en fe para seguir en esta lid a la que Él nos ha llamado para Su gloria y alabanza. “Yo Le amo, yo le amo, porque a mí me amó; y me compró mi salvación allá en la cruz”, reza un coro que acostumbramos cantar en mi iglesia local; y, como ustedes saben, eso está contenido en 1 Juan 4:19. Pienso que el amor, juntamente con nuestra fe y esperanza, serán suficientes para mantenernos en amor y justicia para Él, en aquel gran día para el cual nos estamos preparando, todos los días y, todos los días, siendo probados si realmente estamos o no en fe, si realmente creemos Su promesa y cada una de Sus benditas Palabras de fe y gloria.

13 Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor. (1 Corintios 13:13).

Así, si usted está desanimado en sus pruebas o tribulaciones, solo ore a Dios, doble sus rodillas e invoque el Nombre que es sobre todo nombre que se nombra en este mundo y el venidero, el Nombre de Jesús; el Nombre que está por encima de todo nombre, incluyendo el desánimo, el desaliento, la amargura de corazón, la frustración y el temor; porque en ese Nombre, Jesús, está encerrado el compromiso de Dios para llevarnos de gloria en gloria, en victoria eterna, hasta vernos glorificados en aquella Nueva Jerusalén, una patria donde mora la justicia, la misma eternidad con Dios, en compañía de la excelsa Presencia de Aquel a Quién vamos conociendo día a día, más y más, mientras leemos en oración y ruego, en lágrimas y gozo, las páginas de Su bendita y Santa Biblia; mientras leemos o escuchamos sanos sermones de ministros a quienes Él ha constituido -justamente- para nuestra edificación y adoración para Él, y solo Él. Y luego, abra Su Biblia y, en fe y esperanza, espere porque Dios le hable tan fuerte como un trueno hasta el punto que ese desánimo, desaliento y frustración desaparezcan, y que reconozca que la tribulación por la que pasa tiene un propósito que, así como la tribulación por la que pasó Israel tuvo un propósito en el Plan y Programa de Dios, igualmente nuestras tribulaciones tienen ese propósito de Dios para nuestras vidas.

“…todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” ¿Y cuál es ese propósito? 29 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.” Sí, ese es el propósito, hacernos conformes a la imagen de Su Hijo. Cada vez que usted pasa por tribulación o aflicción, eso nos mueve a buscar a Dios en desesperación; y para aquellos que, por razón de los años, tenemos algo de conocimiento, con algo de paciencia y fortaleza, igualmente buscamos a Dios para hallarnos, en medio de toda tribulación o aflicción de la carne, en medio de un mundo más difícil de soportar, justos como Su Hijo, aprendiendo de Él, a comportarnos cómo Él lo hizo en los días de Su carne y, como hijos e hijas, glorificar a Dios, Su Padre y nuestro Padre, en medio de toda prueba y frustración. Hay consolación en las Escrituras, y solo tenemos que animarnos para abrir nuestras Biblias y hallarla, mientras oramos en momentos de aflicción.

30 Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. (Romanos 8:30).

Mire usted este proceso: Predestinación, llamamiento, justificación (cuando accedemos a Su llamamiento) y glorificación. Hoy mismo estamos siendo tallados a Su Imagen, en la Imagen de Su Hijo Jesucristo y, mientras estamos en proceso, vamos de gloria en gloria, pareciéndonos cada vez más a Él, y eso nos permite entenderle mejor, reconocerle en nuestros caminos, madurar y no fallarle como al principio. ¡Bendito sea el Nombre de nuestro Dios!

El apóstol concluye con estas palabras en su epístola (carta) a los romanos:

31 ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?
32 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
33 ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
34 ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.
35 ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?
36 Como está escrito:
    Por causa de ti somos muertos todo el tiempo;
    Somos contados como ovejas de matadero. m
37 Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
(Romanos 8:31-37)

Amén; en todas estas cosas: tribulación, angustia, persecución, hambre (a veces no hemos tenido ni para el lonche y, con mi esposa, nos mirábamos para, luego, mirar a Dios y seguir bendiciendo Su Nombre), desnudez, peligro o espada, ¡SOMOS MÁS QUE VENCEDORES!; porque Su promesa no faltará o fallará; amén. Él nos ha dado un Pacto (Testamento) fundado en la Sangre de Su Hijo y tan firme que, si usted subiera al cielo ahora mismo, hallaría al mero Señor Jesús intercediendo por usted y todos los que invocamos Su Nombre, abogando por usted y todo pecado (salvo la blasfemia contra el Espíritu Santo), dispuesto para mantenernos en justicia, en Él para, en Él, seguir disfrutando de Su misericordia (compasión) y gracia (favor), y un pacto con mejores promesas que las del pacto antiguo (Hebreos 8:6), promesas que tienen por objeto llevarnos de triunfo en triunfo, de victoria en victoria, por encima del pecado y la incredulidad, y para afirmarnos para Aquel Gran Día de Su bendito retorno por los que le esperamos (Hebreos 9:28).


“Todas las cosas ayudan a bien”, ¿lo cree? ¡Ánimo!, y que el Dios bendito lo ayude en su jornada de hoy. Amén, en el Nombre de Jesús.





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