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legados
a una edad responsable, somos inquietados, impulsados y hasta urgidos por
casarnos, por contraer matrimonio con la dama con quienes nos sentimos
identificados o, sencillamente, cómodos, felices o bien, para tan importante
decisión en la vida.
Yo no tuve consejo para este importante paso y, por lo mismo, fue “suerte” que me llegara a casar con quién hoy es mi esposa; pero, para serles honrado, para entonces no sabía lo trascendental de mi decisión, y si acaso ella era la idónea para mí; tan igual como, cuando considerando Yehováh que no era bueno que Adán o el hombre estuviera solo, formó a la mujer para acompañarlo en el peregrinar de una vida responsable frente a Su creación.
Sin
embargo, en las Escrituras, el hombre hallará consejo para elegir
inteligentemente por la mujer con quién debería casarse; y, lo mismo, consejo
para la mujer para responder o no a la proposición de matrimonio que pudiera
hacerle un hombre.
Uno
de los pasajes bíblicos que tiene mucha lección para mí y, seguramente, para todo
cristiano que, estando aún soltero, está pensando en casarse, lo hallo en la
narración de cómo Abraham buscó esposa para su hijo Isaac, en el libro de
Génesis, capítulo 24.
Por
lo general, hoy es común que un hombre se fije en el aspecto físico de una
mujer, para decidirse o no por ella y para, según lo entiende, enamorarse de
ella; y lo mismo sucede con la mujer, con la jovencita o ya mujer madura que,
queriendo “lucirse” con un hombre que llamamos “apuesto”, considera primero el
aspecto físico, su apariencia externa: Si éste es alto, formido, apuesto, “buen
mozo” y, por sobre todo, si tiene plata, lo que no está mal. Pero, cuando
Abraham buscó esposa para su hijo Isaac, él no envió a su hijo a buscarla y, es
más, ni él mismo (Abraham) fue a buscarla, sino que envió a su siervo, Eliezer,
a su tierra y parentela pero, para asegurarse que la elección fuera la
correcta, lo hizo juramentar para cumplir con las instrucciones que le dio y
que, si él no hallaba a la mujer que estuviera de acuerdo con la propuesta de
matrimonio en favor de Isaac, éste era libre del juramento para volverse a
Canaán; y, es más, le exigió que no llevara a Isaac a la tierra de donde
Abraham y Sara, su esposa, salieron para establecerse en Canaán.
El
hecho es que, cuando Eliezer llegó a Nacor (Mesopotamia), ciudad de donde
Abraham salió, y en donde vivía su parentela o familiares, él oró a Yehováh de
la siguiente forma que es, a mi parecer, lo que todo hombre y mujer, deberían
hacer para tener éxito para hallar la mujer u hombre con quién deberían
casarse:
12
Y dijo: Oh Jehová, Dios de mi señor Abraham, dame, te ruego, el tener hoy buen
encuentro, y haz misericordia con mi señor Abraham. 13 He aquí yo estoy junto a
la fuente de agua, y las hijas de los varones de esta ciudad salen por agua. 14
Sea, pues, que la doncella a quien yo dijere: Baja tu cántaro, te ruego, para
que yo beba, y ella respondiere: Bebe, y también daré de beber a tus camellos;
que sea esta la que tú has destinado para tu siervo Isaac; y en esto conoceré
que habrás hecho misericordia con mi señor.
Génesis 24:12-14
Miren
cómo termina de orar Eliezer: “y en esto conoceré que habrás hecho misericordia
[compasión] con mi señor [Abraham].”
Es
evidente que Eliezer conocía a su señor o amo; y que, por ese conocimiento, él
no quería sino complacerlo. Eliezer conocía del propósito de Dios a través de
su señor, Abraham y que, Isaac, y los que vendrían después de él, heredarían
ese propósito y bendición de Dios para, de los lomos de Abraham, hacer una
nación próspera: Israel.
Y,
cuando Abraham buscó esposa para Isaac, su hijo, cuidó que ésta estuviera de
acuerdo o creyera el propósito de Dios a través de Isaac para, a través del
santo matrimonio con la que sería su esposa, perpetuar ese propósito, esa
bendición y plan que, tiempo después, en Jesucristo sería realmente confirmado.
Rebeca
fue la doncella o virgen que respondió a la oración de Eliezer y, por ventura,
era de aspecto muy hermoso y, seguidamente, la Escritura dice que era “virgen,
pues ningún hombre la había conocido.” Hoy, tristemente, vemos cómo muchas
jovencitas llegan al matrimonio marchitadas por el pecado de la fornicación y,
lo que es peor, muchas entregan su sexo a cambia de nada porque, tan luego un
hombre las seduce con promesas que nunca pensó en cumplirlas, tras satisfacer
sus deseos egoístas con ella, las abandonan. Y muchas de estas jovencitas
llenan la triste lista de las llamadas “madres solteras” de hoy.
En
respuesta de la oración de Eliezer, el criado de Abraham, se registra este
diálogo con Rebeca:
17
Entonces el criado corrió hacia ella y le dijo:
—Te
ruego que me des a beber un poco de agua de tu cántaro.
18
Ella respondió:
—Bebe,
señor mío.
Se
dio prisa a bajar su cántaro, lo sostuvo entre las manos y le dio a beber. 19
Cuando acabó de darle de beber, dijo:
—También
para tus camellos sacaré agua, hasta que acaben de beber.
20
Se dio prisa y vació su cántaro en la pila; luego corrió otra vez al pozo a
sacar agua y sacó para todos sus camellos. 21 El hombre, maravillado, la
contemplaba en silencio, pues quería saber si Jehová había prosperado su viaje,
o no.
22
Cuando los camellos acabaron de beber, le dio el hombre un pendiente de oro que
pesaba medio siclo y dos brazaletes que pesaban diez, 23 y le preguntó:
—¿De
quién eres hija? Te ruego que me digas si en casa de tu padre hay lugar donde
podamos pasar la noche.
24
Ella respondió:
—Soy
hija de Betuel, hijo de Milca, el hijo que ella dio a Nacor.
25
Y añadió:
—También
hay en nuestra casa paja y mucho forraje, y lugar donde pasar la noche.
26
El hombre entonces se inclinó y adoró a Jehová, 27 y dijo: «Bendito sea Jehová,
Dios de mi amo Abraham, que no apartó de mi amo su misericordia y su verdad, y
que me ha guiado en el camino a casa de los hermanos de mi amo.»
Génesis 24.17-27
Y,
seguidamente, se registra cómo Eliezer retorna a su señor Abraham, en Canaán y,
ahora, con Rebeca quién, tras llegar a Canaán, se unió a Isaac como su esposo.
Empecé
mi andar cristiano entre hermanos pentecostales y, por Su gracia, disfruté de
la manifestación del Espíritu Santo en dones o carismas; y, por aquel entonces,
supe de una hermana quién, obstante entendíamos que tenía el Espíritu Santo
(concluíamos eso por -justamente- la manifestación del Espíritu Santo que
tenía), extrañamente se casó con un joven incrédulo. ¿Por qué? Nunca lo supe,
pero me inclino en creer que, por lo menos el tiempo que estuve entre ellos,
nunca escuché una doctrina o enseñanza que fundamentara de manera clara y
sencilla y, a la vez, seria, a los jóvenes de la iglesia para, llegado el
tiempo del enamoramiento y, eventualmente, el matrimonio, los tales decidieran
sabia e inteligentemente. El profeta Amós enseñó, por ejemplo: “¿Andarán dos
juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Amos 3.3) y, en el Nuevo Testamento, el
apóstol Pablo añadió algo parecido:
14
No os unáis en yugo desigual con los incrédulos, porque ¿qué compañerismo tiene
la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión, la luz con las tinieblas? 15
¿Qué armonía puede haber entre Cristo y Belial? ¿O qué parte el creyente con el
incrédulo?
2 Corintios 2.14-15 (Lean, por favor, este pasaje
hasta el v. 18)
¿Qué
nos quiere decir el apóstol con “en yugo desigual con los incrédulos”?
Sencillamente, que un cristiano está unido en yugo a Dios mediante la fe de
Jesucristo (Mateo 11.29-30); mientras, los incrédulos, están unidos al mundo y
sus aspiraciones egoístas y pecaminosas por causa de la incredulidad o no creer
el Evangelio o buena noticia.
Es
tan vital que el joven o la joven cristiano se una con una o un creyente, una o
un genuino cristiano que el apóstol -inclusive- instruye a la viuda (y lo mismo
es para el viudo cristiano) “para casarse con quien quiera, con tal que sea en
el Señor.”, en la fe (1 Corintios 7.39).
En
Malaquías 2.15, el profeta registra algo importante para considerar,
especialmente para aquellos que están pensando en el matrimonio o, ya casados,
hacen abuso arbitrario del repudio o divorcio:
¿No
hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque
buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no
seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud.
¿Ven
ustedes? Desde Adán, Jehová Dios ha provisto una descendencia, prole o linaje
que lo manifieste sobre la tierra; y, desde que Él proveyó a Jesucristo para
reconciliarnos consigo, este propósito sigue en pie y, ahora, con mayor gracia
a nuestra disposición para lograr ese propósito hasta la consumación en Su
reino, el reino de Dios -con mayor gloria- sobre esta tierra, en la prometida
Nueva Jerusalén.
Por
ello, si tú joven o señorita cristiana, crees realmente este propósito en
Cristo Jesús, el programa de Dios y Sus benditas promesas, cuando llegue el
momento de interesarte o enamorarte por una joven o jovencito cristiano, juzga,
escudriña y pregúntate si aquella o aquel cree aquello que para ti es sinónimo
de Vida Eterna, el Evangelio de Jesucristo y que, para tener el Espíritu Santo,
como es de esperar que lo tengas, éste o ésta fue bautizado en las aguas en el
nombre de Jesús tal y como, a lo largo del libro de los Hechos, todo creyente
fue bautizado; identificándose, de esta manera, a través del bautismo en agua
en el nombre de Jesús, con Su obra vicaria, según lo entendió el apóstol Pablo
en Romanos 6.3-4.
La
gracia de Yehováh sea contigo, en Cristo Jesús (o Yeshúa, en el idioma hebreo).
Amén.
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