T |
engo a papá vivo, él es de 93 años de edad; y, aunque está regularmente bien, luego de sus análisis médicos (con pocas observaciones que llaman nuestra atención, para cuidar de él, de su dieta, por ejemplo); conversando con él, y porque ya no puede caminar con suficiencia, necesitando apoyarse en uno de nosotros, y porque el orinarse es “pan de cada día” que comprendemos y soportamos, y prevenimos; a veces, como desalentado, me ha preguntado con un “¿Cuándo acabará todo esto?”; evidentemente, como anhelando partir, casi desesperanzado, lo que me aflige y hasta hace renegar contra mí mismo, por no saber llegar a él con el bendito evangelio o buena nueva de Dios, aun cuando hago mi mejor esfuerzo en compartirle lo poco que se y creo; porque, si él viera el Reino de Dios, como nos es prometido por razón de nuestra fe en Jesucristo, muy seguramente que, primeramente, no viviría desalentado; y, segundo, que hasta osaría reclamar a Jehová por vida, como los antiguos, por ver a Jesucristo retornando en gloria; primero, por el Israel espiritual; y, después, por Su bendita Iglesia, en lo mejor de mi comprensión de los acontecimientos próximos a suscitarse.
Por ejemplo, en el evangelio
según Lucas, capítulo 2 y versículos del 21 al 35, leemos de un hombre piadoso llamado
Simeón, a quién le había sido revelado por el Espíritu Santo que no
vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor; y, en efecto, él
llegó a verle cuando, María y José, llevaron al bebé Jesús, de tan solo ocho
días de nacido, para ser presentado ante Jehová, y para ser circuncidado
conforme a la ley; y, cuando él le vio, dijo:
29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,
Conforme a tu palabra;
30 Porque han visto mis ojos tu salvación,
31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
32 Luz para revelación a los gentiles,
Y gloria de tu pueblo Israel.
Es posible
que Simeón, por lo que leemos, fuera ya un anciano de avanzada edad; y que,
como tal, pueda que, en algún momento, enfermara, y hasta de gravedad; y,
cuando él llegaba a tales circunstancias, recordaba la promesa que Jehová le
había hecho, Quién “… no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que
se arrepienta. Él lo ha dicho, ¿y no lo hará? Ha hablado, ¿y no lo
cumplirá?” (Números 23:19); y, reconfortado, él miraba el porvenir con esperanza,
que ni la muerte le impediría ver cumplida la promesa de Jehová, y así sucedió.
Y vemos,
igualmente, esta esperanza en el apóstol Pablo; quién, por la revelación que recibió,
leemos en 1 Tesalonicenses 4 y versículo 15, que él creía, hasta entonces, que
estaría vivo cuando Jesús retornaría en gloria por los Suyos, en la
resurrección y la transformación de nuestros cuerpos: “nosotros que vivimos, que
habremos quedado hasta la venida del Señor”; lo que, en su segunda carta
a la misma iglesia (2 Tesalonicenses 2:1-12), corrigió; porque, y como él lo
reconoce después, el retorno del Señor por los Suyos, y “el día del Señor” (“las
copas de la ira de Dios”), no sucederían sino después de la apostasía o negar a
la fe (en términos y tal como está plasmado en las cartas del apóstol Pablo y
el Apocalipsis, no según la tradición de los hombres o alguna iglesia). Por lo
que nos imaginamos que, y siendo que el apóstol sufrió enfermedad y estuvo
expuesto a la muerte por sus
perseguidores, que la revelación del retorno del Señor lo sostuvo en esperanza,
expectativa para redoblar esfuerzos y seguir trabajando con ardor en beneficio
de los santos de entonces; y hoy, por nosotros a través de sus benditos
escritos.
Finalmente,
¿qué podemos decir del apóstol Juan? quién, creyendo las palabras del Señor
Jesús en Juan 21:22: “Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a
ti?” (Favor, lean todo el pasaje de este capítulo, versículos del 20 al 24), se
sostuvo para, cuando vio de cerca la muerte, no temer y seguir creyendo que, en
medio de toda circunstancia de peligro, él seguiría con vida hasta ver al
Señor; a Quién, efectivamente, vio por el Espíritu, lo que le permitió escribir
el glorioso libro del Apocalipsis o Revelación.
¿Y qué
respecto a nosotros? ¿Nos atemoriza la enfermedad o la muerte, el dolor o las
carencias que parecen ser característica natural y, hasta a veces, necesarias
del pueblo de Dios?; tanto que vivamos deprimidos o desmotivados que, siendo lo
cerca que estamos de Su retorno, eso debería impulsarnos hasta para osar rogar
a Jehová nos permita ser partícipes de ese glorioso evento; cuando, y conforme
a lo revelado por el Espíritu Santo a través del apóstol, veremos al Israel
espiritual (“porque no todos los que descienden de Israel son israelitas”,
Romanos 9:6) recibiendo a Jesús como su Señor y Dios; lo que, según Romanos
11:15, manifestará la resurrección de los muertos; por lo que, si Israel recibe
al Cristo durante la Gran Tribulación, eso significará que nosotros, la Iglesia
Gentil pasaremos por lo mismo, contrario a la tradicional y errada enseñanza de
que la Iglesia Gentil no verá la Gran Tribulación; lo que, a mi parecer y, por
el contrario, debería animarnos, por razón de Su glorioso retorno, por los
Suyos (y yo espero ser uno de ellos), y para prepararnos en fe genuina para
cuando eso acontezca.
En tiempos
del apóstol Pablo se dice que, cuando los santos se despedían el uno del otro, era
común oírlos decir: “¡MARANATHA!”;
que, traducido del griego al español, es: “¡EL
SEÑOR VIENE!”; porque, evidentemente, ellos creían las enseñanzas
apostólicas; y, en especial, las del apóstol Pablo (1 Corintios 16:22); y, en
el libro del Apocalipsis o Revelación, capítulo 22 y versículo 20, el apóstol Juan
y escriba de este glorioso libro, se registran estas palabras:
El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo
en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros.
Amén.
Apocalipsis 22:21
No hay comentarios:
Publicar un comentario