28 Y sabemos que
a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que
conforme a su propósito son llamados.
29 Porque a los
que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la
imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.
30 Y a los que
predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también
justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.
Romanos 8:28-30
Israel en Egipto, 40 años de tribulación |
Meditaba en cómo Israel estuvo bajo el
yugo egipcio, por 40 años y que, el estar bajo condiciones cada vez más
difíciles, ásperas, duras e intolerantes de soportar, a no ser que hubiera Algo
que los animara o, por lo menos, consolara para soportar tanto maltrato y
humillación, que todo eso les serviría -de alguna manera- para lo porvenir,
para la etapa que les esperaba por delante, y prometida por el Dios de toda
consolación para, de esta manera, no permitir que la amargura los contaminara
al punto de ser irreversibles amargados contra Dios y Su promesa para darles el
reposo que Él les había prometido desde tiempos de su padre Abraham. Cuando
vemos la vida de Israel, lo que comúnmente llamamos “Judíos” (aunque los judíos
son solo parte y una de las tribus de esa gran familia llamada “Israel”, el
pueblo de Dios, la “oliva natural” como lo llama el Apóstol Pablo), es para
vernos a nosotros mismos, la Iglesia del Dios Viviente; porque, así como Dios
trató con Israel, Él ahora está tratando con nosotros. El apóstol habla de “la
consolación de las Escrituras” y, en efecto, en toda la Escritura, la Palabra
de Dios vamos a hallar consolación conociendo que, para Dios, no hay acepción
de personas y que, por consiguiente, así como Él trató a un creyente allá en la
antigüedad, de igual manera, Él tratará -bajo las mismas circunstancias- igual
con un creyente, con un santo o santa hoy, porque Él es el mismo de ayer, hoy y
siempre. El reconocer esta grande y sencilla Verdad, una Verdad de fundamento,
nos consuela y anima a perseverar en la fe de Jesucristo, nuestro Señor, para
no desmayar -precisamente- en momentos de angustia, presión, desánimo,
problemas, enfermedad, persecución, tribulación y tentación. Oh, el enemigo de
nuestras almas es un príncipe de maldad; sí, seguro que lo es, pero Dios es
Todo-poderoso, y suficiente para salvarnos, protegernos, guardarnos seguros y
fortalecidos de toda artimaña suya, de toda trampa; y en la Biblia vemos su
destrucción, mientras que, con la misma claridad, la exaltación de Su Iglesia,
los santos y santas que hemos sido rescatados y trasladados al Reino de Su
Hijo, ahora mismo; para, en medio de toda tribulación y angustia, vivir vidas
dignas que den gloria y alabanza a Aquel que nos llamó -precisamente- para Su
gloria y alabanza. Dios no redimió a los ángeles caídos, llenos de gloria y
majestad; pero nos redimió a nosotros con el objeto de ser gloria y majestad
Suya, para alabanza y gloria, bendición y exaltación de Su Nombre.
6 pero alguien
testificó en cierto lugar, diciendo:
¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de
él,
O el hijo del hombre, para que le visites?
7 Le hiciste un
poco menor que los ángeles,
Le coronaste de
gloria y de honra,
Y le pusiste
sobre las obras de tus manos;
8 Todo lo
sujetaste bajo sus pies. m Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada
dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean
sujetas.
Hebreos 2:6-8
Sí, cuando veo a Israel en Egipto, a lo
largo de 40 años dificilísimos, realmente una Gran Tribulación para ellos hasta
ese entonces, no puedo pensar sino que, porque Dios había prometido retornarlos
con promesa a la tierra de Canaán, y darles allí herencia para ellos y,
mediante la Simiente Real, Jesucristo, herencia igualmente a la Iglesia del
Dios Viviente, que esa promesa los sostuvo para, cuando llegó el momento y Dios
los visitó mediante su profeta, Moisés, estar listos para salir con dirección a
una gloria perecedera pero que, igual, tenía signos de Vida por la Verdad
contenida en esa promesa; la Vida que, cientos de años después, se manifestaría
en la forma del Hijo de Dios, nuestro bendito Señor Jesucristo.
Israel fue esclavo por 40 años pero, si lo
analizamos, durante ese tiempo de esclavitud, ellos aprendieron a vivir
esforzados, les gustara o no, y no laxos y aburridos como podría estar
ocurriendo hoy en muchas, muchísimas de nuestras iglesias. Cierto, muchos
vivieron amargados, porque no es nada cómodo vivir esclavo; pero, tras esos 40
años de esclavitud, sus músculos fueron fortalecidos por una faena de esclavos,
dura e inclemente y que, cuando llegó la hora de salir con destino a Canaán,
eran tan fuertes como un toro, lo que los hizo capaces para afrontar pelea o
lucha contra todo enemigo que se les puso en frente a lo largo del desierto y,
después, aún estando ya en la Tierra Prometida, en Canaán; lo que no les
hubiera sido posible si ellos no hubieran pasado por 40 años de intensa y
progresiva tribulación: ellos fueron capacitados a lo largo de esos 40 años
para cumplir, con éxito, la promesa para ser retornados con gloria hacía
Canaán.
Job pasó por lo mismo, pasó por una
desconcertante prueba y tribulación y, aunque su conciencia le daba testimonio
que él hacía lo mejor que sabía para hallarse justo delante de Dios (no por
obras, “para que nadie se gloríe” (Efesios 2:9), por su fe en la sangre (tipo
de la preciosa Sangre por venir, 1 Pedro 1:19), mientras vivía rectamente
delante de Dios, no lo desconcertó sobre-manera la prueba o tribulación por la
que pasó; sino, antes bien, concluyó que había un propósito en el porqué de la
prueba: “En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno.”
(Job 1:22).
Viene la Gran Tribulación, prometida en
los Evangelios (Mateo, Marcos y Lucas) pero, a diferencia de esta tribulación
de 40 años, y después bajo el yugo romano en días de nuestro Señor, igualmente
se espera que todo lo aprendido hasta aquí nos sirva para aprender la lección y
que, si nos toca en turno pasar por esa dura prueba de fe (recuerden, no es el
Día de Juicio, el Día Terrible de Dios, como algunos lo afirman; pero es Dios
permitiendo pasar a Su Iglesia y, también, a Israel por la más grande prueba
para su fe; porque, entonces, será realmente comprobada si tenemos o no fe para
pasar por tamaña prueba y, como Job y todo santo de la antigüedad, seguir
glorificando a Dios), que le glorifiquemos, que hemos recibido enseñanza de
Dios, fortaleza de Dios, una fe realmente fundada, cimentada y edificada en Su
Palabra (en palabras de Su profeta, “que no puede fallar”); para que, por la
paciencia y consolación de las Escrituras, seamos más que vencedores por Aquel
que nos amó, nuestro Dios y Padre del bendito Señor Jesucristo.
En este mismo capítulo 8 de la carta a
los romanos, el apóstol hace esta declaración como para animarnos en tiempos de
aflicción:
18 Pues tengo por
cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria
venidera que en nosotros ha de manifestarse. (Romanos 8:18).
La palabra “aflicciones” proviene del
griego “pathéma” que se define como: aflicciones, afectos, padece, lo que
acontece a uno, un sufrimiento, una pasión; y todos tenemos esa triste
definición y realidad en nuestra carne; pero, a diferencia de los que no tienen
esperanza por la fe en la Verdad y Palabra de Dios (el medio a través de Lo
cual el Espíritu Santo, el Consolador, nos consuela), el cristiano sencillo,
por más débil y atribulado que esté halla fortaleza y nuevo brillo en la consolación
de la Palabra de Dios, las Escrituras; de donde saca propósito en medio de su
tribulación y esperanza mediante una fe vida para, aún si se sucumbe, volver a
levantarse y proseguir en este Camino, el Camino de Dios, el Evangelio de Su
Hijo Jesucristo, el Camino, la Verdad y la Vida.
16 Porque siete
veces cae el justo, y vuelve a levantarse;
Mas los impíos
caerán en el mal. (Proverbio 24:16).
Oh, ¿usted ha caído de la fe, ha
resbalado y caído en pecado, en algún pecado de su carne? Hay consolación en
las Escrituras para usted, que aún quiere conocer a Dios en el poder de Su
resurrección (en palabras de Su profeta), en el poder de Su gloria prometida
para todos Sus redimidos y emblanquecidos por Su Sangre y santificados por Su
Verdad, Su Palabra:
9 Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad. (1 Juan 1:9);
1 Hijitos míos,
estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado
tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.
2 Y él es la
propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino
también por los de todo el mundo.
(1 Juan 2:1-2)
“Y
sabemos que a los que aman a Dios”, ¿Lo ama usted; realmente tiene usted
conciencia de su amor para Él? Cada vez que me he hecho esa pregunta, si alguna
vez estuve confundido (muchas veces), terminaba para mirar hacia atrás y,
cuando volvía a ver a mi Señor crucificado por mí, molido por mí, ¡MALDITO POR
MÍ!; para, después, morir y resucitar por mí; no podía sino volver a amar a
Dios y, con gratitud, pedir por nuevas fuerzas en fe para seguir en esta lid a
la que Él nos ha llamado para Su gloria y alabanza. “Yo Le amo, yo le amo,
porque a mí me amó; y me compró mi salvación allá en la cruz”, reza un coro que
acostumbramos cantar en mi iglesia local; y, como ustedes saben, eso está
contenido en 1 Juan 4:19. Pienso que el amor, juntamente con nuestra fe y
esperanza, serán suficientes para mantenernos en amor y justicia para Él, en
aquel gran día para el cual nos estamos preparando, todos los días y, todos los
días, siendo probados si realmente estamos o no en fe, si realmente creemos Su
promesa y cada una de Sus benditas Palabras de fe y gloria.
13 Y ahora
permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es
el amor. (1 Corintios 13:13).
Así, si usted está desanimado en sus
pruebas o tribulaciones, solo ore a Dios, doble sus rodillas e invoque el
Nombre que es sobre todo nombre que se nombra en este mundo y el venidero, el
Nombre de Jesús; el Nombre que está por encima de todo nombre, incluyendo el
desánimo, el desaliento, la amargura de corazón, la frustración y el temor;
porque en ese Nombre, Jesús, está encerrado el compromiso de Dios para
llevarnos de gloria en gloria, en victoria eterna, hasta vernos glorificados en
aquella Nueva Jerusalén, una patria donde mora la justicia, la misma eternidad
con Dios, en compañía de la excelsa Presencia de Aquel a Quién vamos conociendo
día a día, más y más, mientras leemos en oración y ruego, en lágrimas y gozo,
las páginas de Su bendita y Santa Biblia; mientras leemos o escuchamos sanos
sermones de ministros a quienes Él ha constituido -justamente- para nuestra
edificación y adoración para Él, y solo Él. Y luego, abra Su Biblia y, en fe y
esperanza, espere porque Dios le hable tan fuerte como un trueno hasta el punto
que ese desánimo, desaliento y frustración desaparezcan, y que reconozca que la
tribulación por la que pasa tiene un propósito que, así como la tribulación por
la que pasó Israel tuvo un propósito en el Plan y Programa de Dios, igualmente
nuestras tribulaciones tienen ese propósito de Dios para nuestras vidas.
“…todas las cosas les ayudan a bien, esto
es, a los que conforme a su propósito son llamados.” ¿Y cuál es ese propósito? “29 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen
hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre
muchos hermanos.” Sí, ese es el propósito, hacernos conformes a la imagen de Su
Hijo. Cada vez que usted pasa por tribulación o aflicción, eso nos mueve a
buscar a Dios en desesperación; y para aquellos que, por razón de los años,
tenemos algo de conocimiento, con algo de paciencia y fortaleza, igualmente
buscamos a Dios para hallarnos, en medio de toda tribulación o aflicción de la
carne, en medio de un mundo más difícil de soportar, justos como Su Hijo,
aprendiendo de Él, a comportarnos cómo Él lo hizo en los días de Su carne y,
como hijos e hijas, glorificar a Dios, Su Padre y nuestro Padre, en medio de
toda prueba y frustración. Hay consolación en las Escrituras, y solo tenemos
que animarnos para abrir nuestras Biblias y hallarla, mientras oramos en
momentos de aflicción.
30 Y a los que
predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también
justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. (Romanos 8:30).
Mire usted este proceso: Predestinación,
llamamiento, justificación (cuando accedemos a Su llamamiento) y glorificación.
Hoy mismo estamos siendo tallados a Su Imagen, en la Imagen de Su Hijo
Jesucristo y, mientras estamos en proceso, vamos de gloria en gloria,
pareciéndonos cada vez más a Él, y eso nos permite entenderle mejor,
reconocerle en nuestros caminos, madurar y no fallarle como al principio.
¡Bendito sea el Nombre de nuestro Dios!
El apóstol concluye con estas palabras en
su epístola (carta) a los romanos:
31 ¿Qué, pues,
diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?
32 El que no
escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no
nos dará también con él todas las cosas?
33 ¿Quién acusará
a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
34 ¿Quién es el
que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que
además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.
35 ¿Quién nos
separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre,
o desnudez, o peligro, o espada?
36 Como está
escrito:
Por causa de ti somos muertos todo el
tiempo;
Somos contados como ovejas de matadero. m
37 Antes, en
todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
(Romanos 8:31-37)
Amén; en todas estas cosas: tribulación,
angustia, persecución, hambre (a veces no hemos tenido ni para el lonche y, con
mi esposa, nos mirábamos para, luego, mirar a Dios y seguir bendiciendo Su
Nombre), desnudez, peligro o espada, ¡SOMOS MÁS QUE VENCEDORES!; porque Su
promesa no faltará o fallará; amén. Él nos ha dado un Pacto (Testamento)
fundado en la Sangre de Su Hijo y tan firme que, si usted subiera al cielo
ahora mismo, hallaría al mero Señor Jesús intercediendo por usted y todos los
que invocamos Su Nombre, abogando por usted y todo pecado (salvo la blasfemia
contra el Espíritu Santo), dispuesto para mantenernos en justicia, en Él para,
en Él, seguir disfrutando de Su misericordia (compasión) y gracia (favor), y un
pacto con mejores promesas que las del pacto antiguo (Hebreos 8:6), promesas
que tienen por objeto llevarnos de triunfo en triunfo, de victoria en victoria,
por encima del pecado y la incredulidad, y para afirmarnos para Aquel Gran Día
de Su bendito retorno por los que le esperamos (Hebreos 9:28).
“Todas las cosas ayudan a bien”, ¿lo
cree? ¡Ánimo!, y que el Dios bendito lo ayude en su jornada de hoy. Amén, en el
Nombre de Jesús.
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