(Testimonio)
5 Moraban entonces en
Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. 6 Y
hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno
les oía hablar en su propia lengua. 7 Y
estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos
que hablan? 8 ¿Cómo, pues, les oímos nosotros
hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? 9 Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia,
en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, 10 en
Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y
romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, 11 cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las
maravillas de Dios. 12 Y estaban todos
atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto?
Hechos 2:5-12
quel memorable Día de
Pentecostés, el Espíritu Santo cayó -por primera vez- sobre la Iglesia y, desde
entonces, permanece para dar testimonio de Jesucristo, consolar, guiar a toda
verdad, fortalecer y seguir manifestándose a la Iglesia de cara al fin de los
tiempos, la redención de la posesión adquirida, la restauración del Reino
cuando, con Su Iglesia, Jesús reine por la eternidad.
Ese Día de Pentecostés,
registrado en el capítulo 2 del libro de Hechos, el Espíritu Santo se manifestó
de manera extraordinaria y, tanto así, que impresionó a los que habían venido a
celebrar Pentecostés en Jerusalén, de diferentes países o naciones, porque Éste
descendió del cielo acompañado de “un estruendo, como de un viento recio que
soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados”; y, acto seguido, “
se les aparecieron lenguas repartidas,
como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del
Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les
daba que hablasen.” Aquello debió ser impresionante, por lo inusual, y como
todo acto milagroso que Dios haya hecho alguna vez en favor de Su pueblo; y, a
la vez, causó admiración entre los presentes quienes, porque provenían de
diversos países o naciones, llamó la atención de todos ellos que estos 120
galileos hablasen sus lenguas o idiomas; y proclamando, a través de estas
lenguas, las maravillas de Dios. Ellos, atónitos y perplejos, solo atinaron a
preguntarse “¿Qué quiere decir esto?”
Acto seguido, el apóstol Pedro explicó el
significado de esta manifestación y, cuando él les dio a entender que esto era el
cumplimiento de profecía, y que este cumplimiento era por causa de Jesucristo,
a Quién ellos habían matado crucificándole, eso los convenció de pecado para
creer en el nombre de Jesús, y todas las bendiciones que, mediante Su nombre,
son concedidas a todo aquel que cree.
Y esto me recuerda cuando, en mi segundo año de
convertido a la fe en Cristo (vine a Dios a los 30 años, por el año 1981), Dios
igualmente llamó mi atención mediante lenguas o un don de lenguas.
Congregaba, entonces, en una iglesia pentecostal
en el distrito del Rímac y, por gracia de Dios, una iglesia que aún era visitada
por el Espíritu Santo con manifestaciones de lenguas, profecías y visiones. El
primer año, a raíz de mi ignorancia, no supe cómo lidiar con un espíritu de
incredulidad que, prácticamente, me pareció verlo que se aproximaba hacia mí, y
entró en mí y, desde entonces, sentí como que hacía el ridículo creyendo en
Dios, creyendo en Jesucristo y, muy perturbado como estaba, dejé de congregar.
Por aquel tiempo, decidí estudiar el inglés
porque, a la sazón, trabajaba en una oficina en el aeropuerto y, como quiera
que traté con algunos clientes de habla inglesa, me resultaba incómodo atenderlos
sin entender lo que ellos decían, a lo que accedía prácticamente por señas que
hacían y algunas pocas palabras en el idioma inglés que había memorizado. Así,
estudié el inglés básico, y parte del curso ‘Avanzado’ y, como quiera que por
entonces volví a frecuentar el licor, los cigarrillos y otras prácticas
pecaminosas, temiendo ir de mal en peor, sentí una profunda necesidad de buscar
a Dios en Quién, ahora, no parecía creer. No fue nada fácil pero, urgido por la
situación por la que pasaba, ‘mandé a rodar’ todos mis prejuicios y, aunque muy
nervioso, volví al templo de esta iglesia -casi un año después- y, en mi angustia,
me propuse no hablar con nadie sino, solamente, dirigirme hacia el ambiente que
llamaban ‘Cuarto de oración’, que conocía.
Esa noche, ingresé al Cuarto de oración y, casi
de inmediato, caminé hacia el frente donde habían dos reclinatorios para orar,
y me arrodillé.
Estaba
algo oscuro, como se acostumbraba para evitar que, quienes frecuentaban este
ambiente, no se distrajeran mirando a otros sino, por el contrario, nos
concentráramos en tan solo buscar Su rostro en oración.
Cuando,
intentando orar, me resultó difícil porque, como lo digo líneas arriba, ya no
parecía creer en Dios y, es más, sentía como que era ridícula la idea de un
Dios. Sin embargo, y porque pasaba por momentos muy angustiantes para mí,
temiendo volver al pecado como lo hice en mi pasado, y peor aún, hice mi mejor
esfuerzo y oré más o menos de esta manera:
Dios,
yo no se si existes pero, si existes, por favor atiende mi ruego, ayúdame
porque temo volver al pecado, temo hacer cosas peores.
Dejé
de orar, y esperé un rato; y, mientras ya no oraba, empecé a escuchar a un
hermano que estaba en el reclinatorio al lado de mí, como a unos 4 o 5 metros
de mí y, porque hablaba con el mote de un serrano, llamó mi atención; porque,
además de hablar con su mote, casi sin expresar bien el idioma español, lo hacía
con un inmenso cariño por Dios, y con una voz casi natural, como quién habla con
otro, con un conocido. A lo que dije a Dios, aún sin creer que Él me estaba
escuchando, “¿Ves, Dios? Ese sí que te conoce, porque te habla con afecto, lo
que yo no puedo hacer.”
Y,
al instante, este hermano empezó a hablar en inglés, y lo hacía tan
perfectamente que yo lo podía reconocer. Como digo líneas arriba, en esta
iglesia era común oír hablar en lenguas y, en mi contacto con algunos hermanos,
escuché hablar muchos idiomas que, aún sin ser perito en idiomas, podía
reconocer lo fidedigno de las expresiones en tales idiomas. Por ejemplo, conocí
a un hermano por nombre Antonio que, reunidos en una ocasión, visitando a otro
hermano para saber de él y reconfortarlo, habló -bajo el Espíritu Santo- tantos
idiomas que no podían ser -definitivamente- idiomas aprendidos sino genuinas manifestación
del Espíritu Santo; pero, aún y cuando he oído hablar lenguas en esta iglesia,
y otras de fe pentecostal e, inclusive, mi esposa también habla en lenguas,
nunca en mi vida había oído hablar en el idioma inglés.
Y
en esta ocasión, además de entenderle a este hermano que empezaba a hablar el
inglés; lo que es más, su voz cambió, no era su misma voz, la de un iletrado,
tímido o apocado sino, por el contrario, era como la voz como de un locutor,
vigoroso, firme; y, realmente, fue como un trueno para mí. Y le entendí decir:
“Papito lindo, ¡Cómo te amo, Señor”, entre otras expresiones que ya no las recuerdo
y que, aún y mi básico entendimiento del idioma, sabía lo que este hermano
decía en lengua inglesa, el idioma que yo había estudiado.
Impresionado
como estaba, busqué en mi memoria aturdida explicación a este acontecimiento y,
sin pretender ser presumido, creo reconocer que el Espíritu mismo me guió para
reconocer esta experiencia que, tan igual como aquella mañana de Pentecostés, en
Hechos 2, impactó el corazón de quienes habían venido de diversas naciones a
celebrar a Yehováh Dios, yo también fui impactado como ellos porque, como
ellos, igualmente entendí lo que las lenguas decían y, al rato, sentí como una
explosión del interior de mi pecho, como que explotó hacia afuera, tras lo cual
pude exclamar con total libertad: “¡Halleluyah, alabado seas Tú, bendito
Dios!”, y cosas similares. Ese espíritu de incredulidad y confusión se fue.
Así,
¡qué importante es tener entre nosotros la manifestación del Espíritu Santo!
Sí, yo también le doy la preeminencia a la Palabra, al ‘Escrito está’, a la
‘Sola Scriptura’ y, por lo mismo, cuando hay profecía en la congregación de los
santos, por ejemplo, con el recurso de la Palabra es que juzgamos esa profecía
para reconocer si es o no es de Dios (1 Corintios 14:29).
Y,
desde esa ocasión en que el Espíritu Santo se manifestó para restaurarme la fe,
vivo adorándole y bendiciéndole con toda gratitud creyendo, racionalmente, que
las manifestaciones del Espíritu aún están vigentes y disponibles para todo el
que las anhela, como bien nos lo dejó instruido el apóstol Pablo en 1 Corintios
12:31:
Procurad, pues,
los dones mejores…
Y, lo mismo al
comienzo del capítulo 14, versículo 1:
Seguid el amor; y
procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis.
El hecho de que
el apóstol hace preeminencia del amor, en el capítulo 13 de 1 Corintios, no
indica -en absoluto- que los dones o manifestaciones del Espíritu Santo hayan
terminado o cesado (no hay Escritura que de por sentado tal afirmación, sino la
torpe interpretación de malos teólogos de este tiempo) sino, únicamente que, en
la manifestación de estos carismas, debemos manifestar siempre el amor, que el
amor gobierne nuestra administración de estos carismas o manifestaciones del
Espíritu Santo.
Así, si usted,
hermano o hermana, anhela la manifestación del Espíritu para provecho (1
Corintios 12:7) propio (14:4) o de toda la iglesia local (14:12), pídalos en
oración, y nuestro bendito Yehováh Dios los dará. ¿Cómo no necesitar de Su
manifestación a través de estos dones o carismas? Pues, como en días del Señor,
necesitamos la manifestación de ‘Palabra de Ciencia o Conocimiento’, como
cuando el Señor dijo a Natanael: “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas
debajo de la higuera, te vi.” (Juan 1:48) o, cuando Ananías y Safira
mintieron al Espíritu Santo, y creían que nadie lo iba a saber, el Espíritu se
manifestó y reveló a Pedro que ellos habían mentido a Yehováh Dios, y fueron
muertos. ¡Cuánto necesitamos de Su manifestación en nuestras iglesias, que lo
irreverentes e impío no siga enseñoreándose de nuestras iglesias locales; y, lo
mismo, necesitamos de otras de las 9 manifestaciones como lenguas,
interpretación, sanidad y milagros, y toda manifestación prometida para
beneficio del Cuerpo de Cristo, Su Iglesia.
En días del hermano Branham, profeta de Dios, él
contó un testimonio de cómo, cuando ministraba a una señora, por sanidad, él
dijo a esta hermana, por el Espíritu, que se arrepintiera de un pecado de
adulterio, lo que su esposo -sentado en la concurrencia- escuchó y, de
inmediato, el esposo le reclamó a su esposa, públicamente, por cómo le había
sido infiel pero, casi de inmediato, el hermano Branham volvió a intervenir
para decir por el Espíritu, y esta vez al esposo sentado entre la concurrencia,
que él también le había sido infiel a su esposa con una extraña, para
exhortarles a ambos a proceder al arrepentimiento. ¿Cómo no necesitar de la
manifestación del Espíritu Santo, de Dios mismo en nuestras iglesias para
limpiarla de tanta inmundicia, de tanto abuso por parte muchos hombres que,
reclamando ser ministros de Dios, se enseñorean de las iglesias locales para
abusar de ellas en diezmos y ofrendas y otras abominaciones. ¿Cómo no anhelar
la manifestación de Dios mismo, que Él se enseñoree en Su Iglesia, como es
justo que sea.
Así también
vosotros; pues que anheláis dones espirituales, procurad abundar en ellos para
edificación de la iglesia.
1 Corintios 14:12
[EEL1]