domingo, 7 de enero de 2024

LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR

1 Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar. Y se le juntó mucha gente; y entrando él en la barca, se sentó, y toda la gente estaba en la playa. Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga.

Mateo 13:1-9


L

a parábola de “El Sembrador” es, en definitiva, una de las enseñanzas del Señor en el que, usando de alegorías o analogías, quiere darnos a entender la actitud de las distintas personas frente a Su Palabra. Dios quiere que prosperemos en fe para, de esta manera y considerando Su consejo, Su doctrina, exhortación y hasta reprensión, demos fruto o los resultados que Él espera de quienes, interesados, oímos o leemos Su Palabra. En el versículo 19 de este capítulo 13 del evangelio o buena nueva según Mateo, se dice: “Cuando uno oye la palabra del reino”, y eso es lo que Dios quiere transmitirnos a través de Sus parábolas: Su Palabra, y que ésta reine en nuestras vidas y que, si Él logra esto, ésta (la Palabra) solo será posible recibirla en fe o confianza que, creyéndola y haciéndola, entendemos que seremos prosperados en la vida hasta que el Reino de Dios se manifieste en Su totalidad o plenitud en la eternidad, y siempre sobre este mundo en que vivimos.

El Señor nos enseñó a orar: “Venga Tu reino, y hágase Tu voluntad como en el cielo, también en la tierra.”

Y, en esta parábola, las alegorías o analogías que el Señor usa a lo largo de la parábola son para identificarnos con cualesquiera de estos cuatro casos:

1.       La semilla que cayó en el camino,

2.       La que cayó en pedregales,

3.       La que cayó entre espinos, y

4.       La que cayó en buena tierra

Naturalmente, solo la que cayó en “buena tierra” es la que dio fruto a sesenta o treinta por uno, que es lo que un sembrador aspira cuando echa sus semillas en su campo. Y es una alegoría o analogía de cómo, con un ejemplo natural, igualmente el creyente responde a la Palabra de Dios que, en esta analogía, es representada por la semilla o el grano que el sembrador echó en la tierra: No todos aprovechamos la Palabra que nos es impartida por el Espíritu Santo, a través de los genuinos ministros que Él ha constituido y aún hoy lo hace para esparcir la preciosa Palabra del reino, el Reino de Dios a través de Su Palabra.

Es como, y usando un ejemplo natural, cuando 100 alumnos ingresan a la facultad de ingeniería y que, tras los cinco o siete años de estudios, solo 30, o quizá menos alumnos son los que egresan y reciben sus títulos de ingenieros; y, lo que es más dramático, de esos 30 o menos, no todos son buenos ingenieros porque -sencillamente- no todos tuvieron vocación. Por ello, tenemos muchos abogados pero, tristemente, tenemos una justicia cuestionada en nuestro país, y lo mismo en materia de muchas otras profesiones. No todos tienen vocación, no todos aman lo que estudian.

En la carta del apóstol Pablo a los Gálatas (Gálatas 5:22-23), sobre el fruto del Espíritu Santo, él escribió lo siguiente:

22 Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, 23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.

Esto es que, quienes manifiestan este fruto, que es el logro del Espíritu Santo en nuestras vidas producto de creer Su Palabra, vez tras vez, día a día, poco a poco, pero con firmeza (aunque nos tardemos en lograrlo), hasta hacer de nosotros, los llamados creyentes de Su evangelio o buena nueva, la clase de personas iguales a Él, como Él lo fue cuando anduvo sobre esta tierra. El apóstol termina diciendo aquí: “contra tales cosas no hay ley.” O sea, que la ley no tendrá argumento para acusarnos, que es lo que Yehováh Dios espera de nosotros en nuestro trato con Su Palabra.

En 2 Pedro 1:5-7, el apóstol, hablando de nuestro crecimiento espiritual, él empieza con la fe y, como verán, la fe no es una virtud que pudiéramos añadir, esta fe tiene que estar allí por virtud de Su gracia o favor que, de no ser así, tampoco podríamos pretender crecer en virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad (temor a Dios o respeto), afecto fraternal y amor (ágape); porque este crecimiento es enteramente mérito de Dios, no de hombre alguno, es Su obra en cada uno de los hombres y mujeres que, reconociendo que son una miseria, que no nos parecemos a Él, recurrimos a Él para que obre en nosotros la manera de llegar ser -otra vez- semejantes a Él, tal y como Él, en el principio, creó al hombre a Su imagen y semejanza.

En efecto, en la carta del apóstol a los efesios (Efesios 2:8-9), él escribió:

8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don [regalo] de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe.

Y, cuando añadimos a nuestra fe la virtud, eso solo será posible en fe, creyendo lo indispensable de la virtud para, de allí en adelante, seguir creciendo en esa estatura del varón perfecto (Efesios 4:13) o completo, con todas las virtudes desde fe (por gracia o gratis) hasta amor (2 Pedro 1:5-7) y, todas estas cualidades del crecimiento, del varón perfecto o completo, siempre creyéndolas como necesarias; sin las cuales, cualesquiera de ellas, nos será imposible seguir en ese crecimiento hacia la perfección.

Así, la parábola de “El Sembrador” es una exhortación, admonición y hasta reprensión para que, según sea nuestro actitud en nuestra interacción con Su Palabra, nos juzguemos a nosotros mismos para, en todo momento, llegar a ser el cuarto caso de la parábola, alegoría o analogía, la tierra o corazón noble que, con interés, recibe la Palabra de Dios, la Palabra del Reino de Dios, que Su voluntad sea hecha en nosotros, que seamos fruto para Su gloria y alabanza.

En la carta a los romanos (Romanos 6:22), el apóstol escribió:

22 Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.

¡Amén!

¡Shalom alehem!

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